Cultura

El valle de los muertos vivientes. (La comedia salvaje ‘reloaded’)

En esta obra de José Ovejero, Franco asoma de su tumba para intentar poner orden, pero nadie le hace caso, hasta pretenden arrastrarlo a otro sitio.

Foto: Álvaro Minguito

Aquí puedes leer un extracto de El valle de los muertos vivientes. (La comedia salvaje reloaded), de José Ovejero. Puedes conseguir gratis la obra completa en pdf suscribiéndote a nuestra newsletter o comprarla en nuestra tienda online.

Todo esto es absurdo, es un delirio. ¿Qué hacen esos muertos y esos vivos -que quizá son los mismos-, discutiendo a voces, contando sus historias como si temiesen que las olvidemos? Con tal bullicio en la cripta no hay quien descanse en paz. Por eso Franco asoma de su tumba para intentar poner orden, pero nadie le hace caso, hasta pretenden arrastrarlo a otro sitio. Con lo a gusto que estaba él. En esta obra disparatada y triste a la vez, los muertos se levantan de sus tumbas para decirnos que siguen a nuestro lado y nos sugieren que quizá los muertos somos nosotros.


(El Miliciano 1 se pone a dar gritos, inarticulados al principio. Se levanta.)

MILICIANO 1: ¡No se puede vivir así! ¿Por qué contáis esas historias? Ya pasaron, coño, ya pasaron.

FALANGISTA: Todo eso sucedió hace mucho. Hace mucho tiempo. Y estáis aquí. Y tendréis hijos. Y saldréis sonriendo en las fotos. Y nadie querrá oír vuestra historia y vosotras estaréis aliviadas de que no os pregunten, de que nadie os obligue a recordar. Hay que vivir.

MILICIANO 1: Hay que seguir viviendo. Para eso luchamos. Incluso ellos luchan para eso. (Señala al falangista.) Olvidar, olvidarlo todo. Para eso también luchamos. Porque sin olvidar no es posible vivir. ¿Lo entendéis? Sólo el olvido nos permite levantarnos cada mañana y mi- rar a la gente a la cara.

FALANGISTA: No podemos quedarnos anclados en el pasado. Reabrir una y otra vez las heridas.

TODOS, MENOS LAS DOS MUJERES: Hay que dejar que los muertos en- tierren a los muertos.

(Las dos mujeres escupen cada una hacia uno de los hombres que han hablado antes y se van al fondo, muy juntas. Regresarán a la trinchera después de un tiempo. El Miliciano 1 se va hacia la pared de la derecha, abre un nicho y se mete en él. Se levanta la trampilla de la que había salido antes Franco, y el dictador vuelve a asomar la cabeza. Mira a su alrededor.)

FRANCO: ¿Es que no se van a callar nunca? ¿No pueden hablar sin gri- tar? No se puede pegar un ojo en este país. Los españoles siguen gri- tando como cabreros. Y esas mujeres. Qué pesadez. ¿Por qué no se las llevan sus maridos? ¿Es que no tienen niños que cuidar? Las mujeres nunca paran de hablar. Carmen tampoco. Menos mal que es muy reza- dora y cuando reza sólo bisbisea.

(Sale de la trampilla con el sudario puesto. Se pasea a cuatro patas por el escenario; después se asoma a la trampilla y saca un fajín, un sable y una gorra de plato. Se los pone. Se dirige al proscenio, ensayará ante el público su gesto habitual de subir y bajar la mano mientras pronuncia un discurso.)

FRANCO: Les voy a confesar una cosa. A mí nunca me han gustado las mujeres. Lo que de verdad me gustaba era el fútbol. Yo era del Real Madrid. Como ustedes. Porque supongo que serán del Real Madrid. Yo creo que todo el mundo es del Real Madrid. Salvo los que odian a Espa- ña. A mí me gustaba mucho ver los partidos en la tele. Cuando llegó la tele, que la traje yo a España, y eso no me lo agradece nunca nadie; an- tes tenía que oírlos por la radio. Pero uno no puede hacer lo que quiere, no puede ver el fútbol, o el cine, que también me gustaba mucho, ver películas americanas, o españolas, pero españolas de verdad… (Se in- terrumpe, vuelve a ensayar el gesto.) Españoles… Quien recibe el ho- nor y acepta el peso del caudillaje, en ningún momento puede acoger- se legítimamente ni al relevo ni al descanso… (Al público.) Pero ¿qué descanso?, si no lo dejan a uno ni cerrar los ojos. (Otra vez en modo de discurso.) Ha de consumir su existencia en la vanguardia de la empre- sa fundacional para la que fue llamado por la voz y la adhesión de su pueblo…

MILICIANO 2: (Interrumpiéndole.) Franco era un asesino.

FRANCO: Y éste, ¿por qué habla de mí en pasado?

MILICIANO 2: Ya lo era antes de la guerra.

FRANCO: Ah, antes.

MILICIANO 2: Aquí donde le veis, cortaba orejas a los africanos. Y la ca- beza de los cadáveres. Y fusilaba como un loco.

APUNTADOR: (Citando de la primera edición de “Diario de una ban- dera” con el tono de quien cuenta un cuento.) El pequeño Charlot, cor- netín de órdenes, trae una oreja de un moro, “lo he matado yo”, dice enseñándola a los compañeros. Al pasar un barranco, vio un moro es- condido entre unas peñas y encarándole la carabina, le subió al cami- no junto a las tropas; el moro le suplicaba: “¡Paisa no matar, paisa no matar!” “¿No matar?, ¡eh!, marchar a sentar en esta piedra”, y apun- tándole descarga sobre él su carabina y le corta la oreja que sube como trofeo. No es ésta la primera hazaña del joven legionario.

FALANGISTA: Pero era cristiano. Era un buen creyente.

FRANCO: Qué manía de hablar de mí en pasado. Lo sigo siendo. Soy cristiano por la gracia de Dios. Yo me sabía el catecismo de memoria. ¿Eres cristiano? Soy cristiano por la gracia de Dios. ¿Qué significa ser cristiano? Ser cristiano significa ser discípulo de Cristo. ¿Cuál es la se- ñal del cristiano? La señal…

(Se oye un chirrido y se abre otra trampilla en el suelo del escenario. Todos se vuelven hacia ella, también los obreros. Se queda unos segundos abierta. Al fin asoma, aunque no entera, la cabeza de Millán-Astray, tuerto y con go- rro de legionario. Sigue unos segundos medio agazapado, mirando a todos.)

MILLÁN-ASTRAY: ¿Ha visto alguien mi mano izquierda? No encuen- tro mi mano izquierda.

(Todos se interrogan con la mirada. Alguno hace el gesto de rebuscar en los alrededores. Niegan con la cabeza.)

MILLÁN-ASTRAY: Yo antes tenía una mano también de este lado. (Le- vanta la manga vacía). No sé dónde habrá ido a parar. (Sale con mucho esfuerzo de la trampilla y se dirige al centro del escenario mientras inspecciona su propio cuerpo –Franco se ha retirado a un lado hablan- do solo, como si continuara recitando el catecismo-. Lleva un bastón en la mano derecha.) Tenía una mano izquierda y un brazo izquierdo. Pero ya no están. (Declamando.) El camino del samurái se encuentra en la muerte. (Otra vez más para sí.) Pero esto no es morirse, esto es un despiece, como si fuese una res. ¿Y mi ojo derecho? ¿Ha visto alguien mi ojo derecho? También me falta un trozo de una pierna. Si quieren se la enseño. (Comienza a subirse la pernera, pero se interrumpe.) Lo que me inquieta es qué va a pasar después, cuando me muera, quiero decir. Seguro que no lo han pensado nunca, pero el día de la resurrección de la carne, ¿dónde voy a resucitar? ¿Van a resucitar todos mis miembros juntos o voy a ser como un mecano? Uno aquí, otro más allá, otro a diez kilómetros. ¿Voy a ser tuerto en el paraíso? Ja, ustedes se ríen, pero es un asunto muy serio. Por cierto, ¿se comerá bien en el otro mun- do? (Declamando.) El samurái se limpia con el mondadientes aunque no haya comido. Por dentro, pellejo de perro; por fuera, piel de tigre.

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