Cultura
Poética de la ausencia
Adelanto editorial de 'Poética de la ausencia. Formas subversivas de la memoria en la cultura visual contemporánea' (Cátedra, 2019), de Isabel Cadenas Cañón.
The poetics of absence, which rely on compositional laws to show a missing presence.
Ulrich Baer
He aquí otro libro sobre memoria.
Otro que sumar a esa avalancha —nos dicen— de libros, películas y demás productos sobre nuestro pasado reciente.
Confieso que a veces a mí también me sucede: cierro una novela, o la pantalla se queda en negro, y me pregunto para qué sirve, hoy, una obra más sobre la Guerra Civil, o la dictadura, o incluso la Transición.
Soy la socia número 877 de la Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica.
Este ensayo nace del conflicto entre mi interés por la construcción de la memoria y el desconcierto que me causan ciertos productos culturales sobre el pasado en la España contemporánea.
1.
No soy la única desconcertada. Hay quienes llegan al empacho. Hace diez años, Isaac Rosa escribía esto en El País:
Solo llevamos seis meses del oficialmente llamado «Año de la Memoria Histórica», y algunos empezamos ya a estar un poco empachados. No es que estemos saturados de memoria, nada de eso. Pero sí empalagados por todo tipo de sucedáneos que, como golosinas, engordan pero no alimentan, engañan al hambre y hasta saben bien, pero no son muy recomendables desde el punto de vista nutricional [1].
Rosa menciona tres tipos de sucedáneos: el revisionismo histórico de la derecha, la institucionalización de la memoria —a la que «se han unido muchos memoriosos de última hora»— y, por último, el «filón comercial» que ha promovido la industria cultural, con la publicación masiva de libros, películas, series.
Ese «filón comercial» no ha hecho sino aumentar. Más de una década después del artículo de Rosa, los productos de memoria siguen llenando estanterías de librerías, carteleras de cines y horas de televisión. Pero el empacho no solo viene de esa «inflación cuantitativa», sino también, y sobre todo, de la «devaluación cualitativa» que conlleva, como señala José F. Colmeiro:
El tiempo de la inflación cuantitativa y devaluación cualitativa de la memoria. El espacio vacío dejado por el desencanto de la transición y su tabú se ve rellenado por diferentes formas memoriales que desbordan y debilitan a la vez los cauces tradicionales de la memoria […]. Un nuevo memorialismo institucional de prestigio de carácter epidérmico; y finalmente la sustitución de la memoria histórica por la nostalgia de la nostalgia, que rellena al mismo tiempo el vacío dejado por el tabú. Es el tiempo de la crisis de la memoria [2].
Somos, nos dicen —decimos—, un país en permanente crisis de memoria, lleno de productos de memoria. ¿Cómo explicar esta paradoja?
Hay varias hipótesis de las que partir; casi todas tienen que ver con la Transición. O, mejor, con la manera de relacionarse con el pasado que se destiló del proceso transicional y que terminó por volverse hegemónica. Para Jo Labanyi, «la obsesión del régimen de Franco por memorializar la “Cruzada nacional” (como renombraron la Guerra Civil) garantizó que la transición a la democracia […] se caracterizara, como reacción, por el deseo de romper con ese pasado violento» [3]. Según Colmeiro, «el tiempo de la transición del franquismo a la democracia [se movió] entre la memoria testimonial y la amnesia. El olvido pactado de los fantasmas de la Guerra Civil y del legado franquista, convertido en nuevo tabú» [4]. Más categórica, Teresa Vilarós sostiene que la transición «puede pensarse como la representación de la caída de nuestro pasado en el silencio y el olvido» [5].
[…]
3.
Y, sin embargo, hay quienes dicen que recordamos demasiado.
No les falta razón. Vivimos en tiempos nostálgicos. Las cámaras de los teléfonos móviles tienen filtros para hacer que las imágenes parezcan antiguas y cada fin de semana hordas de nostálgicos recorren los mercados de pulgas en busca de objetos de segunda mano, un collar, un vestido, una cajita de música. Y, sobre todo, fotografías; hay puestos con cajas llenas. Los nostálgicos, las nostálgicas, revuelven entre ellas y seleccionan unas pocas. ¿Por qué nos fascinan esas imágenes de personas a las que no conocimos, en lugares a los que no hemos ido, haciendo cosas que no entendemos?
Charles Maier dice que vivimos tiempos de «auto-arqueologización» y que «el hambre de memoria ha sido una característica cultural sobresaliente de la última década» [6]. Enzo Traverso habla de «la obsesión memorialística de nuestros días» [7]. Andreas Huyssen señaló la relación entre lo que él llamó «la cultura de la conmemoración» y la posmodernidad: en Twilight Memories [8], ligó esa obsesión por el recuerdo con la negación posmoderna de las grandes narrativas —lo que Eagleton había llamado el «fetiche de la totalidad» [9]. Beatriz Sarlo constata esa paradoja entre el presentismo de la posmodernidad y la «obsesión memorialista» [10]:
Las últimas décadas dieron la impresión de que el imperio del pasado se debilitaba frente al «instante» (los lugares comunes sobre la posmodernidad con sus operaciones de «borramiento» repican el duelo o celebran la disolución del pasado); sin embargo, también fueron las décadas de la museificación, del heritage, del pasadoespectáculo, las aldeas potemkin y los theme-parks históricos; lo que Ralph Samuel designó como «manía preservacionista».
Es lo que conocemos como «el boom de la memoria», que eclosionó en Francia, en Alemania, en Estados unidos, en Argentina, de la mano del giro subjetivo de los años 90. A España llegó a principios de los 2000 [11]: según los cálculos de David Becerra Mayor, entre 1989 y 2011 se publicaron 181 novelas sobre la Guerra Civil [12]. Ese dato no incluye, por tanto, las novelas que hablan sobre la dictadura, ni la cantidad de películas y obras de no ficción sobre el periodo que han visto la luz en las últimas décadas. Parece normal que haya quien sienta empacho; pero, si he insistido en la necesidad de comprender la cultura de la transición, no como un caso aislado, singular, sino como una estrategia propia al modelo capitalista, es para subrayar que no se trata de un empacho patrio. O no exclusivamente.
En términos parecidos a los de Isaac Rosa, por ejemplo, habla Hortense Spillers sobre cómo la knowledge industry estadounidense ha convertido la esclavitud en un objeto de «masiva exhibición demográfica y económica», «un fenómeno tan conocido que parece que no queda nada por saber sobre ello» [13].
Y, solo un año antes de que Rosa escribiera su artículo, Georges Didi-Huberman experimenta algo similar ante la multitud de eventos que conmemoraron el 60 aniversario de la liberación de Auschwitz, mientras reflexiona sobre la disyuntiva que le plantean este tipo de rituales de memoria. Releyendo a Annette Wieviorka, Didi-Huberman advierte que la memoria de Auschwitz es, hoy, una memoria saturada [14]: una memoria saturada es la que pierde efectividad histórica, una memoria en la que el evento que se recuerda está desligado de las condiciones históricas que lo hicieron posible.
A pesar de las notables diferencias entre la memorialización del Holocausto, de la esclavitud en Estados unidos y la de la Guerra Civil y la dictadura en España, el concepto de «memoria saturada» es relevante en todos ellos. Y, ante todo, es clave para este libro: es a partir de ese concepto de memoria saturada desde donde propongo comprender la estrategia que la cultura de la Transición desplegó, no tanto para realizar un corte con el pasado —algo que ya han analizado las autoras y los autores que he citado con anterioridad—, sino para gestionar el tratamiento de ese pasado una vez que su presencia en la sociedad contemporánea era imparable.
En cierto sentido, las obras que tratan sobre la Guerra Civil y la dictadura no difieren de los «miles y miles de productos aproblemáticos —en todas sus modalidades: social, política, sí, pero también formal y estética» [15] de los que habla Martínez. Lo que es específico en ellas es cómo se materializa esa desactivación, cómo se convierten en aproblemáticas. Vicente Sánchez-Biosca habla de oportunismo [16], de la construcción de un franquismo «dulce y acariciante, que se ampara en la boga memorística para hacerse inmune a las críticas de ahistoricidad y banalidad» [17]; Colmeiro habla de sustitución de la memoria histórica por la nostalgia [18]; Labanyi, de obras puramente realistas, que tratan de «transportarnos al pasado» [19].
La mayoría de las obras a las que se refieren estos —y otras tantas y tantos— autores han seguido una serie de pautas —tácitas pero imperantes— para hablar del pasado. Según esas pautas, del pasado se puede hablar, pero siempre: a) de una manera eminentemente narrativa —siempre estableciendo un continuum en la historia—, b) trasladándose al pasado, sin establecer dialéctica alguna con el presente —no hay, pues, influencia del pasado en el presente, no es un pasado que reverbera— y, c) extendiendo sobre ese pasado el velo de la reconciliación. Son historias tediosamente predecibles, desde series de televisión hasta películas y novelas: los ganadores de la guerra son en general malísimos, los perdedores, a pesar de haber perdido, o precisamente por eso, tienen la dignidad del vencido que les permite salir adelante, son humildes y, sobre todo, saben perdonar. Ahí está el miliciano perdonavidas de Soldados de Salamina, la trabajadora y sumisa familia Alcántara de la serie Cuéntame. Historias exclusivamente personales, desligadas de las condiciones históricas que las hacen posibles, narradas desde un punto de vista claramente aproblemático.
Así funciona la saturación: vivimos bajo la ilusión de que no paramos de hablar sobre la Guerra Civil y la dictadura, pero en realidad se trata de obras inofensivas, en las que cualquier potencial político está desactivado.
Anoto estas pautas brevemente porque mi objetivo no es probar cómo se construyen esos productos inofensivos, sino constatar esa desactivación para, desde ahí, partir en busca de otro tipo de obras que contestan y subvierten esas reglas: son las obras de la Poética de la ausencia.
Aquí es donde esta introducción vuelve a comenzar.
Adelanto editorial de Poética de la ausencia. Formas subversivas de la memoria en la cultura visual contemporánea (Cátedra, 2019), de Isabel Cadenas Cañón.
Notas
- Isaac Rosa, «Empacho de memoria», El País, 6 de julio de 2006.
- José F. Colmeiro, Memoria histórica e identidad cultural: de la postguerra a la postmodernidad, Barcelona, Anthropos, 2005, pág. 19.
- Jo Labanyi, «Memory and Modernity in democratic Spain: the difficulty of Coming to terms with the Spanish Civil War», Poetics Today, 28, núm. 1, 20 de marzo de 2007, pág. 94.
- José F. Colmeiro, Memoria histórica e identidad cultural: de la postguerra a la postmodernidad, Barcelona, Anthropos, 2005, pág. 18.
- Teresa Vilarós, El mono del desencanto: una crítica cultural de la transición española (1973-1993), Madrid, Siglo XXI, 1998, pág. 11.
- Charles S. Maier, The Unmasterable Past: History, Holocaust, and German National Identity, Cambridge, MA, Harvard university Press, 2009, pág. 123.
- Enzo Traverso, El pasado, instrucciones de uso. Historia, memoria, política, Madrid, Marcial Pons, 2007, pág. 16.
- Andreas Huyssen, Twilight Memories: Marking Time in a Culture of Amnesia, Nueva York, Routledge, 1995.
- Terry Eagleton, «Awakening from Modernity», Times Literary Supplement, 20 de febrero de 1987, pág. 194.
- Beatriz Sarlo, Tiempo pasado. Cultura de la memoria a giro subjetivo. Una discusión, México, Siglo XXI, 2006,pág. 11.
- Si bien es cierto que los productos culturales sobre la Guerra Civil y la dictadura empiezan a llegar a mediados de los 90, y que siempre es difícil establecer los hitos inaugurales de algo tan fluido, la crítica coincide en situar el inicio del boom a principios de los 2000. Para Helena López, «[d]os acontecimientos inauguran la avalancha de prácticas culturales (películas, ensayos, libros de ficción, congresos, conciertos, exposiciones, programas de TV, documentales, reportajes periodísticos, etc.) que abordan el tema de la memoria de la Guerra Civil, el exilio, y la dictadura en el nuevo milenio en España. Por un lado, el éxito de ventas de la novela Soldados de Salamina de Javier Cercas, publicada en 2001, y de cuya versión cinematográfica en 2003 es responsable David Trueba. Y por el otro, la exposición “Exilio” organizada en 2002, en el Palacio de Cristal del Parque del retiro en Madrid, por la Fundación Pablo Iglesias en colaboración con el Museo Nacional Centro de Arte reina Sofía», Helena López, «Políticas culturales de la memoria: el caso de la exposición Literaturas del exilio, en el Centro Cultural de España en México», Hispanic Research Journal, 12, núm. 3 (junio de 2011), pág. 268. Para Sánchez Biosca, «la novela de Cercas, sin constituir en sí una convulsión, servía de crisol a un resurgimiento del tema entre un público muy vasto, que hoy ha multiplicado exponencialmente la producción de nuestra industria cultural», Sánchez-Biosca, Cine…, op. cit., pág. 309.
- David Becerra Mayor, La Guerra Civil como moda literaria, Madrid, Clave intelectual, 2015, pág. 19.
- Hortense Spillers, «Changing the Letter: the Yokes, the Jokes of discourse or Mrs. Stowe, Mr. reed», apud W. J. T. Mitchell, Picture Theory, Chicago, University of Chicago Press, 1994, pág. 184.
- Georges Didi-Huberman, «Ouvrir les camps, fermer les yeux», Annales. Histoire, Sciences Sociales, 5, 2006, pág. 1.011.
- Martínez, CT, op. cit., pág. 16. La cursiva es mía.
- Sánchez-Biosca, Cine y Guerra Civil española, op. cit., pág. 296.
- Sánchez-Biosca, Cine de historia, cine de memoria. La representación y sus límites, Madrid, Cátedra, 2006, pág. 80.
- Colmeiro, Memoria, op. cit., pág. 187.
- Labanyi, «Memory», art. cit., pág. 103.
creo que esta sra no entiende que el pasado y concretamente contar el pasado se impone porque no se puede arrancar una pagina sin leerla para poder pasar de pagina(tomando a Marcos Ana). La impunidad y la historia oficial impuesta por la fuerza no se pueden mantener vitam eternam y la justicia aparece para restablecer aunque sea simbólicamente la verdad y una intención de reparación.Si familiares nuestros desaparecen no cejaremos de generación en generación hasta saber qué paso con ellos , porque esto es una de las condiciones del ser humano, enterrar a sus muertos y honorarlos.
“Mientras Franco sigue enterrado con honores, los nuestros están en cunetas sin reconocer”
(Oscar Reina Gómez -Sindicato Andaluz de Trabajadores).