Sociedad
El hombre que devuelve los migrantes muertos a sus familias
Martín Zamora, dueño de una funeraria en Los Barrios, lleva dos décadas identificando a migrantes muertos en el Estrecho y llevando sus cadáveres a sus familias.
Texto: Patricia Simón Fotos: Javier Bauluz
Cuando los náufragos son migrantes, hay cuestiones que se dan por sentadas para los autóctonos, y que se convierten en odisea para los extranjeros. Como que el Estado comunique a las familias que sus seres queridos han muerto; que la maquinaria burocrática ponga todos sus recursos al servicio de la identificación de los cadáveres, de poner nombre y apellidos a los rostros amortajados, y de repatriar sus restos para que sus padres y madres puedan darle sepultura, dar materialidad a su dolor, ver en el ataúd dónde fue a parar el boquete del vacío en el vientre, empezar el duelo, sentar el duelo, ver un horizonte para el cierre del duelo. El Mediterráneo se ha convertido para las familias de las personas migrantes en sus particulares cunetas del franquismo. Y hay quienes también llevan décadas intentando desenterrar ese mar con cámaras frigoríficas y furgonetas funerarias.
Es el caso de Martín Zamora, dueño de la funeraria Southern Funeral Assistance, radicada en el Campo de Gibraltar, que lleva dos décadas identificando a quienes hasta entonces eran enterrados en nichos con un ‘Inmigrante’ o un ‘Desconocido’ escrito con una hendidura en el cemento, y haciendo todo lo posible por llevarles junto a sus familias.
Es así como el teléfono de Zamora se ha convertido en una cartografía del crimen de lesa humanidad que los países europeos están cometiendo contra sus vecinos pobres del Sur: cientos de fotografías de jóvenes ahogados que solo buscaban un horizonte más digno para ellos y sus familias, cientos de fotografías de muchachos sonrientes que miraban con esperanza a la cámara antes de ahogarse en un mar que, hubo un tiempo, fue lugar de encuentro, mestizaje e intercambio. El terminal no deja de sonar mientras hacemos la entrevista: mensajes y llamadas de familiares ansiosos se suceden unos tras otros buscando encontrar una respuesta a su dolor.
Zamora rehúye el protagonismo, pero en tiempos en los que se criminaliza la solidaridad y la honradez, es más necesario que nunca visibilizar que hacer lo justo nunca debió ser una heroicidad, que ser humanos nunca deberá ser lo excepcional.
Martín, ¿cómo empezó a aprender a identificar a estas personas?
Yo vine de Murcia a Los Barrios a montar la funeraria en el 98 y poco después nos llamaron para que fuéramos a recoger a los 17 fallecidos de una patera en la zona de Tarifa. Le pregunté a la Guardia Civil que si no se intentaba localizar a sus familias y llevárselos y me dijeron que no, que se les solía enterrar como desconocidos. Pensé que debía reunírseles con sus familias, además de que yo acababa de abrir un negocio, con lo cual si lo conseguía me iba a generar unos ingresos.
Uno de los fallecidos llevaba un papelito con un número de teléfono. Llamé y quien contestó negaba que un familiar suyo hubiese venido en patera, hasta que días después me contactó para decirme que sí. Vino a identificar el cuerpo y le enseñé el resto de los muertos, pero no conocía a ninguno. Le pregunté si podríamos viajar juntos buscando por su región al resto de las familias. Pedí autorización al juez para llevar sus efectos personales y estuvimos un mes de aldea en aldea, enseñando la ropa, hasta que conseguimos identificarlos a todos.
El periplo fue llevado a la ficción por la directora Chus Gutiérrez en Retorno a Hansala, una película que retrata muy bien el choque personal que supuso para usted la constatación de las condiciones de vida de estas familias.
Claro, empecé haciéndolo por negocio, pero luego me costó llevar a mucha gente sin cobrarlo. Yo había llegado allí, había visto dónde estaban viviendo, que no tenían nada, que amaban a su hijo e incluso que se querían quedar con su ropa, pero que lógicamente no podían pagar la repatriación. ¿Cómo después de decirle a ese padre que tenía a su hijo en una cámara frigorífica le voy a decir que no se lo llevo porque no tiene dinero?
En estos veinte años se ha tenido que convertir en una especie de detective experto en identificaciones. ¿Cómo es el proceso?
No, no soy ningún experto. Al principio tuve que crear una red de contactos entre las asociaciones de senegaleses, de guineanos, de marroquíes… Divulgar por los medios de comunicación de sus países que había habido un naufragio, ponemos teléfonos de contacto para que nos expliquen cómo eran sus hijos. Ahora con whatsapp es distinto porque los migrantes están en contacto diario con sus familias. Pero en muchos casos las familias no saben que han cogido una patera o, incluso, que están fuera del país, por lo que a menudo nos toca a nosotros darles la noticia.
Y ahí empieza el proceso de identificación, de devolver la dimensión humana a esa frase hecha de “más de 35.500 migrantes” que han muerto en el Mediterráneo desde 1993, según la investigación de red UNITED. ¿Cuáles son los pasos que se siguen?
Depende de si hay supervivientes que conocían a la persona muerta, de si procede de un país en el que ya tenemos red y del juez o la jueza. Hay magistrados a los que les vale con que un familiar que esté en España pueda ver el cuerpo e identificarlo, localizar su documentación y entregar a la Guardia Civil todas sus filiaciones. Otros piden pruebas de ADN a los familiares y al muerto, y otros también requieren las huellas dactilares.
Lo que nosotros hacemos es localizar a la familia en su país de origen, pedirle que nos envíen su documentación, fotos para hacer la identificación visual –a veces llevan incluso la misma ropa que con la que murieron–, la huella dactilar… Si piden pruebas de ADN ya es por vía gubernamental, de país a país a través de la Interpol.
Y cuando no se consigue repatriar el cadáver, ¿qué hace?
Si procesan la fe islámica, intentamos que se les dé sepultura en un cementerio musulmán, pero para eso han tenido que ser identificados, porque si no el cadáver se entierra en el municipio en el que esté.
Psicólogas expertas en el duelo como Anna Miñarro opinan que el trauma provocado por la catástrofe social que está ocurriendo en el Mediterráneo entre las familias de las personas desaparecidas es muy parecido al provocado por las desapariciones de la Guerra Civil española. En su experiencia, ¿por qué es tan importante identificar y devolver los restos a sus familias?
Mucha gente aquí piensa, incluso jueces, que una vez que estas personas han muerto, se les entierra y ya está. Estas personas tienen padres que les quieren, que van a intentar llevárselos para enterrarlos según sus costumbres, como cuando se estrella un avión y vamos a hacer todo lo posible por traer los cadáveres de los españoles. Pues con ellos debería ser exactamente igual: no son animales, tienen hermanos, amigos y una familia que quiere saber si han muerto, dónde están sus cuerpos y recuperarlos.
Pero, como usted mismo ha dicho, no todas pueden afrontar el gasto de repatriación.
En el caso de Marruecos, desde hace unos años, su gobierno se hace cargo de los gastos una vez identificados. Y en el resto de nacionalidades, salvo alguna excepción, son las familias y los amigos. Hay un banco de ADN en el que se está registrando a todos los fallecidos para que si una familia no lo ha encontrado, pueda localizarlo. Lo difícil es que la familia se pueda hacer la prueba de ADN. Nosotros recibimos a diario fotografías de familias desesperadas que siguen buscando a sus hijos, pero con ellas no siempre podemos localizarlos.
Tras dos décadas recogiendo cadáveres producidos por el cierre de fronteras de la Unión Europea, ¿cuál es su opinión sobre esta decisión política?
Me parece una verdadera pena. Mi punto de vista, aunque no sea lo lógico, es que las fronteras no deberían existir: todos somos iguales y, por tanto, deberíamos tener el derecho de ir libremente donde queramos. No porque tenga pasaporte español yo sí puedo ir a Marruecos, pero ellos no pueden venir. Además, hay quien dice que si se abriese la frontera, Marruecos se iba a quedar vacío. No lo creo, todo lo contrario: la gente vendría, visitaría, probaría y si no encuentra trabajo, se volvería a su casa porque a nadie le gusta pasar calamidades, no tener qué comer ni dónde dormir. El problema es que como han tenido que venir en estas circunstancias, no pueden volver por la vergüenza y porque, de nuevo, tendrían que jugarse la vida para probar suerte de nuevo en España.
También está que la mayoría no cuenta lo mal que lo pasa aquí, pero eso era exactamente lo mismo que hacíamos los españoles cuando éramos migrantes en Alemania y cuando volvíamos de visita, alquilaban un coche y venían mostrando lo bien que les iba cuando allí estaban comiendo patatas cocidas.
Frente al relato mediático que suele hacerse de estas muertes, como si de un fenómeno natural se tratasen, usted, que es el que realmente lidia habitualmente con ellas, sigue –afortunadamente– mostrando una extrañeza ante tanto horror. ¿Qué es lo que le sigue sorprendiendo a estas alturas?
El sufrimiento que pasan estas personas, la de historias que hay detrás de cada uno de los fallecidos. Recuerdo un caso de un matrimonio de una marroquí y un argelino que vivían en Alemania, con un buen trabajo, sus dos hijas. Vinieron a pasar las vacaciones a Marruecos y, al volver, se trajeron a su hermano en la baca del coche. Tras cruzar el Estrecho en ferry, escuchan un ruido en el techo y, cuando abren la baca, se encuentran al muchacho medio asfixiado. Lo llevan a un puesto de la Cruz Roja y muere poco después. Imagínate el drama: el hermano muerto, los padres detenidos, las niñas llorando cuando eran separadas porque querían ir con sus padres. Perdieron todo lo que habían construido en una vida de esfuerzo por intentar ayudar a su hermano.
O el caso de un chaval que trabajaba en el campo francés con su padre y que consigue juntar el dinero para pagar para traerse a su hermano. Como tenía papeles, decidió acompañar al que los cruzaba en el falso bajo de una furgoneta. Cuando pasan Algeciras, se dan cuenta de que se han asfixiado todos y el mafioso deja tirado al chaval. Éste fue hasta Francia, le contó lo ocurrido a su padre y, en su ingenuidad, volvieron a Cádiz para identificar a su hermano. Cuenta todo lo ocurrido y, claro, lo tienen que detener como cómplice.
Pues cada quince días iba yo con la furgoneta con el padre y el cadáver del hermano a cruzar El Estrecho y nos teníamos que volver porque ese hombre, ya mayor, prácticamente ciego, lloraba diciendo que cómo iba a llegar a su casa y decirle a su mujer que un hijo estaba muerto y el otro en la cárcel.
Te podría contar historias así de cada fallecido. A ver muertos, te puedes acostumbrar; lo difícil es convivir con el sufrimiento, con la pena de sus familias. Porque además, tú te pones en su lugar, porque también tienes hijos, padres, hermanos…
Enmedio de la bruticie, de la violencia, de la sinrazón, Martín Zamora, empresario, sigue conservando la sensibilidad, la empatía, la solidaridad, la compasión cuando muchos hemos perdido ya estos valores.
No hay muchos empresarios que sacrifiquen ganancias por valores.
Salud, Martín, para tí y los tuyos, teniendo los valores que tienes no dudo de tu bienestar interior.
Gracias Patricia Simón y Martín Zamora, por remover nuestras dormidas conciencias.
Muy buen árticulo, gracias por dar a conocer una realidad que otros medios silencian.
Para que luego haya tantos bulos, sobre ellos. Se me parte el corazón. Gracias al ser humano que aún hay en Javier Bauluz.
Gracias por el artículo. Abre la mente y encoge el corazón.
¡Hombre grande, grande, grande!