Cultura
Un feminismo de hermanas y tierra
Reseña del libro 'Tierra de Mujeres' (Seix Barral, 2019), de María Sánchez.
El periodista entrevista a un escritor que hace años que cambió la ciudad por el pueblo. Halaga largamente su libro antes de despedir la entrevista mofándose de su supuesta vida ermitaña y ridículamente bucólica. Las personas que nacimos y vivimos en un pueblo hemos crecido atravesadas por un relato mayoritario que nos omite, ningunea, ridiculiza o exotiza. Con el precio para la autoestima comunitaria que eso ha acarreado. Hasta que desde hace unos años, el feminismo (oh, sí, también esto tenemos que agradecérselo al feminismo), empezó a interpelarnos sobre si, antes de Simone de Beauvoir y Angela Davis, nuestra genealogía no debía recuperar a toda esa estirpe de mujeres con las que aprendimos que con unas habichuelas y unos fideítos se podía hacer milagros y dar de comer a toda una patulea de gente, que un empacho se alivia con un masaje de manos jornaleras embadurnadas en aceite de oliva y que, en muchos casos, esos hombres enjutos que nos miraban desde los marcos que colgaban de sus paredes –y cuyos nichos limpiaban ellas con destreza y ahínco–, eran unos maltratadores machistas de aúpa.
“Nuestras abuelas lo llevan en la frente. Como tantos mayores de nuestros pueblos. Sentir vergüenza del lugar de donde vienen. Esconder las manos en los bolsillos de sus batas cuando llega visita de fuera. Preferir el silencio a la voz. Trabajar sin descanso para que sus hijos se puedan marchar”, escribe María Sánchez en su libro Tierra de Mujeres (Seix Barral, 2019) y todas esas niñas que crecimos con Médico de Familia asumiendo que nosotras, por nuestro acento y origen sólo podríamos aspirar a ser La Juani, –y que ser La Juani era una vergüenza–, leemos en sus palabras la reparación pública que le debía a nuestras madres y abuelas nuestra generación, la que supuestamente se lo merecía todo porque éramos la más preparada de la historia, y que tras recuperar la cordura y sacudirse tanta soberbia, por fin reconoce y reivindica nuestro mundo: el que provee de alimento, oxígeno y raíces a la ciudad.
“Vivimos a costa de nuestros márgenes”, resume Sánchez, una joven veterinaria que a través de sus libros de poesía y narrativa, de las redes sociales y de su testimonio en congresos y ponencias, está recordando al público mayoritario que el pueblo no es postal ni casa de turismo rural: es hogar, sustento y ecosistema de una importante parte de la población, que los partidos políticos y muchos visitantes urbanistas tratan como actores extras a los que utilizar cuando quieren hacerse la foto de enrollados aliados de la PAC o de excursionistas de Decathlon.
Las mujeres y hombres del campo “no necesitan ser salvados”, escribe con su prosa tan incisiva como hospitalaria Sánchez, sino “colegios, buenas carreteras y centros de salud. Necesitan que la administración las ayude y los apoye, que no los maltrate”.
Con este libro, María Sánchez abre las puertas de la casa de campo, de las personas que nos dan de comer, de nuestras abuelas y madres, sin idealizar, pero espantando con su voz clara, contemporánea y tan cosmopolita como campestre, todos los complejos que nos inocularon. El resultado: un libro desde el que entendernos y a través del que explicarnos, una obra que sorprendería que haya tardado tanto en ser escrita si no fuese porque nuestra compleja relación con el medio rural es un reflejo del genocidio cometido por el franquismo en los pueblos, de la narrativa mutiladora contra lo rural que la dictadura mantuvo durante cuatro décadas y del abandono pusilánime que ha vivido nuestro campo –»la España vaciada», como la define Sánchez– durante los otros cuarenta que llevamos de democracia.
Tierra de Mujeres es una enmienda a la totalidad y un pasito más en el proceso de Verdad, Justicia y Reparación que tenemos pendiente para reconstruir nuestra memoria colectiva, aquella de la que habían sido borradas las mujeres del campo.
Sí, sí, la más preparada de la historia para dejarse arrebatar, sin lucha alguna, todo lo que aquella generación supo ganar con sacrificio, disciplina y lucha.
La naturaleza, además, es una gran escuela de sabiduría.
Ni les ayudaron en el franquismo, es más, les multaban hasta con 500 pesetas si a aquella pobre gente que trabajaba más que los esclavos para poder subsistir la pillaban trabajando en domingos, ni les ayudan ahora. En estos últimos años a los pequeños agricultores les han dejado sin PAC, no así al ducado de los Alba y a otros grandes terratenientes. Así mismo les han triplicado la contribución (el IBI).Vaya manera de apoyar a la gente humilde de los pueblos.
Tal vez el negocio de la agroindustria y el sistema ya tienen sus planes hechos para el medio rural.