Los socios/as escriben

La necesidad de un nuevo proyecto común: del desamparo a la esperanza

"Necesitamos una plataforma de cambio para salir de esta desafección a la que actualmente está sometida la izquierda española", asegura el autor.

Pablo Iglesias y Alberto Garzón colgando un cartel durante la campaña electoral. REUTERS / Andrea Comas

Tras la repetición electoral de 2016, que supuso un gran avance de la izquierda alternativa en España, pero que aún así, no logró superar al partido pseudoprogresista de referencia –el PSOE-, ni tampoco logró multiplicar los votos que por separado sumaban IU y Podemos; cunde una sensación de desánimo en la izquierda española. La salida del gobierno de Rajoy, pese a lo anterior, supuso a priori un respiro de aire fresco para los españoles, pero como es común durante los gobiernos del PSOE, siempre entre muchos fuegos de artificio y poca acción política. Lo podemos comprobar, por ejemplo, ante los recientes incumplimientos de los acuerdos presupuestarios con Unidos Podemos; el inicio de la privatización de sectores como el ferroviario; la inacción –y pasividad- ante una nueva reconversión industrial iniciada por el sector eléctrico -y amparada por la mal llamada Ministra de “Transición Ecológica”-. Concretamente, en territorios como Asturias y Galicia, la mala gestión de la deslocalización de ALCOA (multinacional cuyo gasto eléctrico está parcialmente subvencionado en la factura de todos los españoles) y que ni siquiera el Gobierno va a tratar de recuperar su producción desde la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) como permite el artículo 128 de la Constitución española -aunque fuera para después privatizarla-; ni tampoco para participar de una gestión pública mixta con la que animar la llegada de nuevos inversores. Hay que recordar que en palabras de la Ministra de Industria: “No estamos en un régimen comunista”, y por tanto, parece, como decía su antecesor y correligionario Solchaga: “la mejor política industrial es la que no existe”.

Mientras tanto, el problema con la burbuja del alquiler en las grandes ciudades (propiciado precisamente por un cambio legislativo de Rajoy para fomentar la especulación); un sistema de pensiones públicas en riesgo por la inacción de los Gobiernos actuales que se niegan a completar la financiación de la Seguridad Social, por ejemplo, con un impuesto -o ingreso extra- que proceda de los Presupuestos Generales; una sibilina revolución industrial que cambiará y precarizará aún más las condiciones laborales (por el momento vemos su leve incidencia en algunos sectores: Glovo, Uber…) y en definitiva; mientras una buena parte del pueblo es sometido a una incertidumbre constante, incluso a la gleba, la izquierda se desangra en divisiones y discusiones cainitas que la gente que no sigue la política a diario (ni tan siquiera los que la seguimos) podemos entender. Una derecha absolutamente antisistema, descocada, ultraliberal, reaccionaria y populista, como no se ha visto en las últimas décadas es bendecida por los medios de comunicación e inducen en la gente una sensación de estabilidad ante el magma de un Gobierno de Sánchez en minoría y una izquierda que no muestra alternativa.

Ante todo esto y como un elemento ajeno: eclosiona Podemos. Tras los movimientos unilaterales de Errejón, que por otro lado tuvo el olfato de saber leer el agotamiento de la coalición Unidos Podemos –y por ende de Podemos-. El proyecto de Partido Podemos, desde sus inicios convulsos y precipitados, sufre hoy los riesgos de lo que fue en su momento su principal fortaleza: el liderazgo de Pablo Iglesias. Este hecho está siendo hoy un obstáculo que ya viene de atrás: el leninismo -mal aplicado- de las direcciones monolíticas y listas plancha; el tratamiento y opresión electoral hacia su principal socio –Izquierda Unida-; hasta las decisiones personales en la vida privada del máximo dirigente, que responden a una opción de acomodo impropia de los tiempos políticos y sociales de incertidumbre; comenzaron a dañar poco a poco la coexistencia y el crecimiento de la formación que todavía estaba germinando.

Al contrario de este hermetismo interno, Pablo Iglesias sí supo apoyarse –y entender- el federalismo en diversos territorios. De ahí podemos observar los buenos resultados y las participaciones exitosas en los territorios con un componente nacional relevante: País Vasco (con victoria en las elecciones al Congreso) e incluso los buenos resultados en Cataluña, Galicia y Comunidad Valenciana.

Actualmente, ese hermetismo interno y ese propio ego de haber desarrollado una herramienta electoral (a partir de su figura), ha subsumido a Pablo Iglesias, un genio en lo teórico que parece renunciar a “tomar el cielo por asalto como una vez dijo”. Como asesor de Izquierda Unida, en su anterior etapa, había recomendado generosidad tanto para la exposición de candidatos de fuera de la coalición y también con respecto a las alianzas externas, una cuestión, que por cierto, ya se venía haciendo desde la coalición. Es curioso que ahora cuando Pablo Iglesias se encuentra en una dirección política actue de manera contraria a como asesoraba y trate de preservar una herramienta electoral (Podemos) que ha envejecido muy rápido. Por tanto, este movimiento de Errejón y su posterior crisis: tras la dimisión de Ramón Espinar, la convocatoria informal de un encuentro por numerosos dirigentes regionales en Toledo y el reciente anuncio de una reunión estatal del partido, deben servir para analizar la situación como una oportunidad y no como una resistencia al abismo que se anticipa.

Los dirigentes de la izquierda deben tener amplitud de miras y ambicionar nuevos proyectos; ser generosos; apostar por nuevos referentes que complementen a los actuales y ser capaces de desarrollar una plataforma que supere a Unidos Podemos y que concretamente, no sea una simple unión electoral de ambos. Esperemos que Pablo Iglesias se dé cuenta que Podemos ha sido un producto de consumo, propio de la sociedad capitalista, que en su momento fue capaz de aglutinar -y unir- buena parte del descontento social pero que en la dinámica actual ha envejecido, casi hasta tal punto, de mostrarse inerte; fruto también del tremendo bombardeo mediático, que poco a poco ha calado en el pueblo español. Sin duda, Pablo Iglesias, introdujo un germen del cambio en la sociedad española, y no solo por la aparición de Podemos, sino por las plataformas electorales municipales y otras que nacieron tras su reflujo: Los Comunes. Debemos ser capaces de complementar con nuevos liderazgos los actuales y potenciar a más personas para desarrollar un proyecto de cambio más sólido, dirigentes con una ambición de cambio real como Ada Colau. La palabra común, que común apela a lo colectivo, a la comunidad, tiene una acepción positiva entre la sociedad española y debería ser aprovechada como una herramienta electoral obrera para rearmar un polo anticapitalista que mejore las condiciones de vida de la gente.

Necesitamos una plataforma de cambio para salir de esta desafección a la que actualmente está sometida la izquierda española y que se hace visible por el abstencionismo electoral y el agotamiento de la coalición Unidos Podemos. ¡Estamos a tiempo!

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Comentarios
  1. La izquierda que tú mencionas Adrián para mí, a estas alturas, es ya socialdemocracia.
    El capitalismo, al menos por ahora, ha ganado la batalla desideologizando a las masas, convirtiéndolas a base de manipular y saberlas distraer en especie de robots sin voluntad propia. Los grandes medios de comunicación todos ellos vendidos al sistema son los responsables de ello.
    La izquierda en lugar de permanecer fiel a sus principios ha cedido a remolque de las masas para no perder votos, ese es su crónico gran error y si persiste en este camino se autodisolverá a sí misma.
    De todos modos en un mundo sometido al capitalismo gracias a las grandes masas manipuladas, silenciosas y conformistas la izquierda parlamentaria está condenada a un rincón insignificante.
    Hay izquierdas más bravas que son minorías y que no entran en el juego electoral.
    La cosa está muy complicada ahora mismo; pero no sería la primera vez que un acontecimiento insperado le de la vuelta a todo y la masa sin criterio se pase a la dirección opuesta.

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