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Encarna Fernández, 30 años regentando una lechería y escribiendo libros
"El pasado no tiene solución. No me agobio el día antes pensando en cómo solucionar mañana. Yo no programo, vivo el momento", asegura Encarna Fernández.
Habitan dos personas en Encarna Fernández Perdigón. Una representa la mujer que ha parido tres hijas y tres hijos, la mujer que se levantaba en las frías noches de escarcha para ordeñar las vacas, la mujer de su casa, de sus quehaceres, como ella misma se define. La otra, la otra Encarna, representa la inquietud por la escritura, por los libros, por la cultura, la mujer que sacaba tiempo de donde no lo tenía para hacer poesía, para inventar novelas. Es la mujer creadora. “La noria gira y gira, / sin parar, jadeante y fresca. / Ella no ha evolucionado, / no ocupó un motor su puesto / y sigue siendo el eje de la huerta”, dicen unos versos de Huellas del Pensamiento, su primer libro de poemas, publicado en 1988.
Las dos Encarnas viven en un pequeño pueblo de la Sierra Norte de Sevilla, El Real de la Jara, donde durante más de 30 años ha regentado, junto a su marido, una lechería. Todavía hoy se la conoce como Encarna la de la lechería. Porque antes, la leche no venía en tetrabriks. Antes la leche se hervía en grandes ollas. Primero con leña, más tarde con gas. «¡Quita el fuego, que se va la lecheeee!». Frase habitual en estas casas con olor a candela, con sierras escarpadas y tacto de invierno. Ay, si se iba la leche. Qué faena. Fregar las hornillas de entonces no es pasar un paño húmedo por una placa de vitro ahora. Ni abrir un grifo con agua caliente. «Yo tengo un mundo aparte, un mundo mío. Y en ese mundo no pasa el tiempo. Ese mundo no tiene que ver con los sufrimientos ni con el día a día. Ahora, por ejemplo, he descubierto que pinto. Antes no sabía que pintaba. Es, no sé, una especie de don y tienes que alimentarlo», explica sentada alrededor de una mesa camilla.
Se aparta las enaguas de las piernas. Ya no hay cisco ni carbón. Ahora hay un brasero conectado a una bombona de butano, que va ya casi por 15 euros. «Hemos perdido valores, en esta sociedad prima ahora lo material, el consumo. Antiguamente tú carecías de todo y lo tenías todo. Ahora hay una necesidad infinita de salir, hay muchas comodidades, que está bien, eh, pero yo antes de irme a la feria tenía fregados todos los cacharros de la leche y el queso».
Hace unos minutos le acaba de llegar un whatsapp de una de sus hijas. «Dice que está nerviosa. Y yo le digo que desconecte. Pero es que no se puede comparar esta época con la mía. Ahora el que tiene dos hijos es como si tuviera ocho. Yo en esta época no hubiera podido tener seis. El trabajo, la casa, la familia… ¿Y en una ciudad? Seis hijos en un piso… No es fácil. Aquí han corrido, han saltado, no hacían falta guarderías… Y el día que te faltaba dinero siempre había alguien que te echaba una mano. Al final, un pueblo es como una gran familia, para lo bueno y también para lo malo, porque creemos que tenemos derecho a meternos en la vida de los demás. Y otra cosa: mis hijos tampoco me exigían como exigen los jóvenes hoy. Yo iba al barato [un mercadillo] y le compraba unos zapatos por 1.000 pesetas, y si no se rompían los aprovechaba el segundo. ¿Los dodotis? A mí no se me oxidaban los alambres. Lavaba a mano, tendía y tenía tiempo. Y se ponían malos con el sarampión y no nos quejábamos. No aspirabas a otra cosa porque era todo el mundo así, la vida era esa», cuenta. La diferencia entre su hija mayor y su hijo más pequeño es de 19 años. Las tres primeras las tuvo en cuatro. «Cuando me quedaba embarazada, el médico me decía, ‘pero niña, ¿en tu casa no hay televisor en color?'».
Lo que sí había en su casa, en la lechería, era un teléfono. El primero que se puso en el pueblo. El número 01. «Hoy hay mucha juventud que si no tiene móvil está amargada. A mí una vez me mandaron a un cortijo a avisar de que una vaca estaba de parto y no podía parir. Ese era el teléfono», hila recuerdo a recuerdo. «¿De donde vienes corriente? / ¿Dónde me llevas corriente? / Al mar, al río o a la tranquilidad de la fuente. / Donde tú quieras corriente, / donde tú quieras destino. /Pero dame alas de pez», escribe en otro poema del mismo libro, titulado Esperanza.
Nacida en Oliva de la Frontera, Badajoz, una primavera de 1954, Encarna emigró con sus abuelos a los seis años hasta este pueblo de Sevilla. Por el campo iba sola hasta la escuela. Nunca el camino se le hizo largo, y corría y corría cuando, entre los espárragos, asomaba serpenteando una culebra. «Qué rápido has llegado, me decía mi abuela. No puedo con las serpientes. Y hoy vas sola y te pueden violar». «La verdad –prosigue– es que yo nunca he sentido agobio. Me daba tiempo de todo y lo sacaba también para escribir. Yo pienso mientras hago las camas, mientras friego, me voy haciendo mi idea, me voy inspirando y, cuando me siento, me sale en diez minutos». Ahora tiene en la recámara otro libro, una novela. Hace una pausa, se vuelve a tapar las piernas y dice: «Bueno sí, la única vez que me sentí agobiada fue cuando trabajé fuera, en un bar. Anda que no había días de papas fritas y huevos. Muchos días», admite con una risa limpia, siempre mirando al presente.
«El pasado no tiene solución. No me agobio el día antes pensando en cómo solucionar mañana. Yo no programo, vivo el momento. Eres la que estás viviendo ahora», reflexiona tras contar que sufrió un ictus hace unos años. Ella cuidó a su madre, gustosamente, sin nada a cambio. Como todas las mujeres de su generación. «Y a quienes hemos cuidado hoy seguramente, por estas circunstancias de las que estamos hablando, nos espere una residencia». Eso también lo ha cambiado el tiempo. Estos tiempos. «La noria rumorea / con su amigo el caballo / el pobre le protesta / y se queja con su cargo. / Ella lo camela / y sigue con su rin-ran», continúa el primer poema. El campo, su tiempo, su habitación propia.
«Antiguamente tú carecías de todo y lo tenías todo».
Yo también nací en un pequeño pueblo y más o menos por su época y puedo corroborar como cierto lo que explica Encarna.
GRACIAS Encarna, por tu testimonio vital, emocional… y gracias igualmente a Olivia por ser la correa de transmision…
Se agradece un soplo de aire fresco entre esta bruma de mediocridad y vacio existencial.