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Soberanía y poder corporativo
"Las elecciones al Parlamento Europeo ofrecen una inmejorable oportunidad para situar en el centro de la reflexión y la acción política los grupos y los intereses corporativos".
Estamos ante un asunto fundamental que, casi siempre, se centra en las implicaciones de pertenecer a la Unión Económica y Monetaria. En efecto, renunciar a la moneda propia supone que los gobiernos renuncian, asimismo, a instrumentos centrales de la política económica. El manejo de los tipos de interés y de los tipos de cambio pasan a ser ejercido por el Banco Central Europeo; y la política presupuestaria queda, también, sometida a importantes restricciones, tanto en materia de déficit como de deuda pública.
Cabría suponer, en consecuencia, que el abandono o la ruptura de la zona euro implicaría, por definición, la recuperación por parte de los gobiernos de la soberanía cedida cuando deciden ingresar en la misma. Las tres herramientas de política económica que acabo de mencionar -monetaria, cambiaria y presupuestaria- podrían ser utilizadas, al menos en teoría, al servicio de una estrategia económica nacional en beneficio de las mayorías sociales.
No entraré en estas breves líneas en los costes o beneficios derivados de salir o permanecer en la zona euro; tampoco discutiré las ventajas o inconvenientes de permanecer en la misma. Estamos en ambos casos ante cuestiones que no admiten simplificaciones, fundamentales en la definición de la Europa que queremos y de los escenarios que se abren en el proceso de construcción de ‘Otra Europa’.
Pero sí quisiera ampliar el foco del debate sobre la cesión o recuperación de la soberanía, en exceso sesgado hacia la esfera institucional, en mi opinión, de muy limitado alcance. Una perspectiva más amplia y necesaria debe apuntar, necesariamente, a los actores que dominan los mercados, la mano visible que los articula. Me refiero, más concretamente, a las grandes corporaciones. Un relato que visibilice este plano revela ángulos del debate sobre la cesión o recuperación de la soberanía complementarios y al mismo tiempo diferentes de los reveladas por una visión estrictamente institucional.
El poder económico de las grandes corporaciones, mano visible de los mercados realmente existentes, no ha dejado de aumentar en el mundo capitalista -y, por supuesto, tampoco en Europa y en la zona euro-; se expresa en el tamaño de las firmas y la colusión en sus estrategias, en su papel prominente en las cadenas globales de creación de valor, en el aumento de las fusiones y adquisiciones, en la presencia de los grandes accionistas en un sinfín de empresas y en las participaciones accionariales cruzadas.
Son grandes y cuentan con una gran influencia para condicionar el funcionamiento de las instituciones. Tan sólo hay que reparar en las legislaciones laborales favorables a los intereses del capital, la creciente desregulación de los mercados, los sistemas tributarios permisivos con los beneficios, los paraísos fiscales donde evadir el pago de impuestos, las regulaciones en materia de puertas giratorias y de actuación de los lobbies que facilitan la captura de las agendas públicas, y la privatización y mercantilización de espacios públicos.
Estamos claramente ante una problemática que no sólo es europea y no sólo es institucional. Se proyecta también a escala global y en las esferas estatal y local; el poder corporativo se articula en esos espacios. Me parece evidente que la salida del euro o su disolución no crean necesariamente mejores condiciones para abordarla; y, por supuesto, el mantenimiento del estatus quo -incluidas las proclamas a favor de un europeísmo tibio y confuso- solo sirve para apuntalarla.
Las elecciones al Parlamento Europeo ofrecen una inmejorable oportunidad para situar en el centro de la reflexión y la acción política los grupos y los intereses corporativos. Con propuestas que limiten el poder de las grandes empresas y de los directivos y accionistas que los controlan, sometiendo a una estricta regulación las puertas giratorias y el funcionamiento de los lobbies, aplicando una estricta regulación sobre la ingeniería fiscal realizada por las empresas transnacionales y promoviendo un potente polo público a partir de un presupuesto comunitario ambicioso. De esta manera, la ciudadanía recupera soberanía.
Fernando Luengo
Economista y miembro de la secretaría de Europa de Podemos
NOAM CHOMSKY, en una reciente entrevista:
Hace ya 40 años que el neoliberalismo, de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, asaltó el mundo. Y eso ha tenido un efecto. La concentración aguda de riqueza en manos privadas ha venido acompañada de una pérdida del poder de la población general. La gente se percibe menos representada y lleva una vida precaria con trabajos cada vez peores. El resultado es una mezcla de enfado, miedo y escapismo. Ya no se confía ni en los mismos hechos. Hay quien le llama populismo, pero en realidad es descrédito de las instituciones.
La desilusión con las estructuras institucionales ha conducido a un punto donde la gente ya no cree en los hechos. Si no confías en nadie, por qué tienes que confiar en los hechos. Si nadie hace nada por mí, por qué he de creer en nadie.