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Reivindicación e incertidumbre: vueltas a la cabeza para un balance de #2018M
"En un tiempos de identidades firmes, de divisiones del mundo en esquemas de “yo y los otros”, el feminismo lo impugna todo, pero no segregando en amigos y enemigos", defiende la autora.
Ahora que es tiempo de resúmenes y balances, todos los de este año señalan al feminismo. Ya es relato oficial: 2018 fue el año de las mujeres, entre las imágenes clave aparecen invariablemente las de nuestras movilizaciones, no hay listado de noticias que no incluya las revisiones que hemos hecho de nuestras vidas y la justicia que sigue sin hacerse de nuestras muertes.
Pero, ¿cuál es el balance de año que hace el feminismo, en un año en que todos los balances hablan de feminismo? O, mejor: ¿Cuál hacen, hacemos, cabe que hagamos las feministas?
En nuestros repasos personales de los últimos meses aparece que empezamos 2018 preparando campañas que ya lo auguraban como 2018M, pero con tanto convencimiento de la necesidad de intentarlo como incapacidad de imaginar hasta qué punto lo conseguiríamos. Lo acabamos cansadillas y orgullosas, algo preocupadas, un poco menos inocentes. Entre las imágenes que salen en nuestros resúmenes mentales aparecen muchas asambleas, muchos grupos de Whatsapp, una mani gigante (y entonces, lagrimón). Aparecen un bucle de sentencias que cabrean y más asesinatos pese a mejores diagnósticos. Aparece Ana Botín diciéndose feminista. Aparecen el fascismo y la presión de todos los ojos que afirman que la alternativa está en nuestras manos.
Hago este repaso de la mano de Monstruas y centauras, de Marta Sanz (Anagrama, 2018). Porque es un libro que consiste precisamente en eso: en intentar leer este año. Sus páginas reviven escenas que muchas podemos hacer nuestras. Un día de huelga y calle en el que se unen mujeres reales e imaginarias, pasadas y presentes. El modo en que se van recordando (y resignificando) “pequeñas anécdotas, privadas y vergonzosas, con grandes repercusiones psíquicas y sociales”. Las reflexiones sobre nosotras mismas que supusieron el #MeToo y la carta con la que las francesas respondieron al #MeToo: todas esas preguntas sobre la libertad, la clase y el poder. Las polémicas sobre la palabra portavozas o el libro de Lolita, tantas dudas que hemos ido masticando.
A partir de esas vivencias, de esos recuerdos personales y colectivos al tiempo, Marta Sanz reflexiona, trata de ordenar. Y lo hace poniéndose en diálogo, leyendo a la vez los libros y la realidad. Hila de nuevo el modo en que muchas hemos transitado lo que pasó, y también lo que nos llegó en palabras de otras. Charla, como charlamos tantas en estos meses, desde nuestros sofás, con Virginie Despentes, Anna Freixas, Marina Garcés. En un ejercicio de transparencia, comparte el modo en que se ha ido configurando lo que piensa. Es por eso también por lo que este me parece un libro idóneo para acompañar el balance de un año intenso. Después de un momento de enorme toma colectiva de conciencia, necesitamos alimento para las preguntas que se abren. Hay que pegarse a lo que ocurre: si para el movimiento este es el momento de fortalecerse en términos de organización; la teoría tiene la responsabilidad de acompañar. Tenemos muchas cosas que pensar.
Dice Marta que se puede escribir desde la incertidumbre, o escribir desde la vindicación. Ambas opciones tienen su momento y su potencia; pero una de las cosas interesantes del pensamiento feminista es, precisamente, la posibilidad de escribir desde la incertidumbre. “Son hermosos los discursos ambivalentes que valoran una posibilidad y su contraria”, apunta, para proponer “la experimentación lingüística con el reverso del mansplaining”. Necesitamos confiar en la legitimidad del andar dudando, de ese no-saber que se abre a las posibilidades y al encuentro.
Sin embargo, no es fácil. No solo arrastramos una inercia de siglos en los que el lenguaje del poder es necesariamente afirmativo; además, habitamos un tiempo de certezas: “La época del fin de los argumentos racionales, la época en que casi todo el mundo –mujeres, hombres, trans– ponemos los cojones/ovarios/gónadas encima de la mesa”. También en el feminismo se cuela esa lógica: en el balance del año aparecen asimismo salen polémicas que se nos han vuelto feas, dolores y daños. Tenemos entre manos algunas disputas difíciles en las que nos cala el tiempo de las certezas. Ante eso, dice Marta: “Temo que la fortaleza del discurso esconda un cristal delicado (…) Temo entrar, y me rebelo contra ello, en una competición de feminismos”.
Más o menos al mismo tiempo que Monstruas y centauras, llegó a nuestras vidas “La Purga”, el tema en que las raperas Tribade nos dan la banda sonora perfecta para esa parte del balance. Marta recuerda una experiencia que se parece mucho a la suerte de tribunal de la Inquisición con el que el videoclip señala a esas lógicas que también salen –si no nos hacemos trampa– en el repaso de 2018: conversas que lo tienen todo claro, históricas que custodian el castillo. “La confesión de prejuicios me defenestró”, cuenta Marta de su propio proceso de linchamiento en redes: “Sentí que muchas cosas –reputaciones, trabajos, vínculos– se podrían quebrar en un instante”. “Traidoras, no hay piedad”, canta Tribade: “Apunta a la nueva y no al que dispara”.
“La Purga” nos viene bien también para la parte íntima del balance del año, para el recuento de cada una. A ver quién es la que puede tirar la primera piedra sin unirse al tarareo: “Yo te creo hermana, yo también he agredido / Yo también he sido invasiva, eh / He aceptado mi rol de poder y me he venido arriba / He traspasado límites: el cuerpo, la psique / Hice sentir incómodas a hermanas con palique / He dejado tiradas a mis compas en las malas / Me he excusado en mi necesidad de libertad / He soltado palabras que han herido como balas / Me he quedado callada cuando hablar era justicia”.
En un tiempos de identidades firmes, de divisiones del mundo en esquemas de “yo y los otros”, el feminismo lo impugna todo, pero no segregando en amigos y enemigos. No señala al otro: señala a un sistema que estructura lo social pero que también nos atraviesa. “En lo más profundo del occipucio se esconde un hombrecito que da órdenes y cuenta el dinero”, reconoce Marta: mientras damos la batalla exterior, sabemos que la procesión más difícil va por dentro.
En mi balance –interanual, permanente, en este caso– me obsesiona que seamos capaces de generar referentes con fisuras. “No soy una víctima, pero tampoco tengo que ir todo el día dándomelas de fuerte”, escribe Marta Sanz. Ya sabemos los problemas que arrastran a medio plazo las super-women. Si no ponemos sobre la mesa las contradicciones, los dolores, el modelo no sirve. Nuestras certezas, nuestras imágenes de fortaleza, excluyen. Si no decimos lo que es difícil, quien venga detrás y nos tome como modelo, no sabrá que esa dificultad es posible, es normal: no sabrá que se vale equivocarse. “Interpélame / pero amorosamente / Nadie nace feminista / Nadie nace consciente”, repite Tribade en los altavoces.
Por eso, en mi balance personal considero profundamente necesario recordar de vez en cuando lo mucho que tardé yo en enterarme de las cosas. Recordar que, por supuesto, yo también escribí versiones del “sin ti no soy nada”. Ahora las releo y me sonrojo, pero así es como aprendemos. Creo que si los debates sobre el “sujeto del feminismo” se han vuelto tan virulentos en los últimos meses es porque apuntan a lo más radical del asunto: a que feminismo solo puede significar que quepamos todas. Sin mandarinatos. A lo mejor ese es el balance del año: una suerte de intuición colectiva de que el feminismo solo puede ser lo que se logre ir haciendo mientras deshilamos preguntas; lo que pasa mientras nos vamos enterando. Porque, al fin y al cabo “irse enterando es” –escribe la poeta Carmen Camacho– “ir estando más entera”.
En el balance de libros leídos y por leer he caído en que mi mesita de pendientes acumula unos cuantos que tienen un elemento en común: hablar desde la vulnerabilidad y la contradicción. Ahí está Sita, en el que Kate Millet, la autora que nos enseñó a pensar políticamente la libertad sexual, hace autobiografía de su dependencia amorosa, porque sigo identificándome en sus páginas. Ahí están Tienes derecho a permanecer gorda, de Virginie Tovar, y Hambre, de Roxanne Gay, porque sigo dedicándole a los insultos ante el espejo un tiempo y una energía desproporcionados. Ahí está No te pongas nerviosa, de Jone Martínez Palacios, porque sigo pensando que no merezco estar en casi ningún lugar al que me llaman. “Que para cagarla sobra tiempo, me pongo en la lista / Bájame del pedestal, soy mala feminista”, me ayudan a gritar los altavoces, igual que esos libros.
“Vindico, por lo tanto” –escribe Marta, como si además de en el balance quisiera ayudar en los propósitos–, “también contra mi desidia, mi comodidad, mi conformidad. Mis resortes innatos, mis conocimientos adquiridos, mi aprendizaje consciente”.
Feliz 2019, feministas. Que nos pille pensando en alto. Que sepamos ser referentes en construcción, aprendices desorientadas. Que sepamos desconfiar de las certezas propias y ajenas, ponernos en diálogo con la reflexión de las demás y con lo que ocurre mientras tanto. Que sigamos caminando “del bracete”, como dice Marta: intentando no dejarnos atrás.
Todo lo demás es mundo viejo.
Que duda cabe que la involución de la mujer empezó con el golpe de estado del 36 y ya no te cuento desde que sus representantes (PP) ganaron la mayoría absoluta en 2011.
ESPAÑA 1953. GUIA DE LA BUENA ESPOSA.
http://elpolvorin.over-blog.es/article-espa-a-la-mujer-ideal-en-1953-60293010.html
Las mujeres republicanas si que son un ejemplo de la mujer independiente.
«Uno de los grandes logros de la II República española fue extender la participación de la mujer en la vida pública. No era nuevo, pues las mujeres habían tenido una vinculación importante con el movimiento obrero y con las luchas civiles en España. También su lucha por el difícil acceso a la educación. Ejemplo de mujeres como Teresa Claramunt, María Cambrils, Soledad Gustavo, Emilia Pardo Bazán, Carmen de Burgos ‘Colombine’, etc.
Es imposible entender lo que sucedió en la República sin contar con la lucha anterior que, como dice la historiadora Laura Vicente, hay que colocarlo en un ciclo de 100 años, desde la llegada de las primeras ideas del socialismo utópico a España. Unas luchas y unos principios que iban mucho más allá que la mera petición del voto femenino. Un capítulo importante y casi oculto en la historia de España que merece la pena repasar. La lucha de la mujer por el acceso a la educación y a la alfabetización, por su autonomía e independencia en una sociedad pacata y dominada por el catolicismo, por su independencia económica y laboral, por su derecho a la maternidad consciente, al acceso a los métodos anticonceptivos… Unos 100 años que dieron para mucho.
Sin embargo, la República articuló un importante debate alrededor de los derechos de las mujeres y muchas de sus reivindicaciones se vieron satisfechas.
Sin duda alguna la Segunda República convirtió a la mujer en protagonista, tras años de lucha por la conquista de sus derechos. En todos los ámbitos de la vida las mujeres fueron ocupando el lugar que les correspondía. Su acceso al mundo político, su papel protagonista y dinamizador en la luchas sociales, sus conquistas laborales y legales, convierten a la Segunda República en el régimen que posibilitó el protagonismo de la mujer y el desarrollo del feminismo. El franquismo se encargo a partir de 1939, y durante casi cuarenta años, de sepultarlo por medio de los paredones de ejecución, la cárcel, la represión y el exilio.
https://www.diagonalperiodico.net/saberes/30039-la-mujer-y-la-ii-republica.html
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