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Tahar Ben Jelloun: “No estamos a salvo de una dictadura fascista”
El escritor marroquí presenta ‘El castigo’, un relato autobiográfico de la represión durante el reinado de Hassan II.
Resulta esclarecedora la importancia que tienen los encierros en la obra de Tahar Ben Jelloun. Sus personajes tienden a la soledad para sanarse y explicarse a sí mismos. Ocurría en ‘El niño de arena’ (1985), un poético estudio de género sobre una niña que es travestida y educada como un chico porque su padre, que ya tiene otras siete hijas, no quiere más mujeres en la familia (con la segunda parte, ‘La noche sagrada’, ganaría el premio Goncourt en 1987). Ocurría también en ‘Día de silencio en Tánger’ (1990), el retrato de un viejo recluido en su habitación que repasa su pasado con amargura, pues ya no le queda tiempo para enmendar sus errores. Le ocurre a varios personajes de ‘Partir’ (2006), que corren a esconderse para estar solos, para huir de una realidad que los martiriza, tanto en Marruecos (por la pobreza y las convenciones sociales) como en España (por el racismo, el desprecio y la condescendencia con la que son usados como trabajadores de saldo o como juguetes sexuales).
Durante 50 años, Ben Jelloun (Fez, 1944) guardó dentro de sí una experiencia que le marcaría de manera terrible: los 19 meses que pasó en un campamento militar de reeducación por haber participado en 1965 en una manifestación pacífica contra el régimen del rey Hassan II. Ahora cuenta aquel suplicio en el libro ‘El castigo’ (editado por Cabaret Voltaire y traducido por la gran Malika Embarek López, premio Nacional de Traducción en 2017), una crónica terrorífica de esos años de plomo que, en su caso, lo forzaron a emigrar a Francia. “Aprendí a relativizar mi drama porque yo tenía amigos que lo pasaron peor, que estuvieron en prisión ocho o diez años y que fueron torturados”, cuenta el autor a La Marea. “Entendí que aquel Marruecos no respetaba en absoluto al ser humano. Un marroquí era simplemente un súbdito del rey y no podía abrir la boca. Yo no me sentía capaz de resistir en aquel sistema, que era tan poderoso y tan violento. Y en cuanto tuve la ocasión de marcharme, me fui”.
Hay algo de monacal, o de sufí, para ser más exactos, en el carácter reflexivo de Ben Jelloun, un autor que se ha volcado en los grandes temas de sus dos países (Marruecos y Francia) y de su tiempo. “Ese es, forzosamente, el papel de la literatura. También se pueden escribir cosas bonitas e insignificantes, claro, pero yo soy incapaz. Estoy más cerca de los autores latinoamericanos, que siempre han escrito sobre cosas muy graves que ocurrían en sus países: Benedetti, García Márquez, Carlos Fuentes, Sábato… Esa generación representaba muy bien lo que decía Balzac que debía ser un escritor: alguien que azota a la sociedad, que escarba para sacar a la luz sus problemas y denunciarlos”. Sus personajes de ficción transitan por esa senda y los títulos de sus ensayos son ya lo suficientemente elocuentes: ‘Papá, ¿qué es el racismo?’ (2000), ‘El Islam explicado a nuestros hijos’ (2002), ‘Le Terrorisme expliqué à nos enfants’ (2016)… “Cuando uno viene de un país como Marruecos, honestamente, no puede divertirse escribiendo libritos simpáticos. La gente quiere ver en el escritor a alguien que exprese sus aspiraciones y su indignación. Cuando acudo allí a algún encuentro literario, el público está enfadado y considera que el escritor es un portavoz, alguien que habla en su lugar. Con los cantantes o los pintores no son tan exigentes”.
Hay un personaje turco en su novela ‘Partir’ que le dice a su novia marroquí: “Estoy seguro de que el haber salido de nuestros respectivos países nos ha permitido ser nosotros mismos”. ¿Usted se ha sentido así?
Es difícil responder a eso porque entonces se trataba sobre todo de una cuestión de supervivencia. En 1971 yo era profesor de filosofía en Casablanca y nos pasamos un curso prácticamente sin dar clase, protestando contra la policía que irrumpía en el instituto para pegar y detener a los alumnos. Recuerdo a un jefe de estudios del colegio Mohamed V que era un verdadero cabrón. Era él el que llamaba a la policía. ¡Y había ido a la universidad conmigo, además! Yo me decía: “¿Pero en qué país vivimos?”. Un instituto es algo sagrado, la policía no puede entrar allí con porras para golpear a adolescentes de 14 años. Fue muy duro ver eso. El ambiente era horrible. La paga, insignificante. Y yo estaba muy mal considerado en un sistema como aquel, que despreciaba la inteligencia.
La mayoría de intelectuales europeos ha coqueteado con el Partido Comunista en algún momento. Supongo que usted también lo haría con el movimiento Ilal Amam…
Ilal Amam nació tras la represión del 23 de marzo de 1965, en la que hubo muchos estudiantes que fueron detenidos y torturados. Fue entonces cuando surgió aquel movimiento marxista-leninista, aunque, para ser sincero, nadie sabía muy bien qué era eso del marxismo-leninismo. En cualquier caso, el régimen lo persiguió y lo reprimió de una forma atroz. Paradójicamente, algunos de los represaliados están hoy en el poder.
Entre los resistentes hasta el final está su amigo Abdellatif Laâbi, al que usted promovió para el premio Goncourt de poesía, que se le concedió 2009.
El caso de Laâbi es diferente. Somos muy amigos desde hace mucho tiempo. Él me dio la primera oportunidad de publicar en la revista ‘Souffles’. Pero el comunista de verdad, de toda la vida, era Abraham Serfaty [otro histórico de Ilal Amam: pasó 17 años en la cárcel y se le retiró la nacionalidad, luego restituida por Mohamed VI, por defender la autodeterminación del pueblo saharaui]. Serfaty iba más lejos que el propio Partido Comunista y acabó rompiendo con él para acercarse al maoísmo. Serfaty y Laâbi le dieron un giro a la revista, que inicialmente era de poesía y de investigación intelectual, para transformarla en un manifiesto de extrema izquierda. Casi todos los demás dejamos la revista porque allí no teníamos nada que hacer. Pero ellos continuaron y pagaron un precio muy alto. Laâbi pasó ocho años en prisión. Y lo único que hacían era hablar. Todo era teórico. No había armas, no había un grupo organizado. Pero se les consideró gente peligrosa para el país y fueron encarcelados de forma ilegal y escandalosa. El régimen de Hassan II fue implacable con la oposición. No tenía piedad.
Años de plomo
Ben Jelloun no puede olvidar la pesadilla de los años de plomo. La violencia lo impregnaba todo. Inicialmente, el padre del actual rey de Marruecos se apoyó en el estamento militar para erradicar cualquier tipo de activismo democrático. Su hombre fuerte era el general Mohamed Ufkir, fogueado en el ejército colonial francés y condecorado con la Legión de Honor. Se decía que en Indochina se hizo un experto en las más sofisticadas formas de tortura. Sus esbirros fueron los encargados de represaliar a Ben Jelloun y a otros 93 estudiantes en 1966. Los sometieron a una salvaje instrucción militar. Algunos murieron a causa de las enfermedades (comían muy poco y los alimentos estaban en mal estado), los castigos físicos y las maniobras con fuego real. Curiosamente, los guardianes de aquel siniestro campamento militar participaron en un intento de golpe de Estado contra el rey en 1971 y fueron eliminados. La misma suerte correría Ufkir un año después. La represión, sin embargo, continuaría sin piedad hasta la muerte de Hassan II en 1999. El saldo de encarcelados, torturados, exiliados y desaparecidos es incontable. La cifra de muertos, según la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, supera los 3.000.
Usted recordará cómo se llamaban entre ellos el rey Hassan y el rey Juan Carlos: “Hermano mayor y hermano menor”.
Pero hay una diferencia: Juan Carlos no participó de la represión.
No, pero acabó siendo jefe de Estado gracias a Franco.
Pero no gobernó. Hassan, sí. Él lo decidía todo. No se podía mover un dedo sin la autorización de palacio. Juan Carlos, en cambio, paró un golpe militar. No tiene las manos manchadas de sangre como Hassan. Incluso aunque estuviera inicialmente relacionado con un dictador como Franco, no son comparables.
En su novela ‘Partir’ usted destacaba una de las frases tristemente más famosas del presidente Aznar. Su gobierno drogó a unos inmigrantes subsaharianos, los metió en un avión para repatriarlos, y él zanjó la cuestión diciendo: “Teníamos un problema y lo hemos solucionado”. Hoy sus herederos políticos, Casado, Rivera y Abascal, encabezan un movimiento derechista en auge, muy poderoso y con muchos puntos en común con el Frente Nacional francés.
El Frente Nacional tiene una historia particular. Se inicia con los repatriados franceses de Argelia que participaron en la guerra. Siempre ha sido alérgico a todo lo árabe y lo musulmán. Es un partido básicamente racista. Creo que VOX es más bien un movimiento populista que participa de una corriente emergente en Europa: Austria, Alemania, Polonia, Italia… En mi opinión, VOX se parece más a la Lega de Salvini, que se apoya en el miedo, en el repliegue nacional y en cargar la culpa de todos los males a los extranjeros. Esto está ocurriendo en todo el mundo y se inicia con el fenómeno tragicómico de Trump. Su primera víctima ha sido Brasil. No estamos a salvo de una dictadura fascista básicamente porque la democracia es una cultura, no sólo un sistema de gobierno, y esta cultura está amenazada. VOX o el Frente Nacional usarán la democracia para llegar al poder y una vez allí, la aplastarán.
El año pasado, el caso de la violación de una muchacha en un autobús de Casablanca conmocionó al mundo entero y colocó el tema de la mujer en el centro del debate en su país. ¿Cree que hay una regresión del lugar de la mujer en el espacio público marroquí?
Persisten los problemas pero no hay una regresión. Se ha aprobado una ley contra el acoso sexual en la calle y en el trabajo. Hay cada vez más manifestaciones públicas contra la violencia ejercida sobre las mujeres, y eso es gracias a las redes sociales, que en este ámbito son muy positivas. La sociedad civil se ha movilizado. Ha habido una evolución, eso es seguro. Pero el gran problema de Marruecos es la mentalidad, que no va tan rápido como la sociedad civil. La mentalidad es muy, muy hipócrita. Muy tradicionalista. Lamentablemente, muchos hombres no quieren que nada se mueva. Tienen miedo. Pero estamos mucho mejor que hace 20 años.
Marruecos hoy es un país en el que se habla de política abiertamente. Sólo hay un tema que es absolutamente intocable: el Sáhara.
¡Pero eso es normal! Tenga en cuenta que hablamos de la integridad territorial de una nación. Ningún ciudadano puede aceptar que su país sea privado de una parte. Sobre todo cuando hay otro país, Argelia, que se esconde tras el llamado movimiento de liberación y lo sostiene. Esa es una estafa histórica que ningún marroquí puede aceptar. Ni siquiera yo, que jamás he sentido ese nervio patriótico y nacionalista.
Juán Carlos paró un golpe militar, ja, ja, ja…
Y el atentado de las Torres Gemelas fué obra de los yihadistas, ja, ja, ja…
Y la Transición española fué ejemplar, acabó con la impunidad de los genocidas franquistas, cuando a día de hoy más de cien mil luchadores que defendían la legalidad, los derechos y las libertades del pueblo siguen esperando Verdad, Justicia y Reparación en las cunetas y ahora tenemos una democracia asentada en la verdad, en la honestidad y en la justicia, ja, ja, ja…
pero ¿por dónde te informas Tahar Ben Jelloun?.
LA DEMOCRACIA ES UNA CULTURA, aquí te tengo que dar toda la razón. Sin cultura no hay democracia.
Tampoco puedo darte la razón sobre el tema del Sáhara. Creo que hablas como marroquí más que imparcialmente.
«Resulta incomprensible que el régimen marroquí haya construido un Muro de 2.700 kilómetros para no dejar pasar a un solo saharaui (¡en su propia tierra!) y, sin embargo, sea incapaz de cortar de raíz la salida de pateras desde Nador u otras localidades marroquíes, evitando con ello tanta muerte de inocentes. Asimismo, los ingentes recursos –incluyendo su Ejército y otras fuerzas de ocupación- que utiliza para controlar ilegalmente los territorios ocupados del Sáhara Occidental y dividir e incomunicar al pueblo saharaui, podría emplearlos mejor para educar al pueblo marroquí y dar un empleo digno a sus jóvenes, de manera que no se vieran obligados (y alentados) a intentar alcanzar las costas españolas o perecer en el intento. Es una política criminal, sin paliativos, que requiere la denuncia y la condena públicas.
Todos sabemos que la inmigración es un problema complejo para el que se requieren diagnósticos y soluciones serias y globales, no paños calientes ni simples medidas cortoplacistas o electoralistas. Pero lo que resulta intolerable, y hay que decirlo bien alto, es la criminalidad encubierta del permanente chantaje marroquí. Que a los vigilantes del Makhzen se les puedan “escapar” una o dos pateras, cabe admitirlo, aunque sea con reticencia. Pero que, con los recursos tecnológicos de que dispone el régimen alauita (incluidos dos satélites propios), haya una sistemática avalancha cotidiana, desde puntos bien concretos de sus costas, de embarcaciones abarrotadas de personas, solo pone de manifiesto las aviesas intenciones chantajistas de ese régimen, cuya finalidad es presionar a España y a Europa para que cedan a sus irredentas pretensiones de anexionarse ilegal e ilegítimamente el territorio no autónomo del Sáhara Occidental y consientan su impunidad frente a la violación flagrante de la legalidad internacional.
http://canarias-semanal.org/art/24197/impunidad-intolerable