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Manifiesto en defensa del Laicismo y la Libertad de Conciencia
"Algunos, los autoritarios -por llamarlos de alguna forma-, actúan claramente de forma frontal, directa, indisimulada, manifestándose como ideológicamente opuestos", reflexiona el autor.
Associació Valenciana d’Atees i Lliurepensadores (AVALL) // En esta repetición de tiempos convulsos que nos toca vivir, donde la variedad de organizaciones, objetivos, tácticas, estrategias y proyectos personalistas suponen un obstáculo para formar un bloque común frente a tanto oscurantismo, tanta arrogancia, tanta superchería elevada al grado de sagrada, tanta dejadez de responsabilidades de quienes pudiendo hacer no hacen, pocas personas consiguen aunar tantas y tan variadas voluntades como el maestro Gaietà Ripoll, asesinado el 31 de julio de 1826 en la horca por promover la enseñanza laica, en plena Década Ominosa en que se instauró una despiadada censura, se cercenaron libertades, se manipularon programas de estudios y se impuso el absolutismo.
No hemos avanzado mucho si tenemos en cuenta que, aun siendo el maestro Ripoll deísta (o sea, que creía en la existencia de dios, pero negaba su intervención en los asuntos humanos, no admitía revelaciones ni la práctica de los cultos), fue condenado por hereje y por masón. Cualquier excusa servía para intentar atajar el mínimo atisbo de libertad de conciencia, de pensamiento o de religión.
No se atrevieron a quemarlo, al igual que hoy ya no queman a nadie, pero no por ello las fuerzas del oscurantismo han dejado de conseguir sus objetivos: Que la Libertad de Conciencia sea, hoy en día, un tema menor, un derecho olvidado, un camino que la ciudadanía desconoce y en consecuencia, un derecho que a la mayoría de la clase política no le importa ni le interesa poner en el sitio que merece.
Estaremos haciendo un flaco favor a la causa de la Libertad de Conciencia si actos como este se limitan al homenaje personal, a ensalzar a la persona sin más. Por el contrario, después de 192 años, la figura del maestro Ripoll, con la excusa del homenaje, nos debe empujar a conseguir que la idea de la Libertad de Conciencia no muera por desconocimiento general y por ausencia de voluntad política. Después de 192 años, seguimos necesitando la presencia y ayuda de personas como el maestro Ripoll para que la Libertad de Conciencia y el librepensamiento sean consideradas herramientas válidas para el progreso social. Y seguimos necesitando de esta clase de personas porque, al igual que ellos en su época, nos encontramos con poderosas fuerzas reaccionarias ejerciendo una fuerte oposición.
Algunos, los autoritarios -por llamarlos de alguna forma-, actúan claramente de forma frontal, directa, indisimulada, manifestándose como ideológicamente opuestos. Existen otros, llamaríamos conservadores, a los que es más difícil detectar, pues muchas veces guardan las formas, pero que también se resisten a todo cambio. Pero, además, debemos cuidarnos de los elitistas, que pretenden un librepensamiento sólo para grupos reducidos al margen de la ciudadanía, y finalmente, cómo no, los indiferentes, que sin oponerse directamente, descalifican esta lucha por la libertad de conciencia como superficial o innecesaria.
Con la ayuda de personajes como Ripoll, pero también de Miguel Servet (1553), Giordano Bruno (1600), Margarida Borrás (1640), y tantos otros, deberíamos conseguir que el Día de la Libertad de Conciencia, fuese un día simbólico para toda la ciudadanía y, para ello, animamos, pedimos, imploramos a todas las organizaciones que luchan, que comparten o que simplemente apoyan estos objetivos del laicismo, a que sigamos la senda que nos marcaron para poder visibilizar nuestras reivindicaciones, hasta conseguir la vigencia de este derecho fundamental a la Libertad Conciencia.
En el reconocimiento de esta causa común de la Libertad de Conciencia, con todas las implicaciones legales y sociales que conllevaría, deberíamos recorrer un camino común las asociaciones laicistas, de ateos y agnósticos, grupos feministas y de varones anti patriarcales, comunidad LGTBIQ, partidos políticos, sindicatos, asociaciones de vecinas, comités pro derechos humanos, etc., aunque sólo fuera por un tiempo determinado, aparcando las diferencias en otros campos en pos de una meta tan importante como la Laicidad y Libertad de Conciencia, sinónimo de espíritus críticos, de igualdad de oportunidades, de idénticos derechos y obligaciones para toda la ciudadanía y de eliminación de cualquier tipo de privilegio.
Dejar este tema en manos de unas pocas asociaciones, voluntariosas pero de alcance limitado, supone echar a perder la posibilidad de contrastar toda una diversidad de estrategias y fomentar el ser un blanco único y fácilmente identificable para los sectores reaccionarios y oscurantistas que tan envalentonados se muestran últimamente.
Tenemos cerca los ejemplos del maestro Ripoll y de Margarida Borrás para comprender que si de sucesos o acontecimientos pasados no somos capaces de sacar unas enseñanzas, de desmenuzar las estrategias que se usaron, de ver quiénes apoyaron o se opusieron cuando esos mismos hechos acaezcan de nuevo, seremos incapaces de afrontarlos con entereza y garantías de que no se repitan.
¡¡Viva la Libertad de Conciencia!! ¡¡Viva el Librepensamiento!! ¡¡Viva la Laicidad !!
En cuanto a la definición de laicismo, quedémonos aquí con la que dió Gonzalo Puente Ojea, de quien el próximo 10 de enero se cumplen dos años de su muerte (coincidente con el natalicio de Manuel Azaña, en 1880) y quien fuera presidente honorario de Europa Laica, siempre seguiremos echando de menos su compromiso y su clarividencia:
“El laicismo es el laicismo, a secas. No persigue a la religión, la sitúa en el ámbito de la privacidad, en el fuero interno de las conciencias. Y es solo así como la protege”.
…Hoy día muy poca gente en España sabe qué cosa es el laicismo o la laicidad, palabras que no aparecen en ningún momento en la Constitución. Los centros educativos públicos, sobre todo los de educación infantil y primaria (no digamos ya los privados), se asemejan todavía en el 2019 en ocasiones a templos religiosos, plagados de estampitas, cuadros o figuras de santos y celebraciones religiosas que acogen a todo el centro. Basta con atender al nombre de muchos colegios e institutos públicos para darnos cuenta de hasta qué punto la vida religiosa (católica) impregna nuestros centros educativos. Tanto es así que cuando un alumno o alumna finaliza la ESO tiene más claro el misterio de la Santísima Trinidad que la evolución de las especies mediante la selección natural….
(Aniversario de la Constitución, 40 años sin libertad de conciencia)
https://www.elsaltodiario.com/constitucion/aniversario-constitucion–laicidad-religion-iglesia-estado
Desde AVALL me sumo al contenido de tu artículo. Los dogmas, la fe (que, por definición, es ciega) son una ayuda imprescindible para el sometimiento de los individuos y su libertad.
En España una de esas palabras invisibles es “laicidad”. Según algunas encuestas un porcentaje altísimo de españoles desconoce su existencia y, por supuesto, su significado. No es nada extraño. Yo misma doy fe de que habiendo pasado por todos los niveles de estudios académicos, y habiendo tenido todo tipo de asignaturas y materias, nunca jamás, desde el preescolar hasta la universidad, nadie me habló de lo que es el laicismo o la laicidad. No existe el laicismo para mucha gente desinformada, porque hay ámbitos que se ocupan muy bien de alentar esa desinformación.
Sin embargo, el laicismo es una realidad; incluso en España, donde la religión continúa marcando muchos tempos, tanto en política como en la sociedad.
Las diversas organizaciones laicistas españolas y organizaciones relacionadas con los derechos humanos han celebrado este día, 9 de diciembre, y la mejor manera de hacerlo ha sido reivindicando la laicidad y la derogación de los Acuerdos de 1979 del Estado con la Santa Sede (Concordato).
En la concentraión se leyó un comunicado en el que se denuncia, entre otras muchas cosas, el confesionalismo en las instituciones públicas españolas, la intromisión de las confesiones religiosas en la enseñanza, la financiación pública de las religiones y sus privilegios fiscales, la constante invasión de la simbología religiosa en los espacios públicos, la apropiación de bienes inmuebles de titularidad pública. Todas ellas “situaciones que impiden satisfacer derechos básicos amparados por la Declaración Universal de los Derechos Humanos”.
Es curioso y muy significativo que las religiones, que se autoerigen todas ellas como las poseedoras de la moral, sean las mayores oponentes y detractoras de los defensores de los Derechos Humanos. Quizás sea porque, como afirma con contundencia en una entrevista para la revista científica SINC el filósofo y científico Daniel Dennett, “la religión no es el motor de la moral, sino el freno que paraliza su desarrollo”.
Coral Bravo -Día internacional del laicismo y de la libertad de conciencia-