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Aznar y los desacomplejados
La llamada “contrarrevolución conservadora” sigue un guion y unas pautas similares en diferentes países.
Este artículo forma parte del dossier ‘Aznar y los desacomplejados’
Vuelven los grandes éxitos de los 90. La conferencia con motivo del 40º aniversario de la Constitución organizada por el diario El País y la Cadena SER a mediados del pasado septiembre reunió a Felipe González y a José María Aznar, los dos expresidentes que protagonizaron algunos de los enfrentamientos más duros en la historia reciente del país. Esta vez, sin embargo, en el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, donde se celebró el evento, se produjo un intercambio sorprendentemente relajado con los papeles invertidos. Durante la mayor parte de la charla, González hablaba con mirada seria, sin atisbo de su famosa campechanía y sentido del humor. Aznar, por el contrario, no paraba de hacer bromas. “Él habla más que yo. Prefiero que conteste él”, dijo el conservador, con su característica risita entrecortada, a una pregunta formulada por la moderadora, la directora del diario de Prisa, Soledad Gallego-Díaz. El intercambio de opiniones entre los dos mandatarios que más tiempo han gobernado España dejaba una imagen inequívoca. Allí había un antiguo líder algo amargado cuya influencia en su partido ha tocado fondo con la inesperada llegada al poder de Pedro Sánchez, y otro eufórico porque acaba de volver a primera línea de la política en el Partido Popular de Pablo Casado.
Catorce años después de su agria despedida de La Moncloa tras los atentados del 11-M, José María Aznar ha regresado. En las últimas semanas ha dado varias conferencias y acaba de publicar un nuevo libro, El futuro es hoy (Península). Hasta volvió a pisar el Congreso de los Diputados el 18 de septiembre con su memorable comparecencia en la comisión que investiga las finanzas irregulares del PP. En un tono soberbio y agresivo que recordaba al Aznar de siempre, protagonizó duros intercambios con los portavoces de los demás partidos, rechazando cualquier tipo de responsabilidad por la “caja B” del partido o la serie de exministros condenados por casos de corrupción. “Mis responsabilidades políticas como presidente del Gobierno me alejan completamente de la gestión económica del Partido Popular”, dijo. Y concluyó: “No tengo que pedir perdón por nada”.
Aznar, durante la conferencia con González y Gallego-Díaz, el pasado septiembre en Madrid. T. SCHÄFER
No pedir perdón –como canta Marta Sánchez en su particular versíón del himno– es la nueva banda sonora del centroderecha no solo en España, sino también en muchos otros países. Se trata de un nuevo conservadurismo que se presenta “sin complejos”. Su discurso es el mismo que reivindica el actual líder del PP, Pablo Casado. Tras la comparecencia de Aznar en el Congreso, el nuevo presidente, de 37 años, corrió a abrazar a su mentor, un gesto con el que le rehabilitaba en su partido.
“Hay que ensanchar la base electoral no dedicándote a disimular lo que eres, sino manifestando exactamente lo que eres, que es cuando el PP ha conseguido sus mayores triunfos”, afirmó un desacomplejado Aznar días antes del congreso de los populares de julio en el que Casado se impuso a la que en principio era la favorita para suceder a Mariano Rajoy, la entonces exvicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría.
Los “mayores triunfos”, sin embargo, tardaron en lograrse a pesar de que el PP de Aznar proyectaba una imagen nítidamente conservadora. Después de la victoria inesperadamente corta en 1996 y una primera legislatura que obligó a Aznar a pactar con los nacionalistas vascos, catalanes y canarios, en el año 2000 llegó su gran momento. El domingo 12 de marzo por la tarde, la calle Génova de Madrid rebosaba de una muchedumbre joven y alegre que esperaba que su líder se asomara al famoso balcón de la sede del PP, mientras los resultados daban la mayoría absoluta de su formación. Cuando el dj puso Sex bomb, el hit del veterano cantante galés Tom Jones, mucha gente del público, sobre todo chicas, alzaron el cartel electoral con el retrato de Aznar. Un político de provincias, sin carisma ni grandes dotes oratorias y discreto aspecto físico, se había convertido en un líder de masas. Aznar había conquistado España, pero aspiraba a más.
Un momento que marcó el clímax de su ascenso y el principio de la decadencia fue la cumbre europea de marzo de 2002 en Barcelona. Como España ostentaba la presidencia de turno de la UE, Aznar ejerció de anfitrión de los dirigentes europeos en la capital catalana. Un día antes del comienzo, concedió una entrevista a tres redactores del Financial Times, entre ellos el autor de este artículo. Al final de la parte on-the-record, en la que presumía básicamente de los logros económicos de su gobierno, Aznar aprovechó las vistas impresionantes desde la suite de su hotel para enseñar a los periodistas las joyas de la Ciudad Condal a sus pies. Cuando señaló el Estadio Camp Nou, le pregunté si pensaba acudir al partido de fútbol entre el FC Barcelona y su Real Madrid el sábado al terminar la cumbre. “No puedo. Tengo una cena con los sindicatos europeos. Todo por Europa”, respondió sin demasiada gracia. Poco después, al final de un discurso sobre la cumbre de Barcelona en el Parlamento Europeo, un micrófono abierto delató al presidente del Gobierno cuando dijo al secretario de Estado Ramón de Miguel “vaya coñazo que he soltado”.
Aznar se había propuesto marcar la agenda europea, y para impresionar a sus colegas de la UE se sacó de la manga una reforma laboral de corte muy liberal, con la eliminación del PER y un abaratamiento del despido. Meses después, el gobierno cedió ante la movilización de los sindicatos y retiró la mayor parte del decretazo. Desde aquel momento, se vio claro que prefería jugar en el escenario internacional. En junio de 2002, durante la cumbre del G-8 en Canadá, a la que pudo asistir como presidente de turno de la UE, se le vio feliz dejándose fotografiar junto al presidente de EEUU George W. Bush, ambos con los pies encima de la mesita alrededor de la cual se habían congregado varios líderes mundiales. Y el 5 de septiembre del mismo año celebró el bodorrio de su hija, Ana Aznar Botella, con el empresario Alejandro Agag en El Escorial, con 1.100 invitados, entre ellos los reyes, el primer ministro británico Tony Blair y el italiano Silvio Berlusconi, así como unos cuantos políticos y empresarios que acabarían en la cárcel por corrupción. De sex bomb, Aznar había pasado a rey sol –de hecho, su relación con el monarca Juan Carlos no pasaba de la formalidad estrictamente necesaria–.
La rectificación del decretazo laboral fue la última vez que Aznar se dejó impresionar y condicionar por la opinión pública. En 2003 ignoró el rechazo popular a la invasión de Iraq iniciada por su aliado Bush, y escenificó el apoyo del Gobierno español en la infame foto de las Azores. “La Cumbre de las Azores marcó el punto más alto de la relevancia internacional de España y tuvo importantes consecuencias”, recordaba en sus memorias.
Las consecuencias son de sobra conocidas. Tras la derrota del PP en las elecciones de 2004, Aznar mantuvo durante años su ascendente sobre el partido, básicamente a través de la fundación FAES, el think tank ultraliberal que presidía y sigue presidiendo, a la vez que se dedicaba a aumentar sus actividades en el sector privado a gran velocidad [ver páginas 18-19]. Pero con la apabullante victoria de su sucesor en 2011 empezó el declive de su poder en el PP, una situación que se convertiría en ruptura total cuando Aznar dejó de acudir a las reuniones de la ejecutiva y FAES se desvinculó del partido. Desde entonces, la fundación es su cuartel general, el lugar al que nos hemos tenido que dirigir para pedirle una entrevista y preguntar por su curriculum oficial. «La información que está en la web es la que hacemos pública» y «yo creo que es eso a lo que os tenéis que ceñir» son algunas de las respuestas que hemos obtenido de FAES.
Contra los populismos
Condenado al ostracismo en su tierra, cultivó entonces una intensa agenda internacional que en los últimos años ha perfilado su ideario de liberal-conservador y que encaja en la transformación del centroderecha en Europa y otras partes del mundo. La llamada “contrarrevolución conservadora” sigue un guion y unas pautas similares en diferentes países. Esta derecha moviliza a su público contra la amenaza que suponen los «populismos», de izquierda, se entiende. Como otros políticos europeos, Aznar se empeña con ferocidad contra el Gobierno venezolano y otros afines al chavismo. Por otra parte, apoya y se reúne con dirigentes de la derecha más dura de Latinoamérica, como el presidente chileno Sebastián Piñera, el uribista Iván Duque en Colombia o Mauricio Macri en Argentina. En una jornada en Buenos Aires en abril pasado, Aznar no ahorró elogios para su anfitrión: “El presidente Macri está devolviendo a Argentina el atractivo perdido tras años de populismo y aislamiento internacional. Hoy Argentina es un país más abierto y más estable”. Tres semanas después de aquellas palabras, Macri tuvo que acudir al Fondo Monetario Internacional para pedir ayuda ante el hundimiento de la economía de su país.
La contrarrevolución conservadora se centra en cuestiones identitarias, mientras mantiene la agenda económica ultraliberal de siempre. “La reconstrucción de los espacios políticos no será posible si se deja espacio a la antipolítica, si se desprecian las ideas o se cree que los ciudadanos solo responden a estímulos económicos”, dijo el expresidente durante la clausura del curso de verano de la FAES en Madrid en julio. Desde luego que los estímulos económicos que se proponen desde la izquierda le parecen de lo más equivocado. “El remedio inútil a los problemas que la izquierda siempre propone es más gasto y más impuestos, como si la economía que se alimenta del trabajo de todos fuera el sombrero del mago del que se puede sacar siempre más”, afirmó en la FAES.
Menos Estado y bajar impuestos vuelve a ser la consigna de esta nueva derecha desacomplejada, como el PP de Aznar y Casado, que considera que los giros hacia el centro y hasta posiciones socialdemócratas en los tiempos recientes han contribuido a la crisis del conservadurismo. Quien ya ha podido poner en práctica esta mezcla de conservadurismo identitario con recetas ultraliberales es Donald Trump. El presidente de EEUU impuso la mayor rebaja fiscal para las grandes empresas y está deshaciendo la regulación del sector financiero, a la vez que mantiene contento a buena parte de su electorado con ataques verbales contra la población migrante y la promesa de construir un muro en la frontera con México. No obstante, Aznar se desmarca del dirigentede la Casa Blanca –“no es mi estilo»– y le reprocha poner en peligro la tradicional alianza entre EEUU y Europa. El exmandatario español se considera un atlantista, a pesar de que su apoyo a la guerra de Bush, junto con Blair, provocó una grave división en el viejo continente. Lo mismo ocurre en el conflicto entre Israel y Palestina. Friends of Israel, una organización presidida por Aznar, su fundador ideológico, desde su creación en 2010 hasta el pasado septiembre, defiende la peligrosa decisión de Trump de trasladar la embajada de Washington de Tel Aviv a Jerusalén, en contra del criterio de casi todas las capitales europeas. Es una forma de entender el atlantismo.
Orbán y compañía
Aznar, con el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, en Budapest, en 2016. Gobierno de Hungría/Balázs Szecsödi.
Un punto clave en la movilización de la nueva derecha es la confrontación con aquellos partidos y movimientos que exigen reformas más profundas que un mero maquillaje del mercado liberal que rige en el mundo occidental. “Los únicos beneficiarios de la parálisis reformadora en Europa son y seguirán siendo los populistas, los antisistema, los que ven una oportunidad para destruir las libertades, socavar la sociedad civil, acabar con la limitación del poder y con el respeto a la iniciativa personal. Es decir acabar con las democracias liberales”, sentenció el presidente de la FAES en el curso de verano.
Obviamente, Aznar no se refería a Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría con quien se reunió en febrero pasado en Budapest y quien le condecoró con la Gran Cruz del Orden de Honor Húngaro. La deriva autoritaria de Orbán, su rechazo rotundo a la inmigración y la represión de medios críticos, entre otras cosas, han provocado una división en la familia conservadora europea, a la que todavía pertenece el partido del líder húngaro. Es una división que marca la diferencia entre los conservadores tradicionales y esta nueva derecha que se sonroja a la hora de respaldar a mandamases como Orbán o el ruso Vladímir Putin.
Entre los principales representantes de esta nueva derecha destacan el canciller de Austria, Sebastian Kurz, el líder de la ultraderechista Lega y ministro de Interior italiano, Matteo Salvini, y la Unión Socialcristiana (CSU), el cada vez más rebelde socio bávaro de la canciller alemana Angela Merkel. Esta división se hizo de nuevo visible en septiembre en la votación en el Parlamento Europeo sobre un informe que censura al gobierno de Hungría por sus gestos antidemocráticos. Los eurodiputados del PP se abstuvieron y tres de ellos incluso votaron en contra de darle un tirón de orejas a Orbán. Fue el primer gesto importante a nivel europeo del nuevo PP de Pablo Casado.
El apoyo sin complejo de los populares a Orbán no es la única lección que Casado ha aprendido de su mentor, del que fue jefe de gabinete entre 2009 y 2012. El pasado 22 de junio, en una jornada en Copenhague (Dinamarca), Aznar dijo que “la migración debería ser ya la prioridad en la agenda de cualquier líder político europeo”. Días después, Casado sorprendió con su advertencia de que “España no puede absorber millones de africanos que quieren venir a Europa”, sin decir en qué datos se basaba esa afirmación. «Y, como no es posible, tenemos que empezar a decirlo aunque sea políticamente incorrecto”, se defendió el nuevo líder popular.
Oponerse a lo “políticamente correcto” es esencial en el discurso de la contrarrevolución conservadora. La llegada de personas refugiadas y otras migrantes desde la orilla sur del Mediterráneo está alimentando las filas de la derecha y la ultraderecha en la mayor parte de Europa. Por fortuna, en España no figura entre las principales preocupaciones de la sociedad, según el CIS.
Claves identitarias
Si la migración es el catalizador para los miedos identitarios en Italia, Austria, Francia, Alemania, Hungría y otros países, en España el debate gira alrededor de las nacionalidades. El auge del independentismo en Cataluña es aprovechado por el centroderecha estatal que forman PP y Ciudadanos para presentarse ante el electorado como garantes de la unidad y con ello la identidad nacional de España. Ambos partidos rivalizan por conquistar la “España de las banderas y los balcones”, en las poéticas palabras de Casado. “Con los separatistas no hay nada que hablar”, zanjó Aznar recientemente. Lejos quedan aquellos años en que pactaba con los nacionalistas, hablaba catalán “en la intimidad” y se refería a ETA como el “Movimiento Vasco de Liberación”.
“De no corregir el rumbo, el PP parece enmarcarse ya dentro de esta nueva ola conservadora que está invadiendo todas las democracias desarrolladas. El PP podría elegir competir con Ciudadanos por la modernidad, pero, por ahora, ha preferido ganarle en tradicionalismo”, escribió Ignacio Urquizu, profesor de Sociología y diputado del PSOE, en El País. Guardando las distancias, la situación del PP permite ciertos paralelismos con lo que ocurre en la democracia cristiana de Merkel en Alemania. Aznar, Esperanza Aguirre y medios de la derecha se han pasado años arremetiendo contra Rajoy y su gobierno, al que siempre consideraron demasiado alejado de posiciones conservadoras. Igualmente, en Alemania, está creciendo el rechazo a Merkel dentro de sus propias filas. Muchos conservadores le acusan de haber movido la CDU demasiado hacia el centro, hasta el punto de comerle terreno a los socialdemócratas comprando sus recetas. La punta de lanza es la CSU de Baviera, que pretende mantener a raya a la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) con un discurso duro contra la inmigración. Uno de sus dirigentes, el exministro federal Alexander Dobrindt, provocó un debate público con un llamamiento a “la contrarrevolución burguesa-conservadora” contra el supuesto dominio de posiciones izquierdistas, que son en buena parte herencia del mayo del 68. En otras palabras, lo políticamente correcto. A modo de ejemplo, el repertorio argumental de la nueva derecha incluye críticas más o menos veladas a lo que ha bautizado como “ideología de género” y culpa de buena parte de los males de la sociedad actual.
Adiós al 68
El rechazo a los avances sociales en materia de igualdad o derechos de minorías son un componente fundamental en el éxito de la nueva derecha, como mostró el triunfo de Trump. El ataque a los movimientos que siguieron a Mayo del 68 y que sentaron la base para la modernización de la sociedad no son nuevos, tampoco para Casado. En 2008, como presidente de Nuevas Generaciones, el hoy presidente del partido organizó unas jornadas con el título Adiós al 68, en las que proclamó que “los jóvenes del PP no idolatran a asesinos como el Ché”. En un congreso de su formación, Casado dio la vuelta a un cartel con el número 68 para declararse miembro de la “generación del 89”, el año en que cayó el muro de Berlín y se derrumbó el comunismo en Europa del Este. “La operación contra el 68 se convierte así en un ejercicio de provocación, casi iconoclasta, que al arrumbar mitos respetados permite construir una línea constitutiva de un nuevo nosotros”, escriben Pablo Carmona, Beatriz García y Almudena Sánchez en Spanish Neocon (Traficantes de Sueños). Durante los años como vicesecretario de comunicación del PP, Casado era, junto con Andrea Levy y Javier Maroto, una de las caras jóvenes y supuestamente modernas y más abiertas que debían contrastar el auge de Ciudadanos. Sin embargo, con su triunfo en las primarias del PP, Casado ha recuperado su cara más radical.
“Mi legado fue un centroderecha totalmente unido y ahora no se puede decir eso”, dijo Aznar en una entrevista con Onda Cero a principios de julio. El expresidente, por supuesto, obvió que últimamente contribuía a esta desunión el ascenso de Ciudadanos. Cuando el fin de la era Rajoy parecía un evento muy remoto, Aznar coqueteó abiertamente con el líder de la formación naranja, Albert Rivera, a quien invitó al curso de verano de la FAES en 2017. “Ciudadanos tiene la primacía en el centroderecha político”, llegó a decir el expresidente del PP. Con la elección de Casado ahora tiene dos hijos políticos a los que quiere reconciliar. “La reconstrucción de un centroderecha nacional es indispensable para ver con confianza el futuro de España”, dijo en junio antes del congreso que coronó a Casado: “Si se estuviese dispuesto a ello, desde mi posición actual, y desde ninguna otra, contribuiría con mucho gusto para que los españoles puedan tener esa mayor garantía de estabilidad y de seguridad en el futuro”. Sin duda, José María Aznar ha vuelto y se ha asignado una misión.
Sí, han entrado esos mismos que salen con la bandera de España, cuando se manifiestan contra el matrimonio homosexual, contra los derechos y libertades de las mujeres a decidir, son los que dan a entender que España es Una, es Grande y es Libre, sí, esos xenófobos y machistas a los que nunca veo defendiendo con la bandera, ni a la cultura ni a la sanidad.
Son los mismos ideológicamente que hace 80 años dieron un golpe de Estado, que metieron en la cárcel, reprimieron, fusilaron y asesinaron, consiguiendo que España sea el segundo país del mundo con mayor número de desaparecidos y de muertos por el genocidio que supuso aquel golpe de estado a la democracia durante la II República.
Nohemos de olvidar a las miles de mujeres represaliadas, a los más de 30.000 bebés desaparecidos, a los más de 190.000 fusilados acabada la guerra, a los más de 114.000 desaparecidos que hay que sacar de las cunetas.
Ellos han conseguido crear un relato para engañarnos y hasta han conseguido que hablemos de guerra civil, de bandos, de guerra entre hermanos y no es cierto.
No hubo una contienda, lo que hubo fue un golpe de Estado antesala de una feroz represión y de 40 años de dictadura, no hemos de caer en la mentira de los dos bandos, pues ningún Estado democrático puede igualar a los asesinos con sus víctimas, pues no es lo mismo el torturador que el torturado, no es lo mismo la cultura y la educación que la violencia y el terror, no es lo mismo un dictador golpista que aquellos que fueron los legítimos defensores de la democracia y del orden constitucional.
Es una vergüenza que un país pueda llamarse democrático con tantos miles de muertos en las cunetas, y que no haya sido capaz de anular los juicios sumarísimos durante la dictadura, sin garantías ni respeto a los derechos humanos.
Por ello hemos de denunciar a esa prensa que es correa de transmisión de propaganda confundiendo a la población, creando un relato del odio y del miedo, por eso estoy preocupado.
“Érase una vez una cigarra que, enojada con la hormiga, votó por el insecticida”.
¡Jaén levántate brava!
Sobre tus piedras lunares,
No vayas a ser esclava,
Con todos tus olivares
Andaluces, ……..
https://salamancartvaldia.es/not/195922/levantate-brava/