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Isabel Martín: “Mi poesía es periferia y quiero que la lean todas las abuelas”
Entrevista a Isabel Martín, arquitecta, autora de '90.3 de vaciante', un libro de poemas. Este artículo forma parte del especial 'Andalucía sin tópicos'.
El especial ‘Andalucía sin tópicos’ está publicado en LaMarea65. Aquí puedes leer ‘Verdades malas y verdades buenas’. Y aquí, contra el tópico de la Andalucía atrasada, la entrevista con Clara Grima.
«No soy ¡sh sh sh!
No soy ¡eh guapa!
Soy Isabel, María, Amparo, Julia
Soy Manuela, Lucía, Paloma, Ana
Soy del 70% que ha sufrido violencia física o sexual a manos de una pareja.
Soy tu madre, tu hermana, tu compañera de trabajo, tu amiga, la que pasa por ahí.
Soy a la que llamas calienta-pollas.
La que escucha tu… “no me dejes así ya que estás”.
Soy la de la talla M con extra de curvas intallables.
Soy a la que acabas de asesinar y van 62. […]
Soy una bruja.
Soy la bisnieta de “la pobre” que era muy guapa y simpática con la que los hombres se portaron mal.
Soy a la que violaste asqueroso cabronazo.
Soy la de “es que iba provocando”. […]
Soy a la que temes libre.
Soy a la que llamaste marimacho y guarra.
Soy Antonia,
Esther,
Laura,
Ángela,
Alba,
Frida
No soy ¡sh sh sh!
No soy ¡eh guapa!»
Esa es Isabel Martín Ruiz, que dice que nació en el poniente, al sur del norte: la Punta del Moral, esquina de levante de la Isla Canela (Ayamonte, Huelva). No le gustan las etiquetas, pero si hay alguna a la que le tiene cariño es aquella que desprecian quienes, a su vez, desprecian su tierra, su origen, su esencia. Isabel Martín Ruiz es periferia. Su poesía es periferia. Su cante, sus gestos, su vida. Toda ella es periferia. Y de esa periferia, de esos bordes inexplorados de luces y sombras que el centro –el centro que se cree centro– mira por encima del hombro, sale su fuerza, su ternura, su valentía, su rabia, su inteligencia. De ahí sale su 90.3 de vaciante (Crecida), su primer libro de poemas. Dice que se llama así porque ese era el coeficiente de las buenas mareas con las que su abuelo Diego pescaba robalos –así, llana, sin tilde– en los veranos de poniente. “Son lubinas”, cuenta ella, mientras desmenuza con una cucharilla de café una magdalena sin gluten, sin lactosa, en una terraza de La Alameda, en pleno centro de Sevilla. O eso dicen que es, el centro, quienes no conocen la periferia.
Viene abrigada hasta arriba. Ha llegado el frío a esta ciudad que se alimenta de más cosas, no solo de tambores y cornetas. Ella llega de Galicia. Le esperan Bilbao, Madrid y Santander. “De una presentación se fue enfadado un hombre. No sé. Que hables de feminismo toca los cojones”, reflexiona mientras acaricia un ejemplar subrayado, manoseado, con notas. Lo mira por un lado. Le da la vuelta. Como si estuviera hablando con él, como si estuviera hablando con todas esas mujeres que no pudieron estudiar en Andalucía, sí, en Andalucía, por ser mujeres. Luego, con una ternura incalculable, lo posa sobre la mesa, junto al molde medio vacío de la magdalena sin gluten, sin lactosa, sin la gracia de las papas con chivito de su abuela Isabel o el arroz con leche de su abuela María. “Yo trato de hablar desde la vulnerabilidad, porque en las periferias está lo que no se considera culto, las ternuras, lo blandito, esas vulnerabilidades que, desde una lectura patriarcal, no tienen poder. El poder es contrario a los liderazgos entrañables. Y aquí hablo de lo cotidiano frente a los grandes hitos de la vida”, explica.
Dice, sigue diciendo que ella ha escrito este libro por sus abuelas, por todas las abuelas del mundo, por todas esas mujeres que vivieron con el complejo de no poder ir a la escuela: “Es una poesía que cualquiera puede entender porque me parece que es tan violenta la cosa que no tiene que quedar ninguna duda de qué es lo que queremos. Es una violencia que no consigo enfrentar de otra manera, y es esa violencia callada que hay dentro de las familias. He descubierto que eran violencia los silencios que había en mi abuela, que se alegra de que yo pueda decir lo que ella no pudo. Y está dedicado a ellas para concienciarnos de que hay que entender a las mujeres del pasado, quiénes fueron, para entendernos a nosotras, como dice Marcela Lagarde. Mi poesía es periferia y quiero que todas las mujeres que estuvieron excluidas de la cultura también puedan leerla”.
Porque cuenta, sigue contando, que ser mujer del sur es bajar otro escalón. Y por eso en su poesía el acento es primordial. Ahí, mientras recita, es cuando se ve de verdad de dónde nace este libro: “Reivindico la cultura de la alegría, de la cotidianidad, de los cantes barriendo la puerta o fregando los platos”. Porque esa, señala, es una forma de resistencia. Y una forma de estar en el mundo. “La periferia baja la autoestima, por eso este libro es también la respuesta a una etapa de mi vida en la que que fui menospreciada por ser andaluza. Yo te canto, yo te bailo, yo tengo todos los clichés, prima. Y lo peor es que yo no era consciente de que era menos que un hombre, blanco, heterosexual, del norte y de clase alta. No sabía que existía ese clasismo territorial. No sabía que mi forma de hablar o de vestir era determinante. Y lo era”.
Enmarcados en la poesía de la conciencia crítica, sus versos pretenden llegar al fondo, deconstruir realidades que no eran tan realidad, como el amor romántico. No le interesa, avisa Isabel, lo que pueda vender. La editorial publica al año un libro y este año apostó por él. Le interesa que una mujer le diga, tras leerla, que ha entendido que el divorcio se puede vivir de otra manera.
Y hay, además, otras violencias. Isabel Martín le canta a una licitación pública, a los territorios, a las urbanizaciones de sol y turismo, a los parques sin niños ni niñas. “Escribo sobre las cosas que me producen dolor. Si un niño no puede ir caminando al cole es porque la ciudad no está pensada para ellos. Y ahí hay violencia”, argumenta, con apenas ya unas migas de magdalena sin gluten ni lactosa, en una zona azotada por la gentrificación. Ella es arquitecta. “En los bordes está lo interesante”, concluye. De la Alameda se va a un polígono, a La Nave Especial, un espacio de coworkingtambién de la periferia.
Hay otras violencias, tanto en el centro como en la periferia.
ATRAPADA EN LA RED.
Es una obra de teatro para reflexionar sobre el fenómeno de internet y los medios sociales.
Trata la temática del acoso cibernético y pretende sensibilizar en el uso de los medios de comunicación social como Facebook, YouTube, etc. para promover un uso adecuado de estos medios sociales.
La obra trata de una adolescente segura de sí misma y quizás un poco descarada, que después de una fiesta decide colgar en la red un vídeo de ella cantando en un karaoke. Inmediatamente comienza a recibir una serie de comentarios negativos y vejatorios que derivan en un trauma personal.
El acoso cibernético que ella está sufriendo encuentra su clímax cuando alguien crea un perfil falso en Facebook con su nombre. Este perfil falso sirve a la comunidad virtual para burlarse de ella y desmoralizarla. No sabe cómo encarar la situación ni encontrar ayuda. El sufrimiento y la angustia que experimenta la llevan a la auto mutilación y al deseo de acabar con su propia vida.