Feminisimo

#PorTodas: la historia de Sofía Ortega

"Por eso hoy hablo en público de lo que nunca antes lo había hecho. Tenemos que dejar de ser números", relata la autora de este testimonio.

Investigación periodística contra la violencia de género

Una canción de ‘El Puchero del Hortelano’ habla de ese momento en el que «decías que era amor, y yo creía que era amor». No puedo evitar recordar esa frase en estas fechas: acabo de cumplir cuatro años en Madrid. Mi sueño no era estar en Madrid. Se me había pasado por la cabeza, pero no era lo que quería hacer en ese momento. Tras volver de mi Erasmus, llegué a la conclusión de que quería viajar más para aprender y conocer más y, entonces, sí, trabajar.

Pero él se cruzó en mi camino. Hizo que rechazara aquella beca a Estados Unidos. Sí, esa beca que solo daban a dos personas. Fui una de ellas. Y la rechacé.»Decías que era amor, y yo creía que era amor».

Rechacé también la de Argentina. Y cualquier otra opción que no fuera irme a Madrid con él. Porque era lo que él quería. Y me convenció para hacerme creer que yo también lo deseaba así.

Llegué a Madrid, a un piso húmedo y casi sin ventanas. Es curioso que aquel zulo no me dijera ya que me estaba metiendo en la boca del lobo, que cuanto más profundo entrara, más me costaría salir.

Tampoco lo vi antes, cuando me obligó a eliminar a ciertas personas de mis redes sociales o dejó de hablarme porque compartía piso con un chico.

No lo vi cuando me manipuló para que dejara a mis amigas. Para que siempre estuviera con él. No lo vi. Aún hoy me culpo.
«Decías que era amor, y yo creía que era amor».

Madrid fue una cárcel de la que, finalmente, logré escapar.

Pero ahí no acaba todo. Es más, empieza otro camino peor: el de asimilación.

Darte cuenta de que tú, sí, tú, has sido maltratada.

Echas la vista atrás y te odias.

De repente aprendes lo que es la luz de gas y comienzas a entender.

Tú, sí, tú, has sido maltratada.

En el alma. En tu ser. En tu espíritu.

Ya no eres tú. Ni siquiera sabes quién eres.

Te ves deseando que te hubiera dado una paliza: quizá así lo habrías visto.

Pero seguramente tampoco. Si no lo viste los días en los que temías hablarle, contarle, quedar con otras personas.

Todo tiene sentido ahora, después.

Y vuelves a desear que te hubiera levantado la mano.

Cuando le dejé, mis padres me pidieron que cerrara la puerta por dentro: ellos sí lo habían visto, pero no supieron ayudarme. Ellos, a cientos de kilómetros de mí, temían que me matara.

Yo llegué a desear que lo hubiera hecho.

No lo hizo. Desapareció y me dejó con mi culpa por haber aguantado cosas que ahora veía.

Todo se ve mejor desde la distancia.

Ahora, más de un año después, aún me cuesta asimilar y reconocer todo lo que ocurrió.

Yo. Sí, yo. Fui maltratada psicológicamente. Aún llevo la carga, y no es ligera. Pero trabajo para, poco a poco, eliminar algo de peso.

Y trabajo, también, para que algún día esto deje de ocurrir con pasmosa naturalidad.

¿Qué habría pasado si me hubiera matado? Yo descansaría, pero no quienes me quieren, que por fortuna son más de los que merezco.

¿Alguien habría ayudado a mi familia a llevar el duelo y, sobre todo, la culpa? Ellos no serían culpables, pero así se sentirían.

Más culpable sería la administración que no les enseñó cómo lidiar con situaciones así, cómo ayudar a una maltratada. Que «cada uno en su casa y Dios en la de todos» ya no puede ser un mantra.

¿Habría servido mi muerte para enseñar que hay que parar esta maldita lacra… O habría sido un número más en los registros, una cara y un hombre olvidados a las dos semanas?

En parte es por eso que estoy aquí. Por todas. Porque La Marea se ha preguntado todo eso. Y creo que necesitamos saberlo. Porque el conocimiento es poder. Porque esto ocurre cada día. En cada barrio, en cada ciudad. Por desgracia, en demasiadas casas.

Por eso hoy hablo en público de lo que nunca antes lo había hecho. Tenemos que dejar de ser números.
Nos matan. Y quiero que dejen de hacerlo. A mí me mataron por dentro, me vaciaron un alma que ahora trato de llenar con tiento y, sobre todo, miedo. Pero no quiero que haya más muertas. No puedo permitirlo.

Sin embargo, algo me dice que seguirá habiendo. Y, por eso, creo que #PorTodas es tan importante. Por eso creo que estas grandes periodistas pueden ayudarnos a ver qué pasó cuando todo el mundo se quitó el lazo. Por eso creo que hay que apoyarlas.

Sofía Ortega es el seudónimo de una colaboradora del proyecto #PorTodas

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