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Llantos, sonrisas, dudas y realidad: cuatro historias del Estrecho
Mariam A., Abdellatif, Mariam B. y Mamadou contaron sus historias en el evento 1988-2018. 30 años de muertes en el Estrecho organizado por la Fundación porCausa y Andalucía Acoge cuando se cumplen tres décadas de la aparición de la primera víctima migrante en las costas de Andalucía.
– Siete hombres abusaban de mí. Salí de mi país. Estaba en shock. No hablaba. Sangraba.
Mariam Akosa para de hablar para coger aire y rompe a llorar delante de decenas de personas. No puede acabar de contar la vez que un hombre la llevó a un edificio en ruinas y le sacó un cuchillo para que abandonase su religión. Pero con la misma fuerza con la que logró escapar de Nigeria, mira al frente y sigue hablando.
– Me acuerdo de que llegamos a Ceuta. Un hombre me dice que me ayuda a salir, pero solo quería abusar de mí.
Abdellatif Laquiasse llegó a España con 15 años. “En ese momento no tienes conciencia para decidir nada, simplemente ves que no estás bien, que no tienes futuro, que por mucho que trabajes o estudies, no vas a llegar a nada, no te van a dejar llegar a nada”, dice. Le caracterizan dos rasgos: una sonrisa que no se borra en ningún momento, y su acento cordobés.
La familia de Abdellatif recurrió a una mafia a la que pagó entre 15.000 y 20.000 euros para poder cruzar el Estrecho. No quiere hablar del viaje, eso le haría perder la sonrisa.
– Cuando llegas aquí, a Tarifa, empiezan los problemas. Llegas con mucha gente, pero estás solo. No eres nadie. Nadie te conoce.
Mariam Berete no salió de Guinea Conakry por decisión propia. Su madre había emigrado tras divorciarse de su padre y su tía acabó sacándola de allí tras la intención de su padre de casarla con un primo. Se la llevó a Marruecos.
– Estuvimos un año y allí me quedé embarazada, aunque no quiero decir cómo.
– ¿Fue un embarazo no deseado?
– Sí.
Silencio.
– Pero, ¿fue consentido?
Silencio.
– Me violaron.
Mamadou Simakha era estudiante universitario cuando estalló la guerra en Malí en 2012. Un año y muchas palizas después, decidió salir de allí. Llegó a Casablanca en avión y pasó 7 días en el bosque a base de leche y magdalenas que traía un mafioso al que pagaban. Mamadou acabó odiando las magdalenas.
Un día, sin avisar, vinieron a buscarle porque era delgado y podían meterle debajo del asiento trasero de un Golf.
– No cabía ahí dentro. Me sacaron los machetes y me dijeron “si no entras, te cortamos para que entres mejor”.
Mariam A., Abdellatif, Mariam B. y Mamadou contaron sus historias en el evento 1988-2018. 30 años de muertes en el Estrecho organizado por la Fundación porCausa y Andalucía Acoge cuando se cumplen tres décadas de la aparición de la primera víctima migrante en las costas de Andalucía. Durante el acto fueron entrevistados por cuatro periodistas a los que contaron su vida actual y pasada y su travesía desde sus países de origen hasta España. Las lágrimas se convertían en risas y sonrisas en cuestión de minutos. Y viceversa.
Mariam A. consiguió llegar a Málaga y ahora está sola en España. Mataron a su hermano y su hermana vive en Tokyo. No tiene a nadie y ya casi no le quedan fuerzas para seguir adelante. No tiene trabajo y ahora hace un curso. Jamás esperaba que al llegar aquí, los problemas iban a seguir siendo una constante en su vida. No hay camino delante, pero tampoco lo hay detrás. “Yo siempre he sido trabajadora, estudiante, ¿qué voy a hacer ahora? No puedo salir de aquí, mis papeles son de protección internacional y no puedo volver a mi país porque me matan”, relata. La vida de una mujer, negra y pobre en Europa que no suele permitirse sonreír, solo llorar.
Las muertes en el Mediterráneo han disminuido en términos absolutos. La cantidad, el número de muertos ha disminuido. Eso es lo que importa a las instituciones: los números. Sin embargo, la posibilidad de morir en el mar ahora es mayor. En 2015, el porcentaje de personas que morían al intentar cruzar el Mediterráneo era del 0,37%. En lo que llevamos de 2018, roza el 2%, según cuenta José Villaoz, de la organización Algeciras Acoge.
Abdelaiff pudo ser uno de esos números, un porcentaje más. Pero logró vivir. Sobrevivir y después malvivir. Acabó en un centro de menores. “Al menos tenia cubiertas mis necesidades: ropa, comida y bebida. Pero no era lo que yo venía buscando”, cuenta sin perder un segundo la sonrisa. Una sonrisa que es como una de esas cicatrices que quedan marcadas de por vida. Una cicatriz que en nada se parece a las que suelen quedar en la piel de los que intentan saltar la valla.
Seis meses tardó en llamar a su familia en Marruecos. “Lo que le iba a contar no les iba a gustar. No sabía si era mejor llamar y contar la verdad o no llamar”. Y prefirió esperar. Entre tanto, trabajó en una fábrica de cuero «haciendo bolsos caros por poco dinero”. Vuelve a hacerlo, a sonreír. Y los asistentes acaban por reír.
Un día, sin avisar, la mafia a la que habían pagado se llevó a la tía de Mariam B. para que cruzase el Estrecho. En ese momento, ella no estaba en casa. Se llevaron también a su bebé. Ahí se acabó el miedo a morir en el Estrecho. Se le olvidó que no sabía nadar. Eso ya daba igual. Tenía que cruzar.
Emprendió el camino que conducía hasta Melilla. Tenía que hacerse pasar por marroquí para cruzar la frontera como comerciante. Estaba todo planeado. Una vez dentro, si le cogía la policía, debía hacer como que se desmayaba. Y así lo hizo. Ya estaba en España y todo parecía que iba a ser muy fácil.
Lo mismo creía Mamadou cuando entró en Ceuta. “Pensaba que traspasada la frontera, por fin iba a ser libre”, relata. Después de pasar un año en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) y por varias ciudades españolas, fue a Francia a ver a su padre. «Allí vivían en guetos. En un cuartito pequeño dormían más de 10 personas. Yo estuve durmiendo en el pasillo. Ver a mi padre 10 años pagando mis estudios en esa situación… No lo podía aguantar”, cuenta con entereza.
¿Se puede normalizar la muerte? “Hay inmigrantes que llegan con su nombre tatuado en el brazo para que, si mueren, puedan saber quién es”, cuenta Villaoz. La muerte como un acto cotidiano. Gabriela Sánchez, periodista de eldiario.es hace hincapié en un dato importante: las muertes en el Estrecho comenzaron a producirse cuando se cerró la frontera sur. A partir de ese momento, los inmigrantes no se clasifican entre regulares o irregulares, sino entre vivos o muertos.
Mariam A. será desahuciada en apenas una semana. “Pido ayuda pero no me ayudan”. Ella es el llanto, pero también la duda de un futuro incierto en el que parece no haber futuro. La realidad de una mujer, negra y pobre en Europa. Pero hoy se ha permitido un lujo. “Tú me hiciste sonreír”, le dice a Lula Gómez, la periodista encargada de entrevistarla.
Abdelaiff es la sonrisa. La sonrisa de una persona que consiguió graduarse en Educación Social y poder trabajar con niños y adolescentes en los que se ve reflejado. Pero también fue la duda, una duda que le impidió hablar con su familia porque la realidad era otra muy diferente a la que le habían vendido. Y por eso también lloró.
Mariam B. es la duda. La incertidumbre de una madre de 22 años que solo puede ver a su hijo una vez al mes, no sin antes hacer cinco horas de viaje. Un viaje que termina con muchas sonrisas y muchas lágrimas. Su realidad.
Finalmente, Mamadou es la realidad. Esa con la que te das de bruces cuando descubres que tu padre duerme en una minúscula habitación rodeado de personas para poder pagar tus estudios. Una realidad que cambia la sonrisa de llegar a Europa por llanto. Una realidad que no te hace dudar, que te impulsa a hacer lo que haga falta por una persona que lo dio todo por su hijo.
Cuatro historias del Estrecho ahora que se cumplen 30 años de la aparición de la primera víctima del Mediterráneo en las costas de Andalucía.
Al salir del auditorio, una alerta de El País salta en el móvil: “17 inmigrantes muertos y 17 desaparecidos en una jornada trágica en el Estrecho”.