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Brigitte Vasallo: “El relato idílico del amor hace que nadie reconozca lo tóxico de sus relaciones”

Brigitte Vasallo presenta su nuevo libro, donde aboga por la aniquilación del pensamiento monógamo para evitar las violencias herencia “del amor Disney”.

Brigitte Vasallo es escritora y activista feminista. Foto: Estefania Bedmar

Yeray S. Iborra // Los hay a los que le gustan los callos madrileños, pero solo en mesa. Ya bien presentados y humeantes. Después, se revuelven al pensar que son, básicamente, tripas y desperdicios. Lo mismo pasa con las relaciones basadas en el amor romántico: embelesa el ascenso, pero se desprecia e invisibiliza la caída. Brigitte Vasallo (Barcelona, 1973), escritora y activista feminista, aboga por la aniquilación del pensamiento monógamo para evitar la violencia herencia “del amor Disney”. Para ella, acabar con dicho pensamiento es hacerlo con las jerarquías. Y eso se puede aplicar al Estado-Nación y a cualquier desigualdad fruto del sistema capitalista. Por ese motivo, el libro entra –entre otros– al debate catalán. Pero, ¿es el poliamor la solución a las violencias sexo-afectivas? ¿O un disfraz más del capitalismo para consumir cuerpos? ¿Qué tiene que ver lo charnego con la monogamia? Pensamiento monógamo. Terror poliamoroso (La Oveja Roja, 2018), que se presenta el próximo 30 de noviembre en el Instituts d’Humanitats-CCCB, ahonda en todos estos debates. Desde las tripas (las de la autora), con aderezo de referentes teóricos. Cómo si no se iba a cocinar un buen ensayo.

En la misma introducción de su nuevo libro advierte que el poliamor se ha encajado a la perfección en el discurso neoliberal: consumamos cuerpos.

El poliamor puede ser monogamia con otro nombre. Nos ha pasado que nos hemos puesto a desmontar la monogamia sin entenderla. Nos hemos quedado muchas veces con una cuestión numérica –con cuántas personas estás– sin entrar a definir qué era esta.

Nos gusta hablar de las relaciones en lo poliamoroso pero no de las heridas que dejan. ¿Qué se hace con esa persona una vez se usa en la “poligamia de mercado”?

Se sustituye. Como se hace con el móvil: sale uno nuevo al mercado y, sin preguntarnos si lo necesitamos o no, lo sustituimos. Porque lo nuevo, en las relaciones, es un valor en sí mismo. Entonces cuando hablamos de libertad en el libro hay que tener en cuenta dos líneas: la libertaria, un ejercicio filosófico clásico; y otro tipo de libertad, la capitalista, en la que caemos constantemente en el poliamor… Una perversión de la palabra. Si la libertad en el amor es ir a tu bola y atender sólo a tus deseos, tenemos que replantear qué significa libertad y qué tenemos que hacer con ella desde una perspectiva política. 

Pone en el libro una © de copyright a conceptos como amor, amor-de-mi-vida, etc. ¿Si no se revisan, al final son todos esos conceptos simples marcas?

Así es. De la misma forma que cuando hablo de hombre lo hago como marca registrada o de mujer, también como marca registrada. Es una lectura sencilla y muy visual. No estamos hablando de lo que cada uno consigue en su vida con sus decisiones. El sistema nos impone muchas cosas bajo esas etiquetas.

¿Todo esto se combate haciendo del amor una herramienta política? ¿No es naíf pensar que desmontar las relaciones privadas puede cambiar un sistema?

No sé si es tanto pensar que desde la esfera privada se puede desmontar un sistema, que sí, sino pensar hasta qué punto los sistemas están metidos en nuestra esfera privada. Es el primer paso para entender todo esto. Con el amor seguimos creyendo que es una cosa natural, espontánea y libre de cualquier condicionante. Como si no fuese una construcción social, que lo es. La forma como sentimos está construida socialmente.

Habla en el libro de cómo, para mantener la exclusividad sexual, es necesario generar un “terror constante”. Dice que fácilmente se podría explicar una noche tonta, beberse un whisky de más, a una pareja, pero no en cambio una noche de sexo.

El sexo es trascendente porque tiene una serie de cargas. Pero lo que me parece importante es que hay que abrir el abanico de definiciones del deseo. El deseo se convierte en la construcción de una identidad cerrada y eso tiene unas condiciones. ¿Cuántas decisiones podríamos tomar que nos vienen dadas si definiéramos de nuevo ese deseo? Vivimos una gran penalización de la sexualidad y existe una alimentación de la sexualidad promiscua como conquista, capital social… Lo que necesitamos desmontar no es la práctica sino los condicionantes que llevan a que la práctica sea así.

La monogamia está definida por la exclusividad. Usted lo matiza: “Lo que define la monogamia no es la exclusividad, sino la jerarquía de unos afectos sobre otros”.

La base de todo esto es la jerarquía. Este no es un libro de shortcuts, de atajos, pero me parece importante pensar que el tema de la exclusividad sexual es consecuencia y no causa de la monogamia. Para que este sistema jerárquico funcione la exclusividad sexual se tiene que dar, pues se debe constituir una identidad sexual cerrada.

¿El sistema hace competir entre sí a las relaciones?

Sí. Puede que tengas una relación a dos o a tres, pero sin problematizar esa jerarquía y buscar un equilibrio. Y no se trata del tiempo que dedicas a cada persona, sino del peso que se le dan a unas relaciones frente a otras. Sobre todo si sabemos y tenemos incorporado que la construcción romántica del amor, que yo gusto de llamar ‘amor Disney’ (porque no tiene nada de bonito), está cruzada de violencias y los ojos que nos sirven para verlo son los que no están contaminados por ese romanticismo.

¿A qué violencias se refiere?

Los desequilibrios que se dan en la relaciones son intrínsecos a la romantización de las mismas. No es un desvío del sistema, no es anecdótico, es el sistema en sí mismo. Lo que no quiere decir que no podamos construir pareja. Quiere decir que tenemos que construirla de otra forma. ¿Por qué digo esto? Vivimos en un mundo de mierda y a la hora de la verdad, cuando estás enferma, inevitablemente quien te cuida es tu familia o tu pareja. Pero eso forma parte de las consecuencias de estar construyendo los amores así: unos vínculos responsables de atenderte y otros no. En entornos queer lo tenemos claro, porque seguimos siendo expulsadas y tenemos que construir un colchón desde otros lugares que no incluyan la romantización. Una de las pérdidas más graves que ha provocado este sistema monógamo es la de disgregar la comunidad en átomos muy pequeños: la familia nuclear o la pareja normativa y sus cuatro cables de ascendientes y descendientes.

El libro navega en la historia de la monogamia para concluir que algunos grupos, como las brujas o los gays, son los que más fácilmente han salido de ella. Comparten una cosa: sexo no procreativo.

Y si miras los grupos heterodoxos, las sectas cristianas, flipas de lo interesantes que eran en este sentido. Porque se habla muy a la ligera que nuestro tabú sexual es consecuencia del cristianismo. Y no es cierto, es consecuencia de una institución cristiana que se impuso sobre las otras. Cuando se montó la cuña entre esa institución y el capitalismo ahí se acotó el sexo a su función reproductora. Y por eso es hoy la marca identitaria de la pareja. Pero viendo cómo viven grupos que tienen el sexo ubicado en otros lugares, lejos de la reproducción, podemos ver líneas de fuga a todo esto.  

Dice que el libro no es de atajos, pero la única solución parece tejer redes afectivas.

De las redes solo hay que tomar consciencia. Esa idea de que vivimos a nuestro aire y de manera autosuficiente la podemos desmontar con ejemplos básicos de nuestras vidas. Hay que entender a la importancia que tienen las amigas que te vivien a buscar cuando estás hecha polvo. Ponerlo en valor es una de las formas de la construcción consciente de redes.

La filósofa Judith Butler lo decía: somos interdependientes.

Hay gente que está viviendo en soledad material, precisamente como consecuencia del sistema. Como ‘sólo’ es tu vecina y no tu madre o tu prima, pues no te puede cocinar si lo necesitas. Pero no, ella forma parte de tu red, aunque no la hayas romantizado o escogido. Hay vínculos que no escoges, familias escogidas.

“No quiero experimentar ni ser experimento”, dice en el epílogo.

Hay una frase que me gusta mucho de Lola Flores, que le dice a Lolita: ‘Tú tira para adelante, pero cuando veas el abismo, te paras. Y tres pasitos hacia atrás’. Hay una posibilidad de experimentación que no llega a convertir al otro en experimento: consensuar los riesgos, los límites, las grietas. El ensayo-error es una masacre para nuestra salud mental y emocional. Hay margen de cambio sin que haya cadáveres en la cunetas o sin que los diazepanes marquen nuestras vida por los desastres emocionales que generamos.

Usted entra y sale de las redes sociales cada poco tiempo. Habla de que no dejamos de publicitar el amor-droga en ellas, sobretodo entre movimientos feministas.

Los movimientos feministas tienen que tomar una responsabilidad urgente sobre este tema. Tenemos mucho discurso contra el amor romántico pero está cero incorporado en redes porque creemos que el nuestro no lo es. De qué sirve que digas ‘no necesito pareja para ser feliz’ si luego plantas una foto con tu chorbo. Y decimos: ‘¿Cómo es que hay violencia en su relación y no la ve?’. Ése relato idílico hace que nadie reconozca lo tóxico de sus relaciones. 

La segunda parte del libro salta de las relaciones personales al Estado-Nación. A la cuestión catalana. ¿Qué tiene que ver ser charnega en Catalunya con la monogamia?

Lo que hace la monogamia es generar una jerarquía confrontacional excluyente. Genera un núcleo –la pareja– cerrado e identitario y una alteridad amenazante. Hay que ser más que la alteridad. Llevado a cualquier otro terreno, el sistema monógamo atraviesa cualquier forma de construir identidad. Desde los grupos activistas hasta cómo se relacionan los estados. La construcción del amor Disney y del Estado-Nación surgen en el mismo momento, en el siglo XIX. Gracias al amor, al romántico y al patriótico, cuando construimos nación nos hacemos una falsa promesa de felicidad y de acabar con las desigualdades. Bajo ese amor, la clase, la raza o el género quedan disimulados y obviados.

¿Existiría esa parte del libro sin todo lo vivido en Catalunya durante el Procés?

Existiría pero con menos datos, porque he visto en directo como un pueblo se convertía en una patria y dejaba de serlo. En años. O en horas. Tanto España como Catalunya han ido de pueblo a patria, la enfermedad de la nación, que tiene que ver con la romantización. Va de lo emocional. No de economías. Y se construye en base al odio a la alteridad.

¿Las identidades mestizas son sospechosas para todos los bandos?

En cuestiones como el Procés me preguntaban si estábamos con Catalunya o con España. No se podía decir que no se estaba con nadie. Y yo quiero tomar la decisión por cuestiones que no sean emocionales: yo no quiero a nadie. Eso no quiere decir que esté a favor o en contra de la independencia. Pero a una le quieren hacer constantemente lecturas psico-mágicas, cuando emocionalmente me la sudan ambas partes. Yo abogo porque, viendo qué quiere la gente, nos pongamos a construir desde un lugar que no sea romántico.

¿Si el yo en el centro nos lleva a estas construcciones, hay que volver a Santo Tomás de Aquino y al amor en el centro?

En el centro podemos poner un yo que no esté desvinculado y que no pretenda tener un interruptor de vincularse o desvincularse con la alteridad cuando quiera. Como se ve en los grupos activistas que, vinculados fuertemente a una idea, viven con un enemigo horizontal: el grupo activista de al lado. Sólo porque usa unos referentes distintos. Esa es la misma idea que aplica la nación para mandar a soldados a luchar, los pringados de turno, mientras cuando llega la guerra, las élites de uno y otro lado se largan y ponen el cuerpo son los de siempre. ¿Cómo estamos llegando a esa situación? Por algo emocional.

¿Pero la lucha política no está conectada a lo emocional?

No hay que desvincularlo de lo emocional sino de lo Disney. Que una sea lo bastante consciente como para poder tomar decisiones sobre una lucha fuera de lo Disney. Tenemos tan negada la emocionalidad que somos incapaces de hacer nada más que dejarnos arrastra. En momentos de crispación se ve quién usa discursos emocionales y quien barre con votos gracias al simplismo.

Si la alternativa a la monogamia es el poliamor. La traslación al Estado-Nación, ¿sería un poliamor regional?

[Ríe] No sé si hay una palabra ni en lo privado ni en lo colectivo que me convenza mucho: yo no propongo el poliamor en lo privado tampoco, me gusta más llamarlo el bosque, por las raíces, que lo atraviesan todo. Pero hay muchas soluciones que no pasan por grandes cambios: toda la cuestión de la criminalización de la alteridad. En el Procés lo hemos visto por ambos lados. Construir lo español o lo catalán de forma simple y plana, construir lo que es la otra desde ahí, eso hay que desmontarlo. No nos lo pueden colar con esos discursos. Por ahí pasa también la deconstrucción de la monogamia.

 

Yeray S. Iborra (Besòs, 1990) es periodista. Desde 2009 ha contado historias en ‘MondoSonoro’, ‘Indiespot’, ‘Ara’, ‘La Jornada’, ‘Catalunya Plural’, ‘eldiario.es’ o ‘Sentit Crític’. Es miembro del colectivo de periodismo literario y acción social SomAtents.

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Comentarios
    • Hay motivos hoy para estar PREOCUPADO Y CABREADO a tope viendo la inconsciencia del gran rebaño (porque despiertos hay 4); como decía Eduardo Galeano «vamos directos al precipicio, pero joder en que cochazos».
      El capitalismo/consumismo ha sabido anular la capacidad de pensar por nosotros mismos además de deshumanizarnos y convertir a los compañeros en competidores. Así nos peleamos entre nosotros, estamos entretenidos y dejamos al verdugo en paz para que nos siga destruyendo.

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