Sociedad

¿Por qué nos importa un pepino nuestra privacidad en Internet?

Las usuarias y usuarios de las redes sociales tienen sus propias opiniones respecto a su relación con la privacidad. La mayoría considera que "pasa" de cultivarla "por comodidad", "por desconocimiento" y por no tener "nada que ocultar".

REUTERS

Este artículo fue publicado en #LaMarea63. Puedes suscribirte aquí

Las redes sociales se diseñaron para violar nuestra privacidad. Esto es hoy un hecho conocido, así como que Facebook cedió datos de sus 864 millones de usuarias y usuarios (25 millones en España) a terceros, quienes los usaron para manipularlos psicológicamente. Las encuestas muestran que cada vez más personas están preocupadas por su privacidad electrónica, pero las deserciones son mínimas.

«Deficiencia en las facturas online de Movistar permite acceder a facturas de otros clientes», «Cientos de desarrolladores monitorizan los correos de usuarios de Gmail», «Tu móvil te está escuchando y no es ninguna paranoia», «¿Por qué Alexa grabó una conversación privada?», «Facebook admite que registra los movimientos del ratón». Nos desayunamos con noticias como estas a diario. La mayoría las leemos, paradójicamente, en las mismas redes que están practicando estos abusos. Gastamos horas y más horas de nuestras vidas compartiendo detalles íntimos en servicios que reconocen abiertamente que explotan nuestra salud mental y usamos unos aparatos y aplicaciones que nos chupan datos y metadatos sin pedirnos permiso. ¿Por qué? Porque estamos enganchados y no podemos salir: las estructuras de aprobación por parte del grupo, los ‘Me gusta’, corresponden a una estructura diseñada para hacernos adictos. «Todos necesitamos comunidad y aprecio y cualquier signo de ellos nos motiva, utilizan nuestro diseño humano para volverlo contra nosotros», asegura el psicólogo clínico Fernando Arroba.

Explotan la necesidad humana de mostrarse al mundo, de explicar de forma voluntaria quién eres, dónde estás, qué haces, con quién, quiénes son tus amigos y esperar reconocimiento por parte de ellos. Este reconocimiento es un refuerzo positivo tan fuerte que, afirma el psicólogo, «es difícil dejarlo de lado; incluso sabiendo que te manipulan, para nosotros es más fácil quedarnos y justificarlo que pensar en qué hacer para huir». Técnicamente, los ‘Me gusta’ generan chutes de dopamina, una de las drogas más duras, que se intensifican al ser intermitentes e impredecibles. Estamos siempre pendientes, gastando tiempo en la red social por si vienen más chutes y publicamos nuevas informaciones íntimas para cosecharlos.

Estas nuevas informaciones, fruto de nuestro narcisismo yonqui, captarán el lado voyeur de quienes nos siguen, que pueden sentirse «defectuosos», afirma Arroba, «porque no son ‘tan felices’ como parecen los demás». La red analizará a qué dan sus ‘Me Gusta’ estos mirones de nuestra impostada «felicidad» y lo convertirá en nuevos datos empaquetados, vendidos o reutilizados en pro de dar más valor a la red. Según Arroba, no existen estudios científicos sobre por qué seguimos enganchados a estos servicios, pero puede haber diferentes razones: una de las más importantes es que no vemos otra alternativa dado que «el servicio se ha convertido en una importante fuente de reforzamiento, en algunos casos la única». Sería muy parecido, afirma el psicólogo, a por qué las personas mantienen relaciones tóxicas sin escuchar los consejos de familiares o amigos. El también psicólogo clínico Luis Muiño le quita dramatismo. En realidad, dice, «sí nos importa nuestra privacidad y lo estamos haciendo bastante bien, teniendo en cuenta que justo estamos aprendiendo a usar Internet». Para Muiño no es patológico que nos guste «enseñar cosas de las que nos sentimos orgullosos, por estatus, por parecer más guapos o porque nos sentimos contentos y tenemos propensión a enseñarlo».

Muiño explica: «Tengo pacientes de los que conozco muy bien su vida y te aseguro que viendo sus redes sociales no te enteras de nada, esconden muy bien lo que podría ser usado en su contra; pueden parecer felices en sus fotos pero yo sé que están destrozados o al borde del suicidio, o bien no muestran su ideología y yo sé que son unos radicales. Ninguna corporación podrá conocerles solo por lo que muestran».

Las usuarias y usuarios de las redes sociales tienen sus propias opiniones respecto a su relación con la privacidad. La mayoría considera que «pasa» de cultivarla «por comodidad», «por desconocimiento» y por no tener «nada que ocultar». En Mastodon, la principal red libre, descentralizada, que no comercializa con datos, es más intenso el discurso que culpa a las empresas que nos monitorizan, bajo el acrónimo GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple).

Habitantes de Facebook

En Facebook hay un sentimiento de batalla perdida, de «poco podemos hacer para mantener nuestra privacidad», y también de acomodo: «Nos da pereza averiguar cómo hacer para conseguir privacidad, y como tendríamos que pasar mucho rato configurando mil y una cosas, se nos hace una montaña. Si hubiese una app que lo configurase y privatizase todo a la vez…».

Además de esta app mágica, usuarios y usuarias consultados reconocen que les falta formación: «Hemos cogido el móvil y nos hemos puesto a hacer cosas al tuntún, y con esta misma despreocupación les hemos dado dispositivos móviles a nuestros hijos». Además, las cláusulas de privacidad «son tan complicadas, es imposible formarse en todos los matices de la letra pequeña». Otros piensan que los hay peores: «El historial de búsquedas de Google posiblemente no admite comparación con ninguna otra vulneración de privacidad».

Habitantes de Twitter

«Es el precio a pagar para tener acceso a la mayoría de servicios online, entre ellos algunos de los que dependemos, como Whatsapp o Gmail». Para las y los twitteros, es un problema de desconocimiento: «Subestimamos el valor y volumen de los datos», «mucha gente no es consciente de la cantidad de datos que regalamos a las corporaciones», «no sabemos cómo pueden vulnerarnos por un simple dato personal» y «no conocemos los efectos que podría tener un ataque a nuestra privacidad».

Algunos consideran un «claro caso de piratería» que una empresa se lucre de nuestros datos de formas poco éticas y denuncian que «sitios como Facebook acumulan mucha información sobre gente que no está registrada en su servicio y que jamás aceptó sus términos y condiciones». En resumen: la privacidad importa poco «porque el perjuicio no tiene un impacto inmediato en nuestra vida y la alternativa es difícil y separada del resto».

Habitantes de Mastodon

«Pesa más la conveniencia de poder ir a un sitio sin perderte, o poder comunicarte con amigos, junto a la creencia de que estos servicios son a cambio de nada y que no hay un riesgo de perjuicio directo en nuestras vidas», coinciden varios mastodonitas.

Pero, en realidad, es el timo de la estampita: «Regalamos algo valioso a cambio de una baratija. ¿Qué valor económico tiene estar en Facebook o Instagram? No lo tiene. Sin embargo los datos tienen un valor económico y político-industrial». La mayoría somos usuarios de tecnologías que desconocemos y «al usar dispositivos personales y desde casa nos sentimos seguras». Este desconocimiento anula nuestra capacidad de entender todo el tinglado: «Qué datos están recabando las apps, ni el alcance de qué se puede hacer con bases de datos enormes con información personal». De todas formas, afirman, «aunque desmontes todos los argumentos que esgrime la gente para no preocuparse por la privacidad, encontrarán nuevas disculpasúnica para engañarse a sí mismos y no cargar con las molestias que supone su cuidado».


HAN ABIERTO UNA ESPOLETA Y ESTÁN ENCIMA DE UNA BOMBA

Por Artur Serra*

Igual lo que pasa es que a la gente le importan un pepino los valores neoliberales que han hecho de la «privacidad» y el individuo aislado e insolidario un tótem sagrado. En realidad, ¿quién es más individuo, el que se mantiene fuera de la red por miedo a ser «controlado», o el o la que lucha por darse a conocer al mundo entero dentro de la red? Creo que el segundo.

Igual la gente, cada uno de nosotros, preferimos ser conocidos y conocer al resto en la plaza pública que es Internet a mantenernos en una gloriosa y aislada soledad y que nadie te conozca. En un mundo de miles de millones de humanos, como nunca antes había pasado en la historia, la lucha por la supervivencia es la lucha por darse a conocer y reconocer. Y esto ahora se hace en la red. Igual el problema no es por qué a la gente no le importa su privacidad, sino por qué a los de arriba no les preocupa la bestial socialización que Internet está consiguiendo a escala global. Son ellos los que igual están locos. Han abierto una espoleta y están encima de una bomba que está a punto de estallarles en las manos. ¡Y encima creen que la controlan!

Igual a la gente nos gusta estar en red, conectados, socializados con cualquier medio, sean mails, tweets o en un bar. Nos da más fuerza, más conocimientos, más capacidad de acción que encerrados en una empresa, casa o ciudad. Y si, a cambio, algún capitoste de Facebook o Google piensa que lo sabe todo porque tiene acceso a los mails de mil millones de personas, que lo siga pensando. Es un loco y un estúpido que no entiende que Internet ha puesto en marcha un mecanismo que rompe frontalmente valores fundamentales que pueden acabar con la misma civilización que la engendró. En realidad, las empresas que ahora piensan que lo controlan todo, igual son controladas por la red. Mira la penosa actitud de Mark Zuckerberg ante el Congreso americano.

Está claro que tenemos que luchar por el individuo y sus derechos, pero ahora estos están cambiando. Ahora el derecho no es ya simplemente a expresarse, es a innovar e investigar. Es también el derecho a copiar y no respetar los derechos antiguos de propiedad intelectual. Es el derecho a burlarse y reírse de los Zuckerbergs o Googles, que basan su riqueza en contenidos que produce la gente, no ellos. Por favor, no tengas miedo de los que aún piensan que «dominan el mundo». El mundo ha entrado en tiempos post-normales, de complejidad y de caos.

*Artur Serra es tecnoantropólogo. Director adjunto de la Fundación I2Cat y Director de Investigación del Citilab.

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios
  1. Estamos enganchados e inutilizados socialmente con una adicción u otra.
    Y en relación con la adicción a las redes sociales no hay motivo alguno para considerar que éstas tienen ética, ésta ya pasó a la historia, casi apuesto a que venden nuestra «alma» (personalidad, intimidad) al mejor postor y ya se sabe que los mejores postores son los malos amos del mundo.
    Así vemos que todo el mundo está enganchado a internet, claro, depende a lo que estén enganchados, y el pueblo cada vez más escuálido mientras los tiburones cada vez están más gordos. Es decir, estamos involucionando aceleradamente.
    Habemos mucho pardillo, mucho, en el mundo.
    Sin menospreciar lo positivo de internet la plaza pública nunca debería ser internet, Artur Serra, la plaza pública debe ser real, que es la que aporta calor humano, fuerza, ejemplo a toda la vecindad; está el pequeño sacrificio de salir al encuentro de tus compañerxs, pero compensa por mil y así se desarrolla la voluntad, que nos la han quitado.

  2. Madre mía, el tal Sr. Artur Serra, autor de la última parte, no tiene ni la menor idea del tema del que habla. Vaya sarta de incongruencias.

    Aparte de no haber mucha coherencia entre las ideas que pretende exponer, todo su discurso se basa en negarse a ver **el hecho obvio** de que hace tiempo que existen soluciones tecnológicas suficientes para comunicarse **exactamente** igual que a través de las redes sociales, pero sin estar en las zarpas de esos multimillonarios sin escrúpulos que usan toda la información que les damos para manipularnos (un ejemplo sería la propia red Mastodon citada en el artículo). Lo único necesario para ello es que la cantidad de usuarios suficientes, la proverbial «masa crítica», se decidan a migrar (de twitter a Mastodon, de WhatsApp a Signal, etc.)

    Claro que, cuando llegas al final y ves que es «tecnoantropólogo» (¿pero qué…? ¡Ni siquiera se por dónde…! ¿Eso es un master de Harvaravaca?), todo encaja… En fin…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.