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La reconversión de los mercados diez años después de Lehman Brothers
Estas son las maniobras del sector financiero para seguir ganando tras la quiebra de una de las entidades más tradicionales y poderosas de Wall Street, detonante de la mayor crisis desde la Gran Depresión de 1929.
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En una escena de Margin Call, una de las mejores películas que se han hecho sobre la gran crisis financiera y económica que estalló en 2008, Seth, un joven empleado de un banco de Wall Street inspirado en Lehman Brothers, expresa a su jefe su preocupación por el impacto sobre la “gente normal” que tendría un colapso de la pirámide especulativa. “¿Eres socialista, o qué?”, le espeta Will Emerson. “Mira, si quieres hacer esto en tu vida, y hacerlo bien, debes creer que eres necesario. Y lo eres. Si la gente quiere vivir de esta manera… con sus coches y sus casas que ni siquiera han pagado, entonces eres necesario. La única razón por la que pueden vivir como reyes es porque nosotros tenemos el dedo sobre la balanza en su favor. Y si yo levanto mi dedo…».
El 15 de septiembre de 2008 se derrumbó Lehman Brothers tras los excesos de la ingeniería financiera que permitía a la gente vivir como reyes, como decía Emerson en la película. La quiebra de una de las entidades más tradicionales y poderosas de Wall Street fue el detonante de la mayor crisis desde la Gran Depresión de 1929 con consecuencias económicas, sociales y políticas nefastas en casi todo el mundo. Los Estados se vieron obligados a rescatar a sus bancos con miles de millones de euros y dólares –en España, la factura sin retorno asciende a 60.000 millones de euros, como mínimo– lo cual acarreó duros recortes de gasto y la pérdida de millones de empleos.
Estamos en 2018. Diez años después, las economías de los países afectados han vuelto al crecimiento y los bancos supuestamente han saneado sus balances. Sin embargo, la huella devastadora de aquella crisis sigue visible en forma de salarios más bajos, más trabajos precarios y un altísimo endeudamiento de los Estados. El capitalismo financiero, ese “casino” que los dirigentes políticos habían prometido domesticar, es más grande, influyente y potencialmente destructor que nunca, mientras aumentan las desigualdades. Un informe de la ONG Oxfam del pasado enero calculó que el 82% de la riqueza generada en 2017 fue a parar a los bolsillos del 1% más rico del mundo. «En estos diez años, el capital se ha reestructurado para perseguir la búsqueda de la rentabilidad sin que importe pisar derechos como la vivienda», afirma el economista Ricardo García Zaldívar, miembro del consejo de Attac, un movimiento internacional que promueve un cambio del sistema económico actual. Para muchas personas expertas, las medidas adoptadas en respuesta a las causas del colapso de Lehman Brothers han sido insuficientes y en el horizonte ya asoma el fantasma de la próxima gran crisis.
La proporción de las rentas de capital en el Producto Interior Bruto (PIB) de los países desarrollados no para de crecer, muchas veces en detrimento de las rentas de trabajo y del sector público. Los inversores, entre los que los grandes fondos han ganado protagonismo frente a la banca tradicional, emplean su poder financiero en extraer mayor rentabilidad de las empresas, del sector inmobiliario y de la deuda –pública y privada– que ya triplica el PIB mundial.
Exprimir a las empresas
Empezamos por las empresas. Aunque el fenómeno del inversor tiburón no es nuevo en inglés, en los últimos tiempos se ha producido una aumento de los llamados “accionistas activistas”. Es decir, grandes inversores financieros que se meten en el capital de empresas cotizadas –y cada vez más toman asiento en sus consejos– con el fin de extraer el máximo beneficio en un plazo relativamente corto. «El enfoque de la inversión se desplaza», escribe Michael Hudson en Matar al huésped. Cómo la deuda y los parásitos financieros destruyen la economía global (Capitán Swing). «Ya no se trata de invertir para expandir el negocio e ingresar más, sino de buscar ganancias de capital”, concluye este profesor de la Universidad de Missouri, que trabajó varios años en Wall Street y fondos soberanos. Directivos de grandes empresas se alían con accionistas porque comparten el interés por la ganancia a corto plazo ya que se les retribuye en parte con acciones u opciones. “Esto significa que se estaría produciendo una reducción muy acusada del porcentaje de beneficios que se reinvierte en la actividad productiva de la empresa, en forma de capital físico y humano (lo que redundaría en aumentos de empleo y el desarrollo a largo plazo de los territorios), a favor de operaciones financieras tendentes a maximizar los beneficios a corto plazo para los accionistas, como el reparto de dividendos o la compra de acciones de la propia empresa para aumentar su precio a corto plazo”, explica en un estudio para la Fundación Alternativas Carmen Vizán Rodríguez, economista y asesora del Área de Estudios y Análisis del Consejo Económico y Social del Gobierno de España. Los accionistas activistas están especialmente presentes en sectores estratégicos y regulados, como la energía y las infraestructuras, donde la renta está prácticamente asegurada.
Un ejemplo de estas nuevas estrategias lo brinda la antigua Gas Natural Fenosa, recién rebautizada como Naturgy. La empresa energética ha vivido recientemente un cambio importante en su accionariado y en la dirección. Con los fondos CVC Capital Partners, con sede en Londres y Luxemburgo, Global Infrastructure Parnters (GIP), de Nueva York, ahora hay dos inversores financieros entre los principales accionistas con el 20% cada uno. La Caixa ha reducido su participación histórica al 24% y Repsol terminó una alianza estratégica histórica y salió del todo de la gasista. El nuevo presidente ejecutivo, Francisco Reynés, que llegó en febrero procedente de Abertis, presentó el Plan Estratégico en junio. El dividendo aumentará un impresionante 59% hasta 2022, mientras se reducen las inversiones y se prevé un ahorro de costes de 500 millones de euros anuales. Los directivos de Naturgy también abren la puerta a una recompra de acciones propias por valor de 2.000 millones de euros, si no encuentran mejor oportunidad para invertir este dinero. Sin embargo, no se toca la deuda, que seguirá en 16.400 millones de euros y por la que la empresa seguirá pagando un tipo de interés del 3,5% a sus acreedores, lo cual le ganó una rebaja de calificación de la agencia de rating Fitch. «La promesa de dividendo es un compromiso y una demostración de una filosofía muy sana en una industria como esta, que genera tanta caja”, afirmó Reynés en una entrevista con el diario económico Expansión en julio.
Los beneficios de las empresas, en muchos países, han aumentado por encima del crecimiento de la economía y también por encima de los salarios. En España, el año pasado el resultado contable declarado de las empresas a la Agencia Tributaria subió un 9,2% respecto a 2016. La masa salarial que tributa IRPF aumentó un 4,5%, debido al mayor número de personas con trabajo (la remuneración media por asalariado creció un escaso 0,1%, muy por debajo de la inflación). Para economistas como Vizán Rodríguez, este mayor crecimiento del capital frente a los salarios se debe a varios factores, como el mencionado trato preferencial al accionista, las privatizaciones, la deslocalización a países más baratos, los avances tecnológicos y la mayor concentración empresarial. También la revista The Economist, la biblia de ejecutivos, políticos y economistas, advirtió de estos desequilibrios en un editorial el pasado agosto: «Dado que la competencia en muchos mercados está disminuyendo, esto sugiere que las empresas son cada vez más capaces de extraer rentas de la economía».
Apostar por el ladrillo
Los tipos de interés en la zona euro y en EEUU han sido históricamente bajos en los últimos años en respuesta a la crisis –en cero o incluso negativos–, lo cual ha obligado a los inversores a buscar otras oportunidades para asegurar su rentabilidad. Además de exprimir las ganancias a corto plazo de las empresas cotizadas, han puesto la mirada en un viejo conocido: el sector inmobiliario, el origen de la caída de Lehman Brothers y con un recuerdo particularmente malo en España. En muchos países, los grandes fondos han comprado viviendas, oficinas y centros comerciales porque representan una inversión relativamente segura para su dinero que permite extraer una renta atractiva a través del alquiler. Tras el estallido de la burbuja del ladrillo en España, los movimientos en este sector se han multiplicado en los últimos años conforme a la recuperación paulatina de los precios.
Los bancos se han desprendido de los activos inmobiliarios que heredaron de clientes que ya no podían pagar la hipoteca. También de promotoras quebradas. No les quedaba otra por la presión de los reguladores bancarios, muy preocupados por este lastre en los balances. Los compradores han sido sobre todo los grandes fondos anglosajones. Así, por ejemplo, el Santander traspasó activos por un valor bruto de 30.000 millones de euros, procedentes del Banco Popular, que adquirió por un euro tras su resolución en 2017, a una sociedad conjunta con Blackstone. El fondo neoyorquino es hoy el mayor propietario del país después de la Sareb, el denominado banco malo, participado por el Estado. Lo mismo hicieron BBVA, Caixabank y Sabadell. La banca española se libró de esta manera de activos por un valor bruto de 74.000 millones de euros.
Pero no son solo los grandes inversores de Wall Street o la City londinense los que participan en este renacimiento del sector del ladrillo. En los últimos años han surgido grandes empresas inversoras en inmobiliaria como Merlin Properties, que forma parte del Ibex 35, Colonial, Hispania y Lar, que juntos controlan activos por valor de 30.000 millones. Fue el anterior gobierno del Partido Popular quien dio un empujón al sector con la creación de las llamadas socimi (Sociedades Anónimas Cotizadas de Inversión Inmobiliaria), vehículos especiales que son exentas del impuesto de sociedades a cambio de cotizar en bolsa y repartir un mínimo del 80% de sus beneficios en dividendos, que sí tributan. La bolsa de Madrid ha visto un auténtico boom de salidas al mercado de estas sociedades y ya cuenta con unas 60 socimi.
Los efectos sociales de este nuevo hambre inversor por el ladrillo no han pasado desapercibidos. Los nuevos propietarios de las casas, muchas veces, suben el precio y se desentienden de alquileres sociales, lo cual ha producido una nueva ola de desahucios. Uno de los casos llamativos de este verano ha sido el de Soraya Moreno y sus tres hijos, que debían abandonar su vivienda en el distrito madrileño de Vicálvaro porque el fondo buitre que la compró de Bankia no reconoce el alquiler social. Este y otros casos han provocado la intervención del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC) de la ONU, que advirtió al Estado español de que debe tomar «medidas para evitar posibles daños irreparables».
El nuevo boom inmobiliario también amenaza a las personas que sencillamente no encuentran alquileres asequibles para vivir en los centros de las ciudades, donde, además, se expanden los controvertidos pisos turísticos, a menudo propiedad de inversores financieros. Es un problema que se repite en otras partes de Europa y del mundo sin que los gobernantes hayan encontrado una solución todavía. El gobierno de Nueva Zelanda acaba de optar por una medida muy radical al prohibir la venta de casas a extranjeros, con algunas excepciones.
La losa de la deuda
Aparte de las empresas y del sector inmobiliario, los inversores continúan sacando rentabilidad de la deuda, los créditos, hipotecas o bonos del sector público y privado. La posibilidad de comprar algo hoy y pagar mañana siempre ha sido la principal herramienta y alimento de los mercados financieros, tal como cuenta Will Emerson en Margin Call. El crédito se ha convertido en un pilar fundamental del actual sistema económico, y la ingeniería financiera ha creado un sinfín de productos y subproductos basados en el crédito. Después de la larga recesión, en la que las familias y las empresas españolas han reducido su deuda, la banca vuelve a recurrir a los préstamos como fuente de ingresos.
Pese a las advertencias del Banco de España y del Banco Central Europeo, las entidades nacionales han aumentado en la primera mitad del año los créditos al consumo desde el 12,5% del Sabadell hasta el 30,5% de Bankia. En junio, la deuda de los hogares creció en 9.500 millones de euros, la mayor subida en un mes desde 2007, antes de la crisis. “La debilidad de las rentas salariales explica la creciente importancia que ha adquirido el endeudamiento como sostén del consumo y la demanda interna, lo que conduce a la consolidación de patrones de crecimiento muy inestables dada la falta de control político sobre los mercados financieros, como ha puesto de manifiesto tristemente la última crisis financiera”, asegura la economista Vizán Rodríguez.
Sin embargo, no solo los hogares recurren al dinero prestado. También las empresas y la administración pública en todo el mundo. El total de la deuda mundial supera por tres veces al PIB. Muchos expertos ya presagian una nueva crisis provocada por el sobreendeudamiento, o una suspensión de pago de algunos países. La crisis de Turquía, que amenaza con contagiar a otros países emergentes que han financiado su crecimiento con dinero extranjero, es un primer aviso. El Banco de Portugal ya ha avisado que se está produciendo una burbuja inmobiliaria en el país.
Lo que se hizo tras la caída de Lehman Brothers
Todo esto conduce a la siguiente pregunta: ¿qué se ha hecho para contener o, por lo menos, amortiguar los efectos negativos de la especulación financiera después de la caída de Lehman Brothers? En Europa, el rescate multimillonario del sector bancario a costa del contribuyente ha acarreado una consolidación sin precedentes de la industria. En España operan hoy una docena de entidades grandes y medianas, mientras que antes de la crisis había más de 50. Obviamente, los responsables políticos no han hecho mucho caso al temor que surgió a raíz de Lehman Brothers de que había algunos bancos demasiado grandes para caer (too big to fail). Los que han sobrevivido a la tormenta hoy son más grandes que nunca.
Lo que sí se hizo fueron varios exámenes de la salud de las entidades financieras y las obligaciones de que se deshicieran de sus activos tóxicos, como el ladrillo. El BCE ha asumido la supervisión de los 130 bancos más grandes de la zona euro que antes rendían cuentas a las autoridades nacionales. Una amplia reforma con el nombre Basilea III obliga a las entidades a mantener mucho más capital en su balance como colchón para los tiempos malos. Es dinero que no pueden prestar a los clientes ni especular con él en los mercados, lo cual ha mermado la rentabilidad de los bancos. La idea es que nunca más sean los contribuyentes los que paguen la factura por la quiebra de un banco, como ocurrió, de hecho, en el caso del Popular en 2017. Pero poco después, Italia se saltó este principio, cuando acudió al rescate de unas entidades con dinero público. Fue un revés para la construcción de una unión bancaria en la zona euro, como lo es también la resistencia de Alemania y otros gobiernos a crear un Fondo de Garantía de Depósitos común que pondría a salvo los ahorros de la clientela hasta cierto límite.
“El sistema bancario es básicamente más estable y resistente, en parte por la consolidación y por las medidas de las autoridades, como los mayores requisitos de capital. Dicho esto, la unión bancaria en Europa sigue incompleta y hay una falta de voluntad política de avanzar más rápido. Incluso existe el riesgo de reversibilidad, como hemos visto en Italia”, opina José Manuel Amor, economista y socio de Analistas Financieros Internacionales (Afi) en Madrid. Otros analistas, sin embargo, son más pesimistas. “Basilea III son parches”, opina García Zaldívar: “Un problema es que mucha parte del mercado está fuera del sector regulado”. Efectivamente, los directivos de la banca tradicional se quejan de que están sometidos a cada vez más regulaciones mientras otros juegan con el dinero a su placer, como los fondos y cada vez más las plataformas digitales.
Dicho esto, conviene recordar que detrás de los fondos no solo hay grandes fortunas, como destaca el economista Arcadi Oliveres en una entrevista con Jordi Pacheco en lamarea.com. “Los máximos responsables (de la crisis) son los fondos de inversión. Y esto debe ponernos en alerta porque una buena parte de los fondos de inversión son alimentados por los fondos de pensiones. Y a menudo nosotros alimentamos los fondos de pensiones al hacernos un plan de pensiones privado cuando no confiamos en la función de la Seguridad Social”, afirma Oliveres.
Lo que no se hizo
Y ahora llegamos inevitablemente a otra pregunta: ¿qué es lo que no se ha hecho en estos años duros de recesión? Aquella promesa del entonces presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, de “refundar el capitalismo” se ha quedado en papel mojado. La lista de ideas que se han quedado en el cajón es larga. Una es la introducción de una tasa sobre las transacciones financieras, inspirada en la llamada tasa Tobin. Por falta de un consenso mayor en la UE, diez países, entre ellos España, Alemania y Francia, acordaron establecer este impuesto que pretende frenar la especulación a la vez que reporta ingresos multimillonarios para las arcas públicas. Pero la iniciativa se fue descafeinando y languidece en los pasillo de Bruselas.
Mientras, la lucha contra los paraísos fiscales, la principal válvula de escape del gran capital, avanza en el mundo con pies de plomo. Las multinacionales, y especialmente los gigantes tecnológicos como Google, Facebook, Microsoft o Amazon, todavía logran minimizar su carga fiscal a través de países y territorios de baja imposición y alta opacidad. Hasta el 40% de los beneficios de las grandes multinacionales escapan al fisco de esta manera, según The Economist. “Los sistemas fiscales han fracasado en adaptarse al cambio tecnológico”, sentenció la revista británica.
Muchos críticos atribuyen este fracaso y la falta de voluntad política, en parte, al fenómeno de las puertas giratorias y el incesante trabajo de los poderosos lobbies en la Unión Europea. Ahí está el caso del británico Jonathan Hill, que había dirigido una empresa de lobby para la City antes de ser nombrado comisario europeo responsable para la regulación financiera, o el del expresidente de la Comisión José Manuel Durão Barroso, que pasó a ser presidente no ejecutivo de Goldman Sachs, el banco neoyorquino que suele estar en el ajo de las grandes operaciones especulativas. En EEUU, la situación pinta incluso peor. El presidente, Donald Trump, ha derrumbado los pocos mecanismos para controlar mejor a la banca puestos por su antecesor Barack Obama.
Diez años después de la caída de Lehman Brothers, ¿estamos ante la próxima gran crisis? Hay división. “El mundo sigue siendo inestable pero no lo suficiente como para volver a una crisis como la de 2008”, afirma Manuel Amor, de la Afi. Otros economistas ven con preocupación el alto nivel de deuda –tanto pública como privada– y la creciente interconexión de las economías nacionales, donde un evento menor en un país puede provocar un shock mundial. “La economía se ha vuelto más global con la propagación macroeconómica de la volatilidad. Por lo tanto la próxima recesión global podría afectar a una mayor cantidad de países”, comentó el analista Lorenzo Ductor a la BBC. “Yo creo que podría ser peor que la crisis de 2008 en el corto plazo, porque habría más factores que propagan la recesión de un país a otro. Pero también tengo la impresión de que gracias a ciertas medidas que se tomaron en 2014, como la capitalización de los bancos, tardaríamos menos años en recuperarnos”, agregó.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) avisó en abril del riesgo del alto endeudamiento en el mundo. Muchos países altamente endeudados no están preparados para una subida de los tipos de interés, que se avecina, ya que dispararía el precio a pagar a los compradores de bonos.
Estaba mal preparada
El FMI está particularmente preocupado por países como España, cuya deuda pública roza el 100% de su PIB, como expresó el subdirector gerente del fondo, David Lipton, durante unas jornadas conjuntas con el Banco de España en abril. Pese a la austeridad, el gobierno de Rajoy pudo evitar recortes aún mayores al recurrir al endeudamiento –antes del estallido de la burbuja la deuda pública había bajado hasta el 35% del PIB–. “Tengo mis dudas sobre hasta qué punto está preparada España, y hasta qué punto tiene suficiente buffer (colchón) fiscal, para cuando llegue la siguiente recesión”, dijo en las mismas jornadas Servaas Deroose, uno de los hombres negros de la Comisión que supervisaron el rescate internacional para el sector financiero español.
Gracias a la bajada de los tipos de interés en Europa, el Tesoro logró disminuir el coste de financiar la deuda. Aun así, en 2017 el Estado todavía tenía que dedicar 30.000 millones de euros a pagar a sus acreedores. Si los tipos suben solo un punto, la factura para las arcas públicas será enorme. “En este momento, España no está preparada ni para una desaceleración normal”, agregó el belga Deroose. Amor, de AFI, no lo ve tan oscuro. “Una desaceleración no vendría bien a España, pero no sufriría tanto como en 2008 por la menor deuda privada. La deuda pública es mayor pero hay otros mecanismos para el Estado como la política fiscal y los tipos volverían a bajar en una nueva crisis. Además, hoy no hay un sector del que la economía dependa tanto como ocurrió con la construcción después de 2008. Hoy la economía está más diversificada”, opina.
El evento
El concepto de justicia social es ajeno al pensamiento neoliberal. Pero la creciente brecha entre ese “uno por ciento más rico” y el resto de la sociedad preocupa cada vez más a los poderosos, gobernantes y agentes económicos. “Un aumento de la desigualdad daña el nivel y la sostenibilidad del crecimiento”, admitieron economistas del FMI en un estudio que criticaba las políticas de austeridad impuestas por el propio fondo a países como Grecia y Portugal. Los bien engrasados mecanismos del sistema actual conducen inevitablemente a un reparo cada vez más desigual de la riqueza, como documenta Thomas Piketty en El capital en el Siglo XXI. En un informe sobre la desigualdad mundial, el economista francés y cuatro ilustres colegas hacen una advertencia muy agorera de que la inacción para corregir el sistema podría desembocar en “todo tipo de desastres políticos, económicos y sociales”. Cabe añadir el medioambiental, de cuya proximidad han dado un anticipo la sequía y la ola de calor extremo de este verano en Europa.
Ante este panorama, partes de las élites ya se están preparando. Douglas Rushkoff, escritor y profesor de cultura virtual, cuenta en un artículo en la revista digital Medium un encuentro extraño con un grupo de banqueros de inversión que le habían invitado a hablar de los avances tecnológicos, “la oferta más abultada que había recibido nunca por una charla”. Para su sorpresa, los anfitriones no se interesaban tanto por la inteligencia artificial, el blockchain o las monedas virtuales, sino que le inquirían sobre cómo prepararse para lo que llamaban “el evento”, un eufemismo para el momento en el que el mundo, tal como lo conocemos, estalla. “Estos hombres se estaban preparando para un futuro digital que tenía muy poco que ver con hacer del mundo un lugar mejor, y mucho con trascender la condición humana y aislarse a sí mismos del peligro real y presente que representan el cambio climático, la subida del nivel del mar, las migraciones masivas, las pandemias globales, el pánico nativista y el agotamiento de recursos. Para ellos, el futuro de la tecnología solo tiene una dimensión: el escape”, relata Rushkoff.
¿Es inevitable este destino apocalíptico para la humanidad? “Nunca he sido partidario del ‘cuanto peor mejor’ pero la crisis debe agudizarse para que haga reflexionar a los responsables sobre cambios estructurales profundos”, comenta el economismo de Attac García Zaldívar. Esta organización y otras 60 en toda Europa preparan una serie de acciones para aprovechar el décimo aniversario de la quiebra de Lehman Brothers y concienciar a la ciudadanía del peligro que presenta el actual orden económico. “Es complicado y perezoso explicar algo tan amplio como cambiar el sistema financiero y el concepto de libre mercado”, se queja Cuca Fernández, coordinadora de Attac España. Espera reconectar con la gran movilización a nivel europeo que despertó el rechazo al TTIP, el tratado de libre comercio entre la UE y EEUU, antes de que Trump enterrara el proyecto. En Attac lamentan que la lucha por un sistema económico más justo haya ido perdiendo fuelle. “El 15-M sí puso el foco en el tema de las finanzas y aspectos como la deuda. Pero se ha ido disolviendo”, lamenta Fernández: “Esperemos que el 15 de septiembre, día del aniversario de Lehman Brothers, sirva como momento para comenzar una movilización. Pero es una carrera de larga distancia con muchos obstáculos. El sector financiero tiene mucha influencia en los medios”.
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Yayo Herrero: “Se ha declarado la guerra a la vida y urge recomponer el sistema”
Todas las personas somos “ecodependientes y codependientes” y qulos recursos son finitos y “vienen a acotarse a la velocidad con la que se renuevan”.
“El mundo laboral está profundamente segregado”, apuntó para denunciar que la “indignidad del trabajo” nos hace luchar “pobres contra pobres”. “Unas élites del mundo se consideran legitimadas para acaparar recursos y excluir de la vida a las personas”, criticó. Herrero también habló de “la robotización de la economía”. Además, lanzó otra reflexión: “La crisis ecológica permanece invisibilizada dentro de las izquierdas emancipadoras y en el sindicalismo”.
Diversas alternativas viables ya están en marcha y funcionan de forma colectiva: plataformas antidesahucios, banca y finanzas éticas, consumo energético responsable, compartir los cuidados, cooperativas de consumo… En este sentido, destacó que la Economía Social y Solidaria “es clave porque democratiza la economía, la relocaliza en el territorio y ejerce una disputa material concreta”. “En toda esta construcción de la alternativa hay mucho bienestar que generar”, añadió.
“Nos toca a todos los sectores organizados no mirar a otro lado y se necesitan todas las manos para revertir esta situación”, hago una llamada urgente a reflexionar.