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Contra el capitalismo de plataforma: “El municipalismo es el camino a seguir”

Los académicos Trevor Scholz y Tiziana Terranova abordan la transformación radical del trabajo en las economías digitales.

Trebor Scholz desde la terraza del Museo Reina Sofia. EDUARDO ROBAINA.

Aunque evoluciona de manera descontrolada, la historia de Internet es breve. Al menos, si la entendemos en el contexto de la telehistoria del capitalismo. Y aún más lo fueron las promesas que les acompañaron en sus inicios, especialmente aquellas que lo definían como un ecosistema de conocimiento común. Lejos de hacerse realidad, en el presente constituye un espacio donde el mercado campa a sus anchas al mismo tiempo que magnifica las existentes desiguales inherentes al sistema capitalista, como las de raza y género. En otras palabras: cada click abre la puerta a que las jerarquías sociales sigan dilatándose. Y buena parte de ello se debe a que, durante los últimos años, el debate sobre las diferentes formas económicas y políticas de participar en este nuevo mundo han estado  monopolizadas por la visión de las grandes corporaciones tecnológicas: Amazon, Alphabet, Facebook, Apple y Microsoft.

Con la intención de cambiar la cultura política y el pensamiento digital – tan apegado a nuestras vidas-, el Museo Reina Sofía de Madrid ha celebrado la cuarta sesión del ciclo Seis contradicciones y el fin del presente, centrado en la transformación radical del trabajo en las economías digitales. Y lo ha hecho de la mano de Trebor Scholz, profesor asociado de Culture & Media Studies en The New School de Nueva York, y Tiziana Terranova, activista y profesora de Sociología de las Comunicaciones en el Departamento de Ciencias Humanas y Sociales de la Università degli Studi di Napoli, “L’Orientale”.

Datos, datos y más datos

A pesar de que el encuentro busca precisamente desafiar este orden mundial establecido, el museo que lo alberga mantiene un acuerdo con Google Arts & Culture para digitalizar sus obras. Recientemente, la compañía americana ha incluido una nueva función que permite al usuario, selfie mediante, decirte a qué personaje de una famosa obra de arte te pareces. Fruto del desconocimiento, lo que podría interpretarse como una simple aplicación divertida a la par que inofensiva esconde detrás la recopilación por parte de Google de millones de datos para alimentar sus sistemas de inteligencia artificial, cada vez más desarrollados gracias a la cantidad de información que los usuarios de la plataforma vuelcan sobre ella. Máquinas creadas para trazar patrones biométricos están teniendo, de manera gratuita, el mejor entrenamiento posible para el futuro.

Estas lógicas, asentadas en una suerte de extractivismo de datos, fueron el principal foco de ataque de Tiziana Terranova durante la conferencia impartida esta semana. Los sistemas de inteligencia de las compañías de Silicon Valley, gracias a la cantidad de información que manejan,  permiten una concentración de poder enorme en unas cuantos actores que pueden ofrecer posteriormente buena parte de los servicios en la economía digital. Estas dinámicas presentes en la economía digital la convierten, según la profesora italiana, “en un mecanismo específico para capturar grandes conjuntos de conocimiento social y cultural” y generar “una producción continua de valor que es completamente inmanente a los flujos de la sociedad en red en general”.

Con ello, una de las académicas pioneras en estudios cognitivos se refiere “a formas de trabajo especificas como el diseño web, la producción multimedia o cualquier tipo de servicios digitales,” aunque también a “aquellas actividades laborales que no solemos reconocer como tal: los chats que mantenemos en nuestros teléfonos móviles, las historias de la vida real que hacemos públicas, información sobre las listas de correo o la consulta de noticias en un motor de búsqueda”. Todo es trabajo en internet, un medio eminentemente comercial desde 1993, pues genera datos que se concentran en muy pocas manos, dando lugar a grandes beneficios para los dueños de estas corporaciones.

Estas  dinámicas, como señalaba Terranova, “crean una estructura económica digital donde gran parte del control es absorbido por un núcleo de instituciones financieras estrechamente unidas”. Este es el ejemplo de Uber, entre cuyos invasores se encuentran Goldman Sachs, Barclays o el fondo soberano de Arabia Saudí o Airén, en los que resaltan JP Morgan Chase, Morgan Stanley, o el dueño de Amazon Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo. Al mismo tiempo, tampoco se pueden entender plataformas como Glovo sin el apoyo de la firma de comercio electrónico japonesa Rakuten y el fondo de capital de riesgo de CaixaBank, entre otros.

Por este motivo, hemos de entender la implementación de las tecnologías de la información como una forma de continuar el proceso neoliberal iniciado en los años ochenta y noventa, es decir, la monetización y capitalización de casi todas las dimensiones de nuestras vidas. “La cultura de la economía colaborativa nació en los albores de 2008, lo cual no sólo desplazó las consecuencias de la liberalización del mercado de trabajo hacia internet», sino que obligó a los trabajadores a aceptar las condiciones del trabajo freelance, es decir, “sin ofrecerles aquellos beneficios propios del estado del bienestar [seguros de salud, un salario mínimo garantizado, indemnización laboral por despido]”, apuntaba Trebor Scholz, en una entrevista con La Marea.

Alternativas que se plantean

Este profesor cree firmarme que “el capitalismo de plataforma tiene un problema de monopolio”, pues “en su raíz se establece una concentración extrema y creciente que impulsa la extracción financiera y la vigilancia”. Por ello, el también impulsor de Platfom Co-op, propuso algún tiempo atrás adaptar el modelo de cooperativa a internet, y en particular a la económica digital. “Esta es una de las respuestas más eficaces posibles contra la crisis que nos azota desde los últimos años”, afirma. Algunos de los argumentos empleados para dar respaldo a esta idea son que genera mayor productividad, pues cada cual trabaja en lo que quiere; no hay riesgos de deslocalización de la producción; y que nadie se encuentra expuesto a los shocks financieros. “En definitiva, porque este modelo no se encuentra guiado por la maximización de los beneficios, sino a su distribución”, apuntaba a este medio.

En este sentido, el profesor Scholz se muestra escéptico respecto a buena buena parte de los debates sobre la privacidad en internet. “Las compañías como Google, Apple o Facebook tienen mucho poder. Para controlar una plataforma hay que tenerla en propiedad. Y después, pensar en  otra cuestiones, como la transparencia de datos, el uso cooperativo de las infraestructuras, y el entendimiento de los datos como un bien común”.

Crítico a su vez con algunas de las últimas propuestas relacionadas con nacionalizar las infraestructuras a través de las que se comunica la sociedad, como la del Partido Laborista británico y su líder Jeremy Corbyn, Trebor Scholz cuenta a La Marea que “la forma de resistencia hacia los grandes imperios de los datos debe comenzar en las ciudades». Y en ello, añade, Barcelona y su iniciativa para la soberanía tecnológica, son uno de los ejemplos que deben seguir el resto de urbes cosmopolitas europeas.

Habitualmente, las empresas tienen una visión muy clara de lo que quieren conseguir, y también los inversores que se encuentran detrás, así como una cantidad enorme de abogados y economistas llevándole a la práctica. Por el contrario, critica, “los políticos de la ciudades no suelen tener tan claro cómo frenarlas, y mucho menos poseen conocimientos específicos sobre cómo emplear la tecnología de manera emancipatoria”. Y añade que “el municipalismo es el camino a seguir. Hemos de trabajar en comunidad, con políticos locales, impulsando cambios radicales en cómo organizamos la economía digital”.

Ambos académicos, Trevor Scholz y Tiziana Terranova, están lejos de caer en una especie de determinismo tecnológico, donde todos los problemas de la economía se pueden solucionar gracias a internet. Al contrario, creen que recuperar la agenda social es fundamental, y que la tecnología, en lugar de acrecentar las brechas en la sociedad, puede ayudar a reducirlas. Scholz aboga por escapar de la visión apocalíptica propia de la izquierda contemporánea, donde parece no existir salida a este capitalismo tecnológico ampliamente financiado.

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