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Emparejarse en los tiempos del Tinder
"No pasamos por el altar, pero nos tinderizamos, como las casas, el transporte y el trabajo, porque es más sencillo para nuestros valores competir en un mercado amatorio de interés variable que pensar en mantener un proyecto de vida junto a alguien"
En 1962 se estrena Boccaccio 70, una película episódica que reunía a algunos de los mayores talentos del cine italiano de la época: Fellini, Visconti y Vittorio de Sica. En la primera versión estrenada se quedó fuera el cuarto realizador implicado, Mario Monicelli, que decidió contar, a partir de un cuento de Italo Calvino, la historia de un joven matrimonio en el Milán del desarrollismo.
Bajo el título de Renzo e Luciana se nos cuentan las desventuras de dos obreros cuya situación, económica y laboral, les impide llevar la vida que desearían. La empresa en la que trabajan prohíbe a sus empleados mantener relaciones amorosas entre ellos, con lo que el matrimonio debe fingir un total desconocimiento en su jornada laboral. Además, el reducido salario impide a la pareja comprar una casa, por lo que tienen que vivir con los padres de ella, incluidos un par de niños y adolescentes.
La vida conyugal se hace imposible, quedando limitada a un breve encuentro en la terraza del piso tras la cena, bajo la mirada de la familia y el bullicio de la calle. Por la noche, en la habitación, los recién casados tienen una intimidad tras las sábanas que queda limitada a lo que unos débiles muros ofrecen. Estar casados, que en la época otorgaba la libertad ante Dios y la sociedad del sexo permitido, les es inútil por una cuestión habitacional. Además de a las tradiciones hay que burlar a la precariedad, cuando ni siquiera recibía tal nombre.
El jefe de Luciana, que es la que trabaja en administración, es uno de esos sargentos chusqueros de moqueta que se crece ante sus empleadas. O es paternalista hasta la náusea o es un déspota sin piedad, cuando no un acosador bajo el manto, por entonces (y ahora), de la cortesía caballeresca. Cuando la pareja es descubierta dándose un abrazo furtivo en uno de esos pasillos que creían vacíos es despedida. La seguridad del empleo se transforma en dinero de la liquidación, que deciden emplear en comprar, por fin, una casa para poder huir de las inclemencias del hogar familiar.
El problema es, que una vez que disponen de un lugar propio, apenas les queda tiempo para encontrarse. El nuevo trabajo de Renzo, vigilante nocturno, hace que sólo pueda ver a Luciana en un breve lapso por la mañana. Mientras que ella empieza la jornada, él tan sólo tiene tiempo para saludar y meterse en la cama. El desarrollismo, parece decirnos el director Monicelli, funciona a medias. Las posibilidades dejan de estar coartadas por la escasez de la posguerra para pasar a estar limitadas por la insaciable producción de algo que se conocería como bienestar.
Una de las virtudes de Boccaccio 70 es llevar a la pantalla, en un momento tan temprano, la vida sexual de la sociedad italiana de la época, no tan sólo como un ardid para el erotismo fácil, sino como una forma de hablar de política y economía en uno de los lugares donde más se hacen notar pero donde menos suelen ser percibidas. El capítulo de Renzo y Luciana, pese a lo que pueda parecer, no es de todo un enfrentamiento entre el proletariado frente a sus condiciones de vida, sino una tensión entre las costumbres de la italia conservadora y las necesidades de su nueva economía.
El joven matrimonio no piensa en la revolución, piensa en follar. Desde un punto de vista hegemónicamente masculino, la elección de la actriz debutante Marisa Solinas, de 21 años, para dar vida a Luciana aporta la tensión sexual con un marido que desea pero que no consuma, a pesar de haber cumplido con los cánones religiosos. Ella, que como la mayoría de actrices italianas de la época, representaba el ama de casa esperada, pero también una cierta rebeldía antes los corsés impuestos, es el objeto de deseo, pero también quien comprende mejor la nueva situación. No basta sólo con el trabajo, sino también con la aspiración a conseguir aquello que se anuncia en cada nueva obra residencial de la gran ciudad. Si el marido es un proletario abnegado, la máquina de escribir que maneja la mujer le acerca a esa novedad llamada clase media.
El enfrentamiento no es el de la utopía proletaria contra la realidad burguesa, sino la de un conservadurismo aún necesario para cohesionar el orden social frente a las necesidades del nuevo empresariado, que plantea un modelo que ya no es batalla laboral sino proyecto a compartir con sus empleados. Puede que la lucha de clases siga existiendo, pero el horizonte ya no es la emancipación social, sino el pisito, el coche y la sensación de ascender en la escala de lo social. Además de poder hacerse arrumacos sin la atenta mirada de los suegros, la abuela y los hermanitos.
Renzo e Luciana lo que nos viene a contar, tras el juego de personajes y situaciones, es que la clase social no es ninguna fantasía teórica de los dirigentes del partido comunista, sino un papel en la producción que, de vez en cuando, se manifiesta como identidad, pero que la mayoría de las veces actúa como un juez implacable para nuestras necesidades. La novedad, introducida tanto en la sociedad como en la película, es que al ofrecer un sitio al que llegar, alternativo a la utopía socialista y desde luego más inmediatamente factible, transforma esa posición en la producción en una identidad que se niega a sí misma.
Hoy, Boccaccio 70, no sería una película episódica, sino una serie de alguna plataforma de pago por visión. La razón no sería tan sólo el negocio, sino la necesidad de contar las mil y una historias de pareja, amorosas y sexuales que nuestra atomizada sociedad exige. Al fin y al cabo las posibilidades de mostrar nuestras precariedades sentimentales son casi infinitas. Ya casi nadie se empareja de por vida a los 21 como Renzo y Luciana, creemos que por una superación de las costumbres conservadoras y la deconstrucción del amor romántico. Y estamos en lo cierto.
Lo que nos falta es añadir que ese sorpasso no se ha dado tan sólo por una liberación de las costumbres, sino por una aceptación inconsciente del mercadeo neoliberal en nuestros niveles más profundos de la vida. No pasamos por el altar, pero nos tinderizamos, como las casas, el transporte y el trabajo, porque es más sencillo para nuestros valores competir en un mercado amatorio de interés variable que pensar en mantener un proyecto de vida junto a alguien. Sin duda nos hemos empoderado, pero no como personas, sino como productos.
El conservadurismo social era un modo de vida atroz, sobre todo para la mujer, pero funcional con las necesidades productivas del capitalismo de su época. Hoy, con el casino funcionando a todas horas, desde los mercados financieros hasta los latidos del corazón, hemos burlado unas imposiciones para caer en una sola que se lleva a rajatabla: la del egoísmo solipsista. La libertad ya no consiste en la capacidad y la posibilidad de elegir una vida deseada junto a alguien, sino en nuestra potencialidad para engrandecer nuestro yo dependiendo del número de matches.
Todas las plataformas de citas se crearon como formas diferentes a las tradicionales para encontrar pareja. Pueden se utiles o banalizarse, deformarse, pervertirse, etc. Pero sabemos que todo lo que se encuentre enmarcado en este capitalismo tardío, neoliberalismo a ultranza, está de alguna u otra forma deshumanizado, pervertido, des-subjetivizado. Por lo tanto sólo aquellos que puedan escapar «un poco» de este contexto actual y esten en alerta constante, planearán formas de encuentro menos tóxicas. El amor de pareja puede, debería ser una experiencia, un acontecimiento de crecimiento, libertad, de alegría, en comunidad.
Bravo, sobretodo por él final. Creo que es una tendencia que he podido observar en mis años de carrera, y voy pa 30 de una forma muy evidente además. Pareciera que lo que perdura perdiese interés en aras de ese mercadeo constante y generador de mucha frustración, por otra parte.
Desde que te sigo, cada vez estoy más de acuerdo con tus análisis. Aunque no haya pasado por ningún altar y tengo dos hijos creciditos.
Hola Dani, tal y como se nos presenta la vida hoy, el poder elegir tu futura «pareja» como quien elige un plato en el restaurante no te garantiza que vaya a ser algo que te aporte todas las vitaminas que necesites pero de vez en cuando comer comida basura no está mal… sabiendo que siempre puedes elegir otros menús más saludables ;).
Un placer leerte
funcionalista