Entrevistas | Memoria histórica | OTRAS NOTICIAS
EEUU: lugares de memoria radical
El anticomunismo —que obsesionó a los líderes políticos y policiales norteamericanos desde mucho antes de la Guerra Fría— dificultó durante casi un siglo que se celebrara la impresionante historia de las luchas obreras del país. Pero allí también empiezan a moverse las cosas.
Artículo incluido en #LaMarea62, a la venta en quioscos y aquí.
En la era de Donald Trump, es fácil olvidar que la historia de Estados Unidos está llena de luchas políticas que, a la larga, produjeron victorias progresistas. Otra pregunta es si esas victorias, y cómo, son recordadas hoy. La memoria histórica norteamericana es un campo de batalla constante a nivel local, estatal y nacional. Si sus causas siguen vivas hoy es porque se ven conectadas con el presente político.
España, en otras palabras, no es el único país con un Valle de los Caídos o una Avenida General Franco. Así, por ejemplo, quien visite el sur de Estados Unidos —una zona más política que geográfica y que en realidad comienza mucho más al norte de lo que se pensaría— se topará con cantidad de estatuas y monumentos que celebran a los oficiales y soldados del bando que perdió la Guerra Civil, es decir, defensores de la causa esclavista. Cuando, en agosto del año pasado, se reunieron miles de supremacistas y nacionalistas blancos en Charlottesville, en el Estado de Virginia, bajo el lema Unite the Right (Unificad a la Derecha), fue para impedir que se quitara la estatua del general sureño Robert E. Lee, que llevaba casi cien años allí. La contraprotesta antifascista y la respuesta vergonzosamente equidistante de Trump ayudaron a conectar al movimiento Black Lives Matter con el debate sobre las políticas de la memoria. De hecho, fue solo después de la matanza racista perpetrada por el joven supremacista Dylann Roof en 2015 cuando el gobierno de Viriginia decidió plantearse la conmemoración pública de la Guerra Civil y sus legados. Hoy por hoy, la estatua de Lee sigue allí, en Emancipation Park. Pero tiene los días contados.
En muchos otros lugares del país, los monumentos confederados poco a poco han desaparecido. En su lugar, aparecen otros nuevos. El más impresionante —y más que digno de una visita— es el Memorial Nacional por la Paz y la Justicia, inaugurado hace solo dos meses, que conmemora a las decenas de miles de víctimas de los linchamientos que se siguieron produciendo hasta mucho después de la abolición oficial de la esclavitud y de la segregación racial, y que motivaron el desplazamiento de seis millones de afroamericanos del sur al norte del país. Ideado por Bryan Stevenson, el carismático abogado que lleva décadas luchando por reos y presos jóvenes afroamericanos, ocupa más de dos hectáreas en plena ciudad de Montgomery (Alabama). Sus 800 columnas de acero representan los condados donde se produjeron los linchamientos. Pero además, el recinto alberga un monumento separado para cada uno de esos condados, en espera de su adopción por las autoridades competentes. Así, solo cuando todos esos monumentos hayan desaparecido de Montgomery cabrá decir que Estados Unidos —y el Sur en particular— ha asumido la verdad de su pasado de injusticia racial.
Es imposible sobreestimar la victoria política que representa la aparición de iniciativas como la de Montgomery. Y es que, en el Sur, fueron los perdedores los que acabaron escribiendo la historia: a pesar de su derrota, las élites blancas nunca perdieron sus privilegios. Y al fin y al cabo, la memoria oficial siempre pretende ocultar las vergüenzas de los privilegiados. Suelen tener que pasar muchas décadas antes de que se comiencen a revelar.
Así incluso los potenciales momentos de orgullo acaban barridos bajo la alfombra. El anticomunismo —que obsesionó a los líderes políticos y policiales norteamericanos desde mucho antes de la Guerra Fría— dificultó durante casi un siglo que se celebrara la impresionante historia de las luchas obreras del país. Pero allí también empiezan a moverse las cosas. Quien visite hoy la plaza del Haymarket en Chicago, por ejemplo, verá un monumento a los obreros anarquistas cuya protesta, detención y ahorcamiento entre mayo de 1886 y noviembre de 1887 —después de que una huelga general por el día laboral de 8 horas produjera un enfrentamiento mortal con la policía— inspiraron que el 1 de mayo se convirtiera, ya entrado el siglo XX, en el Día Internacional del Trabajo. ¿La ironía? Que ese día se celebre en casi todo el mundo, menos en Estados Unidos, temeroso, como siempre, de todo que oliera a obrerismo radical. En 1955, el entonces presidente Eisenhower (quien cuatro años después abrazaría a Franco) declaró que el 1 de mayo fuera «el Día de la Lealtad»; todavía hoy, en Estados Unidos, Labor Day se celebra en septiembre.
Es significativo que el monumento en Chicago no fuera inaugurado hasta 2004. «Quizá llegue un poco tarde», confesó la responsable del ayuntamiento. «Algunos dirían que cien años tarde». En la ceremonia de inauguración, por otra parte, algunos anarquistas denunciaron lo que veían como una escandalosa distorsión de la historia. «A los ajusticiados hoy nos los presentan como socialdemócratas o reformistas liberales», dijo un activista. «Pero la verdad es que dedicaron toda su vida a la anarquía y la revolución social». (Hay un monumento mucho más antiguo, de 1893, en el cementerio de Forest Home en las afueras de Chicago, donde se enterró a los obreros ajusticiados).
LAS BRIGADAS INTERNACIONALES
Finalmente, no hay que olvidar que también en Estados Unidos hay una memoria histórica de la Guerra Civil española, que —dado ese mismo anticomunismo— ha costado lo suyo traducir en monumentos públicos. Aun así, hay cuatro que conmemoran a los voluntarios que salieron de EEUU para engrosar las filas de las Brigadas Internacionales. Están en Seattle (Washington), Madison (Wisconsin) y Tampa (Florida). El más grande de todos, inaugurado en 2008, se encuentra frente al Embarcadero de San Francisco (aún se puede visitar aunque está pendiente de una reparación, que comenzará pronto). En Nueva York hay una placa conmemorativa en el campus del City College que recuerda a los 13 estudiantes que salieron de esa universidad para luchar en España. Y en la calle 14 de Manhattan, en el número 239, se encuentra el histórico edificio de la Spanish Benevolent Society (La Nacional), que desde hace menos de un año es la nueva sede de los Archivos de la Brigada Lincoln, organización dedicada a mantener viva la memoria de la lucha española e internacional contra el fascismo.
El largo asesinato de Martin Luther King.
Los relatos oficiales no dicen nada sobre el Dr. King que estudió a Marx con simpatía a una edad temprana y que dijo en sus últimos años que “si queremos alcanzar la igualdad real, los Estados Unidos tendrán que adoptar una forma modificada de socialismo”. Borran al King que escribió que “el verdadero problema que hay que afrontar” más allá de cuestiones “superficiales” es la necesidad de una revolución social radical.
Los negros estadounidenses, pero también otros sectores de la población, percibían lo que King llamó “la cruel ironía de ver a chicos negros y blancos en las pantallas de televisión, matando y muriendo juntos por una nación que es incapaz de sentarlos juntos en la misma escuela. Los vemos en brutal solidaridad quemar las chozas de una aldea pobre, pero nos damos cuenta que nunca vivirían en el mismo bloque en Detroit”, dijo King en la CBC, y agregó que “no podía permanecer en silencio ante tan cruel manipulación de los pobres”.
Más allá de la hipocresía racial, King dijo que “una nación que continúa gastando año tras año más dinero en defensa militar [aquí podría haber dicho mejor en un ‘imperio militar’] que en programas de mejora social está cada vez más cerca de su bancarrota espiritual”.
Sus propuestas, dijo, buscaban algo más que justicia racial. Su objetivo era eliminar la pobreza de todos, incluidos los blancos pobres, y creía que “la revuelta negra” era un desafío frente a lo que llamó “los tres males interrelacionados” del racismo, la injusticia económica / pobreza (el capitalismo) y la guerra (el militarismo y el imperialismo). La lucha negra “ha evolucionado, afortunadamente, en algo más que la búsqueda de la eliminación de la segregación [racial] y la igualdad”, dijo King. Se había convertido en “un desafío a un sistema que ha hecho milagros en la producción y la tecnología”, pero no ha sido capaz de “hacer justicia”.
King era un demócrata socialista que defendía la desobediencia de masas y un antiimperialista que abogaba por una revolución mundial. Los guardianes de la memoria nacional no quieren que se sepa nada de ello cuando transmiten doctrinalmente una memoria oficial impuesta sobre King como un reformador liberal y paniaguado. (De manera similar, nuestros señores de la ideología no quieren que sepamos que Albert Einstein [“Personaje del siglo XX”, según la revista Time] escribió un brillante ensayo en defensa del socialismo en el primer número de la venerable revista marxista estadounidense Monthly Review – o que Helen Keller era una defensora de la revolución rusa).
http://insurgente.org/paul-street-el-68-en-eeuu-el-largo-asesinato-de-martin-luther-king/
MEMORIA HISTORICA ARAGON.
HUESCA: 79 (hoy 82) AÑOS DESPUES.
Nunca será suficiente el recuerdo y evocación de lo ocurrido en Huesca aquel domingo, como hoy mismo, 23 de agosto de 1936, hace setenta y nueve años. Ese día, no menos de noventa y cinco personas fueron asesinadas en la tapia oeste del cementerio de la carretera de Zaragoza. Falangistas, miembros de Acción Ciudadana y militares, el fascismo local amparado por el clero, cumplieron a rajatabla las instrucciones dictadas por el “director” del golpe de Estado, el indigno general Emilio Mola: “Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado”. Los camiones con presos empezaron a salir de la cárcel provincial a media mañana y solo a última hora de la tarde, cesó el cortejo de muerte. Los enterradores no daban abasto en medio de aquella orgía de sangre.
El escritor y miliciano de la Columna Ascaso José María Aroca, describe en su libro “Las Tribus” la impresión que recibió al llegar al entorno de la población a finales de agosto: “Cuando llegamos al cementerio de Huesca, descubrimos que uno de sus muros estaba literalmente acribillado a balazos. Al pie de la pared, la tierra, amasada con sangre, tenía un color parduzco. La cal aparecía salpicada, aquí y allá, de cabellos y de sesos humanos. En aquella tapia, los sublevados habían estado fusilando a los izquierdistas de la capital. Dentro del cementerio, unas inacabables fosas comunes daban testimonio de lo implacable de la represión fascista. A unos doscientos metros del camposanto, semioculto en un cañaveral, encontramos el cadáver de un obrero que al sentirse alcanzado por las balas había echado a correr para desangrarse bajo las estrellas. Tenía las manos atadas con una cuerda”. Cuerdas o alambres servían para sujetar por las muñecas, de dos en dos, a los reos que descargaban de los camiones a culatazos y patadas.
Mataron a mujeres como Concha Monrás, viuda de Ramón Acín desde el 6 de agosto, las hermanas Barrabés Asún, Victoria y Rafaela, de 20 y 21 años, respectivamente, apresadas al no encontrar en casa a sus hermanos, a los que perseguía la policía del nuevo régimen que se abría camino sobre cadáveres; la activista María Sacramento Bernués Estallo, de 43 años, que ya había sido arrestada con anterioridad y en cuyo expediente carcelario se anota “no muestra ningún arrepentimiento”; Francisca Mallén Pardo, detenida el 18 de agosto por ser novia del anarquista José Espuis Buisán, también fusilado el mismo día, con el que se iba a casar pocas semanas después de este 23 de agosto de 1936, la jornada más trágica y larga de la historia de Huesca.
https://cambiarhuesca.es/setenta-y-nueve-anos-despues-por-victor-pardo-lancina/