Opinión
La renovación de la clase dominante: de George Soros a Google (y 3)
Esa es la clave del mito de la tecnología presentado por la clase poseedora: debatimos sus utilidades, como quienes tratan de emplearla para “optimizar el periodismo”, pero no cuestionamos que se encuentren en las manos privadas de un gueto económico llamado Silicon Valley.
Aquel capitalismo financiero con el que George Soros hizo su fortuna gracias a la especulación está siendo llevado a nuevos límites, en buena medida gracias a las renovadas lógicas neoliberales impuestas por las corporaciones de Silicon Valley, quienes a pesar de todo aparecen como las salvadoras de un sistema que parecía haberse consumido a sí mismo después de la crisis de 2008. A día de hoy, no se trata únicamente de especular con activos financieros a los que sacar rentabilidad mediante una amplia cartera de inversión, sino que gracias a las tecnologías de la información es posible introducir las finanzas de manera aún más creativa en el día a día de las personas para extraer valor de quienes las utilizan. Ello ha convertido al mundo en una suerte de casino a la espera de que en no más de cinco años las adquisiciones en tecnología de los fondos de inversión de gran pelaje logren disrumpir nuevas industrias para devolver rentabilidad a estos mismos, quienes a su vez acumulan buena parte de la riqueza mundial.
En efecto, estos sucesos también han alterado las normas culturales impuestas por la clase dominante. Antaño todas esas ideas y creencias construidas, por ejemplo, mediante la financiación de las ciencias sociales por parte de fundaciones filantrópicas, como la Open Society, como señalamos en otros artículos, e incluso mediante el apoyo a medios de comunicación con el fin de que colocaran el foco en temas que no alteraban de ninguna forma la estabilidad del capitalismo, sino que lo reforzaban. Ahora las construcciones sociales artificiales, lo que se denomina hegemonía cultural, se dan de manera mucho más pura. Esa es la clave del mito de la tecnología presentado por la clase poseedora: debatimos sus utilidades, como quienes tratan de emplearla para “optimizar el periodismo” , pero no cuestionamos que se encuentren en las manos privadas de un gueto económico llamado Silicon Valley. Bajo el mantra de la innovación tecnológica, ello ha dado lugar a la privatización de las imprentas tradicionales. Google, o en su defecto Facebook, controlan toda la infraestructura material sobre la que se desarrolla la sociedad, una asentada sobre la información y las comunicaciones. Gracias a este desplazamiento hacia la red, una imprenta digital y privada establece las reglas de juego de los medios.
Gracias a este contexto, tal vez sea más sencillo entender por qué el magnate húngaro afirmó durante el último Foro de Davos que “las redes sociales están induciendo a la gente a renunciar a su autonomía. El poder para determinar y manipular la atención de las personas se está concentrado cada vez más en las manos de unas pocas empresas”. Ello, siempre según Soros, amenaza aquello que John Stuart Mill denominara la “libertad de pensamiento”. Como señaló Soros en un artículo publicado inicialmente en Project Syndicate, espacio para el pensamiento progresista que la OSF financia, “las mineras y petroleras explotan el entorno físico; las redes sociales explotan el entorno social”. En términos menos neutros: una base material asentada, lo que llamo un “ecosistema de conocimiento”, administrado por las corporaciones tecnológicas.
Al parecer, este antiguo especulador ha descubierto cómo funciona el “capitalismo tecnológico ampliamente financiarizado”, esto es, ahí donde la tecnología y las finanzas convergen para explotar aún más a los individuos, así como la manera en que este despliega a día de hoy su hegemonía, pues este sistema asentado en la vigilancia la hace efectiva con cada click del usuario. De hecho, ambas cuestiones han sido presentadas por George Soros como sucesos aleatorios o naturales, que comienzan y terminan en Silicon Valley, en lugar de como un capitalismo cuyas contradicciones profundizan aún más aquel que este inversor lleva décadas alimentando. De este modo, Soros también formula el posicionamiento que la ‘izquierda’ debería adoptar ante esta bifurcación entre democracia y capital, algo así como un “tengamos un debate racional sobre por qué merece la pena salvar al capitalismo”.
La burbuja puntocom, “malos tiempos” para George Soros
Como ilustraba un análisis monetario de la CNN, pese a que en una ocasión el filántropo húngaro fuera apodado “el hombre que rompió la libra” después de que apostara 10.000 millones de dólares contra ella, en los últimos años ha fallado varias veces a la hora de observar las tendencias del sistema financiero. Por ejemplo, cuando alertó de un posible colapso bursátil global en 1987, o siete años después, en febrero de 1994, al perder Quantum, fondo principal del mayor grupo de inversión de fondos de cobertura del mundo, 600 millones de dólares en un día debido al yen. Ahora bien, como narró la revista El Tiempo, si algo ha resultado ser su “batalla de Waterloo”, estas han sido las acciones de tecnología.
Un año antes de que diera comienzo el nuevo milenio, Soros apostó contra Internet creyendo que acertaría la hora en que la burbuja explotaría. Entonces no sabía que el mundo, cada vez más interconectado por fibras de banda ancha y bits, era un lugar completamente distinto al de finales de los años sesenta, cuando aún se movía como pez en el agua en el mercado, esperando sus cambios y acertando sus tendencias para luego llevar a cabo inversiones macro. Todo comenzó cuando los fondos de inversión del magnate compraron acciones de tecnología y biotecnología, apurando demasiado la progresiva muerte de la llamada “vieja economía” y vendiendo a precio reducido en la bolsa de valores algunas de las acciones más antiguas que sus fondos tenían en sus carteras, como las de las compañías Goodyear y Sears. Fue a las 7 de la mañana del 18 de abril, cuando solo en ese año Quantum llevaba perdido un 21% de su inversión en operaciones como estas, Stan Druckenmiller, mano derecha de George Soros, reconoció sus errores y presentó la dimisión. Por su lado, Soros vendió buena parte de sus acciones, su fondo cambió su nombre a Quantum Endownment Fund, estableció una estrategia financiera más segura y el especulador se centró en continuar con sus labores en la filantropía.
Este sucinto ejemplo sirve para ilustrar cuál fue el primer encontronazo de George Soros con las empresas de internet. Y, desde luego, el problema no era que supusieran un problema para la democracia, sino que perdió 700 millones de dólares apostando a la caída de sus acciones en el mismo instante en que Amazon.com –que se convertiría en el nuevo gigante del comercio electrónico del siglo XXI- o Yahoo alcanzaban sus máximos históricos. Independientemente de si la nueva economía existió en algún momento, o si fue una gran burbuja creada por oportunistas, la transformación de la estructura económica era una realidad antes de la llegada del nuevo milenio.
También, gracias a la agenda neoliberal implantada durante décadas, aquella de la que había bebido George Soros desde sus años en la London School of Economics (LSE), cuando fue aprendiz de Karl Popper, internet se convirtió en un nuevo medio de producción, basado en extraer valor de las comunicaciones que lugar en todo el planeta. Una cifra para comprenderlo mejor: algunos años después del desliz de los fondos de Soros, en 2017, los ingresos combinados de Apple (hardware), Microsoft (software), Amazon (logística) Google y Facebook (publicidad) fue de 650.000 millones de dólares. A día de hoy, poco queda del boom de las empresas puntocom, pues son estas cinco empresas quienes proveen la mayoría de servicios en la nube, un mercado que controlan en situación de monopolio.
Ciertamente, este suceso no pasó inadvertido ni mucho menos para dos de los inversores más poderosos del mundo: Warren Buffet y George Soros. Si el primero aumentó recientemente un 23% su cartera de acciones en Apple, hasta 165,33 millones de títulos, acercándose su valor a los 28.000 millones de dólares (22.417 millones de euros), el segundo anunció su salida del capital de Facebook, compañía en la que al cierre del tercer trimestre de 2017 mantenía 109.451 acciones y hace un año 639.686 títulos. Ahora bien, las preocupaciones de Soros sobre los efectos nocivos de las redes sociales no parecen ser tan grandes como su interés por generar rentabilidad. Un rápido vistazo al fondo de este magnate nos muestra una participación de 141.800 acciones en Snap, empresa matriz de Snapchat, ahora en propiedad de Facebook, cuya valoración al precio actual alcanzaría los 2,85 millones de dólares (2,3 millones de euros).
No obstante, y yendo un paso más allá, en este presente momento histórico, más que inversores de capital de riesgo, son grandes fondos de inversión vinculados a gobiernos no occidentales, como los de Singapur, China o Japón, quienes tienen billones para invertir en las empresas de tecnología de otros países. Ello también explica por qué Soros dijo en Davos que “los propietarios de las grandes plataformas tecnológicas se consideran a sí mismos los dueños del universo, pero en realidad son esclavos de su posición dominante”. Contra el globalismo pregonado por Soros, aquel iniciado tras la Guerra Fría, cuando el gobierno de Estados Unidos llevó a cabo una fuerte inversión en tecnología para asegurar su supremacía respecto a Rusia en dicha contienda historia, estos gobiernos asiáticos utilizan para sus propios intereses nacionalistas a las empresas tecnológicas surgidas de entonces, y no sólo a las procedentes de Silicon Valley, sino a sus competidoras en el resto del planeta. De este modo consiguen retornos constantes de dinero derivados de sus acciones en estas firmas. Ahora bien, ¿cómo se expresan estas turbulencias en la economía global en los medios de comunicación?
Partamos de Evgeny Morozov, un intelectual que escribió su primer libro en 2011, el cual le convirtió en una de las voces más autorizadas en el mundo sobre la tecnología. En realidad, dicha obra fue escrita gracias a la financiación del instituto de la Open Society en Nueva York, de cuyo Programa de Información además fue director, como acreditó en dos debates sobre “las libertades en la era de internet” acaecidos en 2009 y 2011. Según señalaba en la primera edición de su libro The Net Delusion, The Dark Side of the Internet Freedom (Public Affairs, 2011), mucho antes de entender internet como un estadio determinado en el desarrollo capitalista, [la OSF] le dio «la oportunidad de pensar en numerosas implicaciones políticas y sociales de Internet desde una perspectiva filantrópica”.
Tuvo que ser este bielorruso nacido en Minsk que con siete años vivió la disolución de la URSS quien, tras estudiar en la American University en Bulgaria -creada a principio de los años noventa gracias al dinero de Soros- y hacer sus prácticas en J.P. Morgan, presentara las conclusiones materialistas más importantes acerca de la intersección entre el capitalismo financiero y la tecnología. De un lado, este autor se remonta a la política computacional establecida por Estados Unidos durante la Guerra Fría para explicar el desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación. De otro, analiza algunos procesos propios del neoliberalismo, como la financiarización. El resultado es que la clase dominante sigue acumulando recursos al tiempo que desposee al resto de la sociedad. Gracias a las investigaciones de Morozov también se entiende mejor el hecho de que la propiedad que antaño aseguraba la soberanía de los periódicos, sus imprentas, haya cambiado de manos y ahora la prensa sea absolutamente dependiente de un monopolio global llamado Google.
La privatización de las imprentas
Precisamente, sobre la filantropía de Silicon Valley, Morozov señaló años después de su primera obra algo muy distinto a lo que expresaba en los agradecimientos: “Por un lado, dado que los nuevos multimillonarios tecnológicos pagan muy pocos impuestos, no es sorprendente que el sector público no pueda innovar tan rápido como ellos. Por otro lado, al dar constantemente al sector privado una ventaja a través de las tecnologías que poseen y desarrollan, estas nuevas élites casi aseguran que el público prefiera soluciones tecnológicas ingeniosas, pero privatizadas, en lugar de políticas publicas.” Y esto es si cabe mas inquietante cuando uno observa la crisis eterna del periodismo, y su dependencia sobre las tecnologías de la información, cuyo régimen de propiedad privada ha convertido a Google y Facebook en algunas de las corporaciones más importantes del planeta.
En este sentido, ambas empresas no emplean su poder sobre la información para dotarle un halo democrático al sistema, como George Soros, sino que gobierna a pelo, en parte gracias una imprenta digital privatizada, es decir, la infraestructura gracias a la que los medios operan en internet. Si las imprentas tradicionales de los periódicos guardaban una relación estrecha con las fuerzas del mercado, determinado la publicidad del Ibex 35 su contenido, por ejemplo, ahora dos empresas son proveedoras de toda la infraestructura a través de la cual los lectores acceden a los periódicos, es decir, algoritmos privados, o a cualquier otro servicio en internet durante su día a día. Y para ello no ha necesitado sentarse en ningún Consejo de Administración.
Morozov explicaba cómo se legitimaba todo este proceso en la revista cultural italiana Doppiozero: “Google financia programas de educación para medios de comunicación digitales. El problema se encuentra en cómo ello se vincula a un marco más holístico a fin de crear conciencia sobre la economía política de los medios digitales. Si nos limitamos a explicar lo básico, formamos personas que no adquieren las herramientas necesarias para pensar en términos complejos y captar la complejidad de los procesos en curso: están educados para comportarse como usuarios y pensar como usuarios”.
Este intelectual bielorruso fue preguntado sobre cómo hacer entender a la gente que los datos que producen son un medio de producción en el nuevo capitalismo y que estos se encuentran en propiedad de unas pocas empresas. Y su crítica se refería directamente a las fondos destinados para iniciativas periodísticas de Google, un programa europeo de Google News que destina a cada proyecto una cuantía que va desde 50.000 euros hasta el millón de euros. El fin que manifiesta es “contribuir a que el periodismo prospere en la era digital.” Así, desde 2015 hasta 2018, esta corporación otorgó más de 115 millones de euros a más de 559 proyectos en 30 países europeos en cinco rondas distintas. Concretamente, en el Estado español, las iniciativas financiadas bajo la narrativa de que ello contribuye a fomentar la transición digital del periodismo fueron 39, lo que supone una cuantía de entre ocho y diez millones de euros. Estas ayudas, sobre todo las de tamaño mediano y grande, se conceden de acuerdo al “impacto positivo” que tengan en el “ecosistema de noticias” y “la producción de periodismo original”, en función de su “capacidad para crear nuevas fuentes de ingresos” o con el fin de que cambien la “forma en que las personas consumen noticias digitales”, según las condiciones de Google.
Ahora bien, no olvidemos que Google News nace supuestamente para compensar el daño (irreparable) que este sistema hace los periódicos. Es algo así como quienes tratan de detener el cambio climático sin transformar el sistema depredador que consume los recursos del planeta. Por eso, tal vez hubiera que matizar a Google: a la transición del periodismo hacia un modo de producción donde pocas empresas tienen los datos de buena parte de la sociedad y donde el conocimiento es organizado comercializando los canales por donde la información se transmite. Además, esta especie de competencia entre medios de comunicación que un monopolio orquesta es probablemente la sumisión última de los periódicos al capital privado. Este imperio de los datos les dice algo así como: aquí tienen el dinero, creen nuevas formas de monetizar la información, esto es, traten de explotar mi tierra de manera que sea usted más rentable que el resto de sus competidores o, literalmente, desaparezca.
El síndrome de Estocolmo de los medios de comunicación
Existe un problema añadido en todo ello: gracias al proceso de extractivismo de datos, esta empresa ha alcanzado un grado de eficiencia tal en las comunicaciones que estas pueden adelantarse a los deseos del consumidor para ofrecerle sus servicios, hacer prescindibles a buena parte de los medios que hoy leemos en internet e incluso también esta misma estructura. ¿Quién quisiera realizar la tarea de buscar una información, corriendo el riesgo de verse contaminado por las noticias falsas y encerrándose en una cámara de eco, pudiendo preguntarle directamente a Google mediante un dispositivo de inteligencia artificial para que este le responda con un artículo de cualquier medio con buena marca? Tendencias estas en la producción de información que ya se encuentran presentes en el nuevo lanzamiento de Google News, “que utiliza lo mejor de la inteligencia artificial para encontrar lo mejor de la inteligencia humana —el excelente periodismo hecho por profesionales de todo el mundo.”
Digamos que la información crea una multitud de datos que le son arrebatados al ciudadano en favor del beneficio económico de un par de corporaciones, alterándose así sus percepciones sobre la realidad, la justicia, la igualdad e incluso la verdad. Entenderlo solo es posible mediante un análisis materialista de la tecnología. Lo contrario sería creer que el verdadero objetivo de Google News es “apoyar la creatividad en el periodismo digital” y no lo que hace en la práctica: atar el modelo de negocio de los medios de comunicación, eliminando así las trabas políticas y económicas que estos enfrentaban antaño para establecer las suyas. Y desde luego, Google no tiene pensado detenerse ante el proceso que Karl Marx y Friedrich Engels denominaron “un constante y agitado desplazamiento de la producción”. En medio de la transición hacia una nueva infraestructura, esta compañía arguye que “usa un conjunto nuevo de técnicas de “inteligencia artificial para organizar el flujo constante de información cuando llegan a la web, analizarla en tiempo real y organizarla en historias es el futuro de las noticias”.
Más allá de semejante declaración sobre quién tiene la propiedad de los datos, citemos textualmente sus palabras: “Este enfoque significa que Google News comprende a las personas, los lugares y las cosas involucradas en una historia a medida que estas evolucionan. En esencia, esta tecnología nos permite sintetizar información y unirla de manera que ayude a dar sentido a lo que está sucediendo y cuál ha sido su impacto o reacción.” Palabrería para ocultar la única novedad en nuestro tiempo: las tecnologías de la información de Google, gracias al papel de los medios de comunicación, que aceptan este régimen de propiedad, contribuyen a que el capital se introduzca de manera aún más creativa en nuestro día a día. Una cuestión esta aún más evidente en el contexto de la llegada a cada casa de Google Home, un altavoz inteligente, como lo es HomePod de Apple o Amazon Echo, que capta datos sobre todo el ecosistema sensorial que tiene a su alcance. Claro que, ¿a quién le importa esta nueva vuelta de tuerca a la financiarización mientras se puedan escuchar las noticias de nuestros periódicos favoritos? The New York Times, The Wall Street Journal, The Telegraph o The Washington Post, entre muchos otros, ya operan en estos dispositivos mediante podcast o artículos narrados por sus reporteros, como en el caso de Buzfeed.
Nos encontramos en una sociedad cuyo conocimiento es organizado exclusivamente para cumplir con los objetivos de rentabilidad del capital global. Pareciera que extraer valor de cada instante de nuestra vida que pasamos conectados sea también la realidad aceptada por todos los medios de comunicación del Estado español, quienes ven en el dinero de Google una forma ingenua de salvar a la profesión mediante fondos para implantar sistemas de suscripciones personalizadas. De nuevo en palabras de Morozov: “Debemos tener cuidado de no ser víctimas de una forma perversa de síndrome de Estocolmo, llegando a simpatizar con los secuestradores corporativos de nuestra democracia”. Algo así ocurre cuando aquellos periódicos que han visto sus negocios desmantelados por las dinámicas del mercado financiero confían su futuro a una empresa tecnológica que, no sólo profunda en esas lógicas neoliberales, sino que trata de llevarlas hasta sus últimas consecuencias. ¿O es que alguien cree, y para ello no hace falta pensar como George Soros, que vigilar a este nuevo poder material gracias al dinero procedente de becas para la innovación de Google tiene algo de democrático?
El autor publicará un ensayo en la editorial Akal sobre el derrumbe del capitalismo, el mito tecnológico y la transformación del ecosistema de conocimiento en marzo de 2019 donde aparecerán recogidas algunas cuestiones expuestas en este artículo.
Seguramente la dictadura del capital que con esta renovación es más sutil que nunca nos ha llevado a la situación que expresa Paulo Coelho en una reciente entrevista:
Creo que el mundo va hacia un fundamentalismo terrible.
Antes éramos libres y ahora todo está prohibido y obligado.
Gracias Ekaitz por tus interesantes exposiciones sobre la nueva clase dominante.
Hemos dado a los zorros el control del corral.
Con menos información, yo diría que antes éramos menos dependientes, se pensaba más por uno mismo,se tenían las cosas más claras y se luchaba más.
Me parece que cada día se está saliendo todo un poco más de madre.
Es innegable que cada vez hay más tecnología, sobre todo de la información, y la gente, jóvenes y mayores, se pasa el día conectada a ella y, sin embargo, no dejamos de ir para atrás en derechos y libertades.
Lxs más veteranxs luchadores que yo conozco tienen las ideas muy claras y no necesitan conectarse a tanta tecnología; pero cada vez son menos, porque se van yendo del mundo de los vivos y porque la gente ni les escucha, a éllos que tienen tanta experiencia que transmitir, ni les secunda.
Me temo que nos están ganando la partida por goleada los ricos, tal como manifestó el banquero Warren Buffet.