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Tres recomendaciones musicales para días intensos
Huir, permanecer, derecho a la infelicidad... Tres discos que pueden gustarte.
I don’t run
The Hinds
Lucky Number Music, 2018
The Hinds regresan a la carga con un lema que no habla de huir, sino de permanecer, de enfrentarse, de ser valiente: I don’t run. Desde 2014, Carlotta Cosials, Ana Perrote, Ade Martin y Ámber Grimberger han hecho frente a todo tipo de críticas: que si tocaban mal –como si los Ramones o Sex Pistols fueran un alarde de pericia técnica–, que si eran un grupo «de chicas» –con todas las connotaciones negativas posibles–. Y, aun así, sus conciertos se llenaban, reventando a jóvenes con un rock guitarrero, sin alardes, sin prepotencia y con toda la diversión que Leave me alone (su primer trabajo) supo transmitir. I don’t run continúa con ese sonido salvaje, con esas baterías entre naíf y desquiciadas. Pero también se atreve a reivindicarse a sí mismo como producto: somos las Hinds. Y las Hinds no huyen, no corren. Se quedan, porque lo valen, por mucho que todos esos señores consideren que no sirven, que no valen. Sus conciertos están llenos. Por algo será.
Subterfuge, 2018
En Nuevas épocas, la chilena afincada en Valencia Soledad Vélez recoge teclados y sintetizadores grabados a lo largo de otros tiempos para dar vida a composiciones cantadas esta vez en castellano. Saca, así, de su zona de confort a esta peculiar compositora, que parece buscar siempre ese más allá de su sonido. Vélez nos habla de misticismo, amor romántico, amistad… Aunque siempre desde un punto de vista extremadamente personal y unos sonidos que, aunque ahora se mantengan más pacíficos que en trabajos anteriores –valga de ejemplo Dance & Hunt–, esconden ese regusto inquietante, adictivo y oscuro tan propio de la Vélez. Seguimos bailando y retorciéndonos en el magnetismo de este disco parándonos a corear, por fin, letras luminosas como los diamantes que vamos encontrando en su camino sonoro.
Marxophone, 2018
«¿Para qué dejar vivir a fascistas criminales?», se pregunta Nacho Vegas ya desde el primer corte de Violética, un «cancionero», como él lo denomina, grabado e interpretado en común tanto por su banda habitual como con nuevos amigos: María Rodés en Ser árbol, Cristina Martínez en La última atrocidad, Christina Rosenvinge en Maldigo el alto cielo… entre otras tantas voces. Nacho Vegas no renuncia aquí a su «derecho a la infelicidad», a la que otorga la capacidad de apreciar «la ternura y el amparo», así como de experimentar la empatía y, al fin y al cabo, ser más humanos. Humanos con mala hostia (Bajo el puente de L’ ara), pesimistas a ritmo de cumbia (Todos contra el cielo), necesitados de raíces, del contacto ajeno, del abrazo al prójimo, como ya ocurría en Resituación. Todo, sin perder de vista la política, la policía, el orden social, los fascistas, la gente. Una colección de canciones populares que surgen tanto de lo visceral como de la miseria cotidiana del primer mundo.