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Petro, entre lo ganado y la dificultad de la victoria en Colombia
El candidato de la izquierda Gustavo Petro no parte como favorito para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia el domingo 17 de junio pero aun tiene posibilidades.
El resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 27 de mayo en Colombia permite realizar muchas lecturas de pasado, presente y futuro, así como muchas previsiones electorales. Iván Duque, candidato del uribismo, ganó el 39%, el izquierdista Gustavo Petro ganó el 25 %, Sergio Fajardo el 23%, Germán Vargas Lleras un 7% y Humberto de La Calle un 3%.
La Derecha de Duque y Vargas Lleras tiene un caudal (46%) que fácilmente le puede llevar al Palacio de Nariño sino fuera porque los restantes se han postulado como alternativa a los anteriores vendiéndose como fuerzas extramuros a las maquinarias políticas tradicionales colombianas otorgando pleno apoyo al proceso de paz y suman el 52%. La cuestión es que esto son cálculos grupales que obvian la existencia de multitud de pareceres en una sociedad heterogénea como la colombiana y que los partidos tanto de Fajardo como De la Calle tampoco tienen una visión homogénea de qué recomendar a sus votantes.
En un país profundamente conservador, como reacción a la existencia de las FARC y otros movimientos armados irregulares de izquierda, haber logrado no sólo llegar a la segunda vuelta alcanzando el mayor caudal de votación progresista del país en la historia, sino también haber sido creador de agenda política, es una gran victoria para Gustavo Petro, el exalcalde de la capital Bogotá. Su victoria, pese a haber quedado segundo con un 25%, a 14 puntos de Iván Duque, permite arrojar luz y poner en primer plano político las grandes diferencias de clase existentes en el país. Quedaría superado el discurso de los partidos tradicionales y el resto del establishment de poder que por décadas han culpado a los movimientos guerrilleros y la ideología progresista de todos los males del país, a la par que invisibilizaban tanto el problema como las propuestas estructurales de solución a ellos.
Petro, con su estilo caudillista y directo, ha logrado poner la atención social, y en menor medida también la mediática, en la gran cantidad de materias causantes de violencia estructural del país, como la carencia de educación y sanidad pública de calidad para la gran mayoría de la ciudadanía, las grandes desigualdades existentes en todas las regiones del país, la endémica corrupción política, la protección del medio ambiente y la estructura patriarcal de género. Hasta ese momento, eran materias que la neblina del conflicto ha permitido al establishment opacar durante décadas. Pero a partir de ahora será imposible no prestar atención, incluso por la ultraderecha de un gobierno de Duque. Ante esa necesidad de cambio y empoderamiento de los excluidos, este establishment político-empresarial, que tiene al Estado cooptado, ha respondido durante toda la campaña electoral con la estrategia del miedo aludiendo al pasado guerrillero de Petro y a la ficticia vinculación de éste con el presidente de Venezuela Nicolás Maduro, a la cual el candidato Petro se empeña cada vez que puede en rechazar y criticar.
Ese miedo existe no sólo en buena parte de una clase media acomodada, que haya podido votar por Fajardo y teme la Venezuelización de Colombia, sino incluso lo hay entre las clases populares que rechazan falsas promesas de gratuidad sin esfuerzo por parte de la campaña petrista. Este miedo se erige en la gran dificultad del candidato Petro para vencer en la segunda vuelta el domingo, 17 de junio.
Las posibilidades de Petro para lograrlo giran alrededor de dos ideas fundamentales y no necesariamente contrapuestas. Por un lado, conocedor de que los votos de la Colombia progresista ya los tiene garantizados, establecer un discurso y maneras más suaves contraviniendo incluso una personalidad propia que le lleva a ser amado y odiado sin la existencia de puntos intermedios. Esta estrategia es la más válida contra los apologetas del miedo, pero difícil de alcanzar y convencer en poco tiempo a grandes masas de ciudadanos que conocen su trayectoria más radical, por su trabajo en el Senado así como en la alcaldía de Bogotá, y no contará con apoyo alguno por parte de los medios de comunicación.
La segunda estrategia sería enfatizar en la dicotomía Paz y Esperanza frente a Guerra y Miedo. A este respecto, la idea es confrontar las ideas alrededor de fortalecimiento del proceso de posconflicto situando a Duque como enemigo del mismo y como promotor de la guerra, valiéndose de las declaraciones y la política de oposición a las negociaciones llevadas a cabo por el Uribismo, desde que el presidente saliente Juan Manuel Santos comenzó a ser autónomo en su ejercicio de gobierno.
Esta segunda estrategia es más viable en la práctica, pero por un lado debilitaría el empoderamiento del cambio discursivo que se ha defendido como gran victoria de Petro y por otro, en una dicotomía análoga, las mentiras y manipulaciones, más fáciles de promover ante un ex-guerrilero como Petro, lograron la victoria en el plebiscito de Octubre de 2016 contra el proceso de Paz. Y la (difícil) tercera posibilidad sería que el petrismo lograra seguir sumando abstencionistas desconfiados de la institucionalidad estatal y política que ante la polarización social y posibilidad de victoria de un candidato antiestablishment se sumara a su campaña.