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La incertidumbre en Italia solo acaba de empezar

"Los votantes del Movimiento provenientes de la izquierda ni se movilizan ni parece que vayan a penalizar un entendimiento con la extrema derecha. Unas nuevas elecciones solo servirían para tener que volver a la mesa de negociación con un Salvini muy reforzado".

Elecciones en italia

En las elecciones italianas del pasado 4 de marzo, el Movimiento 5 Estrellas de Luigi di Maio se convierte, con 227 de los 630 escaños de la cámara baja, en el mayor partido del país, aunque muy lejos de su objetivo histórico de gobernar en solitario. La coalición conservadora suma 265, también lejos de la mayoría absoluta, y por primera vez la Forza Italia de Silvio Berlusconi, con 106 escaños, es superada por su tradicional socio ultraderechista, la Liga de Matteo Salvini, con 124, a sumar a los 31 de los también ultraderechistas Fratelli d’Italia. La alianza de centro-izquierda articulada en torno al Partido Democrático del ex-primer ministro Matteo Renzi se desploma hasta los 122, y su moderada escisión por la izquierda, Libres e Iguales, solo obtiene 14. Un nuevo «gobierno técnico» de continuidad neoliberal sustentado por Forza Italia y el Partido Democrático, como los que han gobernado el país desde la dimisión de Berlusconi forzada por las potencias europeas y los mercados financieros en 2011, se hace inviable, pero todas sus posibles alternativas resultan harto problemáticas.

Para el justicialista Movimiento 5 Estrellas, fundado hace una década por el cómico Beppe Grillo y el publicista Gianroberto Casaleggio al calor de las protestas contra la corrupción y el autoritarismo de Berlusconi, cualquier pacto de gobierno que incluya a Forza Italia constituye poco menos que un imposible metafísico, y existe además el temor de que la importante porción de su electorado proveniente del centro-izquierda y la izquierda desapruebe un acuerdo con la ultraderecha xenófoba de la Liga, por mucho que comparta con ella la crítica a las políticas de austeridad auspiciadas desde Europa y aplicadas por los «gobiernos técnicos». Para la Liga, que de la mano de Salvini ha mutado con éxito en los últimos años de rudo regionalismo reaccionario norteño a nueva derecha proletaria y nativista de proyección estatal y conexiones globales, un pacto en solitario con el Movimiento supone convertirse en socio minoritario de un gobierno predominantemente grillista, romper la coalición conservadora cuyo preciado liderazgo acababa de cobrarse y desatar la hostilidad de los medios de comunicación propiedad de Berlusconi. Las sucesivas rondas de conversaciones entre Movimiento y Liga encomendadas por el presidente de la República, Sergio Mattarella, chocan infructuosamente contra estas prevenciones mutuas. Aparentemente agotada esta vía, el 23 de abril Mattarella propone conversaciones entre el Movimiento y el Partido Democrático, que apenas llegan a iniciarse ante el palpable desinterés de ambas partes, durísimamente enfrentadas desde el mismo origen del Movimiento. El presidente plantea entonces, como último recurso antes de dar por fallida la legislatura, un «gobierno neutral» con apoyo multipartito, que en seis meses deje aprobados los presupuestos del año que viene y convoque elecciones, pero ni el Movimiento ni la Liga consienten tal posibilidad, con lo que una nueva llamada a urnas parece ya inevitable.

El 9 de mayo, un encuentro entre Di Maio y Salvini lo cambia todo. Se rompe el bloqueo. Movimiento y Liga piden a Mattarella tiempo para negociar, y en apenas diez días cierran un extenso «contrato de gobierno» -que no contempla la salida del euro, pero sí la renegociación de los tratados europeos, además de la dura represión de la inmigración propuesta por la Liga o el «ingreso de ciudadanía» propuesto por el Movimiento, entre otras muchas medidas- y presentan al presidente de la República un candidato común a la presidencia del gobierno, Giuseppe Conte, un jurista sin pasado político recientemente adherido al Movimiento. ¿Qué ha hecho posible este acuerdo? Sobre todo dos cosas. La primera, la rápida y tajante asunción del liderazgo de la coalición conservadora por parte de un Salvini en campaña electoral permanente y disparado en las encuestas, frente a un Berlusconi visiblemente desfondado que, tras unos cuantos zarpazos agónicos contra los grillinos, acaba asumiendo quedar fuera del gobierno sin romper la coalición conservadora, como mal menor ante la perspectiva de unas elecciones en las que según las encuestas podría traspasar hasta la mitad de su electorado a la Liga. La segunda, la constatación del Movimiento de que sus votantes provenientes de la izquierda ni se movilizan por un acuerdo con el Partido Democrático ni parece que vayan a penalizar un entendimiento con la extrema derecha, y de que unas nuevas elecciones solo servirían para tener que volver a la mesa de negociación con un Salvini muy reforzado.

El 27 de mayo, el «contrato de gobierno» y la escuadra ministerial están listos y la investidura parece inminente. Entonces estalla el caos. Cuando Conte presenta su propuesta de gobierno a Mattarella, con Di Maio y Salvini como ministros de Desarrollo Económico e Interior y vicepresidentes del consejo, el presidente de la República, en un jurídicamente muy cuestionable ejercicio de su prerrogativa constitucional, rechaza al candidato a ministro de Economía, el economista Paolo Savona, al que considera inelegible por sus críticas a la moneda única europea, la inquietud que estas podrían provocar en los mercados internacionales y sus consecuencias sobre la economía italiana. Di Maio y Salvini se plantan ante lo que consideran una interferencia intolerable de los «poderes fuertes» (el equivalente en italiano a nuestros «poderes fácticos») en el proceso democrático, exigen nuevas elecciones y el Movimiento llega incluso a plantear la posibilidad de iniciar el procedimiento de recusación presidencial. Mattarella sube su apuesta encargando a Carlo Cottarelli, ex-economista del Fondo Monetario Internacional, la formación de un «gobierno técnico». Dando torpemente la razón a las acusaciones de Di Maio y Salvini, el comisario europeo de presupuesto, Günther Oettinger, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, o el lider del grupo liberal del Parlamento Europeo, Guy Verhofstadt, encadenan una serie de declaraciones que acrecientan aún más la crispación y debilitan la posición de Mattarella. Se multiplican los signos de inquietud en los mercados financieros. El Movimiento llama a manifestarse el 2 de junio, día de la Fiesta de la República, en Roma y el resto del país.

El 31 de mayo, con el país al mismo filo de una crisis de Estado sin precedentes y de curso imprevisible, Movimiento, Liga y presidencia de la República alcanzan finalmente un acuerdo. Cottarelli renuncia al encargo de gobierno, Mattarella vuelve a llamar a Conte y este le presenta de nuevo su escuadra ministerial, con Savona desplazado de Economía a Asuntos Europeos, que el presidente de la República acepta. El 1 de junio, el nuevo gabinete jura sus cargos, el 5 recibe la confianza de la cámara alta y el 6 de la baja, con los votos favorables del Movimiento y la Liga, en contra de Forza Italia, el Partido Democrático y Libres e Iguales y la abstención de Fratelli d’Italia. Terminan así doce semanas y media de incertidumbre que no solo han alumbrado un nuevo gobierno, sino todo un nuevo sistema político italiano y una nueva correlación de fuerzas en Europa.

En el plano interno, este nuevo sistema político italiano queda articulado conforme a un esquema de doble alianza con la Liga, indiscutible ganadora de todo el proceso, en el centro, como mitad del gobierno con el Movimiento y a la vez cabeza de una coalición conservadora que se mantiene vigente a pesar de aquel pacto a dos y de los votos en contra o abstenciones de sus otros dos socios en la confianza parlamentaria al ejecutivo -vigencia que explica la evidente sobrerrepresentación de la Liga en el gabinete, casi en pie de igualdad con el Movimiento pese a aportar formalmente poco más de la mitad de diputados. Fue seguramente la convicción de que la rivalidad partidaria entre Movimiento y Liga impediría la articulación de este complejo equilibrio, y que ese desencuentro les obligaría a alianzas con los partidos tradicionales que atenuarían sus veleidades rupturistas, lo que provocó la respuesta inicialmente indolente del aparato del Estado italiano y la Unión Europea a los resultados electorales del 4 de marzo. Pero al menos hasta ahora, los incentivos compartidos se han impuesto a los costes individuales, permitiendo desbloquear las negociaciones post-electorales, sostener el pulso a la presidencia de la República e investir gobierno. La singular estructura del ejecutivo, con una presidencia arbitral, una doble vicepresidencia política, un «contrato de gobierno» y una instancia bipartita de resolución de conflictos, parece meticulosamente diseñada para prolongar en el tiempo y optimizar los resultados de esta cooperación. Si este sistema de doble alianza se consolida, estaríamos hablando de un enorme bloque político de más de 22 millones de electores y 480 diputados, capaz de emprender transformaciones profundísimas del país y convertir la disputa por el gobierno en un asunto doméstico entre las distintas familias de la derecha populista durante años, décadas o generaciones. 

Dentro del país, la resistencia al nuevo ejecutivo se anticipa, al menos en el corto plazo, muy débil. El descrédito del Partido Democrático, la incapacidad de sus dirigentes y la desmoralización de sus bases son profundísimas, y nada indica la presencia del menor impulso autocrítico o renovador, empezando por la inexplicable supervivencia política de Renzi. Libres e Iguales, que en ningún momento pasó de ser una operación fraccional contra el renzismo dentro de los límites ideológicos del neoliberalismo progresista, carece de entidad ni atractivo para convertirse en su alternativa. Se aguarda la aparición de aquí a las elecciones europeas de 2019 de una iniciativa electoral en clave populista de izquierda, al estilo de Podemos o la Francia Insumisa, anticipada por la candidatura movimentista de Potere al Popolo y en la que probablemente habrá de jugar un papel destacado el carismático ex-fiscal y alcalde de Nápoles, Luigi de Magistris. Los resultados de esta iniciativa revelarán si aún existe en Italia un espacio sociocultural de izquierdas, a la espera de una oferta de representación política propia atractiva y confiable, como la liderada por De Magistris en Nápoles, o si la riada de votantes que durante la pasada década abandonó el centro-izquierda y la izquierda para sumarse al Movimiento, y luego se han desplazado con él hacia la derecha hasta llegar a este pacto con la Liga, se han acomodado ya duraderamente a su nuevo emplazamiento ideológico. Las reacciones a la deportación masiva de migrantes y refugiados indocumentados demandada por la Liga y avalada por el Movimiento en el «contrato de gobierno», que Salvini pretende comenzar de inmediato y que muy difícilmente podrá desarrollarse sin un extraordinario despliegue de violencia institucional, serán indicativas de la profundidad de este desplazamiento ideológico y de la capacidad de movilización de sus alternativas. De momento, las calles pertenecen a las turbas que aclaman a Salvini en sus incontables mítines organizados o improvisados de una punta a otra del país -en los que la promesa de expulsión de indocumentados y las invectivas contra las ONG de rescate en el Mediterráneo arrancan invariablemente los mayores aplausos-, mientras la indignación ante los atentados racistas de Macerata en febrero y Vibo Valentia en mayo encuentra limitado eco más allá de los núcleos militantes e intelectuales de la izquierda. 

En el plano europeo y global, el enfrentamiento de este nuevo ejecutivo con el entramado de los «poderes fuertes» neoliberales parece inevitable. Aunque Movimiento y Liga hayan aparcado la idea de someter el euro a referendo, la revisión de los tratados de la UE que proponen como alternativa, y el significativo incremento del gasto público que implican medidas clave de su programa como la reversión del recorte de pensiones o la implantación del «ingreso de ciudadanía», ponen a su gobierno en rumbo de colisión con el bloque de poder neoliberal europeo. Pero, a diferencia de lo ocurrido durante la defenestración de Berlusconi y la imposición del «gobierno técnico» de Mario Monti en 2011, la intervención exterior no enfrentaría en esta ocasión un gobierno contestado dentro del país y aislado en el continente, sino a un gobierno con una sólida mayoría parlamentaria y amplias simpatías populares que puede trabar alianzas con los gobiernos destropopulistas del centro y el este de Europa, Rusia y Estados Unidos, al mismo tiempo que la Unión trata de administrar la complejísima desconexión del Reino Unido y asoma en el horizonte el conflicto arancelario con Estados Unidos. Por añadidura, la distensión con Rusia que el nuevo gobierno italiano propone -y que Conte ha defendido sin ambages en su primera gran cita internacional, la reunión del G-7 del 9 y 10 de junio en Canadá- puede abrir una nueva grieta en el flanco sur de la OTAN, ya muy tensionado por el desmarque de Turquía de la estrategia aliada en la guerra de Siria, y sus planes de devolución masiva y contención en origen de migrantes y refugiados pueden generar escenarios imprevistos en países norteafricanos en muy precario equilibrio, como Túnez, o en completo y violentísimo desorden, como Libia. A la vista de este panorama endiablado, es posible que los «poderes fuertes» neoliberales europeos traten de eludir una ofensiva frontal contra el nuevo gobierno italiano, concediendo al país un cierto relajamiento en la aplicación de las medidas de austeridad y entablando una disputa prolongada y bizantina sobre los tratados que arrastre el contencioso hasta un momento más favorable. Una suerte de fragilísima tregua que en nada aliviaría ninguno de los grandes problemas económicos y políticos de fondo que han desembocado en esta situación, y que en cualquier momento podría saltar por los aires ante una oscilación imprevista en la coyuntura local, europea o mundial. De un modo u otro, la incertidumbre en Italia solo acaba de empezar.

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