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Servicio Ferroviario: camino a la frontera (2)
"La anarquía es orden, al fin y al cabo, y para organizarnos necesitamos bases de datos. Para hacer real el lema fundamental "de cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades" necesitamos saber quién necesita qué".
Manuel Andrade tiene la mirada cansada pero curiosa, y el cuerpito viejo y flacucho de un trabajador intelectual que ya no está para estos viajes. Es calvo y con barba, y se encoge un poco cuando se sienta. Un viejito de rasgos europeos, como la mayoría de los viajeros de nuestro Servicio Ferroviario. Aquí surgió mi primer tema de conversación con Andrade: en las ecorregiones libres hinchamos el pecho al decirnos anarcafeministas e indigenistas, pero en algunos temas parece que seguimos igual que hace un siglo. Igualdad de derechos, sí, pero desigualdad en el acceso al uso de los recursos. El Servicio Ferroviario al final somos Esmeraldas y Citlalís (como la que escribe este informe), transportando a Franciscos y a Pablos. Esto Manuel no lo tenía nada claro. Que si igual era una exageración mía, que habría que ver los números, y que en sus tiempos -o en los países fascistas- sí que estábamos mal las mujeres… y «los indios«. Así lo dijo. Así hablan incluso los nuestros. Si no lo hubiera oído tantas veces sería para no creerlo.
Aun así fue un placer, y así se lo expresé, transportar a alguien que es a la vez doctor por Universidad Libre y agente del Servicio Exterior. Mi trabajo es mover ideas y mover agentes. Estuvimos de acuerdo en que, junto con el apoyo al Servicio Industrial, moviendo materias primas y productos, esas son las grandes utilidades del Servicio Ferroviario, y los motivos de nuestro orgullo. Sin nosotras, esto no se sostendría.
Lo cierto es que, pese a su extravagante ignorancia en ciertos temas, Manuel Andrade tiene aspectos interesantes. Repetidamente migrante desde hace 40 años, dice ser doctor por la Universidad Libre, y por otras 10 universidades de todo el mundo. En los dos años que llevo dedicada al Servicio Ferroviario no me había encontrado otro personaje como él.
Durante el viaje tuvimos tiempo de intercambiar historias. Me dijo que vivió la catástrofe climática desde sus principios, cuando todo el mundo vivía como vive hoy la Supremacía Estadounidense: los propietarios viviendo en el lujo del consumismo, los trabajadores malviviendo en la opresión del productivismo, y los descartados sobreviviendo en la miseria, o jugándose la vida por escapar de la guerra. Todos soñando con hacerse ricos. Todos, por no haber conocido nunca la libertad, confundiéndola con el individualismo. Me contó cómo acompañó, desde dentro y en distintos países, al despertar y a la extensión del «fascismo contra el calentamiento», como se le llamó al principio, o «fascismo por la preservación» como se le llamó después. Me habló de los pueblos que, frente a la realidad traumática del calentamiento global, no tuvieron la madurez que sí tuvimos nosotras. En vez de reconocerse capaces de organizarse autónomamente, en vez de darse cuenta de que la libertad está ligada a la responsabilidad, cedieron la una y la otra y se conformaron con una sumisión embrutecedora, deshumanizante.
De hecho, se nota que Andrade pasó veinte años viviendo en el fascismo, porque todavía mantiene interiorizados muchos puntos de vista jerárquicos, que perviven pese a haber pasado los últimos 5 años con nosotras. Creo que por eso le costaba entender el uso descentralizado, no-jerárquico, que le damos a los informes como este que ahora estoy escribiendo para las bases de datos del Servicio Ferroviario. La anarquía es orden, al fin y al cabo, y para organizarnos necesitamos bases de datos. Para hacer real el lema fundamental «de cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades» necesitamos saber quién necesita qué. Además, sin jueces, ni cárceles, ni policía, qué menos que estar avisadas de por dónde se mueven las personas que ya han demostrado ser abusivas. Andrade y yo debatimos este punto hasta que conseguí hacerle ver el abismo que nos separa de los abusos de un estado policial, vigilante y autoritario.
Cierro el informe con lo que me quiso contar sobre el propósito de su viaje. Según me insistió Manuel, él tuvo toda su vida “la necesidad de aprenderlo todo y de experimentarlo todo». Tras décadas dando vueltas por el mundo, por fin consiguió ponerlo todo en perspectiva, y decidió dedicar sus últimas fuerzas a nuestra causa. Su misión para el Servicio Exterior le lleva a la Supremacía. El plan de entrada, que siempre es delicado, en su caso es bastante obvio. Habiendo sido residente de la Supremacía, en la frontera será creíble la historia de que no se adaptó a nuestra austera anarquía y quiere volver al mundo civilizado. No me ha dado detalles de su destino, pero por sus múltiples doctorados en distintas facetas de la intervención social, sospecho que será una misión de infiltración y propaganda. Por sospechar, sospecho que su misión esté relacionada con las noticias de que el belicista Johnson está escalando hacia el poder político con la intención de restablecer el complejo industrial-militar. Ante la perspectiva de que se declare una guerra abierta, lo habitual es que enviemos a varios agentes a desactivar la amenaza. Me despedí deseándole suerte.
Interesante, inquietante… Supongo que continuará la serie de estos textos.Salvando las distancias,me han hecho pensar en U.K.Le Guin o en M.Atwood.
Jajaj, ya me gustaría, ya, por mucho que sea «salvando las distancias». Ni de la misma pasta, ni del mismo oficio. Ni salvando las distancias.
Inspiración en (y admiración por) UKL sí que la hay, claro. En cualquier caso, no por desquiciado alegra menos el halago 🙂