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¿Ha sido inútil el sufrimiento de nuestros exiliados durante la dictadura?

Esta es la historia de Felisa Bailo Mata, que falleció el pasado marzo.

Exiliados republicanos

Felisa Bailo Mata, fallecida el pasado 13 de marzo en Madrid a los 98 años, fue una víctima más del golpe de Estado de 1936 y de la monstruosa represión franquista posterior. Forma parte por derecho de la Memoria Histórica de nuestro país, esa que Partido Popular, Ciudadanos y PSOE han menospreciado, al oponerse recientemente a la propuesta de Unidos Podemos, ERC, PNV y Grupo Mixto -impulsada por la Coordinadora Estatal de Apoyo a la Querella Argentina- para modificar la Ley de Amnistía de 1977, con el fin de evitar la impunidad de los crímenes cometidos por el franquismo durante la guerra civil y la dictadura que le siguió.

Felisa nació en Leciñena (Zaragoza) y cuando tenía 16 años se vio obligada a huir acompañada de su madre y de su hermano José, que tenía tan solo 10 años, dado que las fuerzas golpistas estaban próximas a invadir su pueblo. El miedo a los episodios de violencia sistemática y represión contra la población civil no era en absoluto infundado: una prima de nuestra protagonista que se encontraba en avanzado estado de gestación prefirió quedarse. Fue violada y finalmente arrojada con vida a un pozo. 

La precipitada huida de Felisa junto a su madre y su hermano, descalzos y con un camisón como toda vestimenta, les condujo durante tres días por la Sierra de Alcubierre. Tras múltiples vicisitudes pudieron llegar en octubre de 1936 a Fraga (Huesca), donde unos milicianos les condujeron en camión camino a Barcelona. 

Recordaba Felisa su asistencia, impresionada, al entierro del líder anarquista Buenaventura Durruti, el día 22 de noviembre. Más tarde marcharían a Tárrega (Lleida), donde fueron generosamente acogidos por una familia catalana. Allí trabajarían en una empresa textil hasta enero de 1939, cuando el avance del ejército franquista tras la caída de Barcelona les obligó a iniciar el camino del exilio francés, formando parte del masivo éxodo de españoles que se vieron salvajemente hostigados por el continuo bombardeo de los Savoias de la aviación italiana. Este acontecimiento, tristemente conocido como la Retirada, dejó 15.000 muertos en el recorrido.

En marzo de 1939, el número de refugiados españoles en Francia, según el Informe Valiére realizado a petición del gobierno francés, se estima en 440.000 personas, las cuales tuvieron que afrontar unas desoladoras condiciones de vida, que se agravaron como resultado del estallido de la II Guerra Mundial. Entre aquellas personas se encontraban Felisa, ahora con 19 años, su madre y su hermano con 13. Las desbordadas autoridades francesas seleccionaron y separaron a los refugiados en centros de «internamiento» como el de Saint-Cyprien, al que fue conducido el niño José, y el de Argelès-sur-Mer, en el que permanecerían Felisa y su madre durante 15 penosos meses. Transcurrido ese tiempo, fueron destinadas a campos de trabajo en la región alpina de Savoya, donde en 1942 falleció la madre de Felisa en brazos de un compatriota excombatiente refugiado, que también se encontraba hospitalizado allí y que más tarde sería el marido de Felisa. Otros fueron encaminados hacia campos de concentración como el de Mauthausen, donde trasladaron a su hermano Francisco y también a sus primos Pascual y Mariano, que no saldrían con vida de allí.

En 1944, a punto de finalizar la contienda europea, Felisa y su pareja se trasladan a Grenoble, donde existía una numerosa colonia española y donde nace su hija Elsa. En 1947 la familia se traslada a Lyon. Tras completarse la liberación de Francia los españoles dejaron de ser apátridas, ya que el Gobierno francés les concedió la carta de ‘réfugiés politiques’, lo que facilitó sus publicaciones y permitió la actividad de sus organizaciones. Pero ese reconocimiento apenas duró unos años. A finales de los años 40, la psicosis de la Guerra Fría convirtió a los hasta entonces considerados héroes en supuestos agentes peligrosos de la URSS.

Así, en septiembre de 1950 el gobierno francés de René Pleven, claramente presionado por EEUU, puso en marcha la denominada Operación Bolero-Papprika, por la que cientos de militantes de la resistencia fueron deportados bajo la falsa acusación de colaborar en una presunta invasión soviética de Europa.

En ese contexto, dos hermanos de nuestra Felisa, militantes del Movimiento Libertario Español, son detenidos por su vinculación con el asalto al furgón de la PTT en Lyon, el 17 de enero de 1951. Uno de ellos, José, fue “suicidado” de un tiro en la espalda, mientras que Francisco fue condenado a 20 años de cárcel, tras haber pasado cuatro en el campo de Mauthausen. El objetivo de la operación era recaudar fondos para el alquiler de una avioneta, con el fin de perpetrar un atentado contra Franco. 

Finalmente, en el año 1959 Felisa y su familia retornaron a España. Su condición de exiliados hizo que durante su estancia en Ampuero (Cantabria) sufrieran el continuo, sigiloso, impertinente y deplorable acoso de la Guardia Civil, hasta el advenimiento del nuevo régimen del 78. El obvio y estremecedor padecimiento de Felisa Bailo durante los tristemente célebres “cuarenta años”, bien podrían enmarcarse en los episodios de innumerables mujeres anónimas, que lamentablemente no aparecen en ningún monumento conmemorativo. 

Uno de los mayores problemas de los refugiados españoles durante la guerra y en la etapa posterior -contaba Felisa- era la carencia de documentación personal, la cual era demandada continuamente tanto por la Gendarmería como por la Gestapo. El paralelismo con la situación actual de tantos inmigrantes en Europa resulta tan evidente que en más de una ocasión, ante el televisor, y a causa de las noticias que se emitían relacionadas con los refugiados sirios, lloraba y preguntaba de manera retórica: “¿Pero es que los gobernantes no han aprendido nada de nosotros? ¿Es que lo que hemos sufrido no ha servido para nada?”.

Toda su vida fue un testimonio de solidaridad. En Francia, con los españoles desamparados, y más tarde en España como muestra de resistencia, negándose a colaborar con el régimen franquista pese a las negativas consecuencias. Tras su reciente fallecimiento se puede afirmar que Felisa ha dejado de vivir entre nosotros para seguir viviendo en nosotros, muy especialmente en su hija Elsa, que hace tiempo recogió el testigo de las reivindicaciones de su madre para continuar en la lucha contra el fascismo que, según se nos muestra cada día con mayor evidencia, nunca nos ha abandonado. Su firme y valiosa colaboración en el Colectivo de la Querella Argentina, y más concretamente en la causa de Exilio y Deportación, avala esa continuidad en su afán diario en favor de las más nobles causas. Pero esa es ya otra historia.

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Comentarios
  1. Conozco directamente bastantes historias similares de lxs perdedorxs de aquella guerra de clases.
    Los que se quedaron aquí estuvieron condenados de por vida a ir con la cabeza gacha, cómo si hubieran cometido un horrendo crimen.
    Los que se exiliaron, por muy héroes que hubieran sido, su lucha no era la lucha del país de acogida que ya tenía las propias. Ya demasiado tarde Europa se percató de que era también su lucha; la Guerra de España fue la primera victoria del fascismo que luego se extendió a sus propios países.
    Conozco exiliados, ya viven muy muy pocos de éllos, que volvieron clandestinamente a España a luchar contra el régimen franquista en «el maquis» o guerrileros antifascistas y que pasaron las mismas penurias y peligros que en la propia guerra.
    Son gente de altos ideales y de otra «pasta».
    A uno de los que todavía viven y que conserva una lúcida cabeza le he preguntado alguna vez si valía la pena tanta lucha para lo que tenemos ahora….
    Me dice que LO VOLVERIA A HACER.
    Conozco familias desestructuradas por aquella guerra cuyos descendientes aún sufren de alguna manera las consecuencias de aquella desustructuración.

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