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Sociedades socio-ecológicas a través de transiciones urbanas del procomún
Casi el 75% de la población europea vive hoy en día en las ciudades que se están convirtiendo en un nivel crucial para la gobernanza transnacional. Tienen el desafío de construir estructuras y procesos específicos que fomenten sinergias entre el dominio público y el dominio común.
Casi el 75% de los europeos vive hoy en día en las ciudades. Al mismo tiempo, las ciudades se están convirtiendo en un nivel crucial para la gobernanza transnacional. Se están organizando en un entramado de redes -Ciudades sin Miedo o Fabcities- trabajando juntas en ámbitos como la política climática, las energías renovables y la economía urbana. Especialmente en ciudades con gobiernos progresistas se están introduciendo los más ambiciosos planes estratégicos de futuro; por ejemplo, el Ayuntamiento de Helsinki decidió convertirla en ciudad neutra en carbono para 2035, yendo incluso más allá de lo que se cree posible a nivel nacional.
Estas redes y planes estratégicos reflejan un cambio mucho más amplio en lo que está sucediendo dentro de las ciudades. Desdibujando la imagen tradicional dominante a nivel nacional, con solo, aparentemente, las autoridades públicas y las fuerzas del mercado como figuras importantes, a nivel de la ciudad vemos cada vez más ciudadanos invirtiendo en una amplia gama de bienes comunes (colectivos ciudadanos), centrándose en la cooperación e inspirándose en una ética del cuidado. Cansada de ser solo consumidoras o ciudadanas pasivas, la gente se activa como fabricante, diseñador, agricultor urbano, voluntario solidario, usuario de recursos compartidos como automóviles o bicicletas, emprendedor cívico o social, etc. Todo esto va de la mano con el establecimiento de nuevas organizaciones, infraestructuras y recursos de acceso abierto, como plataformas digitales para la economía colaborativa, fablabs, cooperativas de energía, espacios de co-working, parcelas de producción de alimentos urbanos…
Con todas estas iniciativas ciudadanas, los gobiernos locales deben reconsiderar su forma de hacer política. El desafío es construir estructuras y procesos específicos que fomenten sinergias entre el dominio público y el dominio común. De este modo, se transforman en lo que se llama un Estado Socio. En esta nueva perspectiva, los políticos no ven a su electorado como un territorio para administrar desde arriba, sino como una comunidad de ciudadanos con mucha experiencia y creatividad. Dejando atrás la política descendente, desarrollan formas de co-creación y coproducción. En Gante (Bélgica), por ejemplo, la ciudadanía ha desarrollado, en el marco de una política climática participativa, el concepto de «calles vivas». Ellos mismos decidieron reclamar sus calles, funcionar sin automóviles durante uno o dos meses. El gobierno de la ciudad solo tomó todas las medidas necesarias para que esto ocurriera de manera legal y segura. Si el gobierno local hubiera llevado a cabo este experimento unilateralmente, habría provocado probablemente muchas protestas. A través de estas asociaciones público-civiles una zona de posibilidades sociales infravaloradas se podría explorar de manera positiva.
En conjunto, estos cambios podrían conducir a un prototipo de ciudades transformadoras, siendo la fuerza impulsora hacia sociedades socio-ecológicas. Para que esto se convierta en realidad, deben desarrollarse innovaciones que permitan la cooperación entre las autoridades locales y las iniciativas de la ciudadanía. Así podemos pensar en un City Lab que ayuda a las personas a desarrollar sus ideas innovadoras y prepara acuerdos comunes entre la ciudad y las nuevas iniciativas.
También es importante proporcionar a las personas que desean involucrarse en el bien común el mismo apoyo que recibe una start-up convencional que tiene como objetivo dar beneficios. Esto implica la creación de una incubadora para impulsar una economía basada en el bien común y el establecimiento de nuevos mecanismos de financiación urbana, por ejemplo, un banco público de la ciudad.
Para hacer que la transición suceda realmente, los bienes comunes deben volverse productivos. Por lo tanto, tenemos que avanzar una fase más, desde la mutualización de los usos de las casas y los automóviles. Esto conecta los cambios reales que se producen con la visión utópica de una evolución hacia un modo de intercambio y producción poscapitalista, o al menos una economía mixta. Esto requiere nuevas formas de organizar los sistemas de aprovisionamiento y la comunificación de infraestructuras cruciales.
Pensemos en las plataformas digitales utilizadas en todo el mundo, combinadas con iniciativas de economía compartida localizada, como espacios de trabajo conjunto y fablabs. Esta puede ser la semilla de un tipo de producción que combina conocimiento productivo compartido a nivel mundial con capacidades de producción relocalizadas. Más concretamente, tomemos el ejemplo de la silla de madera Valori diseñada por Denis Fuzil en San Paulo, y distribuida por Open Desk con sede en Londres. Si desea comprar la silla, Open Desk le ayudará a encontrar un taller local que lo produzca cerca de su casa. ¿Algo extraodinario? No realmente, la silla se ha producido más de 10.000 veces en más de la mitad de los países del mundo. Este tipo de comunidades de diseño abierto puede ser la alternativa para el actual modo dominante de innovación, basado en patentes y derechos de autor. Y las ciudades son el caldo de cultivo perfecto para esta economía sostenible del futuro.
Dirk Holemans es director del Oikos Think Tank (Bélgica) y autor de Libertad y Seguridad (Fundación Verde Europea)
Me gustaría que estas ideas enlazaran con la pequeña economía tradicional y de barrio.
Desde luego la ciudadanía debe ser la palanca de cambio y las ciudades deben acompañar, incentivar y posibilitar ese cambio… Si seguimos pensando en 4 años vista no cambiará nada, hay que ir más allá.