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Abdelá Taia: “Quiero seguir siendo pobre”
El escritor marroquí presenta 'El que es digno de ser amado', un feliz híbrido entre novela sentimental y ensayo antiimperialista en el que destaca su militancia en nombre de las personas desfavorecidas.
“Miramos pasar los trenes. Pasan sin detenerse, sin llevarnos con ellos”. Los adolescentes Lahbib y Ahmed acuden a la estación de Salé-Tabriquet a soñar con un futuro mejor. Son dos de las voces que se oyen en El que es digno de ser amado (editado por Cabaret Voltaire), la última novela de Abdelá Taia (Salé, Marruecos, 1973). En ella, el escritor afincado en París vuelve a vaciarse personalmente construyendo un relato fractal y epistolar en el que se mezclan ficción y realidad, su historia y la de otros como él, a la manera de su adorado Fernando Pessoa. “De él aprendí una lección: la verdad nunca es solo una. La verdad es siempre múltiple. De ahí mi pretensión de existir una vez, dos veces, varias veces. Mentir como él. Hacer trampas. Esconderte. Autofragmentarte. Reinventarte una y otra vez. Enredar las pistas y las épocas. Confundirte con tu propia sombra”.
Pero Taia, a pesar del camuflaje, está siempre ahí, en su obra. “Siempre escribo a partir de la vida. De la mía y de la de otros”, explica. A través de su propia biografía, del relato de su extensa y ruidosa familia, el autor ha sabido dibujar la sociedad marroquí como pocos. Y ha contado la experiencia de no encajar en ningún sitio: ni en Marruecos a causa de su homosexualidad ni en Francia por ser inmigrante y árabe. En su último título se aparta un poco de la melancolía que impregna siempre sus textos para expresar, ahora sin mesura, la rabia del pobre, del que es tratado siempre con condescendencia, como un inferior. Y lo que le ha salido en El que es digno de ser amado es un feliz híbrido entre novela sentimental y ensayo antiimperialista.
Ahmed, el personaje central de la novela, se enamora y sigue a Francia a un hombre mayor, educado y rico. Gracias a él consigue acomodo y una cultura que no tenía. Pero, al cabo de los años, el resentimiento se impone al amor. Su pareja no soporta que Ahmed hable de su pasado pobre. Ahmed es su creación y pretende borrar todo lo que había en él antes de que se conocieran. “En Europa, al inmigrante se le exige una integración rápida y el olvido de sus orígenes. Y a menudo se les hace responsables de unos problemas que surgen del pasado colonial europeo, que aún no se ha sabido arreglar. Esto me entristece mucho”, comenta Abdelá. “Todavía hoy hay una enorme ignorancia sobre la vida de los inmigrantes, sobre todo de los árabes. Mi papel como escritor es escribir de estas vidas olvidadas, de estas personas invisibilizadas. Y trato de hacerlo con precisión y con valentía”.
La valentía se le supone a un escritor que, hace doce años, salió públicamente del armario en las páginas el semanario marroquí Tel Quel. “Ahora es cuando me doy cuenta de hasta qué punto estaba loco cuando lo hice. No me arrepiento, evidentemente. Pero dar ese paso me exigía una fuerza sobrenatural, y no la tenía. Me la tuve que inventar. Y tuve que hacerlo solo otra vez. Solo, como siempre”.
Aquella revelación produjo un gran escándalo en su país natal y una gran curiosidad en los medios franceses, donde se multiplicó para dar entrevistas. Querían exhibir al árabe insumiso, al verso suelto. Tener en el plató a un marroquí que hacía crujir las tradiciones de su país era una oportunidad que no podían dejar pasar. Pero sus respuestas no siempre satisficieron a sus entrevistadores. Como dice la escritora iraní Négar Djavadi, “para integrarse en una cultura primero hay que desintegrarse de la propia”. Y esto, la obligación de convertirte en una persona que no eres, no es admisible para Taia. Nunca lo fue. “Soy marroquí, africano, gay, musulmán, árabe. Y está fuera de lugar que se me exija renunciar a una parte de mi ser, de mi imaginario, de mi propia tierra, solo para darle gusto a algunos europeos. Nunca lo haré. Nunca”. Si algunos esperaban ver al musulmán renegado, occidentalizado y amnésico, tendrán que seguir esperando. “No seré yo el que justifique un racismo antimusulmán en Europa, ya sea virulento o ‘soft’, da igual. No seré yo el que vaya a dar explicaciones que lo atenúen, lo maticen y lo hagan aceptable. El racismo es racismo y es condenable en todas sus formas”.
Así pues, ¿es crítico con su país? Sí, pero sobre todo con el poder. El pueblo es otra cosa: “Marruecos es una sociedad conservadora, claro. Pero hay una parte de los marroquíes que se movilizan para hacer evolucionar las cosas, las mentalidades, las leyes. Es el poder el que no quiere hacer nada y no escucha las reivindicaciones. Se trata, principalmente, de una cuestión política”.
¿Pero de verdad cree que las cosas pueden cambiar?
A veces puedo sonar desesperado, pero trato de no olvidar que los árabes hicieron algo extraordinario hace no mucho tiempo: la Primavera Árabe. Es un acontecimiento de gran importancia. Y a pesar de lo que se dice, todavía no ha muerto. Se lo juro. No está muerta.
¿Sus libros circulan con normalidad en su país?
Sí. Sé que mis libros hablan a algunos marroquíes, sean gais o no. Y sé que para los más jóvenes mi nombre significa algo. Pero no se puede exigir a los demás un sacrificio. Hasta los más valientes deben protegerse en un momento dado. Pero esta protección, antes que nada, debería ser política. Es lo que se hace con las minorías y con los más frágiles, protegerlos. O sea, que deberían cambiarse las leyes para cambiar las mentalidades.
¿Dar la palabra a los pobres es un deber moral para usted?
Soy homosexual, pero no hablo solo de homosexuales. En mi voz hay otras voces. Mi madre. Mis hermanas. Las beatas de mi barrio de Salé. Los borrachos. Y las voces de los pobres, por encima de todo, porque están abandonados por el poder. Son ignorados y están reducidos a un cliché en Occidente. Y yo escribo como un pobre. Con palabras francesas pobres. No aspiro a dominar nada, ni siquiera la lengua. Quiero seguir siendo pobre, como al principio. No saciar mi hambre completamente. Por eso sigo viviendo en un estudio minúsculo de 20 metros cuadrados en París.
Su relación de amor-odio con la lengua francesa ya estaba presente en su libro Mi Marruecos, donde explicaba el extraño sentimiento que le producía oír ese idioma cuando era niño y su hermano sintonizaba las emisiones radiofónicas de Tánger. “Era la lengua de los ricos que viven lejos y vienen de visita de vez en cuando, y se marchan sin habernos invitado (…) Esa lengua era el francés. Sentíamos su poder, su arrogancia. Un sentimiento insoportable de inferioridad nos invadía en cuanto la oíamos. Y para vengarnos, la rechazábamos”.
Cuando Taia dice que escribe en “un francés pobre” se refiere a una prosa desnuda. Tener un estilo sencillo no es escribir mal. Al contrario. Uno puede encontrar muchos ecos en sus novelas. Está Mohamed Chukri. Está Jean Genet. Y por estilo, está Albert Camus. La ausencia de barroquismo en Camus favorece la reflexión sobre temas universales y expone un claro compromiso humanista. Y Taia juega en el mismo equipo. “Si tuviera que elegir una novela que me hubiera gustado escribir diría El primer hombre, de Camus. Ahí cuenta su infancia pobre en Argel. Habla de sus orígenes, de la primera tierra. Habla de su madre, su hermano, su abuela… Es un libro tan verdadero, tan hermoso, tan en la senda de «ir más allá del mektoub» [para los musulmanes, el mektoub es el destino de los hombres fijado por Dios]. Me encanta porque Camus se expresa ahí con una sinceridad absoluta. Y para mí la sinceridad desnuda, cruda, es la regla número uno de la escritura”.
Muchos expertos en el Islam hablan de las diferencias significativas que hay entre la tradición religiosa en Oriente Próximo y en el Norte de África. Lahbib, uno de los personajes de El que es digno de ser amado, habla de un Dios del amor. ¿Este Dios del amor está en peligro de desaparecer en favor de un Dios colérico y estricto?
Dios es Alá, es Cristo, es Michel Foucault, es el dólar americano, es Cervantes, es Ví or Hugo, es Lionel Messi o Cristiano Ronaldo. Dios tiene muchas formas. Algunos quieren hacernos creer que el Dios del Islam es esencialmente violento. Y es absurdo. El personaje de Lahbib, que es un chico pobre y perdido, solo tiene el consuelo del cielo, que es donde vive Alá. Solo ahí puede encontrar un sentido al final de su vida, una vida corta y trágica. Todos necesitamos una conexión espiritual. Una conexión poética, si se quiere. Sin ella, el tránsito de la vida es muy difícil, casi insoportable.
En sus libros el amor nunca es algo sórdido o vergonzoso y hay frecuentemente un canto a la inocencia. Esa pureza permanece siempre, a pesar de todas las dificultades. Como concepto opuesto al cinismo, ¿cree que la ingenuidad es un valor que debemos dignificar y reivindicar?
Hay que tener la humildad de confesar que no podemos entenderlo todo y que no somos gran cosa en realidad. Es necesario que llevemos la ingenuidad al mundo. Y debemos propugnarla de forma alta y clara. Solo ella nos puede salvar de ser arrogantes y obcecados. Yo soy muy, muy ingenuo. Afortunadamente.
La inocencia es inseparable del amor en la obra de Abdelá Taia. Los hombres que abusaban de él en la calle no consiguieron mancharlo ni quitarle sus ganas de amar. Nunca olvidó el niño que fue ni de quién recibió las enseñanzas más valiosas. “Creo que en Marruecos se tiene miedo al amor”, explicaba en su libro Mi Marruecos. “Nunca se expresan directamente los sentimientos. Sin embargo la ternura es algo muy presente. Proviene sobre todo de las mujeres”.
Respecto al compromiso humanista no tienes nada que envidiar a Camus, Abdelá Taia.
Te admira por tu humanidad, por tu sensibilidad, por tu autenticidad, por tu humildad, por tu clarividencia, por tu compromiso con los incomprendidos, con los más desfavorecidos.
El mundo está necesitado de unos cuantos millones de Abdelás Taia.