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‘Ainhoa: yo no soy esa’, el documental que construye genealogía feminista
La última película de Carolina Astudillo reflexiona acerca de la sobreabundancia de material grabado a partir de una familia obsesionada con registrar su vida cotidiana.
1. Lo ha vuelto a hacer
En 2015, Carolina Astudillo ganó la Biznaga de plata al mejor documental en el Festival de Málaga con su película El gran vuelo. El filme habla sobre Clara Pueyo Jornet, valenciana condenada a muerte por su militancia en el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC). En 1943, antes de que su sentencia fuera ejecutada, Clara escapó de la prisión de Les Corts de Barcelona. Lo hizo por la puerta principal. Y lo hizo sin dejar rastro: nunca más se supo nada de ella. Tenía 29 años. La película habla de esa historia fascinante pero el verdadero tema de El gran vuelo es, creo, la ausencia: de Clara no quedan más que media docena de fotografías y un puñado de cartas que no llegó a enviar. Ante esa escasez de huellas, Carolina Astudillo reflexiona sobre la falta de imágenes, sobre cómo reconstruir la memoria de aquellas a quienes nadie recuerda, y elabora un hermoso ensayo fílmico sobre cómo contar la ausencia.
En la última edición del Festival de Málaga, Carolina Astudillo lo ha vuelto a hacer: su última producción, Ainhoa: yo no soy esa, ha vuelto a ganar la Biznaga de plata al mejor documental. La película está construida con los materiales a los que nos tiene habituadas la directora: imágenes de archivo, un largo proceso de investigación, una voz-guía entre lírica y reflexiva, una música metálica, a veces contrapuntual, la fe en la subjetividad y, ante todo, la libertad para construir una película sin moldes preconcebidos, para atender solo a las necesidades formales de lo que se quiere contar y de cómo se quiere contar. Pero Ainhoa: yo no soy esa es también, en cierto sentido, lo opuesto a El gran vuelo: si El gran vuelo se enfrentaba con la falta de imágenes, Ainhoa: yo no soy esa se enfrenta a la sobreabundancia de material grabado: el archivo de una familia obsesionada con registrar -con fotografía, con vídeo, con grabaciones sonoras- su vida cotidiana.
2. La maleta
Hace unos años, Patxi Juanicotena, amigo de Astudillo, le confió a la directora una maleta que contenía su historia familiar, horas y horas de filmaciones caseras, de grabaciones telefónicas y de fotografías. Y, entre ellas, los diarios de su hermana, Ainhoa, que se suicidó cuando tenía 34 años. Al entregar este material a Astudillo, Patxi lo salvó, conscientemente, de que terminara siendo vendido en algún puesto de algún mercadillo cuando ya no quedara nadie más de su familia. Pero junto a ese material trasladó a la directora, también, una pregunta esencial: ¿Qué hacemos con las imágenes familiares? ¿Qué cuentan y qué ocultan las imágenes que señalan a toda una generación -un hermano que te ayuda a soplar las velas de cumpleaños, un padre que te enseña a saltar las olas, una madre que canta, junto a su propia madre, una vieja canción-?
Porque todas esas imágenes de la familia Mata-Juanicotena que creemos conocer, que hemos visto repetidas en cada cajón de cada casa de cada familia, se resignifican tras el suicidio de Ainhoa. Porque, como dice la voz de la propia Carolina, “cada imagen nos habla de una ausencia”; porque “el significado de una imagen no subyace en su origen sino en su destino”, como reza un texto de Sherrie Levine que se inserta en la película. Astudillo salva el archivo familiar de la desaparición, pero hace algo más, igual de importante: lo salva de la mirada habituada. Para ello, recurre a un montaje exquisito en el que no hay jerarquía entre imagen y sonido, y recurre, también, a una escritura en primera persona construida a través de los materiales más íntimos: los diarios y las cartas.
3. Las conversaciones
“Querida Ainhoa: he decidido escribirte aun sabiendo que nunca leerás esta carta”. Así empieza la cinta y así empieza la voz de Carolina a tejer una relación con Ainhoa; nosotras, espectadoras, asistimos a la construcción de una intimidad entre dos mujeres que nunca se conocieron. Es una conversación que ocurre a pesar del tiempo y a pesar de la muerte. La Carolina del presente conversa con la Ainhoa del pasado a través de sus diarios, donde Ainhoa se mostraba muy diferente a la imagen que recogían las fotos de sus treinta y tantos años: la joven rebelde, amante del punk radical, consumidora de drogas y siempre de fiesta es en sus diarios una mujer profundamente sensible a la que le duele la vida y la soledad, y que está atravesada por aquello que nos atraviesa a tantas mujeres: el amor y sus fracasos, el desasosiego laboral, el aborto, el “registro cotidiano del drama del cuerpo”, el deseo o no deseo de ser madre, la menstruación.
Al diario de Ainhoa, esa “alternativa a la vida misma” que dirá Sontag en otro texto de la película, se le suman los diarios de otras que escribieron antes: el de Sylvia Plath, el de Frida Kahlo, el de Alejandra Pizarnik, el de la propia Sontag. Y los encuentros no paran. Astudillo convoca textos de Anne Sexton, de Sherrie Levine, de Gabriela Wiener, la voz de su amiga la pintora Maïthé Chansard, que lee en francés el “Manifiesto de las 343”, y hasta la mía: Carolina me invitó a poner voz a los diarios de Ainhoa.
Y por supuesto, la suya. Astudillo incluye su propia experiencia junto a la de las otras mujeres, se muestra a sí misma de la misma manera –descarnada, encarnada– que revelan los hilos con los que teje la película. Porque eso hace siempre su cine, mostrar sus mecanismos de construcción para cuestionar la mera posibilidad de un relato liso, sin grietas, objetivo. Al construir desde -y hacia- la subjetividad, Ainhoa: no soy esa crea ante todo un corpus de la experiencia femenina, esa que nunca sale en los libros de historia. Desprovistas como estamos de relatos, dice la voz de Carolina, “las historias de otras mujeres nos pueden ayudar a tomar el control de nuestras vidas”. Una genealogía feminista.
Por eso, porque la subjetividad quiebra cualquier espejismo de historia objetiva, es decir, de historia oficial, Ainhoa: yo no soy esa es, también, una historia alternativa de la historia de España (y de Chile) desde la década de los 70 del Chile de Pinochet en el que nació Astudillo y de la coronación de Juan Carlos como sucesor de Franco de la España en que nació Ainhoa, hasta el presente en el que habla Carolina, en el que en Chile aún no se ha aprobado la ley del aborto –se aprobaría un poco después, cuando la película ya estaba terminada–, pasando por los 90 de Las Vulpes y La Polla Records en los que se suicidó Ainhoa.
Una vez más, Carolina lo ha vuelto a hacer: detonar las fronteras entre lo público y lo privado, feminizar la política, seguir ensanchando la senda de aquellas que, antes que nosotras, nos mostraron el poder de erosionar el discurso hegemónico con nuestras propias historias.
La conversación sigue en los coloquios con Carolina Astudillo y en las proyecciones de ‘Ainhoa: yo no soy ésa’ el 3 de mayo en el Festival D’A de Barcelona y del 4 al 10 de mayo, en DocumentaMadrid.
Imprescindible, una obra maestra.