Opinión | OTRAS NOTICIAS | Política
El taxista y el asesino. Crónica de una incoherencia
"Si la izquierda quiere volver a ser un actor de peso debería empezar por arrojar luz sobre las relaciones entre los problemas y sus responsables, como el detective que resuelve el asesinato para regocijo de los lectores".
La tranquilidad de la ciudad me recuerda que es sábado por la mañana. Algunas familias desayunan en las terrazas del bulevar, otras aprovechan para acercarse a hacer la compra de la semana, los primeros turistas vienen camino de la estación. Todo transcurre como debería de no ser por el personajillo apresurado que va medio corriendo en busca de un taxi. La puntualidad nunca fue una de mis virtudes. Quien conduce es un hombre que ha pasado la cincuentena, camisa blanca, pelo escaso bien cortado. Tras hablar sobre el tiempo, que se debate entre el bochorno y la tormenta, le pregunto qué tal llevan lo de Uber. En Córdoba, me responde, de momento no hay demasiados, total aquí no hay negocio, tampoco para eso. No entiendo para qué sirven los gobiernos, me dice mientras toma una rotonda, si a la hora de proteger un sector nos dejan en la estacada.
Me parece más útil escuchar que hacer alguna apostilla a sus reflexiones, que luego se dirigen hacia la corrupción, hacia la supuesta recuperación que no se nota en la calle y a que él ya no sabe ni hacia dónde tirar. Mira, me dice girándose en un semáforo en rojo, yo de joven era de los que no podía ni ver a Franco y ahora te reconozco que casi he acabado por echarle de menos. Sinceramente, no me sorprende la conclusión, no por su profesión o su edad, sino porque no es la primera vez que lo escucho en estos últimos años en boca de alguien que no parece un ultraderechista.
Llegamos al destino, a un recinto ferial en el que se divisan unas carpas y un escenario coronados por banderas rojas, la fiesta del Partido Comunista de Andalucía, donde me han invitado a una mesa de debate. Veo que el hombre parece incómodo. Mientras que le pago casi me pide disculpas, parece algo avergonzado por sus palabras.
-Oye, no te vayas a pensar, que yo soy un facha, ¿eh? Es que…
-Es todo un puto lío, ¿no? –le respondo quitándole importancia al asunto.
-A mí es que esto de la política hace tiempo que ya no me dice nada.
-Normal, ni a usted ni a casi nadie. Pero eso es justo lo que quieren los que os van a joder el sector, que lo suyo no parezca política.
Nos despedimos. Nos deseamos una buena jornada. Supongo que a él le quedarán unas cuántas horas frente al volante. Yo no me quito la conversación de la cabeza en todo el día, mientras que hablo con conocidos y desconocidos, esencialmente, de lo mismo que he hablado con el taxista en un breve cuarto de hora. Creo que resume los problemas capitales a los que la izquierda se enfrenta, no ya para ganar unas elecciones, sino para continuar siendo un referente político en el siglo XXI, para frenar la deriva autoritaria de nuestras sociedades.
El primero de ellos es lo que el taxista identifica con la máxima de que el Gobierno no vale para nada, es decir, que los poderes públicos lejos de velar por el bienestar de la mayoría son un aparato inútil. Esto, que es una descripción genérica y por tanto injusta respecto al trabajo de muchos servidores públicos, es sin embargo un buen cuadro de lo que, en último término, representa el Estado bajo el capitalismo, una maquinaria orientada al mantenimiento de su orden social. Es decir, los gobiernos si valen, sí son útiles pero solo para los intereses de unos pocos.
El neoliberalismo no supuso algo inédito respecto a la forma, extensión y funciones del Estado, sino la vuelta a lo que siempre fue. Esta restauración victoriana no solo logró sus objetivos al desguazar los avances sociales, sino que manchó la idea de lo público con el estigma de la ineficiencia y la inutilidad. Así, un problema esencialmente de desregulación de un sector, en este caso el del taxi, en quien acaba recayendo no es en los poderes privados que lo fomentan, sino en el poder público, ausente por incomparecencia obligada. Lo neoliberal descuartiza pero siempre evita que le salpique la sangre.
La política de izquierda que podría enfrentar este conflicto, dando una alternativa beneficiosa para la mayoría y no solo para los accionistas de empresas con sede fuera del territorio nacional, no es percibida como una herramienta, sino como un foco de problemas por asociación con la política neoliberal, la única tolerada y promocionada desde los resortes de mediación cultural.
Lo peor de la situación es que la actividad política, que era algo en lo que participaban amplias capas de la población de forma habitual, en asociaciones de vecinos, sindicatos o partidos obreros, pasó a ser algo estacionario, reducido a las citas electorales primero y luego a algo esotérico: una actividad de formas lejanas y resultados invisibles practicada por unos pocos elegidos. Cuando además quien seguía manteniendo la identidad de izquierda como parapeto moral hacía en la práctica políticas de derechas la lejanía popular devino en abismo.
Cuando un político –repetimos, político– como Albert Rivera atribuye un carácter peyorativo a la politización o lo ideológico no solo practica un populismo atroz, sino que se muestra como un dinamitero de su profesión con el objetivo de postrarla, aún más, ante el poder económico. Los que se dicen solo meros gestores de lo público son lo que ya vienen de casa con la lección bien aprendida: ningún banquero, ni ningún gran empresario apuesta por alguien que vaya a legislar a favor de la mayoría.
El orden actual, que resulta de hecho un gran desorden para cualquier persona que viva de su trabajo, genera así una respuesta aún más negativa. Si el poder público y la política parecen inútiles para hacer frente a esta acracia económica, entonces lo que se interpreta como necesario es un poder duro que restaure un cierto equilibrio entre las partes. La ecuación, de resultado poco deseable, es contemplada por cada vez más personas como necesaria, aún situándose estos individuos, de inicio, fuera de los círculos habituales del autoritarismo. Paradójicamente cualquier régimen autoritario de derecha tiene como contenido fundamental el mantener las diferencias y privilegios de los grandes propietarios.
El problema no es que el taxista, el ciudadano medio, viva de espaldas al mundo: muchos son perfectamente conscientes de los graves problemas y carencias de nuestro orden económico, salvo por el pequeño detalle de que no se los atribuyen al mismo. Una novela de asesinatos donde cualquiera ve a la víctima sobre la alfombra pero donde nadie repara en que el conde aún lleva un candelabro ensangrentado entre las manos.
Si la izquierda quiere volver a ser un actor de peso debería empezar por arrojar luz sobre las relaciones entre los problemas y sus responsables, como el detective que resuelve el asesinato para regocijo de los lectores. Buscar la manera de que lo público y lo político no solo sean percibidos como útiles por la mayoría, sino como propios. No como lo que sobra y es sacrificable, sino como la herramienta indispensable. Hacer notar que mientras que el asesino siga suelto por nuestras páginas nadie estará a salvo la próxima vez que se vaya la luz y suene el trueno.
Vivimos en un desguace incoherente sobre un mapa troceado donde al ciudadano medio le resulta complicado establecer algún tipo de relación entre hechos y responsables. No se puede pretender estar solo en la defensa de las ruinas de lo conseguido hace décadas, que la fuerza sea a la contra, únicamente en la protesta y la indignación. No se puede estar solo esperando que la corrupción, de tan evidente, acabe regalando un escándalo mayúsculo –otro más–. O a lo peor, no se puede pretender construir deconstruyendo, rehuyendo el conflicto excusándose en el limitado sentido común, haciendo piruetas con el discurso y buscando los sujetos de cambio no en lo que une a las mayorías sino en lo que las diferencia.
Y para eso hubiera sido una gran idea que alguna de las instituciones que se conquistaron mediante la movilización popular en 2015 hubiera dado un golpe en la mesa para al descubierto estas relaciones. Haber demostrado que la política y lo público son la cizalla más útil contra el egoísmo caótico de los que mandan sin presentarse a las elecciones. Haber asumido que la política y la institución son un laberinto y una hoguera para quien intenta darles una función social sin la vigilancia y la presión de las calles. Porque si no, las palabras, por ciertas que sean, acaban resultando tan vacías y falsas como las de cualquiera. Porque si no, el desconcierto no distinguirá nunca entre colores.
Necesitamos vuestra colaboración para lograr la financiación necesaria y realizar los trabajos de exhumación de 4 fosas comunes en Galicia: Vilarraso, Fervenzas (2) y Guitiriz. Por la ARDF-Desaparecidos.
(Estas fosas suman un total de 65 víctimas según las investigaciones, entre ellas tres maquis muy conocidos en Fervenzas por su resistencia y valentía, un alcalde socialista, una maestra republicana,…y así hasta llegar a 65).
Los familiares de las víctimas, algunos muy mayores, no quieren morir sin recuperar a su ser querido.
Es de justicia devolver a la «vida» a estos héroes soterrados en el anonimato más cruel, amontonados como deshechos, sin nombre ni apellidos. Merecen tener una tumba digna al lado de los suyos, donde sus familiares pueden recordarles como se merecen para no tener que acudir a un lugar incierto, donde fueron enterrados de manera clandestina para ocultar el crimen.
Ante la falta de acción de las autoridades, cuando no oposición de las administraciones públicas, que renuncian a hacerse cargo de las exhumaciones e identificaciones de los restos humanos que yacen en las fosas y ante su negativa a sufragar los costes de esa tarea, la Asociación ARDF-Desaparecidos pone en marcha esta iniciativa con el objeto de recaudar fondos que nos permitan concluir esta tarea de exhumación.
https://www.goteo.org/project/intervencion-fosas-galicia
Sí, cada vez se oye decir más y sin rubor alguno, e incluso entre gente joven, que ojala que volviera Franco, y ya no te cuento los taxistas, el colectivo de la Cope.
La historia la escriben los vencedores, que además adoctrinaron a fondo a la sociedad y que siguen al mando del cortijo de Españistán, señoritxs dictatoriales, arrogantes, rudos y sin complejos.
Alberto Garzón reconocía en una entrevista de hace unos meses que a la izquierda le votaba mayormente la clase media ilustrada, no los trabajadores.
Eso se llama INCULTURA.
Los dueños del cortijo nos quieren tontos Y tampoco veo que la gente tenga gran interés en culturizarse.
Mientras los señoritos del cortijo manejen los medios de comunicación, me temo que, manipulación mediante, nos van a ganar batalla tras batalla. .