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Cifuentes, lo que eres me distrae de lo que dices

La presidenta madrileña reconoció el trato de favor y los privilegios que tuvo para matricularse, no asistir a clase ni hacer exámenes.

Cristina Cifuentes en la rueda de prensa sobre su máster

Cristina Cifuentes esta vez sí se presentó al examen. Pero no hubo que cambiarle la nota porque dejó en blanco todas las preguntas pendientes para despejar las dudas sobre la realización de su trabajo fin de máster. El temario lo conocía pero no se lo había preparado. Confundió la asignatura de rendición de cuentas y transparencia con la de propaganda y el arte de la mentira política, porque si hubiera sido una presentación dramatizada de la obra de John Arbuthnot sobre la importancia del manejo de las artes pícaras en la res pública hubiera aprobado. No mucho más, porque para mentir no te tienen que pillar. Y el desglose de las nuevas mentiras que Cristina Cifuentes desgranó en el pleno, y que hay que añadir a las ya existentes, fueron desentrañadas a las pocos minutos.

El pleno fue un reconocimiento tácito de que su máster fue realizado con una infinidad de privilegios que el resto de ciudadanos y ciudadanas jamás tendría. No hablamos de la verdad, sino de lo que ella ya reconoció. Afirmó que se matriculó tres meses después del plazo extraordinario abierto para el resto de estudiantes sin especificar dónde está la carta motivada al rector que podría paliar en algún modo ese trato de favor inaceptable. No hay carta. Era delegada del Gobierno y tenía amigos en ese máster. Esos amigos le dejaron no asistir a clase de un máster presencial que necesitaba de un 80% de asistencia mínima a las aulas. Eso mismo reconoció Cifuentes, que llegó a un acuerdo con los profesores para no ir a clase por su cargo de delegada del Gobierno. Pero no enseñó la dispensa académica, único documento legal que cualquier otro humano tendría que solicitar para poder no ir a clase de un máster presencial. Los de su clase no necesitan ese papeleo del populacho. A ella le bastó ser Cristina Cifuentes para que le regalaran su máster. No necesitó hacer exámenes, ni siquiera presentar el trabajo fin de máster ante un tribunal, porque nunca hubo tribunal, según las últimas informaciones periodísticas.

No hace falta demostrar nada más que lo reconocido por Cristina Cifuentes para hacer insostenible la situación de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Tuvo un trato de favor para hacer un máster en la universidad pública, privilegios de quien entiende lo público como algo a su servicio. Pero no pasa nada. Para eso tiene a Ciudadanos, que en una maniobra que entierra su dignidad en el mismo lugar en el que se encuentra el TFM de Cristina Cifuentes, propone una comisión de investigación para así no tener que apoyar la moción de censura que el PSOE anunció y dejar caer al PP para poner de presidente a Ángel Gabilondo hasta las elecciones del año próximo.

Porque a Ciudadanos no le importa la regeneración democrática, ni si el máster de Cifuentes es falso o no, ni siquiera la universidad pública. Ignacio Aguado solo está pendiente de las próximas elecciones y sus propios intereses, y para eso lo mejor es mantener al enfermo terminal con la respiración asistida de la comisión de investigación y ganar tiempo hasta 2019 para seguir medrando votos entre los conservadores. No conviene a estar alturas presentarse ante el potencial voto de la derecha como un cómplice necesario de la izquierda para tumbar al PP. Ciudadanos solo está interesado en el poder y en cuál es la mejor estrategia para lograr su sillón. Esa palabra que tanto desprecian en su discurso y que salivan, cual perro de Pavlov, en cuanto ven la posibilidad de lograrlo.

En su rueda de prensa posterior, Cristina Cifuentes tuvo un lapsus interruptus que demuestra lo que para la presidenta y los suyos significa un máster en la universidad pública. En un momento en el que intentaba explicar por qué no encontraba el trabajo fin de máster dejó inacabada una frase que iba camino de no poder terminar de ninguna manera políticamente correcta: “Yo comprendo que si a lo mejor uno es…” ¿Un simple estudiante? ¿Pobre? No la acabó pero todos sabemos cómo la quería acabar.

Es comprensible que un simple máster en la universidad pública no le parezca muy importante a quien no lo hace, solo un trámite burocrático al que se puede mandar a una propia a hacérselo. Porque a usted no le costó ningún esfuerzo, ni siquiera económico, ya que se matriculó cuando las tasas eran asumibles y no al año después, cuando las subieron hasta triplicar el precio. Quien tiene la capacidad para comprarse un máster no lo valora demasiado, eso es cierto. El rictus cínico y la sonrisa impostada de Cristina Cifuentes en todas las intervenciones de sus adversarios políticos fue la respuesta más clarificadora para todos los que han empeñado mucho tiempo de su vida en la realización de unos estudios universitarios. No busquemos más.

“Lanzas palabras veloces, empavesadas de risas, invitándome a ir adonde ellas me lleven”. Decía Pedro Salinas en La voz a ti debida. Cristina Cifuentes e Ignacio Aguado no dejan de hablar con la sonrisa en las comisuras de sus labios de esfuerzo, de trabajo, de regeneración, de lucha contra la corrupción. No engañan. Son solo palabras que intentan maquillar su verdadera esencia, ambición desmedida de la derecha. El poema de Pedro Salinas comienza donde yo quiero acabar para definirlos: “Lo que eres me distrae de lo que dices”.

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