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Lost in translation
Mercedes de Pablos fue la primera directora de una radio en Andalucía: "Lo privado es político como viene advirtiendo el feminismo desde hace una eternidad".
Esta es una de las crónicas del número especial de La Marea #AmíTampoco en las que las mujeres explican a los hombres por qué les planteamos esas preguntas. Puedes comprar #AmíTampoco en kioscos y en nuestra tienda online. También puedes suscribirte aquí para que sigamos haciendo periodismo libre y comprometido.
“Estás perdida” es la frase letal, el epitafio de tu vida social, el diagnóstico a título póstumo, léase autopsia, que las lenguas desahogadas te lanzan cuando un día de pronto te encuentran por ejemplo en tu puesto de trabajo, en la puerta del colegio, en una cola de Hacienda, haciendo la compra con un pósit pegado en la frente a la hora escasa de la presunta comida. Y es que si estás perdida –compañera directiva, profesional, trabajadora cualificada con tu porción de lugar al fondo a la derecha (sí, los baños siempre)– ya puedes trabajar como una mula, rendir como una planta de ingeniería avanzada con premios a la productividad o hacer subir como la espuma la cuenta de resultados de tu empresa, pública o privada, que da igual. No estás, no eres. No cuentas.
Estar perdida no es andar mirando musarañas, que tiene su punto, o haberse entretenido con alguna adicción o algún amor o ser más vaga que la chaqueta de un guardia (refrán que nunca entendí, aviso a las fuerzas de seguridad, a qué viene atribuir esa molicie a sus chaquetas) sino exactamente no acudir allá donde te ven. Donde sí están los demás.
Permítanme que recurra a un caso que creo conocer, el propio, y a un pasado, igual no tan reciente, de directiva de cadena de radio. ¿Que la encontraste en un momento bajo y que, por azar y por un buen equipo, parece que los resultados fueron buenos? ¿Que se multiplicaban los proyectos y los programas, se cambiaran los target de cada una de las emisoras, se apoyaran programas buenos que ya había y se inventaron otros? Todo eso está muy bien pero, querida, me dijo muy comprensivo uno de mis jefes, está mal visto que no se te vea en ciertos sitios: concretamente en comidas de trabajo, desayunos de trabajo, cócteles de trabajo y actos de trabajo que, oh, empezaban a las ocho y terminaban cuando ya en tu casa estaba apagada hasta la televisión.
Por no hablar de esas reuniones vespertinas en las que nadie parecía tener prisa sino al contrario: tú, conspiranoica nata, creías percibir un empeño masculino (todos hombres, sí) en traspasar la fatídica frontera de las ocho de la tarde, la hora de los baños y las cenas en los hogares de las familia comunes. Esas que todos tenían y que, oye, a nadie le pesaba menos a ti.
Una vez me llevé un abrigo para cambiarle los botones (ni sé ni me gusta coser, soy una nulidad con balcones a la calle) y el Gran Jefe, que era un tipo listo, la verdad, las cogió al vuelo. “Abreviemos que nuestra querida directora tiene cosas que hacer en su casa“. Y todos me miraron condescendientes, las cosas de Merceditas, cómo iban a coser ellos botones con lo importante que era su opinión aunque la repitieran treinta veces.
Háganme caso los aspirantes a cambiar la política en concreto y el mundo en general: la limitación de mandato está bien pero lo auténticamente radical sería la limitación del tiempo de las infinitas, interminables reuniones.
Bah. Naderías, dirán. Y más cuando el mundo de los derechos laborales se nos está yendo al garete de manera tan inmoral que cuesta dar crédito. Pero las naderías (o sea, la vida cotidiana) definen nuestras vidas. Lo privado es político como viene advirtiendo el feminismo desde hace una eternidad. Aunque como dice mi hijo con muchísima sorna, mucho mejor sería tomar los medios de producción, angelito.
Las mujeres como tú, con agallas y luchadoras, nunca están perdidas; lo que se necesita es que haya muchas más.