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Ven aquí, chiquilla, que te voy a explicar el BOE
Políticos, asesores, altos cargos... Así se dirigen a la periodista Eva Belmonte en diferentes reuniones y encuentros.
Esta es una de las crónicas del número especial de La Marea #AmíTampoco en las que las mujeres explican a los hombres por qué les planteamos esas preguntas. Puedes comprar #AmíTampoco en kioscos y en nuestra tienda online. También puedes suscribirte aquí para que sigamos haciendo periodismo libre y comprometido.
Tres diputados, cuatro asesores. Mesa noble, despacho noble. Me siento junto a mi compañero de trabajo, que acude a la cita apaleado por un resfriado. Aunque la que controla el asunto y la que va a hablar soy yo, lo hace porque ellos son siete y, bueno, que al menos seamos dos de nuestro lado, por eso de la presencia numérica. Y para aprender del tema. En total sumamos nueve, y la única mujer soy yo. Hasta aquí, sin novedad. Vamos a hablar de una reforma legislativa muy compleja, en la que llevo trabajando meses, y aportamos una lista por-me-no-ri-za-da y larguísima, con nuestras propuestas. Las detallo, una a una, porque –excepto uno de ellos– nadie se las ha leído a fondo. Acabo mi argumentario, muy técnico, y llega la negación mayor: «Es que esto es muy complicado, no sabes cómo funciona». Y llegan las preguntas, todas ellas dirigidas a mi compañero, que intenta pasar desapercibido para sonarse los mocos con silenciador y hasta entonces no ha abierto la boca más que para dar los buenos días. Intenta reconducir la mirada hacia mí con ojicos de resfriado y auxilio –»No tenía ni puñetera idea de lo que estabais hablando», me dijo luego– y me dan ganas de tener un cartel de neón encima de la cabeza, Háblame a mí, cenutrio, para enchufarlo cada vez que pasa esto.
Y se repite. Esta vez la reunión es con un alto cargo, mujer, y sus dos técnicos, hombres. Me acompaña otro compañero. En la oficina hace tiempo que bromeamos sobre cómo me llevo hombres florero a las reuniones. Explico, pregunto. Y le responden a él. Estoy en el fuego cruzado entre mi colega y la mujer: yo pregunto y ella me esquiva. Muevo la cabeza para taparle, a ver si así. Casi acabo subida a la mesa para comprobar si era un problema de ceguera selectiva.
Vamos a entrar a la radio a hablar de un reportaje en el que he trabajado durante meses. Se avecina tertulia, y vienen expertos. Tomamos un café antes de entrar al estudio. Uno de ellos, representante de la industria farmacéutica, me dice que no viene a avalar mis investigaciones, algo que no le había pedido en ningún momento, ni falta que me hace. Y, tras esas palabras, me da unos golpecitos condescendientes en la cabeza. La furia me agarra desde los dedos de los pies y apenas consigo calmarme para responderle que no tiene ni la confianza ni el derecho para hacer algo así. Silencio incómodo. Todos callan.
Coordino un evento en el que vamos a hablar de un tema que conozco a fondo. Un alto cargo interviene para decir que mis argumentos son muy románticos, seguramente por eso de que soy mujer. Le corto, exijo disculpas. Me las da.
Me voy calentando y abro Twitter. Un hombre de esos con muchos followers habla de una nueva norma y dice que entra en vigor al día siguiente, enlazando al BOE. De forma muy educada le digo que no, que entra en vigor ese día, que lo pone en el texto que él mismo ha enlazado. Sin ni siquiera pararse a leer, me responde con sorna: «Pues no, las normas del BOE entran en vigor al día siguiente». Llevo leyendo y analizando el BOE cada día desde hace casi seis años y esa norma no existe. Insisto: «Lee». Pasa un ratín. Lee (no era tan difícil, diantres) y me da la razón.
Todo esto podría haber pasado en un mismo día pero, por la seguridad de los que me rodeaban y la salud de mi sistema nervioso, el desprecio se repartió en varias jornadas. Y sigue goteando, de forma cotidiana. Al principio piensas que son otras las razones –juventud, aunque ya me quede poca, no pertenezco a su raza (ni funcionaria ni académica ni abogada, periodista concienzuda y cabezona, nada más), mido metro y medio…– pero llega un momento en el que haces clic –o catacrack– y descubres que todas esas razones rodean la esencia: eres mujer y, a priori, hasta que me demuestres lo contrario durante años, y a veces ni eso, no tienes ni puñetera idea de lo que estás hablando.
Europa Laica DENUNCIA la cultura patriarcal y el neoliberalismo imperante como causas directas de las barreras sociales, políticas, culturales y económicas que limitan a las mujeres poder desarrollar plenamente sus derechos productivos, sexuales y reproductivos, además de servir de tapadera a la intolerable violencia machista y la mercantilización de sus cuerpos. Este marco de injusticia y desigualdad viene igualmente determinado por la presencia y fuerte presión de las ideologías religiosas que relegan a las mujeres a un papel de subordinación respecto a los hombres, encerrándolas dentro de una esfera doméstica de abnegación y sumisión. Reclamamos una Escuela pública y laica, visibilizando valores feministas, con la religión confesional fuera del ámbito escolar, como condición necesaria para una sociedad más culta, libre y justa.
Superar toda esta situación precisa de un esfuerzo de lucha continuada donde las mujeres tomen en sus manos la conciencia y organización necesarias para remover los obstáculos que impiden su desarrollo integral como personas, porque la igualdad de derechos entre mujeres y hombres es una exigencia imprescindible y prioritaria.
Europa Laica ANIMA a sumarse a esta lucha conjunta por la libertad, igualdad, justicia y solidaridad.
https://laicismo.org/2018/03/europa-laica-denuncia-la-cultura-patriarcal-el-neoliberalismo-y-las-ideologias-religiosas-como-causa-de-las-injusticias-y-desigualdad-de-las-mujeres/