Medio ambiente | Medio ambiente 2 | Opinión | OTRAS NOTICIAS
La línea azul pálido y nuestro futuro común
"En nuestras manos está que en el futuro alguien no se lamente de que nos alejásemos, inconscientes, de esa línea protectora que nos alimentó y dio cobijo durante más de diez mil años".
Desde este lejano punto de vista, la Tierra puede no parecer muy interesante. Pero para nosotros es diferente. Considera de nuevo ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestra casa. Eso somos nosotros. Todas las personas que has amado, conocido, de las que alguna vez oíste hablar, todos los seres humanos que han existido, han vivido en él. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de ideologías, doctrinas económicas y religiones seguras de sí mismas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada niño esperanzado, cada inventor y explorador, cada profesor de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie ha vivido ahí —en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.
Esta de Carl Sagan es mi cita favorita desde la primera vez que la escuché. Han pasado muchos años, pero no he encontrado en ningún otro fragmento, escrito o hablado, una forma tan bella, tan profundamente humana y tan sobrecogedora de definir qué somos y cuál es nuestro lugar en el universo. Para cualquiera que se haya quedado atónito admirando las estrellas una noche clara de invierno, pasando frío pero sin poder apartar la mirada de los miles de puntos centelleantes, la cita de Sagan resume a la perfección el sentimiento de pequeñez y de insignificancia, y también la suerte extraordinaria que es poder contemplar y entender la dimensión del cosmos y la fragilidad de nuestro planeta, que es nuestra única casa. En japonés existe una palabra de difícil traducción, “yuugen”, que remite a ese sentimiento de desborde de las emociones y la comprensión al contemplar aquello que nos supera, que nos cuestiona. El Universo, en definitiva.
Hace ya algunos meses, el punto azul pálido me vino a la memoria, pero no junto al telescopio o tumbado en el campo, sino ante un artículo científico: Why the right climate target was agreed in Paris (Por qué el objetivo climático correcto fue acordado en París). Cuando vi que Stephan Rahmstorf estaba entre los firmantes, me asomó una media sonrisa y un atisbo de esperanza, algo extraordinariamente inusual cuando se lee un artículo sobre cambio climático. Stephan, que es un reputado científico climático, había escrito anteriormente cómo se sentía enfrentándose a los datos y las proyecciones que arrojaban los modelos climáticos sobre el calentamiento global, y cómo de descorazonador era atisbar un futuro al que nadie quiere dirigirse, pero a donde vamos a toda máquina. Lo había hecho en el portal web Is This How You Feel, en donde científicos de distintas disciplinas han dejado escrito, a modo de tablón virtual –o grupo de terapia–, qué sentimientos les provoca estudiar el cambio climático. Hay esperanza, pero también desasosiego. El breve texto de Stephan decía así:
A veces tengo este sueño. Mientras doy un paseo por el campo, descubro una granja en llamas. Los niños piden ayuda desde las ventanas de arriba. Así que llamo a los bomberos. Pero no vienen, porque algún loco no hace más que decirles que es una falsa alarma. La situación es cada vez más y más desesperada, pero no puedo convencer a los bomberos para que vengan. No puedo despertarme de esta pesadilla».
Volviendo al artículo, este argumentaba que los objetivos clave del Acuerdo de París frente al cambio climático, acordado en diciembre de 2015, eran los correctos. Hay que descarbonizar cuanto antes la economía (es decir, abandonar los combustibles fósiles), y hay que evitar por todos los medios pasar de los 2ºC de calentamiento respecto a finales del s. XIX, habitualmente tomado como referencia para evaluar el incremento de temperaturas.
El artículo estaba acompañado de una gráfica muy elocuente en la que se podía ver una línea de temperaturas pretéritas en azul, una gruesa línea gris que representaba los 2ºC adoptados en París, y una serie de fenómenos situados a distinta altura, según qué aumento de temperaturas los activase. Todos ellos, hasta el que nos pueda parecer más irrelevante, comportan un sufrimiento indescriptible, la pérdida de millones de vidas humanas, la destrucción de ecosistemas valiosísimos, y un golpe enorme al bienestar de todas las sociedades humanas. No es una cuestión (únicamente) del oso polar. Si se llega a fundir Groenlandia los mares subirán varios metros (hasta 7, en un deshielo completo), y eso anegará hogares, cultivos, playas, industrias, humedales, paisajes y recuerdos de centenares de millones de personas. Si los arrecifes de coral acaban siendo un cementerio pintado de blanco no solo perderemos una cantidad ingente de biodiversidad (¡mucha ni siquiera descubierta aún!), sino la base de la economía de regiones enteras. Y lo más aterrador es que es muy posible que activemos cambios que ni siquiera seamos capaces de controlar. Podemos, de alguna forma, tocar las teclas de un piano afiladísimo que no sabemos qué música hará sonar, ni qué pedazo de futuro, de felicidad y de geografía nos cercenará.
Ahora pensad en cualquier sinfonía que os emocione hasta la lágrima, en cualquier fecha histórica que estudiasteis a regañadientes en el colegio para un examen, en cualquier victoria deportiva o novela que os mantuvo sin casi dormir durante tres días, en cualquier foto de ruinas romanas con más de mil «me gusta» en Instagram. En todos los números de revistas de viajes y todos sus destinos, por aburridos que sean; en todos los cómics que coleccionáis o juegos de mesa con los que pasasteis tardes enteras de invierno, en cualquier carretera que hayáis recorrido sin saber dónde os llevaba, en cualquier receta que hayáis probado con los ojos cerrados de puro placer.
Pensad en ello, y recapitulad: todo tiene su origen en los últimos doce mil años. Todo ha ocurrido en la longitud monocroma de una línea azul pálido que es tan solo un destello en tiempo geológico, pero que contiene toda nuestra historia, todo lo que somos y hemos sido, todo lo que nos emociona. Lo que sigue a esa línea azul es una rampa naranja y empinadísima hacia arriba, para escalar la cual deberemos de ir desprendiéndonos de recuerdos, lugares, casas, árboles, trabajos, ciudades, sonidos, ropa, cultivos. También de otros seres humanos, porque todos no podremos subir por la escarpadísima vertiente del desafío climático. Y ya se sabe quiénes caen antes: los que no pueden comprar material de escalada, comida, agua, abrigo. Quienes no se pueden pagar, ni siquiera a plazos, la supervivencia.
Ya hemos consumido la mitad de esos dos grados que tenemos de margen, y podemos estar condenados a superarlos –como un equipo que ya ha descendido matemáticamente aunque no haya terminado la temporada– si no hacemos nada en los próximos tres años. Mejor dicho: si seguimos como hasta ahora, pensando que con solo un acuerdo ya está todo hecho, que alguien vendrá a solucionarlo, que no es para tanto.
Mirad otra vez la imagen. Todo lo que os importa está en azul. Salid a la calle: es azul. Mirad en vuestra casa: es azul también. Coged un álbum de fotos al azar, abrid sin mirar una carpeta del ordenador: azul. Y si no reaccionamos, esa línea y ese color serán solo un centelleo rapidísimo en la historia de un planeta que nos sobrevivirá sin ningún problema, pero que nos puede ser terriblemente hostil si no sabemos cuidarlo. En nuestras manos está que en el futuro alguien no se lamente de que nos alejásemos, inconscientes, de esa línea protectora que nos alimentó y dio cobijo durante más de diez mil años. Nuestro hogar en el cosmos puede ser –lo es– insignificante, como un vulgar guijarro de una playa que llega hasta donde alcanza la vista. Pero es lo único que tenemos, y reconocer su fragilidad no debería hacer que nos quedásemos petrificados de puro miedo, sino activarnos para cooperar y que sigamos siendo, por mucho más tiempo, esa mota azul pálido con la que se maravilló un astrónomo cuyo legado –la maravilla, la curiosidad, la humanidad– está hoy más vigente que nunca.
JUANTXO LOPEZ DE URALDE,
exdirector de Greenpeace y actual presidente de Equo:
Esto se hunde mientras los principales actores políticos tocan el violín en la cubierta. En España el Gobierno parece no tener ninguna prisa por tomar medidas, y evita llevar adelante una ley ambiciosa contra el cambio climático. Menos mal, que en algunas Comunidades ya han tomado nota, la última Baleares que han presentado esta semana una ley de Cambio Climático pionera. Perdemos la cuenta de los meses que han pasado desde que la ministra Tejerina anunció el proceso para presentar un borrador de Ley.
La irresponsabilidad de este Gobierno no parece tener límite, pero las emisiones de CO2 sí. Si creen que estoy exagerando, lean el borrador si pueden; a mí me ha dejado la piel de gallina.
Estamos perdiendo la batalla para salvar el clima (y nuestra supervivencia)
Ya es imposible seguir mirando a otro lado o echar balones fuera con el cambio climático. Hay que ser mucho más ambiciosos, y de manera muy urgente
En España el Gobierno parece no tener ninguna prisa por tomar medidas, y evita llevar adelante una ley ambiciosa contra el cambio climático.
Los sabios orientales dicen que hay más mundos en el universo que florecillas en primavera en todos los prados de la Tierra y que nuestro planeta, la Tierra, es en el Universo como una escuela de parvulitos; que con nuestro comportamiento temerario e inconsciente estamos empezando a interferir y perturbar la estabilidad de otros Planetas, quienes, más evolucionados, contemplan con preocupación (algunos sostienen que los OVNIS vienen en misión de vigilancia) la dirección errónea que estamos llevando.
Los parvulitos terrícolas creemos que somos los únicos, los más sabios, los reyes del universo y como «pardillos» que somos dejamos nuestra responsabilidades y nuestro destino en manos de los más desequilibrados, alienados, embrutecidos, perversos e ignorantes de nuestra especie.