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‘Gauche divine’… negra y salvaje
Sally Potter dispara contra el postureo político de la izquierda acomodada en ‘The Party’.
Sally Potter ha aparcado su habitual estilo vanguardista para rodar una sátira clásica que podríamos definir como «El ángel exterminador socialdemócrata en una picadora de carne”. O lo que ella misma llama “un entretenimiento, en el sentido que Graham Greene le daría a esa palabra”. En The Party, Janet (Kristin Scott Thomas) acaba de ser nombrada ministra en la sombra del Partido Laborista británico (aunque no se nombra al partido de forma explícita, es fácilmente identificable), concretamente de Sanidad, y para celebrarlo invita a sus amigos íntimos a un pequeño aperitivo. Lo que debería ser una fiesta acaba degenerando en un hilarante psicodrama a la manera de lo que en lucha libre se denomina battle royal: todos contra todos.
Potter cuenta con la ventaja de trabajar con un elenco estelar (Cillian Murphy, Emily Mortimer, Timothy Spall, Bruno Ganz, Cherry Jones…) que se deleita teatralmente con cada pulla, cada revelación, cada insulto y cada golpe (físico, no figurado), en una escalada de violencia orquestada para señalar las contradicciones de la gauche divine. Y no deja títere con cabeza. Dispara contra la “tercera vía”, el pensamiento positivo, la espiritualidad new age, la corrección política, el veganismo, el parlamentarismo burgués, la división del movimiento feminista… Especialmente brillantes son las intervenciones de la inconmensurable Patricia Clarkson, la revolucionaria desengañada que vierte toda su mordacidad sobre sus amigos. Su personaje maneja la sinceridad con la misma maestría que Bruce Lee con el nunchaku: es certera y letal. Y tremendamente graciosa. Es imposible emitir cada uno de sus improperios con más desdén.
La película, en definitiva, entronca con la tradición marxista de la autocrítica, aunque en clave de comedia, y trata sobre “lo que realmente significa estar a la izquierda, lo que significa ser eficaz, lo que significa hacer cambios”, según ha contado la propia directora en The Guardian.
Lo cierto es que la contradicción es un rasgo distintivo del ser humano. Nadie puede ser sometido al examen minucioso de su ideario político y salir completamente inmaculado. Pero eso es una cosa y otra muy diferente traicionar los principios más básicos de una ideología (seguramente estén pensando en Tony Blair, Gerhard Schröder o Felipe González; y sí, han acertado, no era muy difícil).
Respecto a las contradicciones de la izquierda, hay varias formas de encarar la cuestión. Puede hacerse en plan drama (una forma de mortificación religiosa muy extendida entre los puristas), con cinismo (nefasta alternativa, porque se corre el peligro de dar muchísimo asco, o lo que es incluso peor: parecer un magnate progresista de la comunicación) o con sentido del humor (del color que sea; The Party es una apuesta feroz por el negro).
Quizás con un ejemplo se entienda mejor. Paco Ignacio Taibo II, maestro de la novela policiaca y divertidísimo ser humano, tiene un chiste perfecto para quienes le afean el hecho de ser izquierdista y, paradójicamente, un ávido consumidor de coca-cola: “Yo sigo la filosofía del Che. No hay que destruirla… ¡hay que expropiarla!”.
Esa es la actitud.
Hay otra manera bastante estética de ser de izquierdas y un poco burgués, además de las que, con su habitual maestría,ha descrito Manuel Ligero: no perder el espíritu crítico y revolucionario aunque te pases el día en el sofá.