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Si no hay rigidez, no hay fallo

"Sería tan triste volver a quedarnos calladas por el miedo a errar: esa es una historia de siglos, sacerdotes guardando los lenguajes de quienes conocen el fuego".

“Cuidado con las palabras, tienen filo”, escribió Alejandra Pizarnik. Vaya semanita llevamos, con las palabras. Escena 1: Leticia Dolera, actriz en la gala de los premios Goya, pronuncia, en mitad de un montón de bromas con aire a naftalina, la frase “os ha quedado un campo de nabos feminista precioso”. Medios, redes y opinadores de salón se le echan encima por si el comentario pudiera ser tránsfobo. Escena 2: Irene Montero, hablando en nombre de su grupo parlamentario en el Congreso, pronuncia, en rueda de prensa, la palabra “portavoza”. Medios, redes y opinadores de salón se enzarzan en un debate de extrema virulencia sobre si es una ridiculez o un acto revolucionario.

Chica, es que no hay manera de acertar.

Aturdida por el frenesí de tuits, me digo que quiero un mundo tal que una portavoza diga que lo que tiene delante es un campo de nabos y luego una portavoz salga y le responda que esas expresiones la tienen hasta el coño que no tiene. “Si no hay rigidez, pues no hay fallo”, cantaba Gata Cattana. Concibo el feminismo como un lugar en el que no hay rigidez, y no hay fallo. Concibo el feminismo como una mirada anclada en la pregunta y la apertura –más que nunca ahora que su desborde afronta el reto de incluir sin diluirse–. Es mucho más sencillo adherirse a una ideología andamiada de respuestas, pero las experiencias que transforman las vidas y los mundos casi siempre van marcadas por un signo de interrogación. 

Decir es siempre una audacia. Decir, decir en serio, usar el lenguaje con la seriedad y la responsabilidad con que lo hacemos cuando hablamos de las cosas que más nos importan, es la permanente tarea de buscar el modo en que las palabras puedan encajar mejor con el mundo. Asociarlas de nuevo, asociarlas mejor. Un día, María Moliner decidió escribir un diccionario. Porque el que había no le valía, porque el que había no se adecuaba bien a lo que quería decir. Frente a los corsés de la Academia de la Lengua, se puso a mirar de qué modo empleábamos las palabras, y cifró su orden en eso tan inordenable que es el uso. Frente a la voluntad de ley de la RAE, ese empeño de Sísifo albergaba la ternura de las gestas que nos salvan.

Yo me di cuenta en determinado momento de mi vida de que llevaba hasta entonces escribiendo como si fuera un hombre. Mi genérico era masculino, y por las grietas de la supuesta neutralidad se me escapaban, sin que los viera, los matices. Empecé a preguntarme de qué modo me quería nombrar: no os creáis, no es tan fácil llamar al pan pan y al coño, coño. Pero se acaba consiguiendo, y –como esta es una de esas tomas de conciencia que no tienen vuelta atrás– ahora me choca cuando escucho a una mujer hablar de sí misma en masculino, cuando desde lugares de legitimidad se emplea un lenguaje que no nos nombra. Escena 3: en la final de Operación Triunfo, en ese momento último de máximos nervios y máxima audiencia, Roberto Leal, sobre en mano, dijo: “Por fin vamos a descubrir al ganador”. A su lado estaban Amaia, Aitana y Miriam. Eso sí que es un uso impreciso del castellano, pero sobre esto no he visto ningún titular.

Pero más allá de las meras demandas de precisión, como las Constituciones, los diccionarios no pueden ser sino revisables. Toda palabra es un intento. Que sobreviva o no, cuestión del modo en que se acerque a la vida que necesita ser contada.

Frente a ese decir vivo, las fórmulas prêt-à-porter son una trampa, una pantalla: el blanqueador de conciencia que nos permite no pensar y quedarnos tranquilas. Cuando “ciudadanos y ciudadanas” está en la boca de quien escatima recursos en la lucha contra las violencias machistas, no me sirve. Cuando la primera persona del plural en femenino está en la boca del compañero que te roba la palabra en la asamblea, no me sirve. Me sirve el momento en que, delante de un texto, se dedica un tiempo largo a reflexionar para cambiar cada “los que” por un “quienes”. Me sirve el momento en que conscientemente la hablante inventa una palabra para nombrar mejor. Me sirve el momento en que se renuncia a hacerlo, habiéndolo pensado, por poner otro criterio por delante. Me sirve la conversación en la que se señala que una expresión hizo daño, y se piensa en común cómo se podría haber dicho de otro modo. El lenguaje inclusivo será reflexión y herida abierta, o no será.

Tenemos mucho por decir. Y no hay nada más peligroso para el orden que el lenguaje libre. No podemos permitirnos tener miedo a buscar –así sea a tientas– el modo adecuado de hacerlo. Sería tan triste volver a quedarnos calladas por el miedo a errar: esa es una historia de siglos, sacerdotes guardando los lenguajes de quienes conocen el fuego. Hablemos, hablemos a borbotones, reinventando todas y cada una de las bisagras en las que las palabras se conectan con las cosas.

Digámoslo todo, hermanas. Con tanto cuidado como audacia, con tanta responsabilidad como calma. Con tanta fe en la palabra propia como certeza de que siempre, siempre, siempre llegará otra que lo diga aún mejor. Sin ningún miedo: si no hay rigidez, no hay fallo.

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Comentarios
  1. La discusión de «campo de nabos» me parece legítima. Yo todavía no sé donde estoy en esto, cuál es mi posición definitiva, pero comparar a quienes ridiculizan el lenguaje inclusivo con las que lo quieren más inclusivo me parece retrógrado.

    Por otra parte, también me parece que «portavoces» ya era femenino. A mi me gusta más la línea anglosajona de neutralizar el género (una de las luchas lingüísticas de allí es neutralizar «actress», a cambio de «actor», igual que en España se lucha por el «poeta» en vez de «poetisa»). A portavoz no le hacía ni falta ser neutralizado. Me parece un resbalón. También tenemos derecho, por otra parte. Pero bueno, por lo menos reconocer que fue un resbalón.

  2. «El lenguaje inclusivo será reflexión y herida abierta, o no será». Gracias Laura Casielles. Muy buen artículo. Seguiremos reflexionando y abriendo heridas, transformando el lenguaje que nombra y moldea la cosmovisión del mundo de quienes lo utilizan. El verbo es un arma poderosa y el feminismo tiene todo el derecho a utilizarla. Soy hombre, y feminista, y me alegra ver cómo se retuercen los Revertes y los Marías de turno cada vez que resuena en el aire un «miembras» o un «portavozas». Vamos bien.

  3. Y que la izquierda se dedique a estas chorradqas, con la situacion del pais actual, es para mear y no hechar ni gota

  4. Laurita, hermana en el señor, me aburro, pero además me aburro mucho. Y es curioso que alguien acostumbrado a leer en diagonal, haya tenido que leerte en horizontal, un par de veces y silabeando, para entender en qué mares procelosos navegas, qué quieres realmente o de qué vas. ¿Cómo decírtelo? Ah, sí, prefiero otros textos, por ejemplo este, cuyo enlace dejo aquí. Meollo del asunto: el lenguaje no cambia la realidad, es la realidad la que cambia el lenguaje. Y es excesiva la mies que van cosechando quienes han leído tan poco, que ni sospechan que cada día nos imbecilizan más y mejor a todos (forma no marcada de plural que, por lo demás, existe en un montón de lenguas), porque ser visibles con la fórmula que pretenden algunos (idem) no es solo mostrar ignorancia lingüística de amplio espectro, sino hacer el ridículo gratuitamente y, encima, para nada. Nadar en nadas es lo propio de la charlatanería. «La posesión del lenguaje está en relación recíproca con la fuerza del pensamiento. –O debe estarlo» (Paul Valéry)

    https://lenguacandeal.wordpress.com/2012/03/09/18/

  5. El feminismo, según se ve, desde que los seres humanos van por la tierra, será eterno. A no ser, que el macho se debilite físicamente. Y la hembra, la mujer, sea más fuerte y poderosa físicamente.
    Y entonces, aparecerían los machos, los hombres, como reclamadores contra la brutalidad de las mujeres. Pues, las mujeres harían el papel que hacen ahora los hombres.

  6. recuerdo hoy la crítica que hacía mi profesor de lexicografía al diccionario de maría moliner:
    (por si alguien no lo conoce: ella decidió que el criterio en su diccionario sería el de ‘uso’ frente al de la rae y así daba un tamaño mayor a los lemas de más uso y menor a aquellas palabras que se usan menos, para que el hablante tuviera una información clara nada más asomarse al lexicón)

    subrayaba el profe que esta señora elevaba a categoría lo que era su experiencia individual de hablante y ponía como ejemplo que su afición por la botánica le llevaba a reflejar palabras como ‘cucurbitácea’ o ‘fanerógama’ con el tipo de letra más grande, el que corresponde al uso más frecuente.
    pues bien, omito otros detalles: recuerdo que esa crítica, lejos de hacerme dejar de lado aquel diccionario, me sirvió para explorar a través de él la visión fascinante del mundo a través de sus ojos. pero, ítem más: me llevó a mirar otros diccionarios con ese mismo punto de vista y explorar que cada uno es una visión del mundo de un momento peculiar de la historia y a través de ojos igualmente peculiares e inevitablemente ‘contaminados’ por la circunstancia de su autoría, sus trabajos y sus días

  7. Estará bien cuándo cambiemos también el «ciudadanos y ciudadanas» por un simple «personas»… ¿o acaso estamos de acuerdo con la masificación de las ciudades y la despoblación del rural?
    Hay mucha realidad más allá de lo que vemos, pensamos, sentimos… y cosas más importantes que resolver.

  8. Para mí la reflexión no es acertada. No es justo llevarlo al debate feminista. De igual forma que los textos se corrigen y los niños aprenden a hablar y a escribir hay que usar las normas correctamente.

    Cambiar el español por el antojo de una persona (o de muchas) no es correcto. Porque entonces valdría todo y la comunicación sería imposible.

    No estoy de acuerdo.

    • Mire vuesa merced que tan grandes males acaecen en estos tiempos, y las tribulaciones que soportamos, por no seguir los consejos de quienes a hablar nos enseñaron. Que oir algunas conversaciones ajenas, si bien resulta indiscreción, también pudiera ser motivo de jàcara o de confundir nuestro antiguo castellano con lenguas bárbaras. Si el lenguaje no cambiará ninguna lo habríamos hecho. Seguiríamos tal vez en el siglo de oro sin conocer palabras como retrete, lavabo o ducha.

    • Es que alguien no entendió ni entiende aún qué, exactamente qué, significa «portavozas». Pues si lo entendió, hubo comunicación, y la hubo clara y correcta. Insisto: correcta.

      ¿Quién y por qué dice que hay que usar las normas correctamente? O mejor dicho ¿quién hace aquí las normas si no es precisamente el que las usa, pues así es el lenguaje? Luego las normas no son normas sino acuerdos efímeros entre quien habla y quienes le escuchan.

      Y es que no está el hablante sometido al idioma, sino justamente al revés, porque es nuestro y lo usaremos como queramos, porque es nuestra arma, muchas veces la única arma que debemos emplear, a veces la única que tenemos, a veces, como sabía Blas de Otero, lo único que nos queda.

      • ¿O sea que si yo que quiero digo ospiguetis, tú me sirves pasta y todos contentos porque nos hemos entendido?; ¡pues vaya libertad de criterio!
        Lo que siempre me ha chocado, es que las pocas oportunidades que tenemos para hablar desde la izquierda por la escasez de votos y que los tiempos se dan en función de estos, malgastemos la mitad de nuestro suspiro, diciendo: compañeros y compañeras, portavoces y «portavozas» (que no existe porque no es una «voza» lo que se porta, sino una «voz»). Con decir Vocera, iba que chutaba, pero no había que superar a las «miembras», montar el numerito y concitar la bravura ideológica de una masa que se limita a repetir, y no a pensar por su cuenta y para luchar por chuminadas. ¿Que queréis que sea todo en femenino?, ¡pues venga!, estoy dispuesta a decir que estoy hasta un coño que no tengo, que estoy desesperada ante la estulticia de los que se supone son de mi cuerda y no dejan de preocuparse por chorradas. Que me tenéis cansada, aunque tenga que sentarme en el metro con las piernas abiertas porque se me oprimen las gónadas y es molesto; y en cuanto se sienta alguien a mi lado, las cierro y me jodo ( ¿o debo decir joda?)
        No sé, tendré que acostumbrarme a despreciar la lógica de de la uniformidad que implica haber nacido ser humana. Creo que a partir de ahora, pasaré de vosotras, y para informarme, iré a una quiosca a comprar periódicas. Adiós amigas una gusta haber participada.
        PD: donde dice Lúzbel Guerrero, debeís leer Luzbela Guerrera, me daba pereza hacerme otra cuenta para despedirme.¡Adiosa!

      • Sobre lo de “Portavozas” acabo de leer que “hubo comunicación, y la hubo clara y correcta”.

        ¿Seguro?

        ¿Hay alguien que recuerde qué estaba defendiendo o atacando la Sra. Montero?

        ¿O se siguió aquello de

        “Procure siempre acertalla
        el honrado y principal;
        pero si la acierta mal,
        defendella y no enmendalla”?

        El que tiene bRoca se equibRoca y abre «bujeros» innecesarios que no hacen sino distorsionar la realidad del asunto.

        Hubiera sido tan sencillo decir: ¡Válame Dios, que palabro ha salido de mis entrañas! Y todo resuelto, porque ¿hay alguien que recuerde qué estaba defendiendo o atacando la Sra. Montero?

        Así que, viendo el resultado de la comunicación, y ciñéndome a la voluntad de los “comunicantes”, no me queda otra que decir:

        IrenA MonterA es unA gilipollAs. Pablo IglesiOs es un gilipollOs.

        • Hombre, que el mensaje haya desaparecido ante el numerito montado en los medios, en los medios que quieres machacar a Irene Montero, no es culpa de Irene Montero, sino de los medios que en vez de montarla parda con las palabras que utilizó, podían haber transmitido su mensaje y punto. Si piensas así, supongo que quiere decir que la estratagema les ha salido de perlas.

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