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La musicalidad de un sindicato
La Unión Estatal de Músicos, Intérpretes y Compositoras lucha por poner fin a los atropellos que sufre la profesión.
En Madrid, Barcelona, Valencia, Valladolid o Terrassa, los ayuntamientos ya no contratan a músicos en B, ni les obligan a ser falsos autónomos, ni se juegan ya la vida de camino al bolo, gracias a la aprobación del Manual de Buenas Prácticas redactado por la Unión Estatal de Músicos, Intérpretes y Compositoras. Bajo ese paraguas se esconde la labor fundamental del SMAC! (Sindicat de Music i Artistes de Catalunya), el sindicato CNT Gráficas o el SIMUV en Valencia. Y tras esa suma de siglas se encuentra uno de los movimientos sindicales que más trabaja por reconocer los derechos laborales de las trabajadoras de la música. «Hay que romper con el ‘es que esto siempre se ha hecho así'», afirma David García Aristegui, miembro de la sección sindical de Músicos de CNT Gráficas en Madrid.
Cataluña es uno de los lugares donde mayor implantación han conseguido, aunque las reivindicaciones, de tan básicas, resultan indignantes. El caballo de batalla es el cumplimiento del Real Decreto 1435/185, que establece que entre la promotora y el músico hay una relación laboral, y que la organizadora tiene que asumir las altas a la Seguridad Social. Así opina la cantante Edurne Vega, miembro del SMAC!, una persona que representa punto a punto las carencias denunciadas: trabaja sin seguridad ni contrato, recorre kilómetros de carretera sin saber qué pasaría si sufriera un accidente, cobra algunas veces en bebidas…
El primer partido político que apoyó el Manual de Buenas Prácticas fue la CUP, en Barcelona. Sin embargo, Edurne Vega lamenta que las actuaciones del ayuntamiento barcelonés no van en la línea acordada por aquel pleno. Vega critica la lentitud del consistorio, que califica de «monumental». Pese a los retrasos y la falta de aplicación total, si todo prosigue su curso con el ayuntamiento de la capital catalana, estas prácticas comenzarán a aplicarse y a ser posibles en todos los ámbitos culturales en 2018. Como señala Aristegui, «allí dónde hay presencia de sindicatos de músicos se está consiguiendo llegar a acuerdos con las administraciones».
El proceso es lento. Hace unos meses, el consistorio dirigido por Barcelona en Comú organizó conciertos en recepciones de hoteles en los que se pagaba a los músicos a cambio de una cena. «Con mucha pedagogía y alguna que otra inspección de Trabajo, los consistorios van entrando en razón», admite con sorna Aristegui.
Dentro del sector, algunas voces denuncian que estos sindicatos son «el enemigo», que van a acabar con lo poco que hay… pero es el precio que se paga por señalar los problemas de la profesión y ser críticos. Así sucede con el patrocinio de conciertos, donde aparecen más como un photocall de marca que como un lugar para disfrutar de la música; o con los ayuntamientos cuando contratan bajo la forma del falso autónomo; o con las salas pequeñas que se aprovechan de los grupos, alquilan el local a la banda en cuestión o no pagan. Y, cuando lo hacen, es en negro… Las carencias son muchas. «Enfrentarse al machismo y la invisibilidad de las mujeres es otro de los objetivos de estos sindicatos, por eso se trabaja desde una óptica feminista para acabar con este agravio histórico», admite Vega.