Cultura | OTRAS NOTICIAS
Oposición política, lesbianismo, punk y un relato desmitificador de la revolución islámica
La escritora franco-iraní Négar Djavadi ha firmado una novela, ‘Desoriental’, que lo tiene todo para espantar al régimen teocrático de Teherán.
Ocurre a menudo en las revoluciones que un grupo pequeño, no necesariamente el más representativo de la oposición pero sí el más audaz y diligente, termina alzándose como vencedor indiscutible del proceso. En palabras de Daniel Guérin, teórico del comunismo libertario, el movimiento es enajenado por “una élite de militantes más instruidos, más conscientes, más experimentados, los cuales empiezan ofreciéndose como ‘guías’ para terminar imponiéndose como ‘jefes’ y sometiendo al pueblo a una nueva forma de opresión del hombre por el hombre”. Sucedió en la Revolución Francesa, en la rusa y, también, en la iraní. Entre los iraníes que se movilizaron en la década de 1970 para echar al sah, muchos eran liberales, otros marxistas, pero fue el clero el que logró amalgamar la oposición y liderar a una masa de jóvenes desesperados por la represión brutal, la corrupción, la falta de libertad y la obscena desigualdad del país. Los motivos –lo habrán adivinado– son prácticamente idénticos a los que, a principios de este año, desencadenaron en Irán una nueva oleada de protestas que se saldó con una veintena de muertos y más de mil detenidos.
Los padres de Négar Djavadi (Irán, 1969) fueron intelectuales de izquierda que militaron contra el régimen totalitario del sah para ver cómo el nuevo gobierno de los ayatolás los empujaba a una situación desesperada: o exilio o muerte. Su novela Desoriental (publicada en España por la editorial Malpaso) posee una gran carga autobiográfica y lo tiene todo para enfurecer al régimen de Teherán: narra la historia de Kimiâ, una mujer iraní, enamorada del punk y lesbiana, que llegó a Francia cuando era niña y que ya adulta quiere someterse a un proceso de inseminación artificial, algo que no está permitido a las mujeres solteras (aunque Emmanuel Macron ha prometido cambiar esa ley). La historia detalla también los traumas de la inmigración y el desarraigo con singular clarividencia: “Ya que hablamos de ‘integración’ –escribe Djavadi–, encuentro que el término carece de sinceridad y de franqueza. Para integrarse en una cultura, puedo certificar que primero hay que desintegrarse de la propia. Al menos parcialmente: desunirse, desagregarse, disociarse. Todos aquellos que arengan a los inmigrantes para que realicen ‘esfuerzos de integración’ no se atreven a mirarlos a los ojos para pedirles que comiencen por esos necesarios ‘esfuerzos de desintegración”.
La novela, para redondear su ambición, es política y habla de ese otro Irán que hoy, con suerte, vive escondido o exiliado: el de los opositores a la dictadura proamericana del sah y a la de los clérigos. El Irán de sus padres. Sería asquerosamente injusto llamarlos “equidistantes” porque sí militaron por una causa, sí se comprometieron, y fueron reprimidos por partida doble.
¿Valió la pena?
A pesar de las dificultades, del miedo y del exilio, creo que sí. Valió la pena. Yo siempre me digo que es mucho mejor haber tenido unos padres opositores que unos padres indiferentes. Lo trágico es que muchos iraníes han sufrido incluso sin ser abiertamente contrarios al régimen. Una revolución no trata a nadie con deferencia. La guerra tampoco. E Irán ha conocido las dos.
Kimiâ, la protagonista de su novela, dice que es muy consciente de que nunca volverá a Irán. ¿Comparte usted la misma opinión?
Tuve esa impresión muy pronto, sí. En la época en la que nosotros nos fuimos, Irán era un país cerrado a cal y canto. Las posiciones políticas hacia Occidente eran muy radicales, estábamos en guerra contra Irak y los aeropuertos estaban destruidos. Hoy la situación ha cambiado, pero no para los opositores como mis padres, que están siempre bajo la amenaza de una fetua. Por eso, aun admitiendo que el régimen me permite volver, no veo ninguna razón para hacerlo. Por supuesto, desde un punto de vista afectivo, estoy muy apegada a la tierra en la que nací, pero las razones políticas pesan más.
La madre de su protagonista escribe el relato de su huida del país [a caballo, por las montañas del Kurdistán, como la propia familia de la autora] y, paradójicamente, obtiene un gran éxito en Irán. Usted cuenta que esto pasa, que en Irán se permite la publicación de algunos libros críticos contra el régimen. ¿Cree que Desoriental podría correr la misma suerte?
No lo creo por una razón muy sencilla: el personaje de Kimiâ posee una identidad sexual que no es aceptada en Irán. Allí la homosexualidad conduce a la muerte. Es un tabú que concierne a toda la sociedad.
En España, históricamente, hemos considerado Francia, su país de adopción, como un lugar más avanzado que el nuestro. Sin embargo, todos los temas relacionados con la libertad sexual, como el matrimonio homosexual o la inseminación artificial para las mujeres solteras, siempre despiertan una gran polémica allí. ¿Por qué?
Porque Francia es, innegablemente, una sociedad conservadora. A priori, el peso de la religión parece ser más importante en España que en Francia, pero España es un país más avanzado en estos aspectos. Es paradójico, pero es así. Francia sigue enamorada de la idea de un pasado glorioso y puede que eso le impida darse cuenta de cómo es el mundo contemporáneo, de cómo vive la gente y, sobre todo, de que la vida, nuestras vidas, han cambiado. Francia no se cuestiona a sí misma. Y no se trata solo de la reproducción asistida. Con el tema de la eutanasia ocurre lo mismo. Aquí los debates se atascan y nadie toma una decisión.
Macron ha prometido cambiar la ley para favorecer a las solteras y a las parejas de lesbianas.
Sí, pero ha dado marcha atrás. Estos temas provocan un gran miedo entre los franceses, una especie de miedo a la pérdida de identidad. Estamos rodeados de países que tienen otras costumbres, otras leyes, y que abordan estas cuestiones de forma más práctica, pero Francia se niega a ver que esas leyes no han destruido esas sociedades. Espero que Macron consiga que se vote una ley de una vez por todas, porque prohibirlo no va a desanimarnos. Las mujeres, simplemente, se van a otro sitio, a España, a Bélgica o a Holanda para someterse al tratamiento. Esta situación lo único que hace es crear sufrimiento y desigualdad. Eso es todo.
Sabemos que en Irán hay un doble rasero en cuanto a la cultura, ¿pero pueden leerse libremente clásicos como Las mil y una noches o la poesía de un amante del vino como Abu Nuwás?
Tiene que tener en cuenta que allí la novela no tiene una tradición muy enraizada porque los escritores siempre han sido condenados por sus textos. Es el caso, por ejemplo, de Sadeq Hedayat. Irán es un país más de poesía, y la poesía permite jugar con las imágenes, ser menos frontal. Pero incluso en ese caso, muchos autores han sido silenciados o prohibidos. Estoy pensando en la poeta Forugh Farrojzad, que habla libremente del deseo femenino y de la sexualidad, y que ya en tiempos del sah fue prohibida y despreciada. La generación de mis padres tuvo que leer sus libros casi a escondidas. En cuanto a los clásicos, sí que hay una selección de extractos a los que se puede tener acceso y que se utilizan en la enseñanza.
Le escuché decir en una entrevista que el autor que más le ha marcado es Salman Rushdie. Es una declaración muy valiente viniendo de una escritora iraní.
Es que admiro profundamente su libertad. Esa libertad le permite escribir Los versos satánicos, por supuesto, pero no es solo por eso. Admiro también la libertad que se toma con la lengua, con las palabras, con los personajes, con la estructura de la novela. Desde el principio, desde Hijos de la medianoche, Rushdie ha escrito en un inglés muy especial, plagado de palabras indias, aunando sus dos culturas. Es difícil escribir, en el sentido de crear literatura, en una lengua que no es la tuya, sobre todo en Francia, que es un país que tiene una relación casi carnal con su lengua. Rushdie me ha enseñado a obviar esas consideraciones y a sentirme libre.
En su libro, el personaje de la madre se empeña en ver traducidas sus memorias al francés para dar a conocer su historia. ¿Es eso lo que le ha empujado a usted a escribir Desoriental?
Pues sí. De hecho, más allá del deseo de crear unos personajes y de contar un relato, está el deseo de hablar de una historia, la del Irán contemporáneo, bastante desconocida por los occidentales. Yo tenía ganas de contar cómo nació la revolución, cuyo origen no está en Jomeini sino en el golpe de Estado de 1953 y la destitución del gobierno de Mosaddeq por parte de los americanos y de los ingleses. Para mí era importante decir hasta qué punto el destino de este país de Oriente, así como el de otros países de esa parte del mundo, depende de decisiones tomadas en Occidente. Quería decir también que esta revolución no fue esencialmente una revolución religiosa y que, de hecho, fue iniciada por los intelectuales y los estudiantes. Aunque, por supuesto, yo no soy historiadora y mi intención no es hacer un análisis histórico de esos acontecimientos.
Hace unos meses murió Maryam Mirzajani [la única mujer galardonada con la medalla Fields, el premio Nobel de las Matemáticas] y la prensa iraní mostró su fotografía sin velo. ¿Se puede decir que algo está cambiando en el régimen de los ayatolás?
La muerte de Mirzajani supuso una gran pérdida. Pero no olvide que murió en Estados Unidos, no en Irán. Lo que es verdaderamente trágico es que después de la llegada de los mulás al poder, el país se vació de toda una generación. Gente tan brillante como Mirzajani, que hubiera podido participar en su prosperidad, eligió vivir en otra parte. Las cosas están cambiando en Irán, es cierto. Hace 30 años, cuando no existía Internet ni la presión que hoy ejercen las redes sociales, hubiera sido inimaginable ver una foto así en los periódicos. Pero la represión cotidiana, la de todos los días, no ha cambiado. El pueblo sigue asfixiado política y económicamente, y la juventud iraní sueña con irse a algún país occidental para ser libre.
Leyendo su libro uno se da cuenta de que existen diferentes niveles de discriminación hacia la mujer en Oriente y en Occidente, pero que en definitiva esa discriminación se da en todas partes. ¿Qué futuro les espera a las mujeres iraníes?
Lo que está claro es que cada vez que se instaura una dictadura o que una sociedad se repliega sobre sí misma, las primeras en sufrirlo son las mujeres. Hoy, por ejemplo, el aborto vuelve a ser tema de debate, incluso en los países occidentales. Las mujeres iraníes llevan 40 años luchando por recuperar sus libertades perdidas. Y han conseguido pequeñas cosas, como no tener que llevar el velo de forma estricta, pero eso ha llegado solo después de recorrer un largo camino de humillaciones y castigos. Si la foto de Mirzajani sin velo pudo publicarse fue gracias a la lucha de estas mujeres. Gracias a ese activismo, ganaron autonomía. Hoy están mejor educadas, son más cultas, tiene más presencia en el mundo laboral. No sé cuál puede ser su futuro, pero hay una cosa cierta: son auténticas guerreras.
Entrevistas como estas son muy necesarias. La leerán esas, supuestas izquierdas que apoyan al gobierno irán índice sólo porque está enfrentado a EEUU?
Todos tenemos que hacer autocrítica. Fíjese que lo primero que aparece en las facciones apoyadas por occidente, no solo eeuu, son los velos.
Los países occidentales no pueden sacarle los colores a Irán. Nuestra teocracia es el consumo y el dinero. Allí se mata por Alá y aquí a golpe de decreto contra los derechos sociales y a favor del neoliberalismo económico.
La crítica es algo irrenunciable y no veo por qué no se puede criticar a Irán desde occidente si además aquí nos áutocriticamos constantemente. Esa autocrítica es la que no está permitida en Irán, porque se consideraría traición. Precisamente invitaría a los que tienen tantos remilgos a criticar las «revoluciones» que se dieran un paseo por sus territorios para entender y comprender que con este tipo de actitud apoyamos los totalitarismos y abandonamos a los críticos que son los que necesitan nuestro apoyo. Independientemente de la critica que se haga al dinero o a lo que sea, aterriza en Irán y quizás entiendas el significado real de libertad. Viajar instruye mucho.