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El periodismo ante el cambio de piel del capitalismo global

"El País, otrora periódico que se reivindicó la vanguardia intelectual de España, es quizá el ejemplo que mejor refleja las dos espadas de Damocles que penden sobre la prensa en esta suerte de interregno", argumenta el autor. "Estamos ante el gran embajador de la llegada de la ideología de Silicon Valley".

Juan Luis Cebrián. FOTO: ÁLVARO MINGUITO

Ninguna de las dislocaciones que ha sufrido el periodismo a lo largo de su historia ha supuesto un reto mayor para la independencia de la profesión como la llegada de Internet y su correspondiente privatización por los gigantes tecnológicos de Silicon Valley. Más aún si este suceso coincide con otro aspecto coyuntural de similar gravedad: la prensa tradicional ha abandonado los códigos éticos que establecían los límites para el ejercicio de su profesión con el fin de favorecer la versión de la realidad que defienden las grandes empresas que pagan su deudas; el carácter comercial se ha entremezclado peligrosamente con el criterio de verdad.

Nos encontramos así ante una situación bisagra en la que una crisis no termina de ser superada mientras otra nueva emerge. La crisis del periodismo es una normalidad, un instante eterno. Importantes consecuencias para el desarrollo del debate público se desprenden de todo esto: la absoluta perversión de la esfera pública, la alienación de los ciudadanos –ahora convertidos en audiencias inmersas en experimentos de mercado– y su entendible desconfianza hacia cualquier instancia que reivindique la verdad como proceso empírico.

El País, otrora periódico que se reivindicó la vanguardia intelectual de España, es quizá el ejemplo que mejor refleja las dos espadas de Damocles que penden sobre la prensa en esta suerte de interregno. Lejos de representar un ejemplo contemporáneo de emancipación, si colocamos la vista sobre algunos sucesos recientes podemos observar cómo este medio comienza a fundirse en la red de comunicaciones que establece el sistema del capitalismo multinacional de nuestros días. Para ello hemos de colocar el foco en la paradigmática campaña encabezada por el subdirector de este diario, David Alandete, sobre la influencia que han tenido los bots rusos en el debate online posterior al referéndum catalán.

Desinformación sobre la crisis catalana

Parece evidente, y no resulta ninguna novedad, que este hecho habla de cómo un periódico abandona todo criterio periodístico para seguir una agenda política –y en última instancia económica– con el fin de presentar una supuesta injerencia de Rusia en la batalla por el relato de la crisis catalana. En otras palabras: El País contribuye a programar al lector con la idea de que estamos ante el peligro ruso para legitimar actuaciones excepcionales que en ningún otro caso serían tolerables. Porque en realidad, como señalaba en un análisis Yolanda Quintana, faltan datos relevantes sobre la supuesta intervención “de hackers rusos” en Cataluña. “Y estas pruebas no parece que vayan a lograrse, al menos en lo que se refiere a una acción combinada con ciberataques para robar información o comprometer equipos, que no se ha dado en España según los datos del CNI”.

Algo similar argumentaba Carlos del Castillo cuando escribía “que la unidad de la Unión Europea encargada de analizar la propaganda rusa no ha detectado ningún caso de injerencia en el tema catalán, como asegura el Gobierno”. “Un enemigo en forma de simulación”, añadía apelando a la famosa tesis de Baudrillard, donde el sociólogo explicaba que hemos entrado en una lógica de la simulación que no tiene nada que ver con la lógica de los hechos.

En segundo lugar, la campaña de los bots rusos nos dice mucho de la industria de las ideas que ha emergido durante las últimas décadas con el fin de sostener la hegemonía cultural de las élites nacionales y globales. Los think tanks proveen a los medios de cualquier clase de argumentos para reflejar una determinada visión de la realidad, y ambos se retroalimentan para que esta coincida con la del dinero privado que los financia. De esta forma no extraña que las pruebas sobre las que se asienta la información de El País, como señalaba Pablo Elorduy, “son las que ha aportado el propio El País, envueltas para su consumo académico por Mira Milosevich Juaristi, investigadora del Real Instituto Elcano, autora de un informe cuyas principales pruebas son los artículos de dicho periódico”.

Y añadía Marta Peirano, con un análisis más cercano al tercer punto sobre el que ahora hablaremos, que lo más sólido que tenía este periódico son “los informes de think tanks conservadores como los del Lab del Atlantic Council, cuyo presidente europeo para Latinoamérica es José María Aznar”. Todo esto refleja que quizá lo peligroso para la democracia no sea que un par de bots puedan ejercer alguna influencia en la red, sino la absoluta privatización de aquella esfera pública teorizada por Jürgen Habermas. Digamos que el sistema a través del cual desarrollamos nuestro pensamiento ha sido pervertido y corrompido por tecnocrátas con el único fin de propulsar el relato del establishment, dando lugar a sucesos tan rocambolescos como la campaña de El País.

Ahora bien, para entender la tercera de las implicaciones hemos de recurrir a un artículo premonitorio publicado en enero por el escritor bielorruso Evgeny Morozov: “El pánico moral en torno a las noticias falsas esconde la negativa a reconocer que esta crisis ha convertido al Kremlin, en lugar del modelo comercial insostenible del capitalismo digital, en el chivo expiatorio favorito de todos”. A todo ello, por cierto, también contribuye la industria editorial dando difusión a pseudo-teorías como la que Luke Hardian despliega en Conspiración. Porque, como dice Morozov, el problema para la democracia “no son las noticias falsas, sino la velocidad y la facilidad de su diseminación, y existe principalmente porque el capitalismo digital de hoy en día hace extremadamente rentable –mira a Google y Facebook– producir y hacer circular narrativas falsas pero que valgan la pena”.

En este sentido, El País no solo ha escogido eludir todas estas problemáticas (fundamentales para la suerte de un supuesto proyecto ilustrado donde la democracia liberal se asienta sobre un debate público donde la razón prima a cualquier otra consideración), sino que se aprovecha de todas sus deficiencias para atacar a un enemigo político del Gobierno español. La utopía ilustrada está siendo desmantelada por herejes que se dicen sus defensores.

El poder de la violencia simbólica

Lo que nos lleva precisamente a analizar este suceso, de carácter a primera vista nacional, prestando atención al contexto del capitalismo global. En este sentido, las deducciones que Dan Schiller presentó en un trabajo de 1984 (casualmente la fecha con la que tituló Orwell su famoso libro) resultan reveladoras: “En un lapso de aproximadamente 30 años, el capital transformó la estructura de las noticias en un proceso que naturalizó el razonamiento neoliberal en la configuración de la cobertura informativa”. Schiller resaltaba tres conclusiones en su estudio: que los actores institucionales (periodistas y editores, legisladores gubernamentales y ejecutivos corporativos, profesionales de marketing y publicidad…) dominan este proceso, explotando los estándares periodísticos existentes para redefinir los parámetros de lo que es legítimo en una economía desregulada mediante noticias presentadas como información; que la progresiva asimilación de esta práctica era causa directa de la redistribución de los recursos económicos, ya que el capital de la industria canalizaba sus inversiones hacia las empresas de noticias de escala transnacional y que la mayoría de historias que aparecían en los medios integrados globalmente ejercieron una poderosa violencia simbólica, normalizando y despolitizando lo que no hace mucho se entendía como teorías económicas marginales.

De esta forma, si la historia de la prensa se encuentra directamente relacionada con la historia del desarrollo de las estructuras políticas y fundamentalmente económicas, hemos de comprender la dimensión a escala global del capital para entender la independencia de la que goza el periodismo y escrutar si cumple su verdadero rol de garante de la democracia. Y ateniéndonos al contexto que señalaban autores como Schiller y Morozov parece que no es el caso.

Nos encontramos ante el desarrollo de un capitalismo digital en el que Silicon Valley trata de renovar el ideal del capitalismo financiarizado de Wall Street. Digamos que la publicidad ya no supone un negocio tan relevante para las corporaciones digitales como el manejo de nuestros datos. Cada vez más, la economía produce otro tipo de bienes, basados en el conocimiento: los servicios. Así es que las empresas de Silicon Valley se encuentren en el proceso de extraer, compilar y analizar nuestros datos mediante sus sistemas de inteligencia artificial con el fin de ofrecer buena parte de los servicios futuros. Con respecto a El País, no estamos ante un periódico que coloque al poder tecnológico ante un espejo para retratar unas intenciones que cada vez son menos democráticas, sino ante el gran embajador de la llegada de la ideología californiana en España.

Los nuevos revolucionarios corporativos

“Toda revolución tiene un líder. La digital no es excepción”. Así, en un intento por superar a los líderes revolucionarios del pasado siglo, se presentaba en la web de El País Retina el encuentro para los Líderes de la Transformación Digital con el fin de “definir el futuro digital”. O en otras palabras: avanzar la agenda de un par de corporaciones en un mercado que ya es digital. Así es que el 28 de noviembre dicho periódico acogió un acontecimiento financiado por Telefónica y el Santander, ambos accionistas de PRISA (la empresa editora de El País), y de Google, compañía que en 2016 acordó otorgar a varios medios de PRISA parte de los 150 millones de euros en tres años que la empresa destina a iniciativas que “mejoren el periodismo digital”. Pareciera como si las empresas tecnológicas norteamericanas hubieran firmado un acuerdo tácito de convivencia pacífica con las grandes empresas españolas para extraer datos de nuevos nichos.

O eso se desprendió de un evento en el que participó la directora general de Google España y Portugal, el director general de Accenture Digital para Iberia o la fundadora y CEO de Synergic Partners en Telefónica, la cual tiene la intención de “deconstruir la Transformación Digital”. También se encontraban entre los presentes de un evento, cuya entrada de día costaba 750 euros, el director para el sur de Europa de Tesla, el CEO de car2go, el CEO de Telefónica de I+D, el líder en Europa de Google así como los exministros Jordi Sevilla (quien escribió recientemente en Twitter que dejaría de leer El País) y Josep Piqué. Varios periodistas estrella del Grupo Prisa formaban parte del espectáculo.

Digamos que Retina parece una start up que genera, bajo la marca de El País, contenido que bien pudiera aparecer en las notas de prensa de cualquiera de las empresas del nuevo mercado digital. Por ejemplo, Google financia una sección llamada “Think with Google”, donde se pueden leer cosas como “Vender aún más en Black Friday es posible”o “La sanidad privada empieza en la web”. Dicho de otra forma: El País se ha convertido en un periódico cuyo fin es publicitar una empresa que tiene casi el monopolio de los datos de buena parte del mundo; hacer tolerable que la organización del conocimiento del mundo se concentre en una empresa.

Y no es el único ejemplo de cómo la publicidad ha difuminado cualquier rastro de periodismo. Recientemente, OpenMind (la rama de “conocimiento» del BBVA) presentó con la sección de Ciencia de El País un evento donde diversos expertos se reunían para discutir sobre robótica, inteligencia artificial, biología y el futuro del mundo en 2050. Quienes antaño denunciaban que el marketing y la realidad se pudieran entremezclar alterando la esencia del periodismo se han convertido en especialistas en marketing. Son como empresas de comunicación que subordinan la idea del periodismo, o lo que queda de ella tras una crisis sin precedentes, a la ideología californiana.

Noam Chomsky y Edward S. Herman criticaron en 1988 que la industria de las relaciones públicas trataba de crear un consentimiento hacia la racionalidad del mercado a través de la propaganda (hoy llamada fake news para desacreditar precisamente la propaganda enemiga). Veinte años después nos encontramos ante une escenario bastante distinto: la plataformas digitales, junto con periodistas u otros miembros del nuevo establishment, se reúnen en foros como este, no para promover el consentimiento, sino para establecer un consenso sobre el futuro de un capitalismo al que no le queda otra forma de seguir avanzando que penetrar en parcelas cada vez mayores de la vida digital de los ciudadanos. Sean los grandes bancos, las  empresas de telecomunicaciones, las tecnológicas o una fusión de las tres, lo cierto es que se está estableciendo un modelo de negocio del futuro basado en hacerse con el control de nuestra propiedad privada, traducida en nuestros datos, para ofrecernos después pagar por aquellos servicios de los que hoy disfrutamos de forma gratuita, y por otros nuevos que están por llegar.

El País, el hijo terrible de la edad (pos)moderna

Las nocivas dinámicas del capitalismo digital han creado una especie de ecosistema digital hipercompetitivo donde los medios tienen que pelearse por la atención de los usuarios al tiempo que dos plataformas se hacen con buena parte de los ingresos de publicidad digital que antes iban a parar a sus arcas. Por eso, tanto en el sector mediático norteamericano, el grupo comercial News Media Alliance (compuesto por la News Corp de Rupert Murodch, el New York Times o The Economist) ha tratado de lograr una exención antimonopolio del Congreso para negociar la publicidad en Internet en igualdad de condiciones en conjunto con las plataformas tecnológicas, como en el alemán de mano del editor del Bild Alex Springer, las empresas de medios han plantado cara a Silicon Valley con el fin de lograr un trozo mayor de la tarta de ambas empresas y mantener algo de soberanía en su negocio. Como dijo en una ocasión Andrew Ross Sorkin, columnista del Times: “Facebook y Google son propietarios que tratan a los grupos de periódicos como inquilinos. Y las rentas se están incrementando”.

En esta especie de nuevo feudalismo digital, El País parece adelantarse al resto del entorno para convertirse en una especie de nueva nobleza. Todo ello, por supuesto, a un grave costo: el valor (credibilidad) que tiene la marca de un medio de comunicación es explotado por dos empresas de Silicon Valley para presentar como racional ante la opinión pública sus planes de futuro privatizado. De esta forma se está creando una nueva esfera cooptada por el poder corporativo que afecta a la capacidad de los ciudadanos para pensar libremente. Así se entiende mejor lo que las élites han denominado cínicamente como posverdad. La posverdad es en realidad un estado cada vez más próximo al nihilismo en el que se encuentra la opinión pública. Se trata de un momento de tránsito que va desde un sistema de conocimiento basado en que la propaganda corporativa canalice las experiencias humanas hacia el mercado hasta otro con un fin similar, pero asentado sobre la personalización individual del contenido mediante herramientas de machine learning o la inteligencia artificial. El nuevo objetivo de estas herramientas es organizar el consumo del individuo hacia servicios que monopolizan dos empresas adelantándose incluso al deseo del consumidor.

En lo que respecta al periodismo, parece que la forma que tienen los empresarios periodísticos de tomar ventaja en este entorno es abocarse al poder de las empresas privadas pauperizando la profesión hasta cotas nunca antes vistas. Estamos ante un proceso de destrucción creativa schumpeteriana de un modelo periodístico en detrimento de otro, basado en crear una especie de imprenta global en la que los medios de comunicación comienzan a operar bajo una reglas espacio-temporales marcadas por la inmediatez y el exceso de información. Ha desaparecido cualquier reflexión política reposada en unos lectores convertidos en meras mercancías, como también ha desaparecido el papel de guardianes de información de los medios de comunicación. Cuando el mercado controla cada reducto de información, la labor del periodismo es poco más que ejercer de agencias de publicidad que promocionan la intromisión del capital privado en todas las esferas de nuestra vida.

Pareciera como si no existiera nada más allá de este capitalismo ilimitado de dimisiones totalizadoras. Como si fuera una ley natural la asunción de este nuevo rol del periodismo en una sociedad controlada por un par de empresas digitales que dominan la esfera pública en toda su complejidad. Ocurre que al aceptar esta lógica se impone la idea que ha desaparecido cualquier atisbo de vanguardia intelectual, puesto que inmersos en las dinámicas del mercado global ya no hay ningún enemigo al que vencer. En este tiempo, la tarea dialéctica de los medios debiera alejarse mucho de la conducta elegida por El País. Ello supondría la modesta hazaña de hacer periodismo, abrirse paso a machetazos a través de las mecánicas que tratan de establecer los nuevos amos del sistema y transmitir a la opinión pública la dimensión de la época en la que vivimos con una fuerza tal que su sentido pueda ser modificado.

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Comentarios
  1. MANIPULACION INFORMATIVA EN LOS MEDIOS ESPAÑOLES:
    Cuando en un país un millón y medio de personas salen a la calle y la tv pública de dicho país te lo coloca en el minuto veinte del informativo, los medios de ese país no han hecho el ejercicio de preguntarse el por qué de la cosa.
    (Eduard Pujol, exdirector de RAC1)

    CRISTINA FALLARAS, en Zaragoza:
    El Grupo Prisa es el mayor responsable de que en España se ‘vendiera’ la Ley de Amnistía. Una ley que llevó a la democracia a pactar con el criminal y a no condenar ni a los franquistas, ni a los torturadores, ni a los asesinos a cambio de la buena democracia que iba a venir. El que construyó el relato de que aquello era bueno fue el Grupo Prisa. El que construyó la idea de que olvidarse de los republicanos, de olvidarse de las fosas, de olvidarse de las cunetas, y “amar” a ‘Alaska y los Pegamoides’ era el Grupo Prisa…..
    http://arainfo.org/cristina-fallaras-el-grupo-prisa-es-el-mayor-responsable-de-que-en-espana-se-vendiera-la-ley-de-amnistia/

  2. Resumiendo mi opinión: el autor echa de menos un diario en papel como fue ‘Público’ en su momento y hasta que el dueño, muy trotskysta y chorizo él, se hartó de palmar pasta porque no compraba el panfleto ni el gato.

  3. Morozov expresa escepticismo sobre el popular punto de vista de que Internet está ayudando a democratizar regímenes autoritarios. Argulle que podría también usarse como una poderosa herramienta para realizar vigilancia masiva, represión política, y «»expandir propaganda nacionalista y extremista»». Indica que es ingenuo e incluso contraproducente impulsar Internet para promocionar la democracia.(*)
    (*) Morozov, Evgeny (January 2011). «Freedom.gov». Foreign Policy. Consultado el 23 de septiembre de 2011.
    Buenas noches.

  4. Un solo comentario -que el artículo es muy largo- sobre Evgene Morozov:/de la wikicosa/
    «Los escritos de Morozov han aparecido en varios periódicos y revistas a lo largo del mundo, incluyendo The New York Times, The Wall Street Journal, Financial Times, The Economist, The Guardian, The New Yorker, New Scientist, The New Republic, Corriere della Sera, Newsweek International, International Herald Tribune, San Francisco Chronicle, Frankfurter Allgemeine Zeitung. (*)
    (*) «Privatheit wird Diebstahl». FAZ (en alemán). Consultado el 21 de mayo de 2014.
    por aquello de citar a las fuentes.
    Un saludo.

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