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Que la denuncia no nos impida ver el feminicidio
"Hay que ser muy miserable para no darse cuenta de lo valientes que tienen que ser estas mujeres para denunciar a quienes tantas noches les han hecho temblar con tan sólo escucharles meter la llave en la cerradura", escribe Patricia Simón.
El asesinato este jueves de Jessica*, que había denunciado cuatro veces a su expareja por violencia machista, ha vuelto a poner en el foco del debate público la falta de protección que sufren las víctimas. Pero, ¿por qué nos olvidamos de las que no denunciaron? ¿Y de las que aún no han sido asesinadas?
“Denuncia, denuncia, denuncia”. Ése es el único mensaje que les estamos mandando y les está llegando a las mujeres que saben que cualquier día, ese hombre que una vez les gustó o amaron, las puede apuñalar. “Cualquier mujer que haya sufrido violencia machista sabe que denunciar multiplica la ira de su agresor”, me dijo Pilar del Álamo, quien durante casi 30 años se “imaginaba muerta porque sabía que en cualquier momento me podía asesinar”. Y, aun así, ella denunció muchas veces, huyó tantas otras y, al final, sólo recobró la libertad cuando él murió.
Jessica denunció cuatro veces a su expareja antes de que, este jueves, la tiroteara ante el hijo común y el resto de sus compañeros en la puerta del colegio. “Denuncia. Llama al 016, un teléfono que no deja rastro en la factura telefónica”, un mensaje que probablemente escuchó en la televisión o la radio decenas de veces, como decenas de miles de mujeres agredidas lo escuchan cada vez que asesinan a una de ellas. Y muchas llaman, denuncian o se divorcian sabiendo que con ello la cólera de sus agresores se recrudece y que, si dan con ellas, lo pagarán caro.
Así que a muchas les toca emprender una huida por centros de acogida en el mejor de los casos, sin ningún tipo de apoyo en muchos otros. Y son ellas las que lo pierden todo: su entorno, su trabajo si lo tienen, su hogar. Y son ellas las que terminan enclaustradas en centros, escondidas en algún rincón del Estado español. Y de nuevo, las consecuencias de la violencia machista vuelven a recaer sobre ellas: la soledad, el volver a empezar, las miradas y comentarios juzgadores –“¿por qué aguantaste?”, “tú te lo buscaste”, “ ya te dijimos que ese hombre no nos gustaba”, “pobrecita”–.
Pobres nosotras y nosotros que aún hoy no hemos sido capaces de entender que la mayoría de las mujeres asesinadas son las que han seguido nuestras recomendaciones o habían advertido a sus agresores que las iban a seguir –“Denuncia”, “Déjalo”– para, inmediatamente, ser nosotras y nosotros, la sociedad y las administraciones, quienes las dejamos solas. Es a las que rompen con el orden social a las que asesinan, a las que se atreven a verbalizar que van a dar el paso, o a las que lo han dado sabiendo que a quien no ha dudado en machacarlas física y psicológicamente, en violarlas y en humillarlas, no le temblará el pulso para vengarse por la humillación de ser denunciados, abandonados o señalados públicamente.
Es a las que están haciendo la verdadera revolución contra el patriarcado -las que saben que no hay micromachismos, sino una escalada que pasa de los insultos y vejaciones a los puñetazos y violaciones- por las que estamos guardando un minuto de silencio cuando las matan, en lugar de acompañarlas, protegerlas, homenajearlas y rendirles tributo cuando están vivas. Son las mártires del feminismo, no las sumisas víctimas de una lacra.
En una sociedad donde la mayoría somos tan temerosos como para no denunciar a la empresa que durante años nos ha explotado como falsos autónomos por temor a no volver a ser contratados, o de poner una hoja de reclamaciones en el centro de salud por si la próxima vez no nos tratan bien, hay que ser muy miserable para no darse cuenta de lo valientes que tienen que ser estas mujeres para denunciar a quienes tantas noches les han hecho temblar con tan sólo escucharles meter la llave en la cerradura. Y no saber desde ese mismo instante si el hogar volverá a convertirse con su llegada en calvario o ‘sólo’ tendrán que pasar la noche en vela “temiendo el zarpazo”, como me confiaba Pilar.
Ahora mismo hay millones de mujeres en el mundo temiendo el zarpazo, centenares de miles de ellas sólo en este país. Y claro que hay que seguir pidiéndoles que nos lo hagan saber, sea a través de una denuncia o sin ella, porque la denuncia no puede ser la exigencia a cambio de la cual le otorguemos la credibilidad o la protección. Hemos convertido la denuncia en la piedra angular a partir de la cual construimos el relato periodístico sobre la violencia machista.
“La víctima había denunciado” o “La víctima no había denunciado” se han convertido en las frases imprescindibles de toda crónica radiofónica o televisiva, que no suele superar los 40 segundos, y por las que sacrificamos mucha otra información igualmente valiosa. Así pues, la sociedad asume que si había denunciado la Administración falló. En cambio, si no había denunciado hay un lavado de responsabilidad institucional y de conciencia social: nada se pudo hacer porque nada sabíamos. Pero sí que sabemos.
Sabemos que sólo en 2016 más de 134.000 mujeres interpusieron una demanda por violencia machista en los juzgados españoles y que, según la Fiscalía General del Estado, sólo el 0,017% de las mismas son falsas. Sabemos que, según datos del Colegio de Abogados de Barcelona, en este país sólo se denuncia el 20% de los casos, lo que equivaldría a que más de 600.000 mujeres están ahora mismo intentando sobrevivir a la violencia machista. Sabemos que el 45% de ellas sufre violencia sexual a manos de la persona con la que suelen compartir lecho, según la Organización Mundial de la Salud.
Sabemos que desde 2012, al menos 15 niños y niñas han sido asesinados en España por sus padres, como una forma de matar en vida a sus madres. Y que hay otra decena de casos bajo investigación. Sabemos que más de 170 menores se han quedado huérfanos por esta causa desde 2013 -desde ayer también el hijo de Jessica– y que unos 800.000 conviven a diario con un maltratador, según las mismas fuentes. Sabemos que sólo se condena a un 5% de los agresores y que el 95% restante goza de impunidad, según la Fiscalía.
Pero, sobre todo, sabemos que vivimos en un país donde el 20% de todos los homicidios son cometidos por asesinos machistas y que la erradicación del machismo –origen y causa de este feminicidio– sigue sin ser una cuestión prioritaria. Todo lo contrario: vemos cómo hay toda una ofensiva dirigida a estigmatizar y desacreditar a la única ideología que puede conseguirlo, la que defiende una radical igualdad entre hombres y mujeres, el feminismo. Y para ello sus abanderados cuentan hasta con dinero público, como hemos visto esta semana con el programa de Carlos Herrera en TVE destinado a desautorizar a las mujeres que se atreven a denunciar el acoso sexual.
Mientras, la perspectiva desde la que abordamos la violencia machista es si las que terminaron siendo finadas denunciaron o no. Pues bien: una de cada tres mujeres asesinadas en 2016 en España denunciaron y eso no las libró de esa fosa mundial en la que cada año terminan enterradas las 42.500 mujeres que son ejecutadas por sus parejas o miembros masculinos de sus familias, según el Informe Global sobre Homicidios de las Naciones Unidas de 2013.
Que denuncien para que podamos oírlas mejor, para que sepamos dónde están y poder así protegerlas de sus victimarios. Claro que sí. Pero que el que ellas no denuncien no sea excusa para que la Administración no las proteja y que nosotras/os no actuemos y denunciemos: el maestro que ve indicios en el comportamiento o palabras de su criatura en el colegio, la doctora que le atiende en urgencias, la vecina que tras los gritos se queda con el estómago encogido cuando llega el silencio, los familiares que saben aunque preferirían no saber, el policía al que ella se lo negó todo.
No hace falta denunciar para ser víctima, pero sí hace falta que todos y todas actuemos para que sean supervivientes en lugar de asesinadas. Que las denuncias o la falta de ellas no nos impidan ver el feminicidio.
‘La Marea’ no identifica a las mujeres víctimas de la violencia machista, excepto cuando ellas han expresado su voluntad de aparecer con nombre y apellidos.
Con seudónimo no se puede entablar ni un solo diálogo con responsabilidad intelectual.
Estáis EQUIVOCANDO el discurso para resolver un problema que tiene MÁS de un origen y CON FRECUENCIA diferente al DOGMA extendido de «Patriarcado opresor».
Y como prueba los NULOS RESULTADOS de LEYES erróneas que VIOLAN DERECHOS HUMANOS durante más de 12 años.
La verdadera solución NO PASA por endurecer una Leyes IRRACIONALES.