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Hacernos mayores
"El Estado español ha asumido la estrategia de tratar al independentista como si fuera un menor de edad", escribe Manuel Soler.
MANUEL SOLER CASES* // El tránsito de la adolescencia a la etapa de madurez tiene un componente esencial que la singulariza: la aceptación de reglas. Es el camino al orden y a la legalidad, a través de un pacto social tácito, que organiza las necesidades y regula los conflictos que invaden el espacio de convivencia dentro de la vida colectiva. Desde la perspectiva del adulto, el adolescente es a menudo un reflejo de una etapa que ya habíamos dejado atrás, un recuerdo molesto, un elemento perturbador de la medida de la autoridad.
La adolescencia, pues, expulsa la vida adulta de su espacio de confort, porque nos obliga a enfrentarnos a una conducta disruptiva, a una actitud de rebeldía, a una situación de descontrol. Porque debemos dedicar tiempo y esfuerzos a compensar la energía liberada y perdida, la situación de frustración provocada por la falsa percepción de la autonomía propia que tiene el individuo en la etapa de la pubertad. Nuestras objeciones son, en definitiva, un modo de enviarle señales de alerta, de decirle cuán incómodos y extraños nos hace sentir. Que aún no es como nosotros querríamos que fuera.
El Estado español ha asumido la estrategia de tratar al independentista como si fuera un menor de edad. Es la traslación, al terreno de la política, de la imagen que el adulto tiene del adolescente. Desde hace un tiempo, nos llegan señales amenazantes, que consignan una sola idea: ni podemos emanciparnos ni estamos preparados para hacerlo. Lo asumen como un axioma, pero es su manera inconsciente de decirnos que están inseguros, que tienen miedo, que se les hiela la sangre al pensar que el pleno ejercicio de la soberanía pueda implicar un cambio de paradigma, que este cambio pueda intrigar su condición de sujeto de poder, dominante.
En su concepción del mundo no existe nada que el pueblo pueda hacer sin la tutela del Estado. No eres pueblo si no estás maquinizado o robotizado, no lo eres si no has sido atomizado. La demolición del sujeto, del individuo, refuerza la capacidad de control de las élites. Les horroriza saber que podemos escapar a su sistema de prevención y control. Les aterroriza que el súbito desarrollo de una conciencia popular y la conquista simbólica de la libertad puedan amenazar el estatus de clase, el estándar de convivencia, la prerrogativa de poder, los privilegios otorgados por el pacto constitucional a la clase política dirigente y al sistema de valores que la sustenta.
Pero el poder implica obediencia y la autoridad, respeto. Y el Estado ya ha perdido crucialmente esta segunda batalla. Su estrategia contiene diversos errores de cálculo, el primero de los cuales es haber trasmudado la causa independentista en una lucha por la defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales. De este modo, han internacionalizado su inseguridad, han perdido el relato, han rendido la imagen y han renunciado de antemano a la victoria moral sobre el soberanismo. Por nuestra parte, hemos tenido la habilidad y la fortaleza de deconstruir la falacia del Régimen del 78, de devastar el espejismo de democracia y de hacer emerger los valores caducos de la España axial. De la España quintacolumnista y franquista.
En la coyuntura actual, de ruptura, de legitimación cívica e institucional, de empoderamiento popular, España se ha hecho difusa y extranjera en Cataluña. Se ha pulverizado. Pase lo que pase, ya hemos ganado.
*Manuel Soler Cases es filólogo y profesor.
Ni rastro de la manipulación mediática acreditada por las ONG que velan por la imparcialidad de la prensa, de la discordia creada entre catalanes, de la mayoría que no deseaba el independentismo en cataluña, del apoyo de fuerzas Rusas que no tienen otro interés que reventar las estructuras, las que sean, ni rastro de los planes confesos del bloque duro del independentismo de provocar la situación en la que vivimos ahora, de utilizar de carne de cañón a ciudadanos tan reales o más que los filólogos y filósofos del procés, ni rastro de las mentiras de un proceso que movilizó a la población con el «España nos roba», el más ruin de los sentimientos primates, el egoísmo primario, aunque esos mismos políticos les estuviesen robando, aunque ninguna de sus promesas de independencia se hayan cumplido, salvo la herida, que sangra a borbotones. Ni rastro del ejercicio de conciencia imprescindible ante un nacionalismo que levanta los fantasmas de europa y desgarra las cicatrices de un país cansado, para servir a los propios intereses caducos del independentismo. Ni rastro del ejercicio de conciencia que necesita cualquier excepcionalismo, que un verdadero humanista debería encontrar repulsivo. Ni rastro de sentido común, de generosidad, de autocrítica. Ni rastro de recordar a un Junqueras que reconoce haber manipulado a sus más cercanos aliados en sus conversaciones privadas. Ni rastro de hablar de políticas sociales que poco o nada tienen que ver con la agenda independentista. Ni rastro de tantas y tantas cosas.
Sí, habéis ganado. El tiro en el pie es vuestro por derecho; y al suelo, como no podía ser de otra forma, vamos todos.
bepo90
Caray, que eficaces ONGs y medios de comunicación al servicio del capital y del régimen del 78! (El País incluído).
Caray que eficaces son.
Así está España, convertida en un gran y dócil rebaño manipulado, tan grande que a uno se le ponen los pelos de punta de negro que se vislumbra el futuro.
Excelente y certero artículo.
Yo entiendo que si hay alguien inmaduro, inseguro y tozudo, vamos LA RAZON DE LA FUERZA, es el régimen francofascista del 78, monarquía, partido (¿o partidos?)de derechas y gobierno de España.
A los pioneros siempre se lo han puesto difícil, luego, el tiempo les da la razón.