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Mercedes de Pablos: “No se pueden negociar las emociones, sino las soluciones precisas”
La directora del Centro de Estudios Andaluces aboga por un territorio vertebrado en pacto social y en derechos: "En nombre de España ignoramos a muchos españoles".
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«Las comunidades tienen deudas históricas, las ciudadanas también. No concibo una reforma de la Constitución sin una comisión paritaria… y ya te digo, si nos ponemos revanchistas, tal vez les dejemos asistir de oyentes”. Obviamente es una broma, pero Mercedes de Pablos no da bromas sin hilo. Dice que le enorgullecen los actos, no las palabras: «Debe ser el materialismo histórico que me frena el fervor y el éxtasis patriota. Pero ni nos considero peores ni mejores. Me enorgullece la alegría, que se cree algo banal, o yo creo que es una filosofía de vida netamente revolucionaria. Ninguna victoria en el dolor, ninguna conquista desde la humillación ajena». Hace cuatro años el Centro de Estudios Andaluces abrió un seminario permanente sobre federalismo y la conclusión fue clara: la Constitución había tocado techo.
¿Ha llegado el momento de cambiar España?
Hace tiempo que llegó y no fue posible. Las hemerotecas dicen claro quién se opuso a un nuevo pacto de convivencia constitucional. Mientras se veneraba a Suárez y se convertía la Constitución en las Tablas Sagradas, aquellos que no la habían apoyado en su momento, se iniciaba la cuesta abajo. La Constitución ha tocado techo no únicamente desde el punto de vista territorial sino desde la protección de los derechos de toda la ciudadanía y en la adecuación a los nuevos tiempos. Hay quien puso en riesgo una legitimidad que ahora se quiere revestir de legalidad.
¿Seguimos aferrados al 78?
Ese es un mantra falso, por una y otra parte, según mi opinión. Los que entonces fueron inmovilistas quieren convertir la difícil situación de la Transición en la fórmula mágica que todo lo arregla. Entonces se hizo lo que se pudo y fue mucho (conste que no es una autorreivindicación, yo fui demasiado joven para ser protagonista pero suficientemente autónoma para vivirlo en primera persona como una historia propia) y seguramente con kilos de piedras atadas al pie para evitar la confrontación social desde la violencia. Así de claro. Los que tenían las armas venían del régimen anterior, que pronto se nos olvida, y hubo que buscar elementos de vínculo (sentimiento nacional) para defender un orden democrático donde carceleros y encarcelados convivieran. Para mí fue ejemplar, con todos los errores. Aquellos protagonistas hicieron sus deberes… ¿Y los que vinieron después? Y especialmente hay un vacío que da vértigo: el reconocimiento de quienes habían sido víctimas y a quienes les debíamos los valores en cuyo nombre convivimos.
¿Qué España le gustaría vivir?
La de la pluralidad y la igualdad. La de un territorio vertebrado en pacto social y en derechos, la que quieran quienes las habitan. Crecí en el internacionalismo y he de confesar que cada vez que un emigrante muere en ese Mediterráneo, al que le debo mi manera de ver el mundo, me dan ganas de quemar mi pasaporte. También me pasa cuando leo a Stephen Zweig. En nombre de España ignoramos a muchos españoles.
¿Y estamos por la labor de cambiarla?
Los cambios producen temor y sobre todo si quienes los reclaman lo hacen desde la exclusión o desde el sentimentalismo, que es legítimo, pero que hace difícil el acuerdo. Me explico: no se pueden negociar las emociones, sino las soluciones precisas. Pero lo cierto es que entre la crisis económica y la fragmentación de la cohesión social, hasta los más conservadores (que no quieren que cambie nada) comparten la sensación de incertidumbre. Y de cuarenta años para abajo las encuestas lo dicen claro, todo está en cuestión: el sistema de representación democrática, el sistema jurídico, el mercado. Todo. Como creo que estamos en el mejor de los mundos posibles, aquel que siente la necesidad de combinar libertad e igualdad, yo creo que hay que sentarse y defender aquello que es prioritario. Porque mientras tenemos miedo a cambiar, la Constitución por ejemplo, el mundo está cambiando. Dónde han ido a parar los derechos laborales, por ejemplo.
¿Qué pasará ahora?
No me gusta nada de lo que ha pasado antes. Tengo la sensación de asistir como espectadores, y víctimas, a una confrontación que podía haberse evitado si hubiéramos sido los Suárez que algunos mitifican. No me gusta el esencialismo, es catalán quien piensa como yo, es español quien piensa como yo. Si tenemos madurez social y política lograremos recomponernos, si no, la fractura social que percibo lo será también en nombre de las naciones y no de los derechos. Espero que los ciudadanos premiemos la templanza y la honestidad . Steiner dice que hay momentos lúcidos y momentos idiotas en la historia de la humanidad. Ojalá esta vez, otra vez, seamos inteligentes. Por pura supervivencia.