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¿Puede un lobby secuestrar la verdad?
Al Gore regresa con la segunda parte de su documental sobre la amenaza del calentamiento global.
La derecha estadounidense suele llamar a los activistas contra el cambio climático watermelons (sandías), porque a su juicio son «verdes por fuera y rojos por dentro». La batalla por el clima es, pues, política, y enfrenta dos visiones del mundo: la de los que creen que hay que tomar medidas para evitar un desastre global, y la de los que consideran esas medidas un ataque comunista a sus libertades y su modo de vida. El eminente watermelon Al Gore retoma su papel de refinado agitador ecologista en la segunda parte de Una verdad incómoda (2006), el documental en el que alertaba sobre los peligros del calentamiento global y que prosigue ahora haciendo un recuento de las catástrofes relacionadas con el clima que han golpeado al planeta en los últimos años. España, por desgracia, aparece en la película: los realizadores incluyen imágenes de las riadas que azotaron la provincia de Almería en septiembre de 2015 como ejemplo de eso que la activista canadiense Naomi Klein ha llamado «los desastrosos efectos climáticos de la era del libre comercio».
En Una verdad muy incómoda: ahora o nunca (2017), el exvicepresidente norteamericano llama a la acción, la de los gobiernos y la de los individuos, y señala con el dedo a un elemento perturbador que amenaza con acelerar la hecatombe: Donald Trump, que prometió a sus votantes eliminar la Agencia de Protección del Medio Ambiente, que ha desmantelado la política de Obama de reducción de emisiones y que anunció la retirada de EEUU de los Acuerdos de París. El líder del mundo libre nos tiene con el agua al cuello. Y los fanáticos incondicionales del 1% más rico de la población aplauden todas sus decisiones.
El documental Merchants of Doubt (Robert Kenner, 2014) demostraba que los mismos lobbies (¡incluso las mismas personas!) que negaban la adicción y los efectos nocivos del tabaco (a cambio de un sustancioso cheque por parte de las tabacaleras, claro está) están hoy embarcados en una cruzada contra los ecologistas. Lo aterrador es que esos negacionistas han entrado en tropel en la Casa Blanca. Es el caso de Rick Perry (secretario de Estado de Energía) o de Scott Pruitt, que Trump ha colocado a la cabeza de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (no se la ha cargado, como dijo que haría en campaña; quiere dinamitarla desde dentro), y que no solo niega que la acción del hombre esté detrás del cambio climático sino que, en un surrealista tirabuzón ideológico, niega lo innegable: que la inmensa mayoría de científicos ha concluido que así es.
Víctima de la ira ultra
Fotograma del nuevo documental de Al Gore.
Una de las estrategias de estos think-tanks ultraconservadores es la de arruinar la reputación de los activistas contra el cambio climático. Gore, por supuesto, ha sido uno de sus blancos favoritos. El National Center for Public Policy Research (en español, el Centro Nacional de Investigación de las Políticas Públicas; sus nombres camuflan su carácter reaccionario tras una denominación juiciosa y patriótica) lo ha acusado recientemente de «hipocresía» porque su mansión en Nashville gasta «21 veces más energía» que la media de un hogar americano. Expertos en la manipulación y con gran acceso a los medios de masas, lo que no cuentan esos think-tanks es que la residencia de Gore (que es enorme) no puede compararse con la media de un hogar americano. Tampoco cuentan que la casa funciona esencialmente como oficina, y que en ella trabajan varios colaboradores. Y tampoco mencionan que Gore paga un generoso suplemento de 432 dólares al mes para que su suministro de electricidad provenga de fuentes de energías renovables. Pero todo eso son matices, y no hay matices en la guerra ideológica.
El esfuerzo que hay que dedicar a desmontar las mentiras es el gran triunfo de la nueva caverna. Y la tradicional presencia en los medios de los (dicharacheros) lobbistas en plano de igualdad con los (quizás aburridos pero irreprochables) científicos es una felonía que el periodismo comete contra sus propios principios básicos. Conviene recordar el diálogo escrito por Aaron Sorkin para el protagonista de The Newsroom, un presentador de televisión interpretado por Jeff Daniels: «Si a sabiendas permites que alguien mienta en tu programa, quizás no seas un camello, pero sin duda eres la persona que lleva al camello en el coche».
Además, no hay que inventarse nada para atacar a Al Gore. Su pasado lo persigue. Fue la mano derecha de Bill Clinton, el gran artífice de una desregulación financiera que ha devastado el mercado de trabajo mundial y ha concentrado la riqueza del planeta en unas pocas manos. Además, fue uno de los diseñadores del sistema de comercio de derechos de emisiones en Kioto (1997), mediante el cual los países podían vender (si no contaminaban mucho) o comprar (si necesitaban contaminar más) esos derechos. El sistema, hoy lo sabemos, era insuficiente para detener el cambio climático y beneficiaba a los países más ricos. Para colmo, el congreso de Estados Unidos, convenientemente masajeado por los lobbies, ni siquiera lo ratificó.
Dicho esto, la labor de divulgación realizada por Gore, con todas sus sombras, es innegable. Si no les gusta él, al menos oigan lo que tiene que decir. Es importante. Y es verdad.
En lo sociocultural y en las mentalidades es donde conviene cambiar y no conservar muchas malas prácticas que motivan los problemas. Ahí si que no conviene ser conservador…
Siempre me ha hecho gracia que se les llame «conservadores» a quienes están haciendo todo lo posible para que *no* conservemos el mundo en el que vivimos…