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Nando, la utopía infinita

El documental 'Caballo de viento' desvela la biografía de Fernando Fernández de Castro, disidente, activista contracultural y superviviente de excesos.

Fernándo Fernández de Castro, tras su boda con Catherine Cagnoli en Londres, en una imagen del documental ‘Caballo de viento’.

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Ese tipo con gorra de piel, barba cana y aspecto desaliñado que pide la palabra –megáfono en ristre si hace falta– en cada concentración en Málaga a favor de los refugiados o en contra de los recortes es de verdad un personaje novelesco. Santanderino descendiente de una familia gallega de raíz aristocrática, participó en las revueltas universitarias contra la dictadura en el Madrid de los años 60, adscribiéndose al círculo ácrata tejido alrededor de Agustín García Calvo.

Tras salir de mala manera del PCE, acabó refugiado en París, donde estudió Sociología, escribió una tesis bajo la dirección de Gilles Deleuze y vivió con entusiasmo el Mayo del 68 y la fiebre de la heroína, haz y envés de un mismo impulso –político y existencial– de búsqueda de libertad y evasión. Terminó preso y luego rehabilitado, antes de regresar a España en el 77 para seguir escribiendo capítulos de una vida excesiva y contracultural. “Siempre hay que buscar formas de vivir de otra manera”, reflexiona a sus 72 años Fernando Fernández de Castro, Nando en Málaga, donde es uno de los rostros más reconocibles del 15-M y de cuantos impulsos contestatarios y cooperativos surgen en la ciudad.

¿Hemos dicho una vida de novela? Moisés Salama, responsable de contenidos del Festival de Cine Español de Málaga y amigo de Nando, vio más bien material para un documental. La idea le rondaba de antiguo, pero cristalizó tras un encuentro entre ambos a principios de 2015. Nando, enfermo de hepatitis C, acababa de recibir una noticia inquietante: tenía cáncer de hígado. Así se lo contó a su amigo. La cosa tenía un pronóstico feo. Hablaron. De lo vivido, de lo que queda por vivir. Ahí estaba, sobrevolando la charla, el miedo a la muerte. Nando acababa de recoger unas fotografías en blanco y negro de su época de refugiado político en Francia, concretamente durante una fase de rehabilitación de la heroína en una finca campestre. Y ojeándolas prendió en la cabeza de Moisés la chispa, la idea de un documental, que implícitamente era también un homenaje, quién sabe si necrológico. “A Moisés le propuse morirme durante el rodaje, pero no llegamos a un acuerdo”, bromea Nando. El director le suele devolver la broma, diciendo que al sobrevivir al hepatocarcinoma, operado con éxito, le fastidió el guion. Bromas –algo macabras– aparte, la recuperación nos permite hoy hablar directamente con Nando de su vida mientras el documental, Caballo de viento, acaba de salir del horno con un preestreno en Málaga, la ciudad en la que vive desde finales de los 70.

Fernando Fernández de Castro con Amador Fernández-Savater, en una imagen del documental.

¿Qué hilo conductor tiene una vida con tantos avatares? ¿Qué idea-fuerza, si es que la hay? “No lo sé. No creo que se pueda encontrar un hilo. He vivido”, responde vagamente Nando, que se muestra pudoroso ante el desvelamiento de las interioridades de su biografía. “En todo caso”, matiza, “me quedo con esa frase que dice en el documental Amador Fernández-Savater: ‘Hay una juventud para cada edad’. Es decir, no me he anquilosado, he mantenido siempre la mente abierta, la capacidad de entusiasmarme con las cosas sin ideas preconcebidas”, explica. Un pasaje del documental apunta en la misma dirección: es cuando se reúne en un cortijo de Ronda un grupo de viejos amigos del movimiento ácrata. Nando es de los pocos que, a estas alturas, mantiene el entusiasmo por la protesta y muestra confianza en la capacidad transformadora del movimiento sociopolítico alumbrado el 15 de mayo de 2011. No puede ocultar cierta zozobra al comprobar cómo entre sus antiguos compañeros ha cundido una cierta resignación, una cierta nostalgia, quizás hasta un cierto punto de cinismo. Así lo deja también entrever en una charla con Fernández-Savater que brinda la más jugosa destilación política del documental. Ambos se muestran de acuerdo en que la fuerza de la política reside en su dimensión social, creativa, comunitaria, más que en la meramente electoral o institucional.

“Yo creo que el 15-M abrió una nueva etapa política que ahora solo podemos entrever, pero que supuso un despertar. El sistema neoliberal no da más de sí”, afirma Nando. Pero aclara, con vehemencia, que no es un optimista ingenuo. Toda una vida tras la utopía no lo ha convertido en un ensoñador. “Ojo, cuando digo que tengo la mente abierta no significa que haya caído en el optimismo a ultranza y sin sentido, que es una herramienta neoliberal. El pensamiento positivo es una basura. Hay que ver los claros y oscuros, los grises, preguntarnos cómo podemos cambiar nuestras vidas pero sin negar los espacios de negatividad que hay en nosotros mismos”, afirma. Eso sí, su diagnóstico sobre España es sombrío. La película termina de hecho con un plano del rostro de Nando, cabizbajo, durante el recuento de votos de la última noche electoral, con la amplia ventaja del PP y el decepcionante resultado de Unidos Podemos. “Qué país, qué país”, dice negando con la cabeza. Hoy Nando no oculta su simpatía por Podemos –el documental arranca con su asistencia a un mitin de Pablo Iglesias–, pero insiste en que las transformaciones, si han de llegar, no pueden fiarse a la política institucional. Tras una vida asomado a doctrinas con vocación de abarcarlo todo, hoy en la síntesis de su pensamiento se adivina más bien una confianza en las posibilidades políticas de las redes de afecto y colaboración que surgen del encuentro en la calle, donde cada cual ofrece lo que tiene sin banderas ni dogmatismos.

Sin elección

Volvamos al Nando de Madrid en los 60. El propio franquismo, en su afán opresivo, fue el que desató al joven estudiante de Derecho, que participó desde el origen en las manifestaciones estudiantiles, aquellas de las tan mentadas carreras delante de los grises. Nando sintió que no tenía elección. “Bastaba con no llevar unas anteojeras para ver que aquello había que cambiarlo. La propia dictadura te empujaba, porque te obligaba a definirte”, explica. Su indisciplina le valió la expulsión del PCE –donde militó sin excesiva convicción– antes de acabar en el París del 68, obteniendo el estatuto de refugiado político. Es la etapa crítica de su peripecia, cuando la politización alcanza su cumbre, hasta el punto de acudir a la Embajada de Cuba a pedir ayuda –sin encontrarla– para incorporarse a las luchas guerrilleras en América Latina. Los vídeos y las fotos muestran a un joven alto, desgarbado, con dos ojos abiertísimos que le ocupan media cara. El deseo de hacerlo todo, todo diferente y todo al máximo pasa factura. Arte, política y vida se superponen en un entorno de estudiantes de familia burguesa. Al tiempo que estudia Sociología en la Université de Vincennes à Saint-Denis, descubre la vida comunal libertaria y la revolución de las costumbres –sexuales, por ejemplo–. Y en plena fiebre experimentadora, las drogas entran en tropel en su vida. “El día que yo pruebo la heroína, se produce como un flechazo. Yo me digo ‘esto es lo que yo buscaba, esto es lo que necesito’”, cuenta en la cinta, que recoge incluso vídeos de la época en los que Nando y otros de su círculo aparecen inyectándose. “No había patria a la que seguir, ni dios, ni religión… Estaba todo agotado. Y nos encontramos con las sustancias, las drogas”, reflexiona ahora. Su asignación como becario no le permitía sufragarse la adicción, así que terminó preso por traficar con las mismas sustancias que consumía. Nando sobrevivió y acabó rehabilitado. No así su esposa, Catherine, que falleció de sobredosis años después, en 1979, en España. El propio Nando tuvo una recaída, ya en Málaga. Pero la superó en un centro de retiro budista en la Alpujarra granadina.

Había regresado a España en el 77 y pronto terminó en la capital de la Costa del Sol, donde acudió al salirle trabajo en la Diputación y donde se convirtió con el andar de los años en padre de dos hijos y abuelo de un nieto. A pesar de haber superado los 70, continúa trabajando como funcionario municipal del área de accesibilidad, aunque ahora está de baja. En el Ayuntamiento participó en el plan municipal para la erradicación del chabolismo y en un programa de integración de familias gitanas en el barrio de Los Asperones.

Nando nunca ha parado. En la política y el activismo local a pie de calle es donde ha recuperado el entusiasmo político, que perdió en la década de los 90. Asambleas, cooperativas, huertos urbanos… Ahí es donde se ha movido todos estos años. Con el paso del tiempo ha ido cobrando importancia en su forma de ver el mundo la filosofía oriental, el budismo tántrico y la meditación. Ahí ha encontrado la juventud para sus 72 años. Y también ahí cobra sentido el título del documental, Caballo de viento, expresión alegórica de origen oriental referida al estado del alma cuando se aprende a vivir el presente.

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