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Chute de amor en vena

"Santa María de la Dopamina nos asista", se encomienda Cristina Fallarás.

Artículo incluido en el especial 50 números de La Marea. A la venta aquí

En una entrevista a la antropóloga Helen Fisher, Eduard Punset le preguntaba con cierta desolación sobre el enamoramiento: «Pero, realmente, ¿es todo química?». A lo que ella respondía: «Tengo que decirles que sí, que todo es química. Cada vez que producimos un pensamiento, o tenemos una motivación, o experimentamos una emoción, siempre se trata de química. Sin embargo, se pueden conocer todos y cada uno de los ingredientes de un pastel de chocolate, pero todavía nos gusta sentarnos y comerlo».

¿A quién no le gusta el chocolate?

Equis se encuentra con Zeta y se lo come. Se lo come con los ojos y con el olfato, lo devora con las yemas de los dedos, no se cansa de paladear cada sonido que sale del objeto de su deseo, tenga o no sentido, sea idiotez o gemido. El deseo de pasar la lengua sobre la superficie de Zeta se convierte en una obsesión, resulta perentorio. Juego de los sentidos, pura física.

El hecho de que el enamoramiento o amor romántico sea solo química lo liga directamente a eso que llamamos «las drogas», y que no son otra cosa que sustancias químicas que producen satisfacción. Santa María de la Dopamina nos asista.

Euforia, falta de sueño, sensación de plenitud, hiperactividad, ensoñación… En definitiva, un estado anormal en el que el común de los mortales no podría permanecer la vida entera pero al que se suele aspirar. O incluso cuya privación voluntaria produce intensa satisfacción, por otros cauces.

Desde el momento en el que Equis se cruzó con Zeta y sus sentidos se volvieron locos, la necesidad de verse resulta inaplazable, la rememoración de cada instante de dicha, de cada chute de esa divina sustancia, borra cualquier resto de sentido común, y se abandonan las responsabilidades, se relativiza la importancia de normas y costumbres, se tiende irremediablemente a dejarse llevar.

La sensación que provoca eso que llamamos amor y es enamoramiento en nada se diferencia del consumo de anfetamina o cocaína. Si acaso, en que estas se pueden comprar cada vez que nos viene en gana, y lo otro no. La sustancia que el cerebro segrega en ambos casos es la dopamina.

Buscan, necesitan el coito. Sin embargo, lo que Equis siente por Zeta y viceversa no es deseo sexual, no solo, no se trata de una simple atracción física. Si así fuera, Equis y Zeta no sentirían esa angustiosa necesidad de exclusividad, no vivirían vigilantes el uno de la vida del otro. No serían devorados por los celos. Y sin embargo, sí, el encuentro sexual parece inaplazable.

En el proceso químico que supone el enamoramiento, también llamado amor romántico, se desactivan las áreas del cerebro encargadas de realizar los juicios sociales, también cualquier juicio sensato sobre la persona «amada». Además de dopamina, el cerebro libera una hormona llamada oxitocina.

Equis y Zeta entran por fin en el cuerpo a cuerpo. Las sensaciones de euforia, dicha, plenitud y obnubilación alcanzan cotas celestiales cuando se penetran, se lamen, buscan los recónditos rincones de sus cuerpos, desean instalarse días y noches y más días y más noches en el barullo húmedo del sexo.

Y lo cierto es que podrían, ya que una de las características de la sustancia que sus cuerpos naturalmente segregan, la dopamina, les permite encuentros sin fin ni sensación de agotamiento. Y tras cada orgasmo, tras cada dosis repetida de dopamina, una de oxitocina.

¿Me amas?, susurra Equis a Zeta, tras el grito magnífico, aún entre jadeos. Y esa era la pregunta que Zeta, quizás más reticente, estaba esperando.

La oxitocina es la hormona que, liberada tras el clímax sexual, crea vínculos entre la pareja. No son vínculos sexuales, sino afectivos. Están ligados al deseo sexual, y sin embargo apelan a la proyección de una relación sentimental. De hecho, la oxitocina es también la hormona que, ejem, segregada durante la lactancia, une al bebé con la madre.

Drogas, sustancias químicas en fin, que ligan las adicciones con el amor romántico. Con una salvedad más bien trágica: resulta más común matarse y matar a causa de la falta de respuesta amorosa, o el llamado «despecho», que por un síndrome de abstinencia mal llevado.

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