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La errática política migratoria italiana

"Las ventas de armamento de Italia aumentan a un ritmo vertiginoso, lo que alimenta las guerras olvidadas que llenan las pateras".

Emma Bonino (exministra de Exteriores y exdiputada*) dijo hace unos días que fue la Italia de Renzi la que pidió que la coordinación de Frontex fuese desde Roma, y que los barcos en los que hubiese inmigrantes rescatados llegasen todos a puertos italianos. Y se desató la polémica. El Gobierno italiano defiende que no existe ningún pacto secreto**, pero el Movimiento 5 Estrellas le acusa de que esta concesión fue hecha a cambio de que la Troika no meta mucho sus narices en las cuentas italianas. La Liga Norte y el partido de Berlusconi (el Pueblo de la Libertad) no han tardado en sumarse a las críticas, pero desde un punto de vista más xenófobo.

Hace poco hubo también una polémica al aprobarse una ley por la que un niño nacido en Italia de padres comunitarios podrá obtener la nacionalidad tras solo 5 años (antes eran 18), y si sus padres son extracomunitarios deberán cumplir unos requisitos económicos, de vivienda y de conocimiento del italiano. Si el niño, sin embargo, ha nacido fuera de Italia también se podrá nacionalizar si cumple unos requisitos académicos y de años de residencia. Los partidos de derecha se opusieron, exhibiendo carteles en el Senado que decían «No a la invasión», y el Movimiento 5 Estrellas se abstuvo.

Atrás quedaron los tiempos en los que Gadafi, definido por Reagan como «el perro rabioso de Oriente Próximo», se paseaba por Europa y firmaba acuerdos con sus antaño enemigos, como el tratado de amistad italo-libio de 2008 que, entre otras cosas, obligaba a Libia a intensificar los controles en las costas para combatir la inmigración ilegal, y a Italia a pagar una compensación de 5.000 millones de dólares durante 20 años como indemnización por la antigua colonización del país.

Posteriormente, en 2011 se firmó el acuerdo italo-tunecino por el que también Túnez se comprometía a reforzar su litoral para reducir la inmigración. Por entonces la llegada de migrantes a las costas era algo poco frecuente, pero hoy todos conocemos qué es Lampedusa, una isla africana que administrativamente pertenece a Sicilia, y de sólo 20 kilómetros cuadrados, que constituye el punto italiano más cercano a las costas libias y tunecinas. Ese es el punto de llegada deseado, el final de un viaje que se inicia mucho antes: los que vienen de Egipto invierten unos 3 meses en llegar, mientras que los de Eritrea o Sudán tardan más de un año. Otros, sin embargo, vienen por la ruta del Sáhara. Algunos huyen de la guerra de Siria y otros de la miseria de un pueblo de Pakistán. Los orígenes son múltiples, las lenguas se entremezclan en las pateras, pero la causa es la misma: la miseria del Tercer Mundo y el contraste con el opulento Primer Mundo, al que imaginan idílico. Si tienen la suerte de llegar, pronto se darán cuenta de que no lo es.

Mientras que el año pasado fueron 200.000 los inmigrantes que llegaron a las costas italianas, este año se superará esta cifra (en junio se salvaron 12.000 inmigrantes en solo 48 horas) y, tras el colapso de los centros de acogida, Italia ha decidido pedir formalmente ayuda a Bruselas. En un primer momento amenazó con no dejar atracar barcos en los que hubiese inmigrantes y pretendía que esos barcos fuesen desviados a otros países, pero España y Francia se niegan en redondo y Austria llegó a anunciar el despliegue 750 soldados y 4 tanques en su frontera con Italia en los Alpes (aunque al final ha rectificado).

La UE, por ahora, ha dicho que no está dispuesta a abrir sus puertos a estos barcos y posiblemente proponga que los desembarcos se produzcan en Túnez o Egipto. No se considera el desembarcarlos en Libia por cuestiones de seguridad. En palabras del director general de Médicos Sin Fronteras, Arjan Hehenkamp: «Libia no es un lugar seguro y de ninguna forma puede considerarse un enfoque humano para la gestión de la migración». Cabe recordar que, tras la caída del Gobierno libio en 2011, Libia tiene dos gobiernos que se autodenominan legítimos y dos Parlamentos, aunque amplias zonas del país están controladas por una infinidad de bandas yihadistas. En parte del territorio libio hay incluso mercados de esclavos, donde acaban algunos de los que intentaban llegar a Europa por esta vía.

Ahora se pretenden aprobar nuevas leyes que reduzcan la libertad de movimiento de las ONG y que las hagan en todo momento localizables, ya que para algunos políticos los salvamentos en el mar de estas organizaciones crean un «efecto llamada». De hecho, el fiscal de Catania ha asegurado que «algunas» ONG tienen contactos con los traficantes de personas y «podrían» recibir donaciones de ellos, aunque ha admitido que no tiene pruebas. El director de la agencia europea Frontex también lanzó acusaciones hace un tiempo y el clima de opinión ha cambiado mucho en el país transalpino en relación con este tema, siendo ahora un tema central en las tertulias y las portadas al haber ya dos investigaciones en curso (en Trapani y Catania) por el delito de favorecimiento de la inmigración clandestina. No solo reciben críticas desde el lado europeo, sino que desde el lado libio se las acusa de violar su soberanía marítima y entrar ilegalmente en sus aguas.

Mientras tanto, las ventas de armamento de Italia aumentan a un ritmo vertiginoso, alimentando las guerras olvidadas que llenan las pateras. Así, en 2016 se vendieron un 85% más de armas respecto al año anterior, confirmando la tendencia de los últimos años. La desgracia humana, lamentablemente, sigue siendo una fuente inagotable de negocio.

Luis Miguel García es socio cooperativista de La Marea.

*En la primera edición se publicó por error que era diputada. 

**La confirmación por parte del Frontex se produjo después de que el autor enviara su artículo.

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