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En el amor como en la guerra: historias ocultas tras los grandes titulares
Las noticias sobre las personas refugiadas suelen dejar de lado una de las grandes motivaciones para emprender ese arriesgado viaje: el amor.
Este artículo está incluido en el especial amor #LaMarea50
Calais, 25 de octubre de 2016. Agentes de policía franceses comenzaron este lunes la última fase de la demolición del campamento de refugiados y emigrantes más grande de Europa, conocido como Jungla de Calais, al norte de Francia.
Algunos emigrantes prendieron fuego a sus chabolas cuando la policía y varias excavadoras irrumpieron en el lugar. Las más de 8.000 personas que habitan la zona, según datos del Ministerio del Interior francés, serán reubicadas en centros de acogida repartidos por toda la geografía francesa. Las autoridades calculan que hay al menos 600 menores en la Jungla de Calais.
En los últimos años miles de personas llegaron a Calais, la mayoría procedentes de Siria, Afganistán, Iraq, Sudán, Egipto, Etiopía, Eritrea e Irán. Su objetivo: pasar a Reino Unido.
«El último sueño que me queda»
Una de las más de 8.000 personas refugiadas desalojadas de “la Jungla” –así la bautizaron ellos– se llama Beshir. Llegó a Calais tras varios meses de viaje desde Kobane, una de las ciudades más castigadas por la guerra en Siria.
Beshir seguía despierto cuando la policía y las excavadoras irrumpieron junto con los primeros rayos de luz gris sobre el mar de plásticos de Calais. El insomnio fruto de los traumas de la guerra lo mantenía enfrascado en el mismo pensamiento: volver a encontrarse con Amira, su novia y la única persona que le quedaba en esta vida.
Amira partió nada más estallar la guerra y pudo instalarse en Londres. Beshir siguió trabajando en la tienda de su familia y escondiéndose para beber cerveza con sus amigos mientras veían fútbol europeo, sin creer que la guerra llegaría tan lejos. Hasta que se vio solo. Cuando toda su familia pereció bajo las bombas, Amira se convirtió en la razón para emprender el viaje a Europa y atravesar el Canal de la Mancha rumbo a Inglaterra, uno de los destinos más difíciles. “Es el último sueño que me queda”, repetía Beshir incansable.
Los refugiados huyen de la guerra, pero también se desplazan para reunirse con sus seres queridos. Beshir pasó seis meses en Calais intentando colarse en algún camión con destino a Dover. Igual que los demás refugiados, durante ese tiempo vivió en una barraca hecha con tablones, plásticos y mucha dignidad.
Una vez estuvo a punto de cruzar la frontera. Un español que por su parecido físico bien podría haber sido su hermano mellizo le regaló su DNI. Superó la aduana francesa, pero los británicos lo descubrieron al ver que no sabía rellenar un formulario de viaje. Tras varios días en el calabozo, la policía le ordenó regresar a la misma Jungla que ese lunes se apresuró en destruir. De aquel episodio solo queda un registro: la canción de agradecimiento que Beshir recitó a su gemelo español.
Semanas antes de la demolición final –la zona sur del campamento, corazón social de la Jungla, había sido destruida en marzo– Beshir cayó enfermo y pensó en solicitar asilo en Francia. Habría conseguido una cama y medicinas, pero habría tenido que renunciar a solicitar protección en Inglaterra. Cuando la duda y el dolor le asaltaban, buscaba imágenes de Amira en su teléfono.
Varias semanas después de que la policía desmantelara la Jungla de Calais, Beshir logró reencontrarse con su novia en Londres. Llegó a Inglaterra después de que los traficantes de personas lo ocultaran en un camión a cambio de una jugosa suma de dinero que consiguió gracias a otros refugiados. Amira ya tiene asilo político en suelo británico. Beshir aún no tiene confirmada esa oportunidad.
En el amor como en la guerra
Detrás de esta foto de Gervasio Sánchez hay varias historias de amor. Él es Adis Smajic y ella Naida Vreto. Ambos eran niños cuando estalló la guerra de los Balcanes. Gervasio conoció a Adis cuando este tenía 13 años y una mina bajo los escombros de Sarajevo le arrancó el brazo derecho y un ojo. Todos pensaron que no viviría, pero el amor y la dedicación de los médicos –y una treintena de operaciones– le salvaron la vida. Ahora Adis y Naida se aman y tienen un hijo.
“Utilizamos poco la palabra ‘amor’, a pesar de la fuerza que tiene”, dice el veterano fotógrafo de guerra, que desde 1996 viaja a Sarajevo para retratar la vida de Adis. “Conozco hasta cómo respira”, cuenta.
“La guerra deshumaniza, hace creer que si no matas al contrario, él te matará. Posiblemente eso sea el amor: prefiero que me mates antes que matarte”, opina. “Siento un gran amor por este oficio, distorsionado por culpa de un grupo de golfos”, remacha.