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Perversión normalizada: ‘Sprinters. Los niños de Colonia Dignidad’

La narradora investiga, elabora el relato que teje el guion y nutre el texto con testimonios y cartas de personas reales que se fugaron y que denunciaron los abusos que se cometieron allí.

colonia dignidad

En el año 2005 estalla en Chile un escándalo que se venía intentando contener desde el fin de la dictadura pinochetista: el horror de Colonia Dignidad, fundada en 1961 por Paul Schäfer, un alemán que había formado parte de las juventudes hitlerianas. Se desvela todo aquello que se sabía pero que las autoridades chilenas nunca quisieron investigar hasta ese momento: que durante la dictadura de Augusto Pinochet fue un campo de detención y desaparición al servicio de la policía secreta o DINA, que la práctica de violación de menores por parte de los dirigentes de la colonia era sistemática, que se hacían experimentos médicos y psiquiátricos con personas, que tras sus muros se asesinaba gente, que la colonia estaba involucrada en tráfico de armas, y un largo etcétera de abusos, violaciones, prácticas sectarias y despropósitos perversos. En 2005 Schäfer es detenido en Buenos Aires y extraditado a Chile, donde es condenado a cadena perpetua por abusos a 25 menores de edad. Muere cinco años después en prisión, sumando más cargos. La colonia sigue operativa hoy bajo el nombre Villa Baviera.

En Sprinters: Los niños de Colonia Dignidad (Hueders, 2016), Lola Larra (Santiago de Chile, 1968) indaga en esta historia a través de una propuesta narrativa múltiple: la elaboración ficticia, el testimonio, la crónica y el story board de un guión (ilustrado por Rodrigo Elgueta). Estas formas diferentes de representación e investigación se complementan entre sí, planteando un diálogo entre ficción y no ficción que enriquece la comprensión de un trauma colectivo centrándose en cómo ese trauma afecta al tejido íntimo de sus protagonistas. La narradora, que es periodista y escritora, cuenta en primera persona el proceso tanto de investigación como de elaboración de esas averiguaciones en forma de guion de cine. Ella encarna al testigo que ha vivido fuera de la violencia de la Colonia, pero que ha sido rozada por ella a través de su relación con varios de sus habitantes y de su creciente obsesión por las atrocidades que allí se cometieron, particularmente contra los “sprinters”, que eran los niños elegidos por Paul Schäfer para satisfacer sus deseos. Desde ese punto de vista del testigo, la narradora investiga, elabora el relato que teje el guion y nutre el texto con testimonios y cartas de personas reales que se fugaron de la Colonia y que denunciaron los abusos que se cometieron allí. A través de su narración y de su relación con Lutgarda, una colona muy peculiar que sigue dentro, nos introduce en la vida interna de la Colonia, completando con la imaginación aquello que la historia es incapaz de mostrar.

En el libro se narran algunos de los abusos mencionados, que son de sobra conocidos por todo aquel que sepa un mínimo de la historia de la Colonia, pero no es un libro de denuncia al uso, donde el lector se ve enfrentado repetidamente al horror. Este libro presenta las secuelas íntimas, tanto del testigo que se enfrenta a una tarea tal vez demasiado exigente como de la víctima que a veces ni siquiera es consciente de que lo es. La testigo/narradora es un personaje complejo, que se debe enfrentar a la responsabilidad de crear una historia (su guion) sobre un tema que le resulta a veces insoportable, que la obliga a luchar constantemente contra su impulso de huir y que le plantea cuestiones éticas fundamentales. ¿Cómo contar la historia de Colonia Dignidad a través de la ficción? ¿Dónde están los límites de lo que se debe mostrar? ¿Cómo hacer justicia a las víctimas sin regodearse en lo escabroso? 

El personaje de Lutgarda, una mujer endurecida por sus condiciones de vida, sufre también su propio proceso de (auto)conocimiento. Sin desvelar nada de su historia, sí puedo decir que su rasgo principal es que ha normalizado la violencia de la Colonia y por ello ni siquiera se piensa a sí misma como víctima. Hace poco escribía sobre la novela La cuadra, de Gilmer Mesa, que una de las cosas que más me impresionó fue la naturalidad con la que sus personajes vivían y ejercían la violencia en un barrio de Medellín durante la época más dura de la guerra entre el Cártel y el Estado. La novela de Lola Larra, aunque habla de otro tipo de violencia y esa violencia no aparece de forma tan explícita en su texto, tiene en común con la de Mesa que también está asumida como parte de la vida cotidiana, metabolizada y naturalizada. Para adentrarse en las secuelas de esa normalización ninguno de los dos autores se centra exclusivamente en la narración de los hechos históricos, sino que examinan con las herramientas de la ficción las vidas íntimas de sus personajes. Esto les permite indagar en cómo la violencia constante y normalizada transforma su visión del mundo y su relación con la realidad.

Sprinters es un excelente ejemplo de cómo la elaboración imaginativa de un pasado traumático desde la ficción puede dialogar con los hechos históricos y ampliar nuestro conocimiento, permite asomarnos a  las corrientes oscuras y subterráneas que atraviesan la historia. También, a través de su cuestionamiento ético de ese mismo tratamiento –¿cómo reflejar en la ficción unos hechos tan escabrosos sin caer en la espectacularidad o la  banalidad?– Lola Larra abre un importante debate que no solo atañe a la historia de Colonia Dignidad, sino a cualquier historia de abuso, impunidad e injusticia.

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