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Todavía dura el silencio del dolor

"A mí me gustaría saber cuántas de esas personas que desfilarán por el orgullo han sacado los colores en sus puestos de trabajo a quienes suelen usar expresiones homófobas o reírse de nosotros", escribe Sonia Gatius

La autora del artículo con su pareja.

SONIA GATIUS LÓPEZ// Con motivo del Día del Orgullo LGTB creo que en este país se hace necesario un serio debate y reflexión sobre quienes enarbolan la bandera de la liberación. Hoy  el orgullo, así a secas, y principalmente el orgullo en Madrid ha perdido gran parte de su esencia. Reivindicarte como persona es el objetivo mucho más allá de fiestas multitudinarias que, en mi opinión, acaban esencializando un estigma.

A mí me gustaría saber cuántas de esas personas que desfilarán por el orgullo han sacado los colores en sus puestos de trabajo a quiénes suelen usar expresiones homófobas o reírse de nosotros. Habla quien estuvo mucho tiempo escondida y mintiendo, habla quien tuvo un terror enorme a un padre autoritario y que solo encontró en el calor materno confidencias y comprensión. Habla la que cuando estaba a punto de contarlo a los amigos, alguien soltaba una expresión homófoba y me convertía en algo tan pequeño como una moto de polvo. Alguien que no se atrevió a confrontar su realidad con la realidad que veían otros hasta que aprendió, tras demasiado tiempo perdido, que solo mi realidad iba acompañarme toda la vida y que la que los demás vieran no podía determinar la mía.

Recuerdo una novia con la que viví un tiempo que sugería que me escondiera cuando venía gente de su familia a casa o bien me presentaba como una catalana que había ido a buscar trabajo y que temporalmente vivía con ella. Entonces y no era yo precisamente una adolescente, los momentos de reclusión que pasé mientras duraba la visita familiar eran vergonzantes, era y permítaseme el símil, una habitación convertida en campo de concentración, sin más, luego oía la puerta que se cerraba y la despedida de las visitas y parecía que todo volviera a ser normal, pero no lo era y siguió sin serlo hasta mucho tiempo después.

Curiosamente fue precisamente una mujer heterosexual de la que me enamoré, mi actual pareja, Victoria, la que me espetó en la cara mis vergüenzas y mis miedos, la que puso en evidencia que cierta valentía que yo expresaba en otros ámbitos de mi vida no era más que relativa porque los muros emocionales que se alzaban construidos por mi propias manos eran los muros de mis lamentos cotidianos. Fui rompiéndolos lentamente pero a cada trozo de pared que caía yo creía más y más. Aquéllos a los que yo temía todo el tiempo, esas sombras, algunas reales otras inventadas, fueron desapareciendo y hoy me reivindico como una mujer feliz con heridas cicatrizadas que no esconde y que siente el orgullo, un orgullo personal, propio, mío e intransferible.

Soy lesbiana por la madre y el padre que me parió, porque amo a una mujer y he amado a otras, a partir de ahí, me preocupa el número de agresiones que estamos sufriendo, me preocupa que sigan existiendo muros. Debo decir que no busco vuestra tolerancia ni vuestra aceptación, me da igual lo qué penséis cuando os encontréis tirados en el sofá,  quiero y reivindico el orgullo de vuestra indiferencia, el no tener que escribir más cartas, el no tener que asistir a más denuncias.

Curiosamente yo no acudo a las puertas de una Iglesia para convencer a nadie de mi ausencia de creencias religiosas, entiendo sin compartir, la necesidad que pueda tener cualquier de creer. Así que a esos voceros cardenalicios que nos presentan como el futuro que acabará con la familia sólo debo decirles una cosa: lo único que construye una sociedad limpia es el respeto a los demás. No pretendo que os guste si me veis besar a mi chica, del mismo modo que vosotros no os interrogáis si me gusta ver procesionar a una virgen.

Acabo con un fragmento de una carta que Juan Goytisolo escribió a Monique Lange, su esposa:

“Hace tiempo que tenía el propósito de escribirte para confiar algo que me toca en lo vivo, pero la impresión de internarme en un camino sin salida y una mezcla de miedo y rubor habían aplazado la decisión de día en día…Sé cuáles son tus sentimientos y también yo te quiero en cierto modo mucho más que antes: con una intensidad que no conocía ni volveré a conocer; y cuando digo “en cierto modo”, hablo de amor moral, aprecio a tu persona y a unas cualidades sin duda únicas, a cuanto has representado para mí en estos nueve años y representas hermosamente hoy en tu necesidad de amor: generosidad, ternura, amistad sin límites a quienes te rodean… Tu instinto no te engañaba acerca del interés profundo que desde hace algún tiempo siento por un tipo muy concreto de hombres. La certeza de nuestro amor y deseo de preservarlo me impedían hablar contigo como hubiese querido…Me siento ligado del todo a ti y mi carta es la confesión de una derrota y desdicha profundas. Hubiese preferido no haberla escrito nunca, pero no puedo seguir sin escribirla.”

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