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“También el desamor se contempla en la fiscalidad”
El presidente del sindicato Gestha, Carlos Cruzado, explica la relación entre amor e impuestos. "Es necesario un poco de amor para mantener el principio de suficiencia que permite aumentar o mantener el gasto social", argumenta.
MADRID // Carlos Cruzado es un hombre versátil: puede hablar de impuestos y amor al mismo tiempo. Detrás del tono afable y sereno del presidente de Gestha (Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda) se halla de las voces autorizadas más críticas en materia fiscal y económica
¿De qué manera está presente el amor en el sistema fiscal de un país como España?
El amor oficializado, el patrimonio, la familia… es ahí donde se encuentra el amor en la regulación fiscal. En España existe el mandato constitucional de proteger a la familia, y de alguna forma también a las parejas de hecho. Algunas comunidades autónomas disponen de registros de parejas de hecho y allí tienen un tratamiento equiparable al de los matrimonios en temas como el impuesto de sucesiones.
¿Hay alguna comunidad que destaque en ese sentido?
En Madrid, Andalucía y Cataluña reconocen reducciones para parejas de hecho en el impuesto de sucesiones. También en los regímenes forales (Navarra y País Vasco), las parejas de hecho y los matrimonios tienen el mismo tratamiento en el impuesto sobre la Renta; pueden hacer la declaración conjunta.
La definición de familia y pareja está cambiando. Por ejemplo, cada vez hay más parejas monoparentales. ¿Cómo ven estos cambios desde Hacienda?
Las familias monoparentales ya se reconocen a nivel de impuesto sobre la Renta. En las parejas que no están casadas y tienen hijos, lógicamente los hijos tienen el mismo tratamiento con independencia de la filiación de los padres. Ahí sí que hay una relación que protege a las familias monoparentales. De hecho, se puede optar por la declaración conjunta de la Renta, pero solo puede hacerla uno de los progenitores en caso de que no estén casados. Un paso importante ha sido el matrimonio homosexual. Las familias o parejas homosexuales ya tienen el mismo tratamiento, siempre que hayan contraído matrimonio.
Ahora la proporción de divorcios es mayor, hay menos parejas que contraen matrimonio… ¿Hacia dónde irá la fiscalidad, si tenemos en cuenta que las parejas son cada vez más volátiles?
Seguramente cambiará, porque la fiscalidad siempre va un paso por detrás a nivel social. Hablamos de amor, pero también el desamor se contempla en la fiscalidad. Cuando hay disolución de sociedades gananciales, disolución del matrimonio, no se plasma en el impuesto de transmisiones debido a ese traspaso de los bienes comunes a cada uno de los miembros. Hay diferencias y regulaciones que cambian para ese desamor, como las pensiones compensatorias en el caso de los divorcios, que están reguladas con el impuesto sobre la Renta.
¿Cuáles son las trampas fiscales más frecuentes en relación con el amor?
Este es un tema que está muy de actualidad. Hemos visto a muchas personas, cónyuges, que intentan eludir su responsabilidad, incluso en casos penales por delitos fiscales, hablando del amor y de que no conocían la situación en la que estaban inmersas. Todos pensamos en el caso de Urdangarin y de cómo la infanta fue finalmente absuelta, a pesar de formar parte de la sociedad por la que fue condenado su marido. Hay muchos otros casos de políticos relacionados con procedimientos penales donde también por amor parece que desconocían las actividades delictivas. Es cierto que se utiliza el amor en ese sentido, se intentan ocultar propiedades y sobre todo eludir responsabilidades sobre determinadas propiedades que se traspasan a los cónyuges y parejas. Este es un clásico entre los defraudadores fiscales. A veces el amor es ciego, y otras veces se hace el ciego.
Los inspectores de Hacienda están entre los funcionarios que más recelo despiertan, a pesar de que ustedes hacen un trabajo imprescindible para la economía. ¿Qué opina al respecto?
La imagen de Hacienda y sus trabajadores, no solo los inspectores y los técnicos, está muy vinculada a la inspección. La mayoría de los trabajadores de Hacienda se dedica a otras cosas, como ayudar a contribuyentes, a los programas de auxilio, a hacer borradores, etcétera. No solo están los compañeros de inspección que levantan actas. Es verdad que ese desamor puede deberse a la forma de actuar de la administración tributaria, que está más volcada en el control de los trabajadores y las pequeñas empresas, y no atiende todo lo que se debiera en relación con grandes patrimonios y fortunas. La gente de a pie desgraciadamente muchas veces se ve más afectada por estas regulaciones y estas comprobaciones, cuando en realidad debería ser más general, con más control sobre grandes empresas y grandes fortunas, y tratar con más tacto a los pequeños contribuyentes.
¿Recuerda alguna anécdota de amor dentro del Ministerio de Hacienda?
La verdad es que no (ríe).
Pero a pesar de la aversión que despiertan, el papel que ustedes cumplen mantiene vivo al Estado. Debe haber algo de amor en eso…
Sin duda, como servidores públicos la mayoría de los técnicos de Hacienda se siente orgulloso de contribuir a que funcione el Estado. En el ámbito de la Agencia Tributaria y de la recaudación de impuestos, es necesario un poco de amor para mantener el principio de suficiencia que permite aumentar o mantener el gasto social.
Usted preside el sindicato más importante de técnicos de Hacienda. ¿Hasta qué punto se sienten amados dentro del ministerio?
No nos sentimos amados en absoluto, de hecho nos sentimos defraudados. Hace poco lanzamos una campaña que decía «Hacienda defrauda a sus técnicos». No gustó a nadie, pero es que nos sentimos así. Cuando hablamos de amor hacia nuestro trabajo y al servicio público, no nos sentimos retribuidos no solo en lo relativo al salario, que es algo que casi todos los colectivos pueden plantear: es que tampoco sentimos que se reconozca el trabajo que hacemos. No hay correspondencia en ese amor que sentimos por el servicio público.
* Esta entrevista está incluida en el número 50 de la revista La Marea dedicado al amor.